Minutos: Tamaryn – ‘Dawning’ (2010)




Suelo tener la apariencia de alguien muy tranquilo, sobre todo en las primeras impresiones o ante esas personas con las que no llegas a sobrepasar un nivel muy superficial aunque las veas reiteradamente. Mi silencio puede ser interpretado como escrutiñador, no sé si incluso podrá verse como el mutismo de alguien arrogante o desinteresado, y menudo disparate sería ese. Solo hace falta adivinar esos ojos que no aguantan las miradas directas durante muchos segundos, o cómo doblo cincuenta veces y reduzco a trizas las etiquetas de una botella de cerveza si la tengo a mano. Habitualmente me están pasando muchas cosas, demasiadas, por la cabeza aunque se materialicen en ese bloqueo formal. Soy un manojo de nervios, en definitiva. Cuanta energía desperdiciada por aturdimiento.

Rara vez puedo remover esa inquietud de mi ser; a veces, eso sí, es prácticamente indetectable, pero otras me sume en un estado de abstracta expectación. Es como una cacerola llena de agua sobre un fogón manejado por alguien socarrón: hierve y reposa, aleatoriamente. Hace un par de días crucé media ciudad en bicicleta de madrugada para volver a casa, algo que se ha convertido en una táctica resultona cuando siento esa impaciencia y ese miedo a quedarme a solas con lo que pienso; en esas circunstancias, nada puede producirme más rechazo que la idea de estar de pie en el metro treinta minutos. “¿Cuándo llegaremos? ¿Cuándo llegaremos?”. El paseo en bicicleta me permite controlar el recorrido y estar ocupado. Incluso en invierno es grato, más que en verano, porque no hay apenas gente ni tráfico. El sábado era carnaval pero no me crucé con nadie digno de mención; fue un trayecto agradable entre los resoplidos que tengo que acabar soltando cuando la maraña de pensamientos acaba por abrumarme y no entiendo cómo he llegado ahí.

Poco antes de aparcar la bici, sonó en mis auriculares el arpegio repetido que abre esta canción de Tamaryn. Debo admitirlo, no es una pieza que tenga el peso narrativo que tienen las que habitualmente me motivan a escribir en esta sección; hay quien puede considerarla claramente una canción menor, pero en el paseo que hay desde la parada donde dejo la bicicleta hasta mi casa, en esos pocos minutos, consiguió embriagarme con su coquetería y me hizo entender por qué casi todas las reseñas del grupo utilizan el adjetivo “dreamy”: por un momento, rodeó mi agitación con un tejido entre fantasioso y de morriña; deseé estar volviendo a casa acompañado y no solo; me pregunté por qué nunca tropezaba con alguien por casualidad en esta ciudad tan ávida que a veces se me traga, con alguien conocido que se alegrara tanto como yo de ese encuentro sorpresa. Yo siempre suelo alegrarme más que cualquiera con esas cosas. Como decía, la progresión de acordes es simple, lo mismo que la batería. Un medio tiempo embellecido con una guitarra moldeada como plástico caliente y la reverberación de una voz que se limita a sugerir: “Cuando llegó la mañana / vi cómo el mar se lo llevaba / el yo que había en ti / igual que se lleva las penas (…) Eres un cielo inmenso / una estrella muerta / un mar cruel / no pasa nada si lo eres”.

El mismo arpegio que abre la canción se repite en bucle al final hasta que se desvanece, como si despertaras de esa pequeña fantasía y fueras escupido de nuevo a lo que estabas haciendo antes de que empezara. Volví a ponerla de inmediato.


'Dawning' apareció en el álbum The Waves de Tamaryn, publicado en septiembre de 2010
Para escuchar en Spotify



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