Paseos 2011 (1ª Parte)


El año pasado, el atento repaso a algunas de las canciones que parecieron hablar por lo que me ocurrió o lo que me rodeó en 2010 tuvo un sentido especialmente revisionista, de balance, y es que aún no existía en el blog la sección Minutos, en la que hago justamente eso en tiempo real: escribir sobre composiciones a las que quiero dirigir la atención del lector, bien porque las he descubierto, las he redescubierto o porque definen de manera muy acertada algo que me ocupa o me preocupa. 
Todas ellas pueden repasarse dándole a esta etiqueta, pero a continuación paso a destacar (entre hoy y mañana y sin supersticiones: dos bloques de trece y trece) otras tantas que han sido para mí pequeñas obsesiones temporales o sorpresas adictivas en algún momento de los últimos doce meses. Cerramos el año en Picadura de Abeja, de nuevo, con canciones a granel.
 

 
Dinarama + Alaska – ‘Crisis’ (Canciones Profanas, 1983)

Qué puñado de palabras feas, juntadas en 1983 y penosamente vigentes hoy: “Inflación, devaluación, explotación, deuda exterior / Crisis”. No podía empezar esta revisión con otro tema que no fuera este, habiendo estado parado la mayor parte de 2011. Alaska, en la que fue su primera colaboración con Nacho Canut y Carlos Berlanga tras Pegamoides, sigue luego mencionando el panorama consecuente del desequilibrado sistema: “Trata, alterne, mafia, juego / Vicio, droga, Sodoma, Gomorra”. Suena a risa, a fascista hablando de degenerados a la hora de comer, pero es muy serio. El fondo funky sintético le añade sorna al asunto, pero la interpretación vocal –típicamente plana y grave- funciona para dejar patente el cabreo. Para olvidar ‘Bailando’.
 


PJ Harvey – ‘All and Everyone’ (Let England Shake, 2011)

El corazón de Let England Shake; la pieza alrededor de la cual giran las demás. Empieza como si las notas de la cítara sobrenadaran en un aire limpio, antes de caer en un agujero terrible. El primer segmento queda como el recuerdo de lo que era una vida que aún no conocía un horror agrio y polvoriento, el de un conflicto bélico que arrasa sin hacer distinciones. La cítara se ensombrece con una guitarra incisiva, las palabras fluyen rápido. “La muerte estaba en todas partes / (…) alcanzó la playa, como cordeles de cuchillas / se volcó en el mar y yació a nuestro alrededor”. Luego, un saxofón patético ilustra la tristeza del pueblo superviviente, que camina sin saber a dónde ir y sin entender qué le rodea y por qué, hasta que la música se desvanece.

 

Broadcast – ‘Papercuts’ (The Noise Made By People, 2000)

La añorada Trish Keenan (en nada se cumple un año de su defunción) al frente de unos Broadcast que suenan mayúsculos en este primer disco, que no escatima en medios ni arreglos (luego sonarían mayúsculos a la inversa, escarbando en el minimalismo más rudo). La música es una detonación intermitente e instigadora, como una alarma suave que indica un error fatal, mientras Keenan intenta tirar de la lengua a alguien reservado y receloso de su intimidad; pero el paisaje cambia y pasa a una hinchazón de esplendor cuando le pone nombre a sus incógnitas: “Los escritos por placer que no dejas que lea / las cosas que dejas al margen cuando intentas despistar / dijiste que habías escrito una página sobre mí en tu diario”. ¿Le haría confesar?
 

 
Décima Víctima – ‘Un Hombre Solo’ (Un Hombre Solo, 1984)

Al principio, cuando entra el bajo, puede parecer una reinterpretación astillada y puesta a hervir de ‘Doubt’ de The Cure, pero donde Robert Smith empezaría a gimotear el cantante de Décima Víctima destapa la narración elegante y sosegada de una imagen impecable: un equilibrista en la cuerda floja ante el público, alegoría del ser humano expuesto ante un puñado de personas indiferentes que se alegran del fracaso ajeno, del que siempre es tan sencillo opinar. “No ven a un hombre en el hombre, ni tan siquiera su vida interesa / Tal vez querrán conocerla cuando retiren el cuerpo de la arena”.
 

 
Chinawoman – ‘Party Girl’ (Party Girl, 2007)

Me recomendaron a esta señorita hace unos meses, sospechando que encajaría con mis gustos, y efectivamente así fue. Cuando escuché el primer tema, no sabía si realmente era una mujer lo que cantaba. Su voz es suave pero grave, según qué palabras parecen salir entre dientes. Esta arrastrada lección de irónico optimismo apoyada en una parca guitarra, con otro matiz, podría haber formado parte del Geek the Girl de Lisa Germano. Una mujer que le explica a otra cómo sobrevivió a su propia aflicción dando un taconazo y mostrándose estupenda ante los demás. Máscaras. “En la parte de atrás de un coche / les he conocido esta misma noche y me siento toda una estrella / Cómo te llamas, a qué te dedicas / Nadie sabe nada de mi corazón roto”.


 
Andrew Bird – ‘Anonanimal’ (Noble Beast, 2009)

Demasiado tiempo fue Bird para mí solo un músico de lujo en mi disco favorito de Kristin Hersh. ‘Anonanimal’ es, creo, la canción más bonita y de acabado más redondo que habré escuchado este año, y llego dos años tarde. Me parece fascinante el uso de la imaginería marina para describir un entorno hostil, amenazante y desconocido al que el protagonista debe adaptarse para sobrevivir. Para el autor, es su conversión en el músico que debe actuar, algo que es su vocación pero que implica cuestiones que le disgustan (“Me convertiré en un animal / perfectamente adaptado a los auditorios / apéndices anómalos / un no-animal”); para el resto de mortales, sirve como metáfora de cualquier proceso de adaptación que nos asusta. El desarrollo instrumental lo dejo como indescriptible más allá del adjetivo “hermoso”.

 

Violeta Vil – ‘No Te Pido Perdón’ ((I), 2011)

Alguien me señaló esta maqueta a principios de año y me dijo “Así me gustaría sonar a mí”. Muchos debimos pensar lo mismo, porque no habían pasado cuatro meses y ya habían fichado por Discoteca Océano, que publicará su debut este año que viene. En este tema, el trío femenino mueve bien los hilos del sigilo y la psicodelia; los huérfanos arpegios, el ritmo ye-yé, el diálogo entre melodías al teclado y a la guitarra y el punto de distorsión lo-fi pintan el escenario de una excursión romántica que esconde un punto de malestar y desconfianza, bien resumido en la repetición del verso final: “Y de tanto pensar, ya no sabes amar”.
 

 
Mecca Normal – ‘Breathing in the Dark’ (The Eagle and the Poodle, 1996)

“¿Alguna vez has intentado cavar directamente hacia el otro lado del mundo?”. Lo que se pregunta Jean Smith mientras una batería monocorde y una guitarra acuosa confluyen sus trayectorias -solo a veces y casi de casualidad- es si el miedo no es más que una manera acelerada de darle vueltas a algo incierto. La música recoge de forma magnífica el suspense de no poder controlar lo que nos depara el futuro y la urgencia de unas pulsaciones que precisan respuestas inmediatamente. Respirar en la oscuridad. Como si el juego del escondite se alargara demasiado y tuvieras menos reparos a la hora de pisar en firme, balancear los brazos y dirigirte a cualquier parte para zanjarlo.
 

 
Deerhunter – ‘He Would Have Laughed’ (Halcyon Digest, 2010)

Las notas de guitarra acústica en loop con mínimo delay sobre las que se construye esta canción podrían durar toda una noche, a modo de una sesión de música electrónica. Así lo sentí en otro de los mejores conciertos que he visto este año. Hay algo balsámico y celebrador en el tono (el teclado celestial haciendo círculos de fondo), pero en la trastienda yace un pequeño tributo al músico Jay Reatard, fallecido el año pasado mientras dormía. “Me aburro conforme me hago más viejo / ¿Me puedes ayudar a entenderlo?”. La canción cambia de tercio y se ralentiza, y la melancolía se hace más evidente en la voz desganada de Brad Cox.

 
 
Maika Makovski – ‘Trying to Live Here’ (Desaparecer, 2011)

Cuando aún nos estábamos relamiendo los bigotes escuchando su álbum homónimo (no ella, que lo había tenido un año en la nevera antes de publicarlo), Makovski se subía a tocar el piano de cola dándo la réplica a Juan Echanove en la obra teatral Desaparecer, para la que compuso una docena de temas en un par de meses, un ejercicio que aprobó con nota alta. Inspirada por la perpetua soledad del ser y por Edgar Allan Poe, canciones como ésta divagan sobre las ataduras propias y ajenas que nos hunden en una vida insatisfactoria (“Todo lo que puedes tener, lo tengo ahora / y me posee, y me mata / estoy intentando vivir aquí”). Solo piano, un falsete roto que la acerca más que nunca a música de raíces negras y maraña de guitarras al final.
 


Swans – ‘Jim’ (My Father Will Give Me Up a Rope in the Sky, 2010)

En el pasado Primavera Sound, tras presenciar un concierto suavizante y excelso de PJ Harvey, podría haberme retirado satisfecho de la ronda nocturna de actuaciones, pero me fui yo solo a ver a Swans y fue el mejor de los aciertos. ‘Jim’ es una de las inolvidables canciones con las que las ondas sonoras se materializaron en granizo esa noche: Michael Gira, con una voz imponente y severa que hace que se solivianten hormonas y feromonas, sonando como el incendiario líder de un pueblo llamado a la revolución y a la toma del poder que le pertenece. “Estrangulemos al hombre que hay en lo alto de las escaleras / meémonos sobre la ciudad que arde ahí abajo”. Nada de caos gratuito; las secciones de la canción están perfectamente perfiladas sobre dos notas de blues. Coros masculinos, martilleos, xilófono, brasas. Miedo tangente.



Veruca Salt – ‘Aurora’ (Number One Blind, 1995)

Uno puede darse cuenta al crecer de que con catorce años daba por bastante buena alguna música que realmente solo puede entusiasmar muchísimo a un adolescente. Lo que da escalofríos es pensar que los que hacían esa música en ese momento sí que pasaban de la veintena. Las dos féminas al frente de Veruca Salt no fueron un prodigio de originalidad, y su catálogo hace aguas por varios sitios (los que lastran esos tics hard-rockeros o esa vulgaridad de radio-fórmula alternativa), pero hay destellos aquí y allí, como esta cara b de 1995, trémula y nostálgica, acertadamente esquelética y ligera. El tipo de tema sobre el que puedes volcar recuerdos de cualquier cosa añorada y el tiempo pasa inadvertido.
 

 
EMA – ‘The Grey Ship’ (Past Life Martyred Saints, 2011)

Con el paso de los días, creo que el olvido del descalabro de EMA en directo hace un mes en Apolo [2] es posible, y el disfrute de su disco de debut volverá a ganar enteros como antes de verla destrozándolo en persona. ‘The Grey Ship’ ata bien a los fantasmas que prostituyó en concierto: en la primera mitad, sonando deliberadamente casera, tiene la fragilidad de la Karen O que compuso para Maurice Sendak; y en la segunda, es como si le subiera un par de grados de temperatura y nervio a la Chan Marshall del periodo 1996-1998. Pase lo que pase a partir de ahora con ella, canciones como esta deberían permanecer.

 

Comentarios