Escenarios: Primavera Sound (Barcelona), 30 de mayo al 2 de junio de 2012

Me siento a escribir sobre el Primavera Sound de este año y lo hago con la sensación de haber vivido una edición más relajada que las inmediatamente anteriores, sin saber discernir si se ha tratado de un cambio personal en mi manera de moverme por la programación de estos últimos días o si en realidad se ha servido todo de una manera más cómoda y fácil esta vez, a pesar de esas dos constantes en todo festival: las amargas coincidencias horarias de varias bandas de interés -es inevitable- y el hecho de que, no lo olvidemos, escuchar música y sentir algo con ella no deja de ser una ceremonia muy íntima que se puede torcer súbitamente en un recinto donde dan tumbos aleatoriamente más de veinte mil personas. Esta parte se hace verdaderamente difícil de tragar si prefieres las experiencias religiosas de puertas para dentro a las que se viven en desequilibrada comunión, lo cual hace que al final me pregunte (lo mismo vosotros también os lo planteáis) qué hago metido en un festival. 

Mi recorrido personal, a continuación.


Miércoles 30 de mayo

Las intenciones planteadas a priori para la jornada se me quedaron a medias. A las siete de la tarde Jeremy Jay inauguraba escenario en Arc de Triomf, un nuevo rincón de la ciudad incorporado a la ruta de exteriores del festival donde además las actuaciones fueron gratuitas. El californiano vino acompañado de bajo y batería como de costumbre y de una teclista con aspecto de achispada que se quemó al sol alegremente durante los cuarenta y cinco minutos del set. Barcelona le ha visto mejores conciertos a Jay en sala pequeña (el de La [2] de Apolo en 2010, sin ir más lejos), pero el repertorio elegido (de ‘Breaking the Ice’ a la concluyente ‘Airwalker’, pasando por ‘Just Dial My Number’ o ‘Shayla’, versión de Blondie que ha tocado durante años y que al fin ha acabado en su último disco) estuvo acertado para la hora y la ocasión. 

Por la noche se hizo el horror para el triple cartel programado en la Sala Apolo a partir de media noche. Aún llegando con tres cuartos de hora de antelación, una larga y absurda fila india de individuos daba la vuelta a la manzana pretendiendo conseguir un sitio en un aforo de a penas mil personas. De nada sirvieron las reservas previas que debían hacerse por email; muchos no lo supieron y otros, más descarados, aguantaron estoicos pese a las regulaciones. La organización acabó harta de dar interminables explicaciones personalizadas conforme la gente se iba acercando a la entrada y decidió abrir puertas para que el aforo se llenara cuanto antes y a granel. Así, con más de media hora de retraso, aparecieron en escena Chairlift, un dúo de Brooklyn que había causado notable expectación en los meses previos al festival. en directo, el synth pop de su último trabajo Something sonó con una elegancia reminiscente de ese tiempo en que las bandas de tecno-pop británico de los 80 salían de gira con una banda completa, y es que eso hicieron ellos, rodeados de batería, guitarra, bajo y teclado. Situaron a las canciones en algún momento de 1989, mientras en disco parecen existir entre 1983 y 1985. La vocalista Caroline Polachek se reveló como una personalidad hiperactiva y pelín histriónica sobre las tablas, pero con cada pirueta parecía ganarse más al público, alcanzando el punto más alto de entusiasmo con ‘I Belong In Your Arms’. su aparición fue lamentablemente corta, reducida a escasos cuarenta minutos. 

Jueves 31 de mayo

Fracaso a pesar de la predisposición: no bastaba con bajar del metro a las 16:50 de la tarde teniendo en cuenta que había que atravesar todo el recinto del Fórum para llegar a tiempo al escenario Vice, en el que abrían la tarde (coincidiendo de forma bastante desafortunada con Pegasvs y La Estrella de David) el quinteto Doble Pletina. Su música ya se oía cuando bajaba las escaleras que dirigían al escenario pero el retraso a penas me escatimó un par de canciones de su repertorio. Cogiendo el testigo del pop costumbrista de aguas donostiarras pespunteado con arreglos cada vez más elocuentes, con la melancolía y la ternura como bandera -que no la ingenuidad- dieron un buen concierto y sobrevivieron a la contaminación acústica del escenario Pitchfork (situado demasiado cerca) en los momentos en los que la voz y el ukelele reclamaban toda nuestra atención. 

Tiempo justo para ver la última canción de La Estrella de David y el primer tercio de la actuación del galán inglés Baxter Dury, que pareció ajustar el minimalismo aparente de sus canciones al tamaño del escenario San Miguel. Las interpretaciones de 'Isabel' o la pieza titular de su último álbum, 'Happy Soup', fueron fieles en esencia pero sonaron más profusas sin perder ese groove particular. Le abandoné motivado por la curiosidad de lo que iba a acontecer en el escenario mini, y no me equivoqué: Friends multiplicaron en directo la voluptuosidad y la agudeza de los dos singles precedentes al álbum que venían a presentar sin estar aún en las tiendas (Manifest! se ha editado esta semana). Samantha Urbani apareció envuelta en una túnica amarilla de la que se despojó enseguida, y con un pie vendado que no le impidió moverse de un lado para otro con la misma energía de Ari Up (The Slits) o la Madonna maquetera (revolcándose por el suelo durante 'Friend Crush' parecía la reina del pop cantando 'Burning Up' en 1983), algo extensible a la definición de su música: debatida entre lo indómito y lo pegadizo, entre lo callejero y lo dulce, entre la polirritmia ('Mind Control') y la simplicidad, entre el reggae, el funk, el hip hop y el pop. Además de la mencionada Urbani, cuatro multi-instrumentistas hacen de su repertorio algo ecléctico y rico en detalles. Durante la esperada 'I'm His Girl', rematando el jolgorio, la cantante acabó entre el público a hombros de un espontáneo, y en cuanto la devolvieron sobre las tablas se despidieron entonando el "i don't wanna go home" de ese esquelético y nostálgico 'Feeling Dank'. 

Grimes, un hype de esos sellados y con todas las piezas en regla, protagonizó después un esperpéntico espectáculo en el escenario Pitchfork. Lleno absoluto (muchos brazos agitándose al ritmo con los dedos formando la figura de unos cuernos) para ver a la menuda artista, que se presentó sin hacer prueba de sonido pero que dejó mucho que desear más allá de eso: música pregrabada que sonó más vacía que en disco, actitud saltimbanqui alarmantemente infantil (nada gracioso, más bien molesto) y, a partir del segundo tema en adelante, la performance de cuatro colegas hipsters que debían actuar como voluntarios que subían a bailar al escenario, enseñando bragas y torso arrítmicamente. Incluso con esos animaluchos de atrezzo el telón negro fue un agujero que se la tragó. 

Cabía preguntarse si, a pesar de tratarse de un concierto en un escenario razonablemente grande, Hope Sandoval nos privaría de verle algo más que el perfil recortado en negro sobre negro como en su visita con The Warm Inventions en 2010. Por suerte, para el primer concierto de Mazzy Star en la ciudad desde 1996 surgió cromada en luz azul y verde, hierática e imponente como de costumbre pero mucho más habladora de lo que se le recuerda ("más vino, por favor", pidió en castellano). Sandoval y Dave Roback eligieron un repertorio equilibrado y rebosante de aciertos para un retorno esperadísimo y condensado en un showcase de a penas una hora: iniciar la noche con 'Blue Flower' es pulsar la fibra sensible con mimo; no obviar un single como 'Halah' y no esquivar (nunca lo hicieron) 'Fade Into You', un detalle para los asistentes fortuitos. Pero donde realmente deslumbraron fue en la recuperación de canciones de Among My Swan ('Disappear', 'Still Cold' -una sorpresa que sonó augusta y acabó explotando sensualmente-, 'Look On Down from the Bridge'), en la canción nueva 'Flyin' Low' (blues con slide de alambre de espino), en toda la vileza falsamente sigilosa de 'She Hangs Brightly' y la concluyente 'So Tonight that I Might See' (no en balde dieron título a sendos discos), despojada esta última del descacharrado riff de guitarra original y desarrollada sobre el órgano y el recitado vocal durante casi diez minutos de vaivenes galvánicos. 

El escenario Mini acogería bien entrada la noche dos conciertos recibidos con expectación, debido en parte a lo poco que se han prodigado ambas formaciones por estos lares. Beirut, primero, y The XX, después, dieron conciertos muy distintos (sus músicas lo son) pero esencialmente ambos -unos desde el folk, los otros desde la electrónica contenida- sostuvieron sólidas actuaciones ante un público numeroso a partir de algo muy íntimo. Cierto es que en Beirut la sección de viento puede sonar grande y extrovertida, y en The XX el ritmo acaba por dar empuje a toda esa sensualidad intuida en parcas palabras, pero sigue pesando -a pesar de la audiencia que desatiende y lo hace saber- el calor de lo recogido. The XX presentaron algunos temas nuevos que vienen a confirmar lo difícil que se les habrá hecho dirigir el rumbo para el disco que publicarán en septiembre; las mayores novedades fueron los ritmos más descaradamente bailables y que a mí me parecieron romper un poco lo místico de la tensión irresuelta entre los dos vocalistas hasta ahora. La ejecución, eso sí, impecable y nítida como la de nadie durante el festival.

Viernes 1 de junio

Otra jornada de coincidencias penosas entre grupos nacionales a primera hora. Decidí dejar a Cuchillo (que presentaban nuevo álbum) para otra ocasión -ya les había visto anteriormente- y pasar por el escenario Pitchfork a ver a Beach Beach, el grupo mallorquín del que tantos elogios se habían escrito los últimos meses. Si bien es cierto que lo suyo puede ser un indie-rock-by-numbers, lo disfruté como ejercicio de estilo como quien disfruta de un concierto de Mujeres. Un directo eficiente y buenas canciones como 'Easier' bastaron. Más tarde, en el escenario Ray Ban, algo se me torció en el concierto de The Chameleons; quizás fuera el verles tocar ese repertorio a las seis de la tarde, de cara al sol y vestidos de negro; se hubieran beneficiado de la coartada nocturna y el drama de la luz eléctrica. Escuchándoles uno reafirmaba que el revival after-punk y post-punk que empezamos a vivir hace diez años (del que salieron tanto Editors como Interpol) no tenía como únicos maestros aGgang of Four y a Joy Division. 

En el Auditori, no podía ser en otro sitio, actuó a las ocho de la tarde una Marianne Faithfull inquieta y mirando el reloj constantemente (le preocupaba no hacer caber el setlist en la hora milimetrada que se le había asignado) pero tan relajada y cómplice con la audiencia como una abuela con sus nietos: tiene esos modales casi protocolarios e indudablemente ingleses, reverenciales, pero a la vez la misma confianza para sentarse y descansar durante los segmentos instrumentales o para parar el concierto un minuto y beber con calma un par de sorbos de té. Si bien en algunos momentos sus bandas suelen caer en un sonido demasiado estándar y americano (ocurrió en 'Horses On High Heels' o en 'Brain Drain', en la que reprochó a una fotógrafa que se pusiera a sus pies a hacerle fotos con un "go away" que debió asustarla), el recital tuvo momentos solemnes como cuando enlazó una interpretación acústica de 'Baby Let Me Follow You Down' (Bob Dylan) con el espléndido 'Crazy Love' que escribió junto a Nick Cave. Remató con 'Broken English' (agresiva y vigente como nunca), 'The Ballad of Lucy Jordan' (más fiel al arreglo original que en otras giras) y llevando a su campo 'Tower of Song' de Leonard Cohen, una letra que cantada en este momento de su carrera tuvo todo el sentido. Faithfull comentó que dentro de dos años cumplirá su 50 aniversario como artista y cantante, y la ovación fue sonada.

Ante el "sálvese quien pueda" que suponía intentar tener un sitio decente para ver a The Cure, y teniendo en cuenta que iban a explayarse como de costumbre dando un concierto de tres horas aproximadamente, tocó resignarse y verlo desde la distancia como me ha ocurrido en anteriores ocasiones con este tipo de actuación dinosaurica en el festival (léase Pixies, Sonic Youth, My Bloody Valentine o Grinderman). La contrapartida es que, a pesar de que estás oyendo una música que está teniendo lugar en ese instante, lo único que tienes en el campo de visión son hileras e hileras de gente que culminan en un enrome foco de luz indistinguible, y centrarse en lo importante -emocionarse, vaya- es improbable. En esas circunstancias estuve cerca de dos horas ante los de Robert Smith -que guarda en la garganta el secreto de la eterna juventud- mientras facturaban gran parte de su cancionero más pegadizo y reconocible (enseguida cayeron 'Lovesong', 'In Between Days', 'Just Like Heaven', 'Lullaby', 'The Walk', 'A Forest' o 'Mint Car') con piezas menos obvias para el oyente casual (bonitas sorpresas como 'Push', 'Bananafishbones' o 'Play for Today'). Leí el día siguiente que cuando ya me había ido cayó un bis con lindezas como 'The Blood', 'The Caterpillar', 'Dressing Up' o 'Just One Kiss' -publicada en 1983 y estrenada en directo en esta ocasión- y no puedo negar que se me quedó una espina clavada. El sonido durante el concierto, las interpretaciones en sí vaya, fueron tan perfectas como estériles, pero creo que esta última impresión sería (fue) consecuencia de mi ubicación.

En el escenario ATP tomaban relevo los puntualmente renacidos (gracias) Codeine. Stephen Immerwahr (voz, bajo) llevaba dibujado en su camiseta negra un pequeño corazón, ligeramente desplazado a la derecha y hacia el estómago respecto al órgano que guardamos en el pecho, y pensé que así era su música, como un corazón minúsculo, vulnerable y apesadumbrado que se salía de la cavidad original por llevar un peso que se le hacía una incógnita. El trío (con Chris Brokaw a la batería, como en la formación original) arrulló con cada silencio repentino, con cada torbellino que en perfecta sincronía se tornaba en un arpegio desolador que esperaba la voz aturdida de Stephen. 'Loss Leader' y 'Tom', de su segundo álbum, fueron cumbres de intensidad, pero abrieron y cerraron tal y como lo hicieron en su debut Frigid Stars, con 'D' y 'Pea'. Demasiado, demasiado corto. The Rapture pusieron fin a mi noche del viernes de la mejor de las maneras. se ha hablado de su renacimiento este año pasado después de la indiferencia con la que se recibió su anterior disco, pero en directo nunca han tenido fisuras (ya lo demostraron en 2006 en el primavera club a una hora similar de la madrugada) y ahora que aún se han lanzado a un funk más desacomplejadamente festivo si cabe (cuchillas con impurezas dieron forma a 'Echoes' y a 'House of Jealous Lovers', pero en 'Never Die Again' o 'Get Myself Into It' manejaron navajas de barbero) el resultado es un directo enloquecedor y contagioso. Para el final se guardaron su último gran single, 'How Deep Is Your Love?', algo que esperaba prácticamente todo el mundo. 'Olio' se la dejaron en casa.


Sábado 2 de junio

Jornada de cierre, ese día que muchos tildaban de 'huérfano de cabeza de cartel' tras la caída de Björk por problemas vocales y que la organización tuvo que apañar como pudo. de todas formas el cabeza de cartel no parecía estar en el hueco que dejó la islandesa en el escenario grande, pero vayamos por partes.

Hacía cinco años que (aunque he visto muchas actuaciones excelentes ahí) ningún artista me dejaba sin aliento en el Auditori. En 2007 fue Shannon Wright, que me dejó compungido y destrozado después de un set que basculó entre la fiereza a la guitarra y el sangrado al piano. En esta ocasión fue el señor Michael Gira, que en la anterior edición ya me dejó una marca contundente actuando con Swans. Sin barullo tribal, sin apisonadoras alrededor, Gira puso la rúbrica a un concierto más salvaje que aquél si cabe. Como Wright, él me dejó sin aliento pero a base de encender en mí una enorme sensación de atracción. Estaba ante un intérprete que a cortas distancias (y a pesar de las ocasionales bromas y sonrisas, y de acompañarse solo de una guitarra acústica) intensificaba ese carácter dominante y severo que acentúa su profundo tono vocal. Si a Michael Gira se le prestase más atención mediática, todo el énfasis que se ha dado durante años a la imagen de Nick Cave como algo amenazador y pernicioso estaría mejor repartido. Yo he hablado varias veces de Cave según esos parámetros, y ver a Michael Gira en este formato me hizo sentir infantil. Salvajada tras salvajada: acabó cubierto en su propia saliva, abofeteándose la cara en mitad de la absolutamente cruel y despechada 'On the Mountain, Looking Down', poniéndose rojo ante el arrastre de la fuerza de sus propias palabras, sin miedo a lanzar gritos guturales, ladridos desesperados y gemidos fuera de micrófono.B; sin miedo, sin restricciones ni consciencia de uno mismo como intérprete y desenvuelto como nunca lo había visto antes. Empezó con 'Jim' (una favorita del último de Swans), perturbó con 'Eden Prison' y las disonancias de 'Oxygen', se tomó descansos reflexivos en las hermosas 'Blind' y 'Two Women' y se despidió con 'Promise of Water'.

Tras tal despliegue, Veronica Falls me sonaron terriblemente suavecitos, aunque no menos agradables. El color vocal de Roxanne Clifford se me antojaba parecido al de una Tracyanne Campbell (Camera Obscura) reubicada como vocalista en una formación del sello K Records, y con temas pegadizos como 'Beachy Head' y 'Found Love In a Graveyard' les quedó un concierto de 40 minutos bien resuelto. Tras ellos, en el mismo escenario Mini, actuaron Grupo de Expertos Solynieve, en el que dan la cara J (Los Planetas) y Manuel Ferrón y que para mi gusto tienen un repertorio que cae en demasiados momentos en un sonido pop-rock tedioso que no me dijo nada. Cuando ya había oscurecido, entre una neblina de humo y escasa luz sobre el escenario, aparecieron Alex Scally y Victoria Legrand, Beach House, para la mayoría de asistentes el grupo más esperado del sábado y verdadero reclamo ante la ausencia de Björk. El dúo se resiste a crecer desmesuradamente en cuanto a público, han declarado que les asusta, y es algo que les va a ser imposible controlar a tenor de lo visto. Aunque nada se les puede reprochar (en todo caso olvidarse absolutamente del disco Devotion) el concierto me dejó una sensación más destemplada que en anteriores ocasiones. El 'Wild' que nos estrenaron en el Poble Espanyol el verano pasado dio inicio esta vez a la velada como canción destacada del trabajo que presentaban, Bloom, y a partir de ahí alternaron canciones de éste y del anterior ('10 Mile Stereo' volvió a ser la clave del éxtasis aunque ellos lo buscasen en la preciosidad del mantra que concluye 'Irene'), emocionando especialmente en las interpretaciones de 'Other People', 'Wishes' y 'Zebra'.

Cubriendo el verdadero vacío de Björk en el escenario San Miguel se programó a Saint Etienne, que originalmente debían tocar en Arc de Triomf el miércoles. La gente dirá que volvieron con el mismo concierto de siempre: las pantallas con proyecciones coloristas y sesenteras, Sarah Cracknell y la boa de plumas (había estado enferma y se rumoreó la cancelación, también), un sonido y unas interpretaciones justitas… Pero con nuevo disco bajo el brazo y echando mano sin vergüenza a los singles de siempre ('Nothing Can Stop Us Now', 'Only Love Can Break Your Heart', 'Sylvie', 'Who Do You Think You Are?') a mí se me hicieron irresistibles y les disfruté. Yo La Tengo le pusieron fin a mi periplo de este año con un pequeño suspense personal, y es que hace tres meses les había pedido que tocasen la recóndita 'Demons' y me habían dicho que se lo apuntaban, pero al final no cayó. Repasando lo que fue el repertorio es comprensible: a penas hubo un momento de calma acústica ('The Weakest Part') en la voz de Georgia Hubley. Entre el resto hubo un poco de lo que me imagino que asumen (¿equívocamente?) que quiere escuchar el público de un festival, algo que no sé si es de agradecer en realidad. Por algún motivo, lo mismo que decía sobre Saint Etienne y sus irresistibles singles no puedo aplicarlo a Yo La Tengo cuando tiran de canciones ya manoseadas como 'Tom Courtenay', 'Autumn Sweater' o 'Stockholm Syndrome' en vez de optar por temas igualmente emblemáticos pero que suponen pequeñas sorpresas como la inicial 'Deeper Into Movies', o rescatando cosas como la estimulante versión de The Seeds (cara B de 1995) de 'Can't Seem to Make You Mine'. El tramo en el que Ira Kaplan se sentó al teclado para atacar 'Mr. Tough' y 'Here to Fall' se me hizo más interesante e hizo que, una vez acabado, me preguntara qué hubiera podido ocurrir si hubieran arriesgado más (aunque algo hubo, en los minutos de bucle y zarandeo de guitarra de 'Pass the Hatchet'). 'Sugarcube' fue el único bis que concedieron, y aprovechando el tirón magnético de la masa que se alejaba del escenario mini mientras decidía cómo acabar la noche, opté por darme por satisfecho y dirigirme hacia la salida hasta la próxima.



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