Escenarios: Françoiz Breut - Institut Français (Barcelona), 21 de abril de 2017

Fotografía principal: Mathieu Olingue

Varios fuimos los que nos enteramos de la visita de Françoiz Breut al Institut Français de Barcelona la mañana del mismo viernes que se celebraba la velada. Admitamos cierto despiste por nuestra parte, venga; pero es que el alto en la ciudad condal fue un añadido de última hora a la que está siendo una gira bastante completa, que tendrá a Françoiz viajando por España hasta finales de este mes. El chocante sigilo alrededor de una cita tan especial (¿quizás porque el enclave no era una sala de conciertos per sé?) hizo del recital una especie (una suerte) de pase privado para menos de un centenar de afortunados, esparcidos en un patio de 300 butacas. Diría que fue un lujo -añadamos un precio de entrada irrisorio-, pero que pudiera deleitarse más gente de una manera tan fácil, cómoda, y que simplemente no se supiese, es también una lástima.

"1997/2017 ¡seguimos vivos y tocando música!", se lee en un rincón de su página web; una expresión de entusiasmo incontenible transcrita en una fuente de cuerpo diminuto, y en minúsculas. Será este verano cuando se cumplan 20 años desde que se publicase ese primer disco que interpretó como musa de su pareja de aquel entonces, el singular Dominique A. Si está celebrando dicho aniversario de alguna manera con esta gira, desde luego no es desde la nostalgia, sino siguiendo con la presentación de su último trabajo Zoo (2016) que el año pasado ya pudieron ver en ciudades elegidas de Europa. Encima del escenario destila felicidad por el presente; en su belleza madura, Roselliniana -especialmente cuando sonríe- se vislumbra el entusiasmo que le producen los colores que tiene ahora su música, a la que ha adherido láminas con los años -sobre todo desde que empezase a componer ella misma- que han hecho florecer de formas inesperadas el boceto primerizo que Dominique A hizo de ella, cuando encarnaba un híbrido impecable entre lo estremecedor de bandas como Tindersticks o Smog y el refinamiento melódico de tradición francesa. Visto el alcance de su obra, parece un hecho de mayor trascendencia que decidiese alterar su nombre de pila (uno de los más antiguos de Francia) añadiendo esa "z" al final, la "z" que se usa como incógnita en las ecuaciones. Nouvelle chanson, llamaron al movimiento de nuevos artistas que desde el underground renovaron el cariz de la música gala a finales de los años 90. La "z" que transformó el cliché del pasado.

A su lado en el escenario, Stéphane Daubersy (guitarra, bajo, batería), con quien ha firmado el repertorio de sus dos últimos discos; el teclista Marc Mélia; y Roméo Poirier, un batería con un aire a Beck y un estilo tan tenaz como lleno de meticulosos detalles, jugando con shakers, dos cajas y baquetas de distinta índole. 'Zoo' y la simpática 'À Pic', discutiblemente las piezas más llamativas de su último disco, dieron inicio al recital y sentaron la pauta de lo que sería la envoltura del cancionero: una voluptuosa base orgánica, soplada por ráfagas de teclados que emiten una electricidad difusa, y todo sobre un somier muy, muy rítmico. Con una destacada influencia de krautrock (el bajo percutivo, la repetición de los patrones de batería seca, las atmósferas), en temas como 'La Danse des Ombres' era como si Stereolab interpretase un tema del primer disco de Tindersticks, una unión deliciosa. 'La Conquête', que va escalando en intensidad dirigida por ese desasosiego a veces implícito en el fraseo del francés, sonó más elegante y dinámica que en estudio; más suelta. La serenidad cautivadora de 'Le Jardin de l'Eden' (adornada por el sonido de los pájaros al aire libre) y 'Loon-Plage' patentaron que, aunque reside en Bruselas hace años, su memoria sensorial sigue brindándole bocados de mar Mediterráneo. La versión de 'Werewolf' de Michael Hurley no acabó de prender, pero al poco 'Deep Sea Diver' enamoró desplegando un deseo frágil como el cristal.

'Everyone Kisses a Stranger' fue el primer recuerdo al disco con el que empezó su carrera, sonando la tercera de la noche en una versión extendida e ingrávida -los teclados sustituyen a las guitarras- que le dio un aire menos maldito. La segunda visita a 1997 fue 'Le Don d'Ubiquité', en un punto del set donde las canciones estaban volviéndose poco a poco más intensas y libres, con más cuerpo y textura áspera, parámetros donde encuadramos la reinvención de 'Derrière le Gran Filtre' (de Vingt À Trente Mille Jours, 2000), un film casero de 16mm en su versión original que vio su lamento inflado a Cinemascope por la vía del ruido y el volumen. Fue un colofón deslumbrante para el set principal. Para el primer bis, la inquietud de Françoiz por ver nuestras caras más allá del foco naranja que le cegaba la llevó al pasillo del auditorio, donde interpretó 'La Vie Devant Soi' sin micrófono a dúo con Stéphan, con la guitarra eléctrica desenchufada. Le siguió otro viaje cósmico en clave kraut, 'La Chirurgie des Sentiments' y, ante la insistencia de una audiencia que no se resignaba a aceptar que todo debía acabar, la banda volvió al escenario e interpretó 'A l'Unisson', tema de un recóndito single de 2013 que sufrió la más increíble de las metamorfosis esa noche: de la cacharrería cubista de su versión grabada han sacado una canción voraz, arábiga y nocturna. Un último instante mágico detrás de la incógnita de la "z".




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