Momentum: Le Mans - Un final en tres capítulos (1997-1998)


Me fascina leer algo que los máximos responsables del repertorio de Le MansIbon Errazkin (guitarra, etc.) y Teresa Iturrioz (bajo, voz), mencionaron en varias entrevistas, y es cómo eran incapaces de divertirse en los conciertos o en los ensayos pero en cambio disfrutaban sentándose a teorizar largo y tendido sobre cómo sería su próximo trabajo. Imagino tardes fantaseando con ideas plásticas y conceptuales para una colección de canciones, con una libreta delante y un montón de entusiasmo y anticipación; pensar el nombre para un álbum que ya te sugiere los colores que tendrían las composiciones, para las que garabateas títulos cuando aún no han sido escritas; idear cómo lo atarías todo sonora y líricamente; poner sobre la mesa las cosas que te han maravillado en los últimos meses; visualizar una portada; preguntarte si tendría más sentido que apareciese en otoño o en primavera... Creo que, en mayor o menor medida, le ocurre a cualquiera que haya soñado con tener un grupo o haya llegado a tenerlo.  La música en sí misma tiene más gramos de intuición que de cálculo en su cuerpo de éter, pero decidir sobre ella como si fuese un proyecto artístico que se extiende a otras cuestiones puede ser, además de  una tentación irresistible, fundamental para su identidad intrínseca.

Las conversaciones para los preparativos del cuarto álbum de Le Mans, no obstante, fueron más allá y sacaron a la luz la intención de hacer de él su disco de despedida. "La idea surgió de Ibon y de mí, sobre todo de Ibon, que es quien se atrevió a decirlo. Estábamos hablando de lo más normal en el piso que compartimos", contaba Teresa en Rockdelux. El público no lo sabría hasta octubre de 1998, pero en los primeros meses del año anterior los miembros del quinteto donostiarra -sumemos a Jone Gabarain (voz), Gorka Ochoa (batería) y Peru Izeta (guitarra)- ya se habían puesto de acuerdo para sellar este plan premeditado, que servirían sigilosamente a su audiencia con la complicidad -no podía ser de otra forma- de Javier Aramburu, artista que se había encargado de vestir todos sus lanzamientos con una sencillez tan aplastante como reveladora. El grupo tenía una veintena de canciones nuevas y decidió dividir el repertorio en dos EP's y un álbum. Aramburu tuvo la ocurrencia de desvelar la separación asignando a cada una de las portadas una letra de la palabra "FIN", siendo esas líneas gruesas en blanco y negro un enigma hasta la edición del último disco. "No sé cómo trabaja con otros grupos, pero con nosotros siempre ha tenido libertad total", explicaba Teresa. "De todas maneras se habla algo acerca de la portada antes de que él la diseñe, pero siempre nos hemos prestado a sus ideas, que nos chiflan". Esta banda solo podía despedirse con una sutileza bella como esa, regada de humildad.

Mi primera canción de Le Mans fue 'Perezosa y Tonta', abriendo el CD sampler Elefant Juice (1995) que acompañaba un número de la revisa Factory para mí atrasado, pues lo compré cuando el grupo ya había dicho adiós. Era difícil no dejarse atrapar por un tema así; por la proximidad de esa guitarra española mate, el chelo dibujado a mano alzada y la voz con la que Jone, con suavidad, describía un estado de encierro y bloqueo personal del que solo tomaba algo de conciencia observando el abandono a su alrededor. Aún no lo sabía, pero el título y la letra aludían a una canción de Vainica Doble, 'La Ballena Azul' ("La ballena azul está triste y sola / sola, perezosa y tonta, se mece en las olas"), y es que eran fieles admiradores del dúo que integraban Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja, del que eran sucesores de algún modo. Me hice con el álbum al que pertenecía 'Perezosa y Tonta', el imprescindible Entresemana (1994), y si algo me impidió que se convirtiese en un disco de cabecera para mí fue ser un quinceañero con demasiada predilección por lo anglosajón, que todavía tenía que relajarse para dejar que penetrase en su universo una música que decía con tanto atino cosas en castellano. 'Con Peru en la Playa' me embelesaba especialmente, pero fue más tarde cuando conecté y entendí el mérito de realizar una música pop tan refinada como sencilla, de un aroma estival y a la vez tan reflexiva. Me arrancan una sonrisa, por lo menos, los clichés sobre el grupo ("tristes, ñoños") que fueron solidificándose en prensa al respecto de su estilo y el costumbrismo de sus letras, juicios frívolos que también acentuaron sus ganas de hacer borrón y cuenta nueva. Los textos, de los que solía encargarse Teresa Iturrioz con alguna aportación puntual de Ibon, podían describir una situación trivial pero no costaba ver algo más detrás; pienso en una maravilla como 'La Tarea', donde la protagonista tiene abandonada toda su vida porque está concentrada en aprobar un examen de francés, pero uno no se queda con eso: en su enumeración de todo aquello en lo que está fallando puede saborearse el estrés emocional, y esos pequeños pedazos de humanidad le suman quilates a lo que ya son composiciones preciosas.

Los clichés tenían menos razón de ser que nunca para definir los tres lanzamientos que perfilaron su final. Con la variedad de estilos que asoman en unos arreglos ricos (por el estudio BOX de Madrid pasaron colaboradores como Juan Barrio, PezCarlos Beceiro, Tetsuya Ura o Javier Leal) y unas letras que, aunque mantenían el lenguaje cercano y directo, abandonaban las viñetas cotidianas en favor de unas reflexiones más oscuras sobre el amor y la sociedad de finales del siglo XX, es irónico que alguien pensase en Le Mans como una banda de música ligera. Ibon Errazkin anticipaba en la publicación Vibraciones Pop: "Nos apetece hacer algo más variado, divertirnos en el estudio, meter instrumentos diferentes, invitar a gente, que sea un disco más abierto. (...) Estamos usando samplers más que de costumbre. Es todo más variado y yo creo que tiene más que ver con los arreglos y la producción que con las composiciones". Los dos EP's fueron diseñados simétricos: cada uno tenía como cabecera una composición que estaría en el álbum mas tres temas exclusivos. Mi Novela Autobiográfica fue el primero en publicarse, en septiembre de 1997. La pieza titular no dejaba de tener un ambiente sombrío (sería esa letra, que en pocas estrofas abrevia una claustrofóbica desazón vital que me recuerda a El Extranjero de Albert Camus) pero también juguetón gracias a un ritmo de hip hop, el teclado ácido y una melodía que, en otro color, podría cantar Laetitia Sadier (solo alguien con un vasto conocimiento musical, ecléctico y de todas las décadas, como Ibon, tendría el gusto para elegir esos cambios de acordes). 'La Balada de la Primavera' -profusa en arreglos delicados, entre los que escuchamos un sample de la batería de 'Be My Baby', de The Ronettes- destacaba por su ternura, el recuerdo idílico de un romance que deja la huella de un amor incondicional, mientras en la breve 'Catástrofe nº 17' se retrataba una situación bien distinta con el humor que muchos se perdían: "Suelo pensar a veces / qué bien estoy en casa / cuando no estás / Si nuestra buena suerte / vino a quedarse en nada / ¿por qué no te vas?".

Luis Calvo y Montse Santalla del sello Elefant se enteraron de los planes de separación de Le Mans cuando les entregaron la portada del segundo EP, Yin Yang, que se editó en abril de 1998. Si bien musicalmente la canción tenía un parentesco de primer grado con 'Mi Novela Autobiográfica', sonaba más fresca y desenfadada. En la letra, sobre un amor no correspondido, Jone despachaba con seguridad: "Aunque me des faisán / no eres mi Yin y Yang / No harás que viva para ti". No es la única que transmite un aire de independencia quizás inaudito en ellos hasta entonces; en varios textos de esta época se adivinan personajes que han tenido que madurar, quizás volverse más pragmáticos o pelín cínicos, a fuerza de tener experiencias decepcionantes. Entre las piezas exclusivas del EP, 'Jueves 27' es un tesoro en su discografía, una composición que disuelve un sentimiento de añoranza en el misterio de un mar que se mece de noche, sobre el que se refleja la luna; es absolutamente cautivadora. 'Hay Que Ver', en cambio, se contonea con sorna a ritmo de bossa-nova y, asistida por un coro de voces, Jone da fe de cómo lo que parece un golpe de buena suerte a priori ("Pero el cirujano de guardia resultó ser tan atractivo / Me curó de todos los males y se convirtió en mi marido") acaba haciendo de su vida una calamidad (siguiendo con lo expuesto en '¡Oh, Romeo, Romeo!', de Saudade, 1996).

En octubre de 1998 aparece el definitivo Aquí Vivía Yo, "una frase que sabía que tenía que utilizar; y no es mía, que conste, se la robe a [la escritora estadounidense] Flannery O’Connor”, reveló Teresa años después. El álbum es el despliegue de bienes de los que habían sido muestrario los EP's: samples de percusión latina que crujen al fondo, cajas de ritmos que suenan dentro de un corazón de lata, mandolina, arreglos de viento y piano, una guitarra española que ya no está tan sola... 'Canción de Todo Va Mal' funciona perfecta como introducción, rozando los ocho minutos; una bossa-nova distraída por el pensamiento escéptico que reza que "todo va mal / el fin de siglo, el fin del mundo / basta mirar / y tener los ojos bien abiertos". La cadencia del género más sofisticado de la música brasileña se cuela también en la genética de las románticas 'El Amor' y 'No Vino, Estaba Enferma o de Vacaciones'. Las texturas y la forma en que los arreglos se deslizan como la seda en estas canciones es pura artesanía que hace avariciosos a nuestros oídos. Teresa seguía estudiando de cerca la soledad, desde el tono maternal que adquiere con quien lamenta no poder comunicarse en 'Buenos Días Corazón' ("yo no te sé consolar / bajo un rayo de sol / me siento a oírte llorar") al personaje más arquetípico según sus filias retratado en 'La Princesita'. En esa podía parecer que llevaban al extremo el estereotipo estilístico que tan a menudo se les reprochaba, pero en ese sentido lo mejor estaba en el final del disco. En penúltimo lugar suena '¡Ay, qué Triste Estoy!', con unas programaciones más prominentes, donde sí que se reían claramente de ellos mismos ("¡Ay, tanto llorar! ¡Tanta desesperación! / ¡Cuánta decepción! ¡Qué difícil es vivir!") y que tiene un repunte fascinante: la mandolina toca la melodía de 'La Marcha del Coronel Bogey', que los prisioneros silbaban en la película El Puente Sobre el Río Kwai (1957). La pieza se funde y 'Sic Transit Gloria Mundi' actúa como su antídoto: una única estrofa repetida tres veces, la primera en la voz de leche de Tito Pintado (Penelope Trip, Anti); la segunda en la de Jose Anitua (Cancer Moon), más azotada; y por último la de Jone. "Acabemos con los puentes de desmesurada altura / con la amargura del final". El último acorde es como un feliz desahogo. Y con esa paz, pusieron a Le Mans a dormir. 


Para escuchar en Spotify:


Comentarios

Pereiro ha dicho que…
Un final de 10