Caso abierto: Kylie - "Body Language" (2003)

Un algoritmo de los que ahora ejercen de pinchadiscos ocasionales en cualquier casa me disparó la canción que siempre me hubiera gustado escuchar a Kylie Minogue, aunque no era consciente de que ese era justo mi anhelo hasta que la oí. Era 'Rosebud' de U.S. Girls, una pieza de 2018. El timbre vocal de su cantante Meghan Remy, revoloteando encima de una pista reducida al esqueleto, burbujeante y tramposamente hedonista (de Remy son las palabras: "Necesitamos significado. No necesitamos felicidad"), invitaba sin esfuerzo a imaginarse a una Kylie que existe en otra dimensión, que desconoce qué son los managers y otros manipuladores de la industria discográfica, que se lo pasa en grande grabando en lo-fi y poniendo toda la carne en el asador en las letras. Una fantasía que se perpetúa siempre que escucho esa canción, porque cuando suena todavía se recorta la sombra de la australiana sobre mi cerebro iluminado, como el símbolo de Batman. Pero al final, si 'Rosebud' me recuerda a Kylie es porque su estilo esencial ha calado a base de no pocas píldoras de un pop que ha brillado gracias a su personalidad. Por eso es tan tentador imaginar su encanto intrínseco como intérprete en un contexto más experimental dentro de los términos del pop; más espontáneo, más crudo. Desde que partió peras con la factoría de éxitos Stock Aitken Waterman a principios de los años 90 (donde se la programaba como a un autómata complaciente) y ya instalada en Londres, varios fueron los artistas que le hicieron demostraciones de amor, ofrendas que podían sugerirle una dirección más aventurada: Saint Etienne probaron con ella produciéndole una versión de su propio 'Nothing Can Stop Us' (acabó en una cara B); el dúo de remezcladores Brothers in Rhythm concibió su single más subyugante y sombrío hasta la fecha, 'Confide in Me'; Nick Cave ('Where the Wild Roses Grow') y Towa Tei de Deee-Lite ('GBI') la ensalzaron como musa desde distintas perspectivas; James Dean Bradfield de Manic Street Preachers escribió canciones para Impossible Princess (1997), un disco de electrónica sensual mezclada con pop-rock en el que ella ya figura como coautora del repertorio. Todos veían algo cautivador y honrado en Kylie. La década, no obstante, transcurrió como si cada colaboración fuese un bandazo que no acababa de consolidarla. El fallecimiento de Lady Di semanas antes de salir Impossible Princess en Gran Bretaña mató al álbum, primero retrasando su publicación y luego dejándolo sin su inapropiado título cuando ninguna fecha parecía lo bastante lejana como para respetar tal luto. Solo artefactos baratos de producir (remezclas, un directo y una cinta de VHS) rompieron el silencio hasta 2000.

Es curioso lo que ocurre con las estrellas de pop mundial, y me refiero a las veteranas con un buen puñado de discos a sus espaldas: si en algún momento has tenido un vínculo emocional fuerte con una, tenderás a interesarte por cada álbum que publique, aunque acabes decidiendo que no te gusta; pero si no ha existido esa conexión, tu relación con ella será de mero placer mediante los singles y nunca te molestarás en escuchar los discos, asumiendo que deben ser un festival de canciones de relleno. Pero cuando 'Rosebud' me disparó las ganas de escuchar mis temas preferidos de Kylie ('Love at First Sight', 'Confide in Me', 'Slow'') acabé en busca de Body Language (2003), un álbum tan desconocido para mí como cualquier otro pero que me intrigaba más que el resto. Para cuando se publicó, las cosas habían cambiado mucho en su carrera. Lo que trajo el cambio de década tras dos años largos de silencio fue un plan que redefinió su propuesta con tan buen cálculo como intuición, empezando por reintroducirla de manera formidable al público con 'Spinning Around' -una pieza disco que avanzaba la apuesta por el dance y el acento sexy de Light Years (2000)- y colaborando con Robbie Williams a golpe de funk en la rotunda 'Kids'. En septiembre de 2001, los medios británicos se inventaban una "lucha de titanes" por el número 1 entre Kylie y Victoria Beckham, que estrenaban single la misma semana; un momento en la cultura popular que recuerdo tan bien como el atentado de las Torres Gemelas. Lo que nadie recuerda es la canción de Victoria: con los aires electro de 'Can't Get You Out of My Head', Kylie empezó a ser imparable. Fever (2001) despachó cuatro singles radiantes, sofisticados, donde ella sobresalía con naturalidad. Su reinvención quedó consolidada: consiguió el reconocimiento que anhelaba y llenó las arcas de sus discográficas.



Está claro que el éxito global de Fever le compró a Kylie algo de libertad en un negocio donde sus ideas eran tratadas con condescendencia, donde tuvo que ir conquistando parcelas a base de seguir la corriente a quien la manejaba como si estuviera bajo su custodia. Es adorable pero también revelador cómo en la única entrevista extensa e interesante sobre Body Language se refiere constantemente en plural a la toma de decisiones, como si Kylie fuese una empresa con unos objetivos anuales y ella su embajadora. Pero gracias a Fever, aun con la presión que suponía la meta de igualar su espectacular acogida en números, su equipo no tuvo más remedio que concederle más participación en la lluvia de ideas, y su A&R -el cargo de la discográfica que supervisa los proyectos de los artistas que le asignan, en el caso de ella desde el repertorio a los colaboradores- pudo defender una postura pelín más arriesgada para el concepto del nuevo álbum. Body Language apareció a finales del mismo 2003 en que Madonna pinchó sonadamente con un American Life cargado de filosofía simplona, pero también fue el año de discos como Black Cherry de Goldfrapp o Statues de Moloko, entre los que la joie de vivre del retorno de Kylie no desentona. Me ha sorprendido encontrarme con un disco atractivo que aguanta el tipo sin permitirse un momento de flacidez. Mientras Madonna se presentaba como un avatar del Ché Guevara con la guitarra acústica colgada, Kylie utilizó su mismo truco de reciclar una imagen culturalmente icónica y reapareció como una réplica de Brigit Bardot para ilustrar el poderoso tono sensual del álbum.

Al contrario de lo que pudiera parecer una prioridad, se evitó repetir la fórmula de Fever: los nombres detrás de los singles que hicieron del disco una victoria -Cathy Dennis, Julian Gallagher, Richard Stannard- están en Body Language, pero en dos canciones discretas localizadas al final. Tampoco se lanzan a la caza de grandes nombres del establishment pop, sino que prueban a jugar con autores y productores que van de Dan Carey y Emiliana Torrini a Ash Thomas, Kurt Mantronik, Johnny Douglas y Karen Poole. Los BPM de las canciones bajan para aclimatarse a la intención seductora y van brotando referencias que van del synth pop a la música negra en sus muchas particiones. Una de las que dio Kylie cuando estaban definiendo lo que querían -sigo hablando, como ella, de su equipo- fue el álbum Cupid & Psyche 85 de los ingleses Scritti Politti (su cantante, Green Gartside, incluso aparece aquí en el tema 'Someday') pero también hay ecos de la música de baile que a principios de los años 80 sonaba callejeando en Nueva York -Tom Tom Club, por ejemplo- e incluso alusiones a los descubrimientos que Prince nos hizo en sus primeros seis o siete discos, insinuaciones sexuales incluidas. Dentro de un concepto musical que fluye tan bien, llama la atención una concesión al R&B que en ese momento coronaba las listas de éxitos ('Red Blooded Woman', ejercicio de ese estilo) pero en general Body Language va por libre respecto a lo que sonaba por la radio en cuanto a la materia prima que usa como inspiración, irradiando su propia frescura y desahogo y aún así en sintonía con las producciones de los entonces omnipresentes Timbaland o Neptunes. 

El festín de sintetizadores minimalistas de la magnética 'Slow' fue una carta de presentación diseñada para tentar como primer single, pero abundan las piezas carnosas de tecno-pop (la euforia capturada en la retrofuturista 'Still Standing'); una irresistible inclinación por lo funky ('Promises'; 'Obsession'; 'Sweet Music', celebración del éxtasis que una puede alcanzar colaborando para componer una canción); electrónica endurecida por un ritmo hip hop ('Secret (Take You Home)'), hip hop endulzado por una voz que es como un nenúfar empapado en rocío ('Chocolate') y hip hop que existe en los márgenes del sueño (el estribillo de 'Someday', una canción sobre una ruptura rencorosa aliviada por cantos oníricos); incluso un momento de pleno romanticismo enfundado en unas cuerdas que lo arriman al lado más masticado del trip hop ('Loving Days'). Canciones, la mayoría de ellas, que pueden sorprenderte contoneando tu cuerpo cada vez con más ganas o de las que tan bien funcionan cuando las escuchas bajando por la calle, imaginando por unos minutos que pisas con la seguridad de quien está que lo rompe. ¿Y a quién no le gusta eso en el momento adecuado? A lo mejor, si hubiera tenido archivado Body Language entre los discos de Goldfrapp y de Moloko en 2003 no hubiera anhelado que 'Rosebud' de U.S. Girls fuera suya. De lo que se entera uno, aunque sea tarde...

Para escuchar en Spotify:

Comentarios