Caso abierto: Vanessa Paradis - "Vanessa Paradis" (1992)

La revista Interview, que fundó Andy Warhol hace más de medio siglo, ha cambiado de manos varias veces desde que él murió (hasta la declararon en bancarrota y desapareció durante unos meses en 2018), pero en todas sus encarnaciones perdura la devoción de su creador por inmortalizar lo más mundano de una situación objetivamente glamurosa; como cuando en 2010 se dan cuenta de que Patti Smith y Vanessa Paradis son amigas (Patti incluso regaló a la francesa un concierto privado en Cannes ese mismo año) y las juntan para conversar distendidamente con el pretexto de una entrevista. Es en ese diálogo donde leo cómo acabó Vanessa en un estudio por primera vez a los doce años gracias a Didier Pain, un tío suyo que era actor: "De hecho, quien estaba grabando un disco allí era una actriz joven que a mí me encantaba. Él lo propuso en plan, '¿Quieres venir a ver un estudio de grabación? A lo mejor la conoces' (...). Ahí es donde conocí a los compositores [Franck Langolff y Étienne Roda-Gil] de la primera canción que fue un gran éxito para mí, 'Joe le Taxi'". Estoy seguro de que sin saber de su relación de amistad, la asociación de las dos mujeres en Interview le parecería a más de uno la típica genialidad enmarcada en la frivolité la publicación, concebida en una oficina por el morbo de ver de qué hablarían una artista intelectual y una cantante de pop a la que se presupone poco discurso. Pero el recorrido profesional de Vanessa Paradis no era el de una cara bonita sin nada detrás; antes de su lanzamiento internacional definitivo en 1992, con Joe le Taxi (1987) había pulverizado récords de ventas en Francia; había ganado el premio César a la actriz revelación por su provocativo papel en Noce Blanche (Jean-Claude Bisseau, 1989), película donde interpretaba a una estudiante que inicia un idilio con su profesor de filosofía; había trabajado con Serge Gainsbourg en su segundo álbum, Variations Sur le Même t'Aime (1990), su último proyecto antes de morir; y se había convertido en la imagen con la que Chanel quería rejuvenecer a su target en un anuncio icónico dirigido por Jean-Paul Goude. Desde los catorce años había llevado con entereza lo de ser una celebridad que tenía el privilegio de codearse con algunos de los mejores artistas de su país; era el cliché de la lolita francesa lo que eclipsaba el talento precoz con el que poco a poco conducía su inquietud artística, tanto en la interpretación como en la música.

Contaba una vez Lenny Kravitz que después de pasear su primer disco por todas las discográficas que se le ocurrían y ser rechazado por cada una de ellas, cuando al fin tuvo una reunión fructífera con ejecutivos de Virgin pudo ver que en un papel habían escrito: "Un cruce entre John Lennon y Prince". Luego el resto del mundo añadió a Elvis Costello, a Marvin Gaye, a Jimi Hendrix. El neoyorkino ofrecía, a finales de los años 80, un antídoto a una década saturada de producciones flacas, trucadas con tecnología hortera. "Sabía que iba en dirección opuesta a lo que hacían todos. Salió en 1989, así que lo estaba haciendo en 1988. Y entonces todo el mundo tenía este sonido tipo ochentas, muy afectado, muy grandilocuente, con baterías grandes. Así que me fui por el otro camino, hacia un espacio muy orgánico. Un espacio muy íntimo. Y utilicé un montón de equipo antiguo impresionante". Cuando en 1991 ofrecieron a Vanessa Paradis la posibilidad de grabar un disco en inglés, ella soltó el nombre de Kravitz como partenaire creativo más deseado. "No creí que fuera posible, y al cabo de dos meses lo conocí", dijo en la revista Spin. Más allá de producir sus propios discos y el primer single realmente arriesgado de Madonna, Justify My Love (1990), Lenny nunca había trabajado en un álbum entero para otro artista, y requirió que ella se implicase de lleno en el proceso creativo y en la grabación. Vanessa se trasladó al centro de operaciones de Lenny, los estudios Waterfront en Hoboken (New Jersey) que regentaba su colaborador más estrecho Henry Hirsch, para estar presente en todas las sesiones. Kravitz se encontró componiendo y trabajando simultáneamente en su próximo álbum y en el de Vanessa. "Grabamos [la canción 'Are You Gonna Go My Way'] en cinco minutos. (..) Vanessa estaba lista para entrar en su sesión, era su tiempo en el estudio pero yo aún tenía que acabar, y pensaba: 'No puede oír esto' (risas). Obviamente, hubiera sido demasiado dura para ella, pero cuando la estábamos grabando no sabía para quién sería, estaba haciéndolo todo a la vez"



Vanessa describió los meses que estuvieron trabajando en el disco como inolvidables, comparándose con un ratoncito que observaba con atención todo lo que hacía el equipo ensamblado por Lenny Kravitz, que incluía a Hirsch como ingeniero y coautor de varias canciones, además de repartirse la mayoría de instrumentos con él; y al mismo grupo de músicos que figuran en los créditos del disco Are You Gonna Go My Way: Craig Ross a la guitarra; Tony Breit al bajo; una sección de cuerda integrada por Sarah AdamsEric DelenteSoye KimAllen Whear y John Whitfield; y el añadido de Jamal Haines al trombón. Como cuando Jean-Paul Goude sacó a la Grace Jones animal gracias a la química que había entre sus personalidades, o cuando un enamorado Dominique A fue capitán del primer disco de Françoiz Breut, Vanessa Paradis (1992) es un trabajo fundado en lo que el director proyecta en su musa; un disco de los que se dejan sin título porque, aunque haya sido a través de la interpretación de otra persona, se ha logrado realzar algo intrínseco de la artista que no se había capturado antes. Kravitz imaginó a una cantante de pop sensual codificada en el lenguaje de signos de su estilo retro, con un pie descalzo en los años 60 y la punta de una boa naranja enredada en los 70, teniendo la chanson francesa muy presente incluso cuando la cosa vira hacia el funk, el rock o el soul. "Esta música esta completamente hecha a la medida de ella"explicaba él en 1992. "Intenté ajustar las melodías, entrar en su mente; llegué a pasar mucho tiempo con ella para ver qué pensaba, qué sentía".

Este disco se publicó cuando yo tenía ocho años y me empezaba a tomar en serio la artesanía de grabar canciones de la radio y videoclips de la televisión. A esa edad no percibes abismos de estilo ni de calidad entre Annie Lennox, Sade, Deee-Lite, The B-52's, Depeche Mode, Prince, Jordy, Björk, Roxette o The Beloved, por citar solo a parte del surtido que ofrecía Del 40 al 1 los sábados en Canal +. Pero uno coge hoy 'Be My Baby', el single deslumbrante con el que se presentó el disco de Vanessa Paradis, y se hace evidente que esta canción era algo especial en el entorno de la radiofórmula de 1992: un homenaje ya desde el título -compartido con el single estrella de The Ronettes- a los grupos de chicas producidos por Phil Spector o salidos de Motown, con el sonido cuidadosamente reconstruido (atención a la decisión de mezclarlo en mono en lugar de estéreo) y el magnetismo candoroso de Paradis en el centro. Una anomalía cortada por un patrón clásico que se hizo un lugar propio entre los chubascos grunges, el pop-rock suave y el dance que saturaba las ondas por entonces. No había nada (nadie) igual. Kravitz comparte la autoría de la letra de 'Be My Baby' con Gerry DeVeaux, y con el encanto inherente que aporta Vanessa la pieza transciende el ejercicio de estilo. Sobre un ritmo insistente al estilo de 'Stop! In the Name of Love' de The Supremes y los coquetos arreglos de cuerda, se explica una historia más vieja que el mundo, la inquietud que siente el principiante en el amor cada vez que se separa de quien le ha robado el corazón; mitad celos, mitad puchero en busca de recompensa inmediata en forma de compromiso.

En todo el álbum no escuchamos nada más mezclado en mono; al contrario, nos encontramos con una mezcla llamativa que hace del sonido estéreo algo diáfano y tridimensional, físico como las piezas de un rompecabezas de madera, cálido y seco como el terciopelo. Vanessa Paradis acababa de cumplir diecinueve años y estas canciones la representan en el punto justo entre la celebración de la emancipación y la credulidad de la inexperiencia. De lo que se puede culpar a Lenny Kravitz es de un exceso de flower power en un par de letras demasiado simplonas: 'Silver and Gold', que suena como una cancioncilla de guerra, y 'Lonely Rainbows', que es una delicia de balada con un punto ensoñador, sonrojan con sus clichés hippies: "¿Cuántos niños deben morir? ¿Cuántos ríos se tienen que secar? ¿Cuántos ángeles deben llorar por plata y oro?"; "Sé de un lugar sobre el arcoíris solitario / donde podemos hacer bien las cosas". Tampoco pudo resistirse a escuchar a Vanessa en una recreación bastante fiel pero suculenta del 'I'm Waiting for the Man' de The Velvet Underground, con el doble sentido potenciado en el galanteo de su voz (no era su primera vez interpretando a Lou Reed; Variations Sur le Même t'Aime se cerraba con una versión de 'Walk on the Wild Side'). 'Your Love Has Got a Handle on My Mind' se inspira en la elegancia de Dionne Warwick cantando 'Walk On By', una pieza de R&B manso e intimista, mientras 'Just as Long as You Are There' se acerca a clásicos del soul como 'Ain't No Mountain High Enough', coro gospel incluido, pero no se pierde esa sensación de distancias cortas que caracteriza al álbum, esa desnudez. Si en 'Natural High' tenemos la máxima expresión de sex appeal (el teclado Wurlitzer, los golpes secos de guitarra, Vanessa sonando tan exultante como seria en una ofrenda de amor que es una declaración de autonomía), en la psicodélica 'Sunday Mondays' nos encontramos con la evidencia de que sus días de adolescencia no están tan lejos, y se deja arrastrar a un desfile carnavalesco por el clavicordio, el trombón y unas armonías vocales propias de The Beach Boys. En la recta final, un experimento (la ambiental 'The Future Song', que no obstante tiene otra letra hippie reivindicativa), un instrumental de funky lento que es puro sexo ('Paradis') y un cierre en forma de rock ye-yé ('Gotta Have It') que deja a Kravitz como un caradura, porque solo un caradura escribiría a su musa una canción para oírla cantar piropos sobre él mismo: "Le querría si pudiera / pero su corazón es como un trozo de madera / pero tengo que tenerlo / cuidado con los daños / de Nueva York a París / hablo de Lenny Kravitz"

Esta fantasía de disco no tuvo continuidad (Paradis se centró en su carrera cinematográfica y no volvió a sacar un álbum de estudio hasta el año 2000), aunque hizo que germinase una relación sentimental entre los dos que duró aproximadamente cinco años. Por eso es de escucha obligada el álbum Live (1994), integrado por canciones elegidas de una actuación en directo en el teatro Olympia de París en 1993, la oportunidad de escuchar selecciones de su repertorio anterior ('Joe le Taxi', 'Marilyn and John', 'Tandem', 'Maxou') y algunas versiones imperdibles ('As Tears Go By' de Marianne Faithfull quizás no llega a prender, pero ¿a quién se le ocurriría la genialidad de que Vanessa se apropiase de 'Les Cactus' de Jacques Dutronc?) trasladadas a este sonido carnoso que Lenny Kravitz se inventó para ella.


Para escuchar en Spotify:

Comentarios