Escenarios: Evan Dando - La Nau (Barcelona), 4 de noviembre de 2024
Hace unos meses tuve una pequeña tertulia en Twitter para esclarecer si un reportaje recortado sobre Evan Dando era o no era de la revista para adolescentes Ragazza. Yo sabía seguro que no porque todavía guardo el ejemplar entero en casa (el número de junio de 1994 de El Gran Musical, con Juliette Lewis en la portada) pero la duda era razonable; al cantante de The Lemonheads lo convirtieron en sex symbol y aparecía indistintamente en la prensa musical y en la dedicada a soliviantar las hormonas de los más jóvenes. El mayor reclamo del artículo eran las fotos que lo ilustraban, donde muchos pudieron ver por primera vez la cara guapa de Evan sin enmarcarse en la melena que definía la vertiente más sexualizada de su imagen. Se cortó el pelo al 2 y negó que fuese una declaración de principios anti-popstar, pero lo cierto es que lo hizo en un momento en que haberse prestado a ser el chico de póster sin camiseta y verse reducido a bobo superficial entre sus colegas le había pasado factura. Evan Dando, hoy un nombre legendario de la escena indie rock bostoniana y universal entre los años ‘80 y ‘90, está girando por Europa con unos pantalones manchados de pintura, una guitarra acústica desconchada por la gracia de las décadas de historia que tiene y otra, de doce cuerdas, recién comprada. A Dando se le ha conocido en el pasado un comportamiento errático que alimentaba con todo tipo de estupefacientes y alcohol, y aunque sobre el escenario de la sala barcelonesa La Nau dijo que lleva 3 años sobrio, lo errático persiste. Lo visto ayer cuadra perfectamente con el personaje que desconcierta a sus seguidores en Twitter con publicaciones que van de lo más tierno a lo más lúcido y mordaz, aunque a menudo también de lo más dadá a lo más sórdido, tanto que en más de una ocasión hay quien le ha preguntado si necesitaba ayuda; pero Evan siempre reaparece como si todo fuese una gran broma.
Si bien es cierto que de él nadie esperaría un concierto sofisticado y académico al estilo de Neil Hannon cuando sale de gira para encarnar él solo a The Divine Comedy, lo de ayer en La Nau fue demasiado heterodoxo incluso para los que agradecemos que un músico se presente sin constricciones. Su voz cascada de barítono sigue teniendo un atractivo innegable pero Evan se dedicó a escatimarnos melodías toda la noche. No es solo que ahora mismo no alcance los agudos como antaño, sino que ejecuta todo el cancionero con una mezcla de prisa temerosa, distracción y autosabotaje. Rasga los acordes y acomete los tempos con brusquedad, pulsa las cuerdas de la guitarra sin fuerza en los dedos, deja canciones a medias, canta fuera de micrófono sin que haya detrás una intención emocional concreta, vierte algún que otro sonido gutural (a veces para imitar solos de guitarra, a veces pareciendo poco más que una burla hacia su propio material, como ocurrió para deslucir 'My Drug Buddy'). Piezas que grabadas me producen escalofríos como ‘Ride with Me’, ‘Confetti’, ‘Favourite T’ o ‘Rudderless’ se perdieron entre toda esta dejadez por su parte. Tiene un repertorio que da para una hora brillante, pero lo reduce todo a una escabechina. No llegas a ver claro si el detonador de este desorden que se le va de las manos son las secuelas de años de excesos o una preocupante inseguridad que le hace dirigir la actuación con esta sensación de atropello constante. Luego hubo detalles espontáneos que prometían y que se quedaron en anécdotas a medio gas, como cuando se lanzó a tocar ‘Unsatisfied’ de The Replacements al recordársela el sonido cristalino de esas doce cuerdas que él estaba tocando tan malamente, o cuando empezó ‘My Darling’ de Juliana Hatfield (“Una canción de Juliana que es sobre mí”, dijo), abortándola al cabo de un minuto, como varias piezas emblemáticas de The Lemonheads, 'Into Your Arms' e 'It's a Shame About Ray' incluidas.
El sonido excelente de la sala La Nau fue un desperdicio para una actuación que me dejó el desagradable regusto de la contrariedad. Entiendo la psicología del personaje y no me he ahorrado argumentos en mis pensamientos para justificarle un poco, pero la conducta de Evan en escena no fue encantadora ni adorable, ni siquiera bajo el prisma irónico propio de la Generación X sobre lo amateur; llegó un punto en que simplemente era incómoda y al final -sacrilegio- aburrida. Él, recortado bajo los focos con una figura que recordaba a un Gérard Depardieu desaliñado, regaló sonrisas coronadas por un diente de oro hasta el último minuto, firme en su papel de excéntrico que estaba ajeno a todo. Se bajó de las tablas por el lado derecho para mezclarse brevemente por el público mientras cantaba unos versos a capela, y desde el lado opuesto le vimos esfumarse sin más, me atrevo a decir que -muchos de nosotros- aliviados. A nadie le saben peor estas palabras que a mí.
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