Escenarios: Simona - La Nau (Barcelona), 6 de febrero de 2025
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Viernes noche en casa, septiembre de 2023. Enciendo la tele para ver qué retransmiten en BTV de los conciertos de las fiestas de La Mercè y me encuentro con Alvie y Jordi Chicletol -los presentadores del programa Habitació 910- dando paso a Simona, una chica venida de Argentina a Barcelona hace unos años que aparece en el escenario del Moll de la Fusta con un atuendo de novia -reducido a velo y lencería- junto a dos bailarinas. En 40 minutos paso de tener un escepticismo pedante -entendedme: es que estoy muy sorprendido- a divertirme de verdad y a acabar seducido por unas canciones que escucho repetidamente los días siguientes. Allá donde en otras artistas de su generación veo un tono gratuitamente grotesco y hostigador que no me inspira tanto empoderamiento como frivolidad, ella me parece distinta. Aunque también cultive una faceta abiertamente sexual de manera intermitente en su producción, Simona se trajo de su Mendoza natal un aire reflexivo y sensual, además de una intuición afinadísima para el pop y para insuflar a las melodías emociones que, para mí, la sitúan en un plano superior dentro del pop que se sustenta en la performance y el entretenimiento. Hay una introspección en su trabajo que es crucial para explicarla.
Desde ese día, Simona era la artista joven que más ganas tenía de ver en directo. Si bien a finales del mismo 2023 pude verla en el Live Room del Conservatori Liceu, en un showcase de músicas urbanas junto a otros artistas, fue solo una primera toma de contacto breve y en crudo que no pudo satisfacerme como verla en su salsa la noche que apareció en mi televisor. Ayer en la sala La Nau -donde sigo constatando que es una de las que mejor acústica tiene en la ciudad- brilló en su propio espectáculo con ese carisma entre el atrevimiento y la humildad, entre intimista y provocativo, que a la vez define tan bien su música. La escenografía es simple: una cuadrícula armada con cinta adhesiva amarilla sobre el suelo y la pared de la propia sala, atravesando la mesa de mezclas desde la que se disparan las pistas y desde la que pinchó para caldear el ambiente Tomi Mercado, que volvió a aparecer sobre el escenario en el último tramo del concierto. Simona se materializó sobre la tarima en medio de una neblina de luz blanca y, despojándose con ímpetu de su estola de pelo, la hizo aterrizar justo encima de la mesa haciéndose el silencio en la primera canción. Si suena a error mayúsculo, fue todo lo contrario, porque ilustró la complicidad que había entre ella y el público presente, así como su propia personalidad: se inclinó sobre el teclado para ver si lograba enderezar el entuerto, pidió una ayuda técnica que no llegaba, y acabó girándose hacia nosotros con una sonrisa proponiéndonos hacer como si no hubiera pasado nada y volver a empezar desde el principio.
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A partir de ahí, y delante de un fandom entregadísimo, empezó a derramar un surtido infalible de ese catálogo coronado por el álbum Esfera de Amor (2023) pero rodeado de colaboraciones y singles maravillosos en la línea temporal. Con un conjunto de cuero negro de reminiscencia sadomasoquista y acompañada de dos bailarinas, fue trotando sobre bases de minimal house (‘Shampoo’, ‘Esfera de Amor’, ‘Amarillo Mi Corazón’, esta última una de sus cumbres poéticas), de cumbia interpolada con drum’n’bass (‘Anfibia’), de disco-funk (‘Mentira’), de hip hop onírico (‘Bali’, la primera canción que publicó en 2019 "cuando aún no sabía ni que iba a hacer música", dijo) o de tecno más agitado (una ‘Plush’ que es una catarsis alucinada). Con Milei bien aposentado en la presidencia argentina y Trump diciendo animaladas todos los días, la política ‘Meloni’ sigue estando tan vigente como hace dos años; una pieza que debe estar en el Top 3 de las canciones contemporáneas que mejor escupen en la cara de la ultraderecha, donde cristalizan los hallazgos más perturbadores de La Zowi, la agitación de la Rosalía más estrambótica y la insolencia de las canciones más combativas de Samantha Hudson, con unas bases que son puro terrorismo y una voz que hace de la seducción una amenaza (o a la inversa). Hasta hace un tiempo era la canción más dura de Simona pero el último segmento de la actuación de ayer -tras cantar un puñado de piezas más tranquilas enfundada en una sudadera, a recordar una todavía inédita con unos arreglos de viento de tintes björkianos- dejo claro que ya no: el set se fue volviendo más oscuro y erótico conforme encadenó canciones con formas mucho más ruidosas, incómodas y a un número frenético de BPM's (sus colaboraciones con Tayhana, 'Cabalgata' y 'Ventilador', en el centro), que como los últimos singles 'Cocon' y 'Astutas' (también interpretadas en esta sección) quizás auguran un segundo álbum más sombrío que Esfera de Amor. En abril saldremos de dudas.
Habrá quien no entienda cómo uno puede emocionarse hasta el escalofrío en un concierto con estímulos de puro entertainment como este (el eterno prejuicio que resta peso transgresor al pop y a la erótica), pero a mí me ocurrió. Salí de allí inspirado por Simona y por el feedback de sus fans en un entorno abiertamente plural y queer; también con esa sensación de cuando pillas a una artista en un momento dulce e incorruptible, cuando todavía sigue siendo un secreto para las masas pero tiene un culto sólido y sospechas que podrían pasarle grandes cosas. Mi flechazo de septiembre de 2023, pantalla de televisión mediante, solo ha hecho que avivarse traspasándolo al mundo carnal.
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