Tarde o temprano: Le Pianc - "Le Pianc" (2009)

Buscando otra cosa, tropiezo con una entrevista corta que hicieron a Joe Crepúsculo en este verano de restricciones y movimientos coartados que dejamos atrás. Podría calcar y trasladar unos años más adelante la cita que La Vanguardia convierte en titular para expresar lo que vengo cavilando desde hace un par de días: "Añoro la variedad musical de la Barcelona de inicios de los 2000, era brutal". Dentro añade: "Cuando empecé con el grupo Tarántula en 2003, hubo un estallido underground muy chulo. Estaba descubriendo el ambiente musical de tocar con grupos, y había un tejido de bandas con sus públicos muy interesante". Yo me vine a la ciudad condal el otoño de 2006, después de un verano de idas y venidas en coche, sintiéndome atrevido por varios motivos: porque una amiga se venía entonces y podíamos compartir piso; por una relación sentimental incipiente; y porque por primera vez estaba conociendo a gente con la que compartía música y cine. Todo eso cubrió mi inseguridad esencial y (gracias, señor) me lo puso fácil para lanzarme y quedarme. Crepúsculo hablaba de lo especial que recuerda el bullicio musical a principios de los 2000, pero puedo dar fe de que así siguió siendo desde mi llegada hasta los primeros años de los 2010. No sé si sería porque era la primera oportunidad que tenía yo de observar la escena local de cerca y en tiempo real, todos los días de la semana si quería, pero mi impresión es que a lo largo de mis primeros cinco años en Barcelona el hervidero de actividad musical (y cultural a su alrededor) fue extraordinario. De los grupos con más recorrido -como Tarántula, Sibyl Vane o Veracruz- se ramificaban otros proyectos, muchas veces endogámicos, al tiempo que surgían más combos llenos de gente agraciada con el mismo apetito por mover las cosas, arrebatada por sonados golpes de inspiración. Desde la barrera admirabas su frescura, expectante. Casi cada semana podías ver el concierto de alguno: Tu Madre, Extraperlo, Manos de Topo, Silvia Coral y los Arrecifes, Kana Kapila, Joe Crepúsculo, ¡Pelea!, Centella, Za!, Mujeres, Bèstia Ferida, Le Pianc, Thelemáticos, La Otra Gloria, Senderos, Me and the Bees, Capitán, Arponera, Viva Ben-Hur, Svper, Villarroel... ¡Cómo no sucumbir a la nostalgia de unos días cuando todo era tan colorido! El panorama era tan prolífico que dabas por hecho que el dique nunca se secaría.

Si a escala internacional los 2000 empezaron con abundancia de grupos aclimatados al lenguaje post-punk y new wave que se dio entre 1978 y 1982, podría decirse que los conjuntos nacidos en Barcelona en esa época también abrazaron esa fuente de inspiración, pero siendo los herederos naturales de las formaciones más clarividentes de los años de la movida y de la onda siniestra que en España vino a llamarse after-punk. La edición de 2010 del BCNmp7 -un ciclo anual ideado por el CCCB "con la voluntad de subrayar la especificidad musical de Barcelona"- selló esa relación maravillosamente, juntando sobre el escenario a miembros de grupos veteranos con formaciones afines de esa nueva generación: Morfi Grey (La Banda Trapera del Río) con Tarántula; Pedro Burruezo (Claustrofobia) con Extraperlo; Gaby Alegret (Los Salvajes) con Mujeres; y Manolo Crespo (Kamenbert) con Le Pianc. Esa tarde de abril, en el teatro del CCCB, fue la tercera vez que vi actuar a Le Pianc en menos de un año -otro detalle que delata lo mimados que estábamos con toda la actividad, sin pensar en el vacío que (nos) quedaría cuando faltase- y sus conciertos eran pura diversión. Era difícil no contagiarse de sus ganas de juerga con el trajín de sonrisas cómplices que se cruzaban, sus bailes instrumentos en mano y la genética de unas canciones armadas para pillarte desprevenido y reírse contigo. 

Le Pianc por Dani Cantó en marzo de 2007.

Bautizado en 2004 con el nombre de una playa de Cadaqués que una vez pintó Dalí, este numeroso grupo de amigos se juntaba desde hacía años para hacer música con el mismo hábito que otros quedan para ponerse al día mientras beben cerveza y pican cacahuetes, pero las ideas que cristalizaron en Le Pianc se dispararon cuando Abel Puyol (saxo, xilófono, voces) empezó a traer letras al local y, con ellas, musas que ayudaron a que las aportaciones de todos confluyesen como no lo habían hecho antes. "Sin las letras no sé si lo hubiésemos podido acabar de hacer como lo hemos hecho", concedía Sergi Puyol (guitarra) entrevistado en la emisora iCat en 2009. "Fue quien trajo letras, después la idea de hacer pop, de poner un ritmo de tal manera, de que cantasen dos chicas...". Habrá a quien le cueste aceptar un verbo como "confluir" para describir lo que ocurre con el total de ideas que nutren unas canciones tan disparatadas a primera escucha. Los más insensatos asumen que grupos como The B-52's -con el que fueron comparados a menudo- componen jugando a la ruleta de la suerte y de la inspiración divina, pero lo cierto es que en una banda con tantos contribuyentes, aunque haya un grado de prueba y error en los ensayos, tiene que haber un trabajo más intenso de edición y síntesis. Le Pianc condecoró por unanimidad a Sergi como supervisor -o director de orquesta, como se le llamó en alguna ocasión- para estar alerta de "cómo darle coherencia a una canción. A veces tenemos muchas cosas y cómo juntarlas es algo que cuesta pensar; darle sentido, tomar decisiones"

Maquetas que autoeditaron en CD como Smell-Call-Take-Love... You! (2006) quizás tuvieran un aura de timidez comparado con lo que vendría, pero ya recogían su intención de retorcer el pop al uso en canciones como 'Cucaracha' o 'I'm a Ketchup Sauce'. En el espacio temporal que transcurre entre sus dos primeros singles (In, On Off, Play... Stop!, 2006; y Bis Morgen..., 2008) se nota que ganaron seguridad para ser más intrépidos con su imaginación. Cuando entran a grabar su primer álbum en los estudios Maik Maier de Barcelona el verano de 2008, Le Pianc son siete: Abel, Sergi, Laura Rodríguez (voz), Carol Pujadas (voz), Pol Hortal (bajo), Aleix Sentís (batería) y Lambert Guri (órgano). Bajo la custodia del sello barcelonés Sones, Le Pianc saluda al mundo en febrero de 2009 con quince temas de los cuales solo uno se acerca a los tres minutos, producidos por Jens Neumaier y Maik Alemany. No puedo decir muy bien por qué no machaqué este disco cuando se publicó, pero una década después estoy machacándolo todo lo que no lo hice entonces. Este es un pop que no sabe de ingenuidad, que siempre yuxtapone imágenes chocantes, y así se ha mantenido tan fresco; para muestra el primer botón: en 'Through My Window' la guitarra de Sergi te agita como la de Ricky Wilson (The B-52's); Carol juega a ser una cantante de soul a trote de una canción surf macabra; y luego están esas interrupciones en forma de rebuznos de asno que transforman a la banda instantáneamente en teleñecos descoyuntados. La letra pasa de lo inofensivo ("Puedo oler el pastel de manzana a través de mi ventana") a lo inquietante ("Puedo ver la bala atravesar mi lúcida cabeza"). Abel se suelta con los idiomas, escribiendo en inglés, alemán, francés y un poco de japonés, y si uno sigue los textos libreto en mano se da cuenta de que Laura y Carol se tomaban sus licencias con las sílabas tónicas y átonas para encajarlas en las melodías, sumando más excentricidad. 

'Through My Window' es solo el caballo que encabeza un carrusel de referencias musicales y colores encendidos por el surrealismo (el surf pop tétrico también define a 'The Visiting Card' y 'Poor Poor the Egg', donde un huevo se pregunta por el filosófico dilema del huevo y la gallina, acabando aplastado mientras cantan "No puedes hacer una tortilla sin romper un huevo") que deja rastros de mala leche incluso en los temas donde se permiten algún gesto melancólico ('The Strangest Day I Ever Went Through', 'Douceur Poignante dans le Cerveau' o 'Chinese Girl', una historia narrada a modo de leyenda que empieza en voz baja y se encrespa como si vengase a la castigada protagonista). También nos invitan a imaginar a Marine Girls como una banda de charlestón de los años 30 ('Dull Times') o a Aventuras de Kirlian cruzando la frontera francesa para pasar el día en la playa de Guéthary ('1935'), pero se desgañitan a gusto en la parte del repertorio donde los experimentos aluden más directamente a ese post-punk europeo, conciso, austero, que les lleva a sacar canciones como 'Monotonous Beat', 'Jazz Club', 'Ichi, Ni, San, Shi' o la concluyente 'Noch Zeit', donde el saxofón -que en ocasiones ha sonado tan plácido como una melódica- respira con desasosiego, la guitarra y las voces cortan el aire como gestos de kárate y el xilófono te toca tendones que te llevan a bailar con espasmos. Le Pianc solo nos dio otro álbum (Zig-Zag, 2010), más refinado sin perder su esencia. ¿Acabó de verdad esta fiesta? En cualquier caso, que quede claro que esto no ha sido una exhumación; no están muertos, siguen de parranda.

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