Tarde o temprano: Mikel Erentxun - "El Abrazo del Erizo" (1995)

A menudo, cuando quedo con una de mis amigas más antiguas para ponernos al día, nos resulta inevitable rememorar anécdotas de la adolescencia y evocar a la gente que conocimos cuando íbamos al instituto; una época abundante en carencias, hipersensibilidad, crueldad y risas que nos sigue fascinando. Un día, recordando la postura y la ropa que llevaba un profesor, caímos en la obviedad de que entonces nos parecía que la mediana de edad del claustro debía rondar los cuarenta y cinco años, cuando en realidad la mayoría de ellos probablemente solo doblaba nuestros torpes quince. Acercándose a la trentena peligrosa e irreversiblemente estaba Mikel Erentxun cuando escribió el conjunto de canciones que integra El Abrazo del Erizo (1995), pero era como si los grupos de la nueva hornada independiente y los medios especializados más conectados a la vanguardia le envejeciesen con los mismos ojos que nosotros envejecíamos a los profesores; como si fuese una parte del establishment ante la que había que amotinarse, echarse unas risas a su costa o simplemente ignorar dibujando polígonos en la esquina de una libreta cuadriculada. La ruptura y la negación de lo que te precede es una especie de ley de vida cuando hablamos de relevo generacional, y el propio Erentxun lo sabe muy bien, como afirmaba en una entrevista de 2015: "«No quiero acabar como Miguel Ríos», decía, y Miguel era entonces más joven que yo ahora. Vaya estupidez, estaba muy equivocado. (...) Con la ignorancia de la juventud, decíamos disparates". Las credenciales que él podía exhibir a los recelosos desde que empezó con Duncan Dhu -estar en el sello independiente Grabaciones Accidentales, que además de ser uno de los más veteranos y aventurados en el ámbito nacional también traía a nuestras tierras catálogos como el de 4AD; edición de sus discos en Bélgica e Inglaterra por los afamados Disques du Crépuscule y Creation, respectivamente; portada de Rockdelux en 1988; un catálogo cuidado a sus espaldas- deberían haber servido para que las formaciones de pop de nuevo cuño le acogiesen con el mismo calor que los ingleses arropaban a Paul Weller y a Edwyn Collins a mediados de los 90, pero no era así. 

Si bien por el lado artístico me resulta incomprensible, entiendo mejor que todas esas bandas que estaban empezando con propuestas que las multinacionales no apoyaban como en los años 80, y que no tenían grandes medios para grabar o promocionarse, se sintieran muy alejadas de artistas respaldados por los presupuestos de un sello grande (Grabaciones Accidentales ya había sido absorbida por Warner en 1993) o que acudían a galas de Los 40 Principales. Pero a Mikel Erentxun, aun sin conocer al dedillo la extensión de su discografía, siempre lo he visto como un verso libre dentro de la música que en aquel momento tenía las puertas abiertas de la radiofórmula, con una inquietud por crecer artísticamente como la que pudiera tener Christina Rosenvinge, quien aún lo tuvo más difícil y acabó literalmente en el exilio. De hecho, El Abrazo del Erizo se me antoja pariente de Mi Pequeño Animal (1994) de Christina y los Subterráneos; dos discos publicados con un año de diferencia, infravalorados e incomprendidos, desubicados en un mercado discográfico de masas español que no engullía música con esta intención poética y a la vez ignorados por esa nueva generación que insistía en hacerles el vacío. Hoy resulta aún más llamativo pensar en cómo se pudo prescindir de reseñar trabajos con esta factura en las páginas de las revistas -como si viniesen de la facción más babosa y mediocre de lo que nos llegaba desde las multinacionales- en favor de hablar de discos tan justitos y a la postre anecdóticos como uno de Guedeon Della, por mucho que apoyar a la escena musical emergente fuera un deber importante. Recién publicado el disco a finales de 1995, Erentxun comentaba con cierta tristeza ese desencuentro generacional: "Ven con prejuicios a los grupos que llevamos más tiempo y hemos vendido un número importante de discos; se cierran en sí mismos y sólo miran a fuera. Yo creo que es un error, pero me interesa lo que hacen. (...) al margen de que muestren indiferencia, son el futuro de la música. (...) ahora es el turno de gente como La Buena Vida, Le Mans, Family -mi grupo favorito-, El Inquilino Comunista, Australian Blonde, Los Planetas...". Que no pudiese cohabitar con ellos (mucho más cercanos a él de lo que Duncan Dhu pudiera estar de Miguel Ríos) queda como un dislate solo entendido dentro del propósito de matar al padre, cuya rectitud siempre acaba relajando la edad y el tiempo.



Precisamente la edad y la preocupación por el paso del tiempo de Mikel definieron su estado de ánimo al componer El Abrazo del Erizo, refiriéndose a él como un álbum inspirado por la crisis de los treinta -cuando empezó la grabación del disco en junio de 1995 los había cumplido hacía pocos meses- y viéndolo como el segundo capítulo de una trilogía que comprende las primeras referencias a su nombre, iniciada pues con Naufragios (1992) y culminada con Acróbatas (1998); trabajos muy influidos por el pop británico, grabados en Londres con músicos de allí y que de algún modo muestran un arco narrativo en su evolución: la primera es una colección de canciones que suena suavizada y más cercana al lenguaje de cantautor; la segunda, le muestra mucho más natural y desenvuelto; y la última, un primer atisbo de madurez desde un enfoque más elaborado en los arreglos. Para El Abrazo del Erizo Erentxun volvió a contar con Colin Fairley, un productor de referentes (Elvis Costello, Nick Lowe, Ian McCulloch) que ya se había encargado del sonido en discos de Duncan Dhu y en su debut en solitario. Por su contacto con Alan McGee (el dueño del sello Creation), Noel Gallagher estuvo a punto de ser el guitarrista en las sesiones de grabación, pero sus compromisos a raíz del rápido ascenso de Oasis lo hizo imposible y él mismo le recomendó a Mark Gardener (Ride), que se unía a un conjunto de músicos que ya incluía a Phil Spalding (bajo), Pete Thomas (batería), Robert Quine y Marc Ribot (ambos guitarra). Sin contar los coros anecdóticos de Miguel Bosé en 'Levanto el Vuelo', cuya letra firma, solo el cuarteto de cuerda Electra Strings se inmiscuye en algunas de las canciones -de manera excelsa en las dos más intimistas- de un disco que mantiene un agradable equilibrio entre la melodía y una electricidad pulida pero encendida.

"Me estaba acostumbrando a vivir de la música, a mirarla más como negocio que como arte", reflexionaba en 1995, "y ahora he vuelto a tener las inquietudes que se tienen cuando se empieza". El repertorio de El Abrazo del Erizo lo avala capturándolo rejuvenecido. La sufrida crisis de los treinta fue un revulsivo del que salió con ganas de sacudirse el acomodamiento de encima y eso se vio reflejado en un puñado de canciones inmediatas, enmarcadas en un sonido homogéneo pero dinámico (una crudeza refinada que me recuerda a discos como Become What You Are [1993] de The Juliana Hatfield Three, aunque entonces él escuchaba a Gene, Elastica, Oasis o Supergrass); canciones que lo mismo navegan la euforia que la melancolía gracias a unas letras de altura donde colabora su mano derecha Jesús María Corman y, puntualmente, Juan Eguía ('Ahora Sé que Estás') y Alfonso Pérez ('Frases Mudas'). Lo más cautivador de El Abrazo del Erizo es su frescura y un romanticismo articulado con tal naturalidad que no empalaga, sino que te hace dar un respingo por empatía. Enfrentado a sus recuerdos y a esa sensación de que el tiempo de la candidez se ha escurrido entre las manos, conjuga las imágenes de sinsabores amorosos vistas con los ojos todavía brillantes ("El sol doraba nuestro pelo al atardecer / pero no doró nuestras carteras, a nuestro pesar / envejecimos de repente sin resolver / estas equis de juventud") y también las de esa desorientación personal que escuece ("No son nubes de verano / tienen la velocidad / de la sangre que circula por mis venas / es decir, de un estanque / de un pantano / es mi eterna indecisión"). Desde la delicadeza de 'El Cielo Es del Color de las Hormigas' y 'Colección Privada' a los medios tiempos electro-acústicos como 'No Pido Nada Más' y 'El Abrazo del Erizo', pasando por el ardor que te contagian 'Frases Mudas', 'De Espaldas a Mí' o 'Ahora Sé que Estás', Mikel Erentxun estaba en estado de gracia como compositor de pop. Y aun así me atrevo a decir que el momento crucial en El Abrazo del Erizo no está en su voz, si no en la de su hermana pequeña Leire cantando sola los estribillos de 'Ahora Sé que Estás': en ese dibujo melódico impreciso tan dulce yace la máxima expresión de la pureza que Mikel ha estado evocando en todas estas piezas.

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Comentarios

Unknown ha dicho que…
Excelente ✌️