Imperdible: Suede - "Sci-Fi Lullabies" (1997)

Unas semanas atrás, estuve en el concierto que dio Suede en la barcelonesa Razzmatazz como parte de una gira cuyo pretexto ha sido celebrar el 25 aniversario del álbum Coming Up, o como apostillo siempre en mi cabeza (no sin cariño), el disco donde al productor Ed Buller se le fue la mano con las frecuencias agudas para inmortalizar la voz de Brett Anderson. No les vi en directo en los años 90, cuando mi máximo acercamiento físico fue -solo podía ser- mediante la cinta magnética de VHS, los recortes y un libro firmado por Jesús Llorente que editó La Máscara ("Póster de regalo y carátulas de CD"), pero quedé impresionado por su energía cuando finalmente pude hacerlo en 2013. En Razzmatazz -para mí el primer concierto con el sudor estrujado a base de golpes en más de dos años-, la facción más bruta y cegada de sus seguidores me hizo sulfurar en algún momento y desconcentrarme de aquello que me estaba emocionando, pero al final hay que entender que así son sus conciertos: Brett Anderson hace que esas casi dos horas giren alrededor de la gente, aunque todo dependa exclusivamente de su incansable figura. Lo que quedó claro con el repertorio íntegro de Coming Up y la selección de la segunda parte (‘Killing of a Flash Boy’, ‘Metal Mickey’, ‘We Are the Pigs’, ‘Animal Nitrate’, ‘New Generation’) es el poder rotundo de unas canciones atemporales, impecables, que siguen levantando todas las pasiones románticas y violentas que pregonan de una forma sorprendente, produciéndose un auténtico feedback con la audiencia. Justine Frischmann se marchó de la primera formación de la banda y se planteó la génesis de su propio grupo Elastica como "una reacción al drama de Suede" porque "estaba harta de todo el rollo del 'amor y veneno de Londres'", pero asumiendo que la música y las interpretaciones de Brett son teatrales, lo son desde un ángulo opuesto a la épica efectista. A mis oídos es una teatralidad finísima; la confluencia de sensibilidad, deseo y frenesí se derrama en cada canción con la convicción de que no existe nada más importante que las emociones encapsuladas en los cinco minutos que dura. En su libro de memorias Coal Black Mornings Brett dice: "La prensa nos describió como la banda con menos sentido del humor desde Joy Division, que pretendía ser un desprecio irónico, pero yo me lo tomé como el mayor cumplido: ¿por qué algo tan transformador, apasionante y celestial como la música no iba a tener un peso y una gravedad que trascienda lo trivial y lo mundano?". Otra pista, también en el libro: "Me di cuenta bastante pronto de que la gran mayoría del arte, si no todo, trata de alguna forma sobre el amor. Años después empecé a aplicar esto a mi propia escritura, siempre enmarcando las canciones dentro de un contexto humano y emocional, permitiendo que los dramas y las fricciones entre personas sean el vehículo que revela verdades más amplias y profundas"

Nunca he olvidado la primera vez que escuché a Suede la primavera de 1993. En la habitación donde trabajaba mi padre siempre estaba puesta Radio 3, y uno de los fines de semana que me tocaba ir a verle sonó 'Animal Nitrate'. Cuando llegó el estribillo pensé si no sería una canción de Siouxsie & the Banshees -esos "ohhhhh" magnéticos que desde preescolar había escuchado a la Sioux en canciones como 'Burn-Up' (la cinta de Peepshow corría por el coche)- y me sentí un listillo de nueve años. Más tarde vi a Brett Anderson acurrucado en una butaca con un señor trajeado que tenía cabeza de cerdo, a quien besaba y golpeaba entre luces y sombras. Ver repetidamente el videoclip de 'Erotica' de Madonna unos meses atrás ya parecía algo prematuro, pero creo que el imaginario de Suede me resultó más apabullante con menos empeño; que esa historia de violencia psicológica donde el sexo adquiere la triste forma de la dependencia emocional, aunque aún no podía entenderla, agitó algo en mí. A un niño no le pasa por alto ese nivel de subversión viendo Del 40 al 1 en el mundo de hace tres décadas. La libreta donde iba apuntando los discos que me compraba dice que Sci-Fi Lullabies (1997) fue el primero que tuve de Suede; me gasté la paga para tenerlo en julio de 1999, mismo mes en que compré Experimental Jet Set, Trash and No Star de Sonic Youth y el debut de El Inquilino Comunista. Que me hiciese con una recopilación de caras B, en vez de con alguno de los discos donde estaban las canciones que adoraba, se explica por la atracción incontenible que siempre tuve por todo lo que oliera a retrospectiva, pero es que Sci-Fi Lullabies no es una cualquiera de su especie: muchos lo consideran el disco esencial del grupo.


Curiosamente, la imagen elegida para el título ("Nanas de ciencia ficción") está vinculada de manera simultánea a la faceta más perversa de Suede y a la más enternecedora: proviene del verso de una de las canciones donde Brett llama al desorden público en su segundo álbum ('Introducing the Band') pero también aparece en la letra de una cara B sentimental que se quedó fuera de esta recopilación ('This World Needs a Father'), brindando un fondo estremecedor a esta colección de piezas que declaman sobre altas y bajas pasiones en las calles, encarnadas por personajes que se pavonean cegados por la lujuria mientras se rinden ante un romanticismo que sabe a furor; descarados o vulnerables, lúcidos o con resaca, o todo a la vez. Publicados entre 1992 y 1997, y en ningún caso incluidos en los álbumes, los veintisiete temas del doble Sci-Fi Lullabies vienen a atestiguar que Suede no fue una banda que reservase su mejor material para los álbumes y se desprendiera de las composiciones menores en las caras B de los singles, aunque entrevistado en 2016 Anderson admitió que las exigencias del mercado discográfico hicieron que la premura afectase a la artesanía: "Algunas canciones del segundo disco no se acercan a la calidad de las del primero. Y es sobre todo porque para entonces ya había empezado lo de sacar varias versiones de un mismo single. La compañía de discos quería más canciones para las caras B. Con los primeros cuatro o cinco singles no tuvimos que hacerlo. (...) Al principio, las canciones nos salían solas, y más tarde nos metían en el estudio para escribir unas cuantas caras B. Creo que una de las cosas que hace que Sci-Fi Lullabies suene tan bien es que no nos estábamos esforzando demasiado. Y hay algo que decir al respecto. Volviendo a la producción de Coming Up, nos estábamos esforzando demasiado en ser ostentosos".

Para muchos, la sensación de que el disco 1 de Sci-Fi Lullabies supera con creces al 2 se debe a que las primeras once piezas pertenecen a la época en que componer era labor exclusiva de Brett Anderson y Bernard Butler (guitarra, teclado) -que integraban Suede junto a Mat Osman (bajo) y Simon Gilbert (batería)-, un tándem creativo que podía recoger el cetro de Morrissey y Johnny Marr en el pop británico sin tiritar de miedo, dándose un claro paralelismo entre sus perfiles, sus virtudes y los emocionantes resultados. Butler se marchó en 1994 en medio de una fricción insoportable con sus compañeros y con el productor Ed Buller cuando aún tenían que acabar de grabar Dog Man Star, pero junto a Brett concibió la identidad de Suede; un guitarrista sin igual que raras veces se acomodaba en un acorde de manual sin romperlo con alguna melodía abrasadora, que se educó de manera autodidacta tocando obsesivamente sobre las canciones de The Smiths, Aztec Camera o New Order cuando era adolescente y salió de la cáscara como heredero no solo de Johnny Marr, sino de otros aventurados con el instrumento como John McGeoch. Anderson, por su parte, traía consigo un amalgama de ideas que no podían rehuir el drama de la música clásica que escuchaba su padre y los poemas de Edward Lears que recitaba en voz alta, la bilis de Crass y los Sex Pistols, la esencia del Bowie que escribió 'Quicksand', los mundos sensuales de Kate Bush y Morrissey, y la perspectiva de un joven criado en un barrio de clase obrera, hábil para dar una pátina de belleza al desaliento y a los anhelos más descarnados. 

De todo ello y más nacieron canciones excelsas que a menudo dejaba en el limbo de la ambigüedad sexual ("cuando cantaba sobre 'él', quizás era yo cantando como si fuera una mujer que cantaba sobre mí"), y de las que firma aquí con Butler no hay ni una que baje del sobresaliente: desde la electricidad psicodélica que colma 'He's Dead' y 'To the Birds' (ese estribillo que abre el cielo cuando estás absorto en un mantra sostenido en re) al deseo sexual sugerido en 'My Insatiable One' y el irresistible morbo de la temeridad y la violencia en 'Killing of a Flash Boy'. Esas son las que hacen vibrar la carne; luego están las que hacen temblar el espíritu, medios tiempos que al fin y al cabo son las verdaderas nanas de ciencia ficción. Algunas tienen tal cualidad narrativa en su desarrollo musical que parecen pequeñas películas ('High Rising'), algunas discurren etéreas ('Where the Pigs Don't Fly'), algunas con ese tono melancólico que solo Brett puede elevar a la categoría de capital ('My Dark Star'), algunas afinan tanto para capturar el sentimiento de pérdida que te pulverizan; en ese sentido, 'The Big Time' y 'The Living Dead' son fascinantes: la primera, una despedida de alguien a quien el éxito está dejando irreconocible ("Ahora él está en su gran momento y tú estás en medio") que te conmueve con la frialdad que recorre el fondo de los acordes; la segunda, quizás la pieza más rotunda de Sci-Fi Lullabies a nivel emocional, es un desolador de tú a tú entre una pareja de adictos a la heroína ("Si yo fuera la esposa de un acróbata ¿parecería un muerto viviente, chico? / estás sobre el alambre y no puedes volver / (...) Pero, ¿qué harás tú solo? Porque yo me tengo que ir"). Las últimas canciones de Anderson/Butler que se publicaron fueron la dinámica 'Whipsnade' (los juegos de estéreo dándole un toque de misterio a las estrofas y haciendo del estribillo algo del todo ensoñador) y 'Modern Boys', uno de esos retratos románticos de la juventud en la periferia que tanto inspiraba a Brett. Es curioso y pertinente que sea esta, la más ligera de sus colaboraciones, la que abra paso a su siguiente etapa.


Era difícil imaginar que Suede pudiera sobrevivir a la ausencia de un miembro crucial en el campo creativo y un guitarrista tan personal como Bernard Butler, el tipo de virtuoso que un músico de sesión académico y desalmado no puede imitar. Sin embargo, apareció un adolescente de diecisiete años que barrió a medio millar de candidatos emulando a Butler a la perfección, lo suficientemente valiente como para unirse al grupo con la publicación del álbum Dog Man Star a la vuelta de la esquina seguida de una gira mundial. Richard Oakes (guitarra) se convirtió enseguida en el nuevo partenaire musical de Brett y dio la talla con creces en su primera entrega: 'Together' era todo adrenalina, lo suficientemente compleja como para sorprender -esa transición inesperada entre estrofa y estribillo- suministrando la mezcla perfecta de lascivia, acritud y euforia para ser marca de la casa sin poder señalar carencias. 'Bentswood Boys', que como 'Together' apareció en el single New Generation (1995), era más sencilla y agradable, una especie de secuela de 'Modern Boys'. A partir de ahí, el material de Sci-Fi Lullabies gira alrededor del tercer álbum del grupo, Coming Up (1996), un trabajo que partió de la premisa de simplificar, de ceñirse al pop como reacción a los momentos más oscuros y casi sinfónicos de Dog Man Star. Con la incorporación de Neil Codling (teclado) y de nuevo con Ed Buller en la producción, el glam opulento y retrofuturista de clásicos instantáneos como 'Trash' y 'Beautiful Ones' dio a Suede sus mayores éxitos hasta entonces, pero algunas caras B de 1996 y 1997 avalan que el apremio por sacar canciones como churros obstruyó el flujo de la inspiración: las melodías en autopiloto de las repetitivas 'These Are the Sad Songs' y 'W.D.S.', o la redundancia baladí de 'Money', quedan muy lejos de sus picos creativos y quizás se hubieran beneficiado de un tiempo de maduración que las hubiera transformado en algo más sustancioso. 

Es una certeza que el disco 2 carece de los arcos dramáticos que hacen tan intenso el recorrido por la era Butler, pero cuando las canciones tienen buena planta como para ser un digno apéndice a la chispa de Coming Up, uno se olvida. Pasa con una 'Young Men' tocada por la gracia de Ziggy Stardust ('Sadie' también juega la carta glam, pero con menos picardía); pasa cuando enfilan el estribillo exultante de 'Every Monday Morning Comes' ("Tú y yo vemos los pájaros en el mar / la gente en las calles / hacemos lo que nos da la gana / pero todos los lunes por la mañana llegan"); cuando Brett vuelve a cautivarte con la realidad de la vida en la periferia en 'Jumble Sale Mums' y 'This Time'; cuando te parece que 'The Sound of the Streets' es tan buena que podría ocupar el lugar de 'Lazy' en Coming Up. Esta es una de las que firma Brett en solitario, como la lírica 'Another No One' y 'Graffiti Women', que discurre con una sensualidad intrigante. Junto a Mat Osman escribe 'Europe Is Our Playground', regrabada expresamente para Sci-Fi Lullabies con el arreglo que adquirió en directo a lo largo de 1997, un envoltorio ambiental que es un beso lento en la boca de Brian Eno. Cierra el disco 1 porque cronológicamente así le toca, pero el grupo fue astuto dividiendo justo ahí los dos volúmenes porque su tono decadente es el colofón ideal para las emociones fuertes de la etapa 1992-1994. Despidiendo el disco 2 está la única colaboración de Brett con el teclista Neil Codling, 'Duchess', donde la decadente es la malograda protagonista. Las primeras veces puede parecer una cancioncilla, pero desprende una tierna compasión. 

Me pongo a pensar en otros discos de caras B que conozco: Dead Letter Office (R.E.M.), Pisces Iscariot (Smashing Pumpkins), The Complete 'B' Sides (Pixies), The Destroyed Room (Sonic Youth), My Body, the Hand Grenade (Hole), Incesticide (Nirvana)... Todos me parecen artefactos que cumplen de forma sobresaliente con su función archivística y solo por eso ya son fascinantes. Pero Suede tiene en Sci-Fi Lullabies una obra magna indiscutible. Quizás la única recopilación de su especie de la que se puede decir tal cosa sin temblar ni hacer el ridículo.


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