Escenarios: Laetitia Sadier & The Source Ensemble + Allen Epley - Sala VOL (Barcelona), 23 de mayo de 2024
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Laetitia Sadier |
He tenido que buscar en el archivo de mis redes sociales para recordar qué dije la última vez que vi a Laetitia Sadier encima de un escenario, cuando Stereolab tocaron en la sala Apolo en noviembre de 2022. Acompañando una foto que hice desde el balcón del lado derecho, posición privilegiada para empaparse del fervor que había entre el público además de fijarse en lo que hacía el grupo, condensé la sensación preponderante en estas frases: "Raro avistamiento sobre un escenario, para los tiempos que corren, de personas dotadas de una humanidad que solo puede transmitirse mediante trabajo honesto y humildad genuina. Compartir espacio con Stereolab casi me hace olvidar que este mundo perverso se va al traste". He buscado esto porque lo que sentí en la sala VOL el pasado jueves era un placentero déjà vu y sospechaba que podría repetirme. Lo confirmo; si no hubiese encontrado estas líneas las hubiera replicado palabra por palabra, sustituyendo Stereolab por Laetitia Sadier & The Source Ensemble.
Podría incluso hacerlo extensible al artista invitado que abrió la velada bien pasadas las nueve de la noche, el americano Allen Epley, un músico veterano que el año pasado sacó el primer disco a su nombre pero que lleva desde los años '90 en bandas como Shiner y The Life and Times. Todos estos proyectos no habían llegado a mi atención por los azares de la vida, así que Epley fue un descubrimiento preciado. Escuchando en casa sus distintos trabajos, especialmente el último, el oído se deleita con arreglos versátiles y atmosféricos, pero a la VOL solo se trajo una guitarra Fender Jaguar, un pedal para crear loops como único apoyo y los sentimientos inflamados de sus canciones. El muestreo de su trayectoria consistió en una selección de piezas entre el slowcore y el emocore, con acordes y decisiones armónicas elaboradas emanando de esa guitarra que distorsionó en el grado justo para crepitar sin apabullar. Su voz también se recrudece en este marco respecto a la voz grabada; si bien 'Thousand Yard Stare' dio inicio al set desde un lugar plácido (aunque cantaba "Estoy roto y no se me puede arreglar"), las canciones pronto empezaron a revelarse como cautivadoras desde una épica admirablemente natural, como si estuviese desgañitándose en intimidad para curar sus heridas pero en exteriores; era paradójico: un músico solo con un instrumento en una sala con aforo de 100 personas me estaba inspirando la imagen de verle tocando para él mismo entre montañas inmensas y disfrutando de cómo éstas le devolvían el eco. Lo que hizo con 'Shift Your Gaze' y 'Life as a Mannequin' fueron verdaderas cumbres de la noche. Se despidió con una canción inédita, lúgubre, construida a partir de un coro de voces a capela.
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Allen Epley |
Con la sala ya llena y expectante, Nina Savary (teclado, voz), Emma Mario (batería), Xavi Muñoz (bajo) y Laetitia se fueron abriendo paso entre el público para subir al escenario. Son los mismos músicos que la acompañan desde hace unos cuantos años (así fue en su última visita a Barcelona en 2017), un combo que ha acabado bautizado con nombre propio con toda la autoridad. Es de esos conciertos en los que no necesariamente estás esperando escuchar una canción concreta ni resta placer a la experiencia no conocer al dedillo el catálogo completo de quien toca; solo hay que estar mentalmente presente y cazar al vuelo todo lo que te regala. Laetitia Sadier tiene una posición alta en mi lista de artistas que honran el oficio y la especie, algo en lo que vengo pensando toda la semana cuando la tengo en frente en la sala VOL. Es raro, en el sentido de valioso, estar delante de alguien con un nombre que en sí mismo es historia del pop y sentir que nada de lo que hace se acerca lo más mínimo al personalismo. Hasta ahí llega su compromiso con la idea de comunidad. Sadier, en el imaginario de muchos, es un nombre tan icónico y lleno de información como PJ Harvey, Björk o St. Vincent y aun así, por mucho que te empeñes en adorar cada pequeño gesto suyo porque te enamora de verdad, lo que sientes es que te está incluyendo en todo, no que la estás admirando desde un desnivel.
Tras una canción flotante que funcionó como introducción, Sadier se calzó la guitarra eléctrica y nos agitó con un par de esas piezas que nadie como ella sabe acuñar para hacer del vocabulario jazz algo saltarín ('Una Autre Attente', con sus parones abruptos, fue memorable), la mayoría pertenecientes al flamante Rooting for Love (2024). Con el instrumento también hace que lo complejo parezca fácil: es zurda y siempre ha tocado una guitarra para diestros sin cambiar el orden de las cuerdas, con lo que su técnica se basa en acordes aprendidos al revés de como los aprende cualquiera. El concierto está regado de sonrisas (entre los músicos mientras tocan, entre el público cada vez que acaba una canción), alguna payasada simpática y miradas cálidas por parte de Laetitia, que creo que nos dedica, por lo menos, una a cada uno de los asistentes a lo largo del concierto; es muy observadora, y mientras toca levanta la vista con curiosidad o para cerciorarse de cómo lo está recibiendo el público y con ese contacto ocular sientes su gratitud. Ovaciones largas siguieron a las interpretaciones maratonianas de 'Don't Forget You're Mine' (el retrato de un hombre acomplejado que apaliza a su mujer por no poder soportar que una noche se lleve todas las atenciones por un éxito personal, que nos dejó helados precedida por la explicación de la letra) y 'Who + What', antes de la cual dijo: "Depende de nosotros decir quién y qué queremos ser para el mundo que dejaremos a las generaciones venideras. Por supuesto nos dirán que no somos nada, pero tenemos muchísimo poder creativo". Cada vez que nos habló, fue con consignas de lo más razonables para vivir y dejar vivir en paz; nada sorprendente pues las observaciones políticas en sus canciones siempre son pro-ser humano y muestran preocupación genuina por la salud de la civilización. Entre las varias sorpresas (como cederle el micrófono a Nina Savary para cantar la bossa nova 'The Dash'), en el tramo final destacó la alucinada 'Cloud 6', pensada como una performance donde pesó el sampler y un ambiente ventoso y noctámbulo (aires de Nico en esas repeticiones armónicas), casi de ciencia ficción, donde Laetitia se entregó a la expresión corporal y al playback e incluso se acercó por sorpresa a un chico para cantarle unos versos prácticamente al oído. Otra ovación ensordecedora. 'Reflectors' (del disco anterior, Find Me Finding You), con ese estrés irresuelto en su ADN, puso fin al concierto con la constatación de que esta canción ("La escribí antes de que Trump llegase al poder y todo eso", explicó) había presagiado todo lo que ahora está mal en el planeta y cuyo mensaje concluyente no puedo evitar citar: "Donde estoy me doy cuenta / de que lo que creía universal era solo mi convicción / las guerras no pueden vencer nuestros problemas / el estatus, el prestigio, no significan nada en esta era / solo un sentido de la dignidad y un mundo interior / traerán consigo la paz mental". Un nuevo día se siente genuinamente nuevo después de que Laetitia te insufle el aliento de un boca a boca salvador mediante esta música que hace comprensible lo complejo y que por eso suena tan humana.
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