Escenarios: Marianne Faithfull - L'Auditori (Barcelona), 29 de julio de 2009


Por una de esas ironías de la vida de las que más te vale reírte, la semana pasada acabé viendo a Madonna desde la distancia a la que creía que vería ayer a Marianne Faithfull, y a ésta la vi desde la distancia a la que estaba convencido que vería a Madonna en el Estadi Olímpic. es la primera vez que me he llevado sorpresas comprando entradas para L'Auditori por internet; un error garrafal, seleccionando asientos del mapa del primer anfiteatro en vez del de platea -probablemente a causa de hacer la gestión muy temprano por la mañana-, me alejó de Faithfull. Lo peor es que no me di cuenta hasta que nos hicieron levantar de los asientos equivocados, en tercera fila frente al escenario, y tuvimos que irnos escaleras arriba, desde donde vimos una magnífica perspectiva de la banda al completo y no perdimos detalle de nada, pero no tengo duda de que la velada hubiera ganado muchos enteros de haber podido estar a escasos metros de Marianne.

Acercarme a su música, entender su voz, se me hizo en su día muy difícil. Alguien preguntaba ayer antes del concierto si era una cantante de jazz, y me di cuenta de que es complicado explicar la trayectoria de alguien como Faithfull: empezó a mediados de los años 60 cantando canciones de pop ligero, se acercó al folk, resurgió con un disco clave en plena era post-punk, se sumergió en el cancionero de Kurt Weil… Sus interpretaciones de Weil fueron, precisamente, las que me la vendieron completamente (su inconfundible voz rota suena especialmente convincente y real en ese contexto de cabaret decadente berlinés), y a partir de ahí entré con más paciencia en sus discos. Marianne es, por resumir, una excelente intérprete con un vasto y ecléctico catálogo, que rara vez no sale airosa cuando se enfrenta a una partitura, y que se encuentra ahora mismo en un momento de esos en los que todo parece encajar, en que parece poder combinar todas sus encarnaciones con naturalidad.

De hecho, eso es lo que hace en su último disco, Easy Come, Easy Go, que presentó ayer en Barcelona tras su baja forzada del año pasado; un disco-festín de chanteuse a la antigua en el que insufla nueva vida y toda su personalidad a una veintena de canciones clásicas y recientes. Apareció puntual sobre el escenario, con esa elegancia tan suya, casi protocolaria pero encantadora, al frente de una banda de siete músicos a la altura de las circunstancias, que se mueven con estilo entre los suaves toques de un combo de jazz, la contundencia de un grupo de soul cuando enfatizan los vientos y la textura detallista de un rock crudo pero de fino paladar. Tras un emocionante inicio con ‘Times Square’, monumento hiriente y nostálgico de uno de sus discos más oscuros de los 80, durante la primera mitad dedicó especial atención al repertorio de su último trabajo -se despojó de la chaqueta al ritmo de ‘Down from Dover’, y sonaron sus lecturas de Solitude’ (popularizada por Billie Holiday), ‘The Crane Wife 3’ (The Decemberists) o una ‘Salvation’ (Black Rebel Motorcycle Club) al borde del soul gospel-, segmento que solo se vio interrumpido por la feroz ‘Broken English’, primera de las tres visitas a la obra maestra a la que da título, y que conserva todo su poder subversivo, aumentado en formas por la presencia de los vientos, el ruido de la guitarra y el pulso funk.

‘In Germany Before the War’, desoladora pieza épica que remite a ese género germánico que tan bien le sienta, resulta ser un magnífico epílogo antes del intensísimo tramo final, en el que repasa cuatro cartas clave en su trayectoria: primero, la delicada ‘The Ballad of Lucy Jordan’, una de sus canciones más populares, seguida de esa ‘Sister Morphine’ de los Rolling Stones para la que escribió la letra (su primera letra) y que le debió pertenecer desde el principio, pues nadie como ella encarna mejor sus palabras; no en balde fue uno de los mejores momentos. Tras ello, le recordó a quien no lo supiera cómo empezó todo, cuando ella tenía diecisiete años, e interpretó la emblemática ‘As Tears Go By’ en su arreglo original, y lo aderezó todo con el mejor cierre posible en forma de ‘Why D’Ya Do It’, esa bronca movida por los celos y llena de lenguaje sexual explícito que provocó un tremendo contraste y que no acabó de prender simplemente por sonar con un arreglo de reggae más ralentizado.

Con la audiencia plenamente satisfecha (si tuviera que hacerle un reproche, solo sería que estuvo algo estática) y una Marianne visiblemente contenta (sonrió todo el tiempo, dio las gracias e hizo reverencias en numerosas ocasiones), volvió para tocar el ‘Dear God Please Help Me’ de Morrissey y puso el punto y final a la velada con una significativamente emocionante ‘Sing Me Back Home’, canción que le enseño Keith Richards hace décadas y que en el disco interpreta con ella. Solo lamenté que Barcelona se quedara sin ‘Crazy Love’, una debilidad personal que Nick Cave escribió para ella y que sí que ha sonado en otras ciudades durante esta gira. Al encenderse las luces, ovación y flores –no podía ser de otra manera- para una dignísima Marianne Faithfull, y el deseo de que no sea la primera y última vez que pueda verla. Queda pendiente un encuentro de cerca, Marianne.

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