Tarde o temprano: Christina Rosenvinge - "La Joven Dolores" (2011)

Hacia finales de 2008, en la gira de presentación de Tu Labio Superior, Christina Rosenvinge parecía haber conciliado todas las versiones de sí misma. En su set podía barajar y revisar canciones de los Subterráneos, de su etapa neoyorquina y de la actual sin que nada pareciera rechinar. De muchas maneras, su regreso a España en 2005 marcó la cumbre de una aventura que parecía enfilar su curso en círculo. El éxodo fue un estímulo para dar forma a sus trabajos más arrojados hasta entonces: empezó explorando el rol de cantante europea delicada que Lee Ranaldo veía en ella para Frozen Pool (2001); permaneció desnuda bajo una lluvia noir sujetando en cada mano canciones de Foreign Land (2002); y maduró esa picazón experimental de manera excelsa en Continental 62 (2006), ya entre Estados Unidos y España. Su reencuentro con el castellano y su colaboración con Nacho Vegas la devolvieron, adulta y segura tras todo el aprendizaje, al área de estudio de la canción pop de autor de corte clásico. Recorriendo esa senda, refinada y cada vez más cómoda, queda retratada en La Joven Dolores (2011).

Lo primero que define a este disco frente a los anteriores es la sensación de sosiego y paz, consiguiente al bullicio sanguíneo que movía a la protagonista de Tu Labio Superior a través de juegos de flirteo y poder. Superada esa etapa, alejada del desorden y el nervio sentimental más juguetón, parece como si Rosenvinge se tomara tiempo para pensar, realzando ahora una inclinación nostálgica y solitaria; conjugaciones en tiempo pasado que le llevan a recurrir a figuras mitológicas como Eva, heroínas frágiles y confundidas que no son utilizadas como puntales para intelectualizar gratuitamente su discurso, sino que sirven para enfatizar la femineidad tan sensible que se percibe entre líneas en La Joven Dolores, hablando a través de su voz. Basta con escuchar la ternura acústica con que 'Canción del Eco' da inicio al disco, con Georgia Hubley (Yo La Tengo) en el papel de la ninfa que repite las palabras de ese Narciso que la trata con desdén; o el triste aliento arrepentido de la mujer de Lot en 'Desierto' a causa de la curiosidad fatídica que la convirtió en estatua de sal (“en el cielo sentí un alud / (…) perdón por la ingratitud / por desobedecer / es que me falta esa virtud / cerrar los ojos, correr”), la voz de un fantasma sobre un vals noctámbulo que se puede subrayar como uno de los instantes más hermosos de su discografía. A penas el bajo y las notas inarmónicas de piano que aparecen fugaces en 'Mi Vida Bajo el Agua' antes de que florezca el estribillo tienen la labor de desestabilizar al oyente, un espejismo de las contorsiones experimentales de antaño en medio de un mullido colchón de flores color salmón y pelusa de diente de león. Las intervenciones de Chris Brokaw y Charlie Bautista a la guitarra o de Aurora Aroca al violonchelo se mantienen en esta ocasión contenidas y no distraen; configuran sabiamente un trenzado que evoca la brisa primaveral mediterránea que inspiró a Christina para escribir estas canciones.

Como escritora, y retomando lo mencionado sobre su depuración en el campo del pop de autor, cada vez necesita dar menos rodeos: la luz trémula del deseo refrenado en 'Eva Enamorada' abrevia acertadamente la vulnerabilidad del personaje e inspira compasión; los acordes mayores en 'Jorge y Yo' bastan para dibujar con precisión los recuerdos de infancia al lado de su hermano, añoranza de un tiempo de juegos y despreocupación ya lejano. Sigue manteniendo el gusto por el puntual gesto amenazante (blues-folk fronterizo viajando en un leve traqueteo de batería en 'Tu Sombra') y también un mínimo de desenfado travieso, como cuando toma el papel benevolente ante un amante con quien las cosas no pueden funcionar en 'Weekend' (instantáneamente tarareable), pero sobre todo en el tema que despide el disco, 'Debut': flirteo y consumación sexual mediante vocabulario de costurera (“Me enhebra”) que como epílogo a este conjunto concreto de canciones queda pelín fuera de lugar. Christina Rosenvinge aún no ha publicado dos discos iguales, pero La Joven Dolores tiene algo de continuista respecto a su anterior trabajo, una característica que no he percibido tan intensamente en otras ocasiones. También me lanzo a considerar que quizás sea éste el más homogéneo y delicado; el más “seguro” hasta la fecha. Me gusta la Rosenvinge que escarba en lo incómodo y lo animal, que no lima los bordes, y quizás sea eso lo que echo de menos. Ella lo debe saber mejor: no era el momento de perturbar. Aquí se incluyen al menos cinco canciones que engrosan lo más destacado de su repertorio; hacerse un ovillo en ellas una temporada es más que suficiente. Ya habrá tiempo para que vuelva a intrigarme.


(*Nota: Esta reseña la escribí como encargo para la sección Disco del Mes del número 13 de la revista I Like Magazine, que no llegó a publicarse. Mañana exploraremos los dos discos que personalmente considero clave de Rosenvinge).

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