Imperdible: Bat for Lashes - "Fur and Gold" (2006)
Nunca me imaginé como el protagonista de un cuento, agitando una espada con una corona de principito que de repente descubre que tiene un deber, y es que el género fantástico nunca fue uno que llamara mi atención en exceso. Nunca tiraron de él para hacer que me durmiera o que desplegase mi imaginación cuando fui un niño, y supongo que los únicos mundos estrictamente mágicos que tengo presentes pertenecen a la versión de Alicia en el País de las Maravillas que produjo Disney. Han sido personalidades que se han alojado en mi mundo ya en la vida adulta como Owen Pallett, Mary Timony o Joanna Newsom (la Björk que escucha la fricción de las placas tectónicas y la convierte en algo ilusorio y rebosante de sentimiento sería también un claro precedente) quienes me han enseñado a disfrutar en universos que respiran en otras épocas o directamente dimensiones. Todos ellos guardan en común la sabia ilustración de historias que basculan entre la naturaleza y la irrealidad de la fantasía, da igual que sea levantando el polvo de sendas medievales que dando forma a criaturas animalescas de rasgos y colores utópicos. Fur and Gold, el disco con el que debutó en 2006 Natasha Khan bajo el nombre de Bat for Lashes, es uno de mis más recientes y sin duda destacables añadidos a la lista de álbumes que podemos relacionar con dicho género. Ya en la portada -una sombría Khan junto a un caballo blanco delante de lo que sería su hogar, haciendo referencia a la escapada repentina de la vida cotidiana- vemos representada la fantasía épica que protagoniza en el primer tema, ese que pertinentemente nos pone en situación al principio de la aventura en la que se embarca y tras la que deberá amanecer con una lección aprendida, con una misión resuelta. "Me despertó una luz dorada y mística de noche, mi cabeza empapada por el agua del río / (...) Me dijeron: 'Tienes que llevar esto puesto / eres la elegida, ahora no hay vuelta atrás' (...) El olor de los gigantes de madera de secoya / un banquete para las sombras / El caballo y yo somos bailarines en la oscuridad", canta en 'Horse and I' sobre el pulso de un clavicordio trepidante y una caja de guerra.
La manera de sugerir el deseo y la curiosidad por destapar aquello que está escondido o que es desconocido entronca directamente con la esencia de las heroínas de viajes reveladores como el que ella propone, jugando a imaginarse como una niña o una adolescente precoz, impávida y espabilada, impaciente por saber y por crecer. Dicho viaje transcurre sin efectos especiales, sin trampa ni cartón; un amalgama de instrumentos tradicionales, electrónica contenida, percusiones sensuales que suenan como la arena de un reloj y arañazos de plantas carnívoras que, en forma de guitarras ruidosas en la trastienda o bajos que erizan la piel, le brindan al conjunto una cualidad misteriosa altamente atractiva. La ternura del desamor en spoken word de 'What's a Girl to Do?' ("Caminábamos pegados, pero no sentía su tacto") oscurece en un estribillo que utiliza el a priori manoseado ritmo de 'Be My Baby' de The Ronettes con una perversidad inaudita que pocos habían osado probar hasta entonces, y con la misma tensión desestabilizadora (notas de bajo persistentes, inamovibles) circulan 'Sarah' (la historia de una suerte de fémina mitológica torturada) y una impecable 'Trophy', que a través de shakers y palmas nos dirige también a un estribillo amasado en lo más profundo de un bosque de brujas.
El tránsito de 'The Wizard' tiene la fragilidad de un paseo con cautela, expectante por cada gota que pueda resbalar de una hoja, por cada insecto que pueda moverse, pero el fondo es explícitamente sexual. Estremece en la descriptiva calma, hermosa, de 'Seal Jubilee' ("El perro del faro levantó la ceja, los árboles tullidos se inclinaron para gruñir / los cisnes luchaban con los conocimientos de toda una vida, acurrucaban el pasado en la esperanza"), en el hinchazón emocional de 'Bat's Mouth' mediante crescendo de coros y cuerdas, y en 'Sad Eyes', la pieza que más directamente se dirige a alguien, una balada de lo más sencillo que podemos oír en el disco apoyada en el piano. La cuerda pinzada y el autoarpa le dan un aire ciertamente místico a 'Tahiti', en cambio en 'Prescilla' es un contrapunto luminoso a al ritmo bailable de los golpes y las palmadas. La voz de Natasha Khan, que no he mencionado todavía, es papel de pergamino rozado por un aliento apasionado y siempre sensual. 'I Saw a Light' pone fin al fantástico cuento, despertando de él cuando las visiones se vuelven gratuitamente despiadadas e incomprensibles ("Vi una luz brillando sobre un coche / y dentro una pareja se había suicidado / (...) La vi brillando entre los árboles / y recogí mis cosas"). El deseo de regresar a la ternura de la infancia, alargarla, habiendo sido testigo de un dolor y una responsabilidad indigeribles.
La manera de sugerir el deseo y la curiosidad por destapar aquello que está escondido o que es desconocido entronca directamente con la esencia de las heroínas de viajes reveladores como el que ella propone, jugando a imaginarse como una niña o una adolescente precoz, impávida y espabilada, impaciente por saber y por crecer. Dicho viaje transcurre sin efectos especiales, sin trampa ni cartón; un amalgama de instrumentos tradicionales, electrónica contenida, percusiones sensuales que suenan como la arena de un reloj y arañazos de plantas carnívoras que, en forma de guitarras ruidosas en la trastienda o bajos que erizan la piel, le brindan al conjunto una cualidad misteriosa altamente atractiva. La ternura del desamor en spoken word de 'What's a Girl to Do?' ("Caminábamos pegados, pero no sentía su tacto") oscurece en un estribillo que utiliza el a priori manoseado ritmo de 'Be My Baby' de The Ronettes con una perversidad inaudita que pocos habían osado probar hasta entonces, y con la misma tensión desestabilizadora (notas de bajo persistentes, inamovibles) circulan 'Sarah' (la historia de una suerte de fémina mitológica torturada) y una impecable 'Trophy', que a través de shakers y palmas nos dirige también a un estribillo amasado en lo más profundo de un bosque de brujas.
El tránsito de 'The Wizard' tiene la fragilidad de un paseo con cautela, expectante por cada gota que pueda resbalar de una hoja, por cada insecto que pueda moverse, pero el fondo es explícitamente sexual. Estremece en la descriptiva calma, hermosa, de 'Seal Jubilee' ("El perro del faro levantó la ceja, los árboles tullidos se inclinaron para gruñir / los cisnes luchaban con los conocimientos de toda una vida, acurrucaban el pasado en la esperanza"), en el hinchazón emocional de 'Bat's Mouth' mediante crescendo de coros y cuerdas, y en 'Sad Eyes', la pieza que más directamente se dirige a alguien, una balada de lo más sencillo que podemos oír en el disco apoyada en el piano. La cuerda pinzada y el autoarpa le dan un aire ciertamente místico a 'Tahiti', en cambio en 'Prescilla' es un contrapunto luminoso a al ritmo bailable de los golpes y las palmadas. La voz de Natasha Khan, que no he mencionado todavía, es papel de pergamino rozado por un aliento apasionado y siempre sensual. 'I Saw a Light' pone fin al fantástico cuento, despertando de él cuando las visiones se vuelven gratuitamente despiadadas e incomprensibles ("Vi una luz brillando sobre un coche / y dentro una pareja se había suicidado / (...) La vi brillando entre los árboles / y recogí mis cosas"). El deseo de regresar a la ternura de la infancia, alargarla, habiendo sido testigo de un dolor y una responsabilidad indigeribles.
Para escuchar en Spotify:
(La última canción del enlace de escucha es un tema extra de la reedición británica del álbum en 2007, su versión de 'I'm On Fire' de Bruce Springsteen)
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