Tarde o temprano: Sea of Bees - "Songs for the Ravens" (2010)

(Ya hace unos días que me rondaba por la cabeza la idea de recuperar esta reseña que hice para I Like Magazine, y hoy se me ha hecho irresistible al revisarla y ver que el documento original tiene la fecha de hace justo un año, el 20 de septiembre de 2010. Este pequeño descubrimiento, sugerencia del director de la publicación, me acompañó cuando me desplazaba en bicicleta las primeras mañanas en las que nos empezó a azotar el fresco otoñal. Mañanas como las de los últimos dos días. Una vez más, a uno le sorprende que se cumplan aniversarios de tantas cosas y de manera tan rápida).




Dicen que, para ir bien, la música debe funcionar sin el contexto; me refiero a que no debe evocar la figura del creador y entenderla entonces según fantaseemos con su vida. La emoción será auténtica cuando ahí reconozcamos algo universal o cuando aboquemos nuestro contexto; cuando haya algo que dispare imágenes animadas en nuestra cabeza, escalofríos y recuerdos de cosas atractivas e inestimables o perturbadoras y desagradables, pero siempre familiares.

En ese sentido, Songs for the Ravens (a mí me) funciona. Lo ubico en un algún lugar entre la calidez y el cencio, como un paseo en invierno pero yendo bien abrigado, y por algún motivo me remite a la adolescencia: está calado hasta los huesos de delicadeza (me niego a decir “inocencia”; ¿qué tal “pureza”?), de anhelo, y de esa introspección rumiante, fantasiosa, propia de cuando alguien está impaciente por saber qué es lo que le concederá el mundo a su enorme corazón. La teoría del contexto se me desmontaba esta mañana, cuando leía una enternecedora historia sobre cómo a Julie Baenziger (la esencia de Sea of Bees) no le habían dado su primer abrazo hasta los dieciséis años, explicada por ella misma. Volviendo a escuchar el disco tras conocer ese pequeño dato, la emotividad de esas sensaciones que ya había tenido se ha visto aumentada, ni que sea un poco, al confirmar en cierta manera la honestidad de todo lo que se escucha.

Si pudiéramos colocar un folio en blanco encima de cualquiera de estas canciones y frotar con un lápiz del número 2, podríamos completar un precioso trabajo de campo lleno de texturas suaves, no sin que se nos ensuciara el papel: sí, hay minúsculos apuntes electrónicos y piano, pero en la médula están la leve distorsión bajo las guitarras acústicas ('Gnomes', 'Marmelade') y una irresistible percusión primitiva ('Skinnybone'); incluso los giros vocales pueden recordar a la Alison Goldfrapp que se arañaba las rodillas en bosques de hojas moradas salpicadas de humedad ennegrecida, pero Julie, ajena a la oscuridad, mira detrás de cada rama, expectante. Un trabajo destacable por su inquietud y por su conmovedora fragilidad. Notable, muy notable debut.


Para escuchar en Spotify:

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