Minutos: Vic Chesnutt - 'Sponge' (1992)


"Una de las cosas improbables de las que estoy más contento en mi vida es de haberle enviado a Vic una postal que le inspiró la canción 'Sponge'. No fue por nada que yo le escribiera; fue la fotografía de la postal, tomada por Helen Levitt en 1939. Tres niños pequeños en una vieja escalera de entrada en Nueva York. Llevan máscaras ordinarias y nos miran a nosotros y al mundo de un modo totalmente impasible, hermoso, y posiblemente aterrador."
Jem Cohen, director de cine, en su página web; 2004.

Levitt fotografió a unos niños que salían de su edificio para empezar la ruta del "truco o trato" de Halloween por otras casas. Se me van los ojos irremediablemente hacia el varón que saca la lengua, mostrándose desafiante y seguro. Parece que lo sepa todo precisamente porque aún no sabe nada. Que la niña mire al frente con la máscara atravesada y sin atar le da un aspecto provocador e imprevisible, pero en cualquier caso es el uso de esas máscaras lo que aporta a estos niños ese aire de insensibilidad y firmeza que se nos pudre paulatinamente conforme avanzan los años. La insensibilidad del infante tiene la crudeza de la falta de empatía y se lleva como una insignia, con orgullo; la del adulto, a menudo, es el callo que le ha salido al ingenuo que ya ha expuesto excesivamente sus sentimientos demasiadas veces; es más bien una desoladora herramienta.

Vic Chesnutt, que nos dejó el día de Navidad hace cuatro años, estaba exhausto. A Vic no se le conocía otra insensibilidad que no fuera la que le paralizaba sus extremidades desde que sufrió un aparatoso accidente de tráfico en 1983, cuando tenía dieciocho años. Su corazón permaneció escurridizo y no desarrolló durezas a pesar de todas las cosas que se lo rompían cada día, y aún así se las apañaba para enfrentarse a sus fantasmas con un saludable sentido del humor autodespreciativo, insignia y herramienta, que se manifestó también en su obra pero que no le bastó para ahogar su pesar. 

Escribió 'Sponge', publicada en el disco West of Rome (1992), cuando iba a cumplir prácticamente una década sentado en una silla de ruedas. La conmoción que sintió al ver a esos niños enmascarados en la postal que le envió Jem Cohen le llevó a componer una de sus canciones más lóbregas y descorazonadoras, enredada en la soledad, el cansancio y el desgaste que padece el ser humano cuando pierde la frescura conforme el dolor y la decepción se cruzan enmarañados en su camino. Cuando dice que "el mundo es una esponja", lo dice con rencor y con repudia. "El placer está fundiéndose como chocolate / la cinta azul de mis agallas la he perdido / el jugo de mi carne debe haberse filtrado por alguna parte / (...) A lo largo de esta fea excursión / he estado murmurando lo convexo de aquello que debería estar diciendo a gritos / pero pronto me callaré, pronto no oiréis nada / porque el mundo es una esponja".  Las magnéticas cuerdas (violín y chelo de sus sobrinas Liz y Mandi Durrett) suenan como el mal agüero recitado por un viento caprichoso, acechando a un Vic Chesnutt sobrepasado pero nunca melodramático. En su voz quebrada y el rasgueo melódico de esa guitarra acústica (que solo él sabía cómo estaba afinada para tener una rica paleta de notas y a la vez ajustarse a la dificultad de movimiento de sus dedos) oigo el verdadero abandono de quien ha entendido el funcionamiento de la vida, del interesado amaestramiento de nuestra naturaleza.

En medio de la indigestión de sentimientos que rodea toda conclusión de año, me importa poco el espíritu navideño y bondadoso que baja por nuestras gargantas con aturdimiento, sin entender y sin cuestionar por qué. Desde que se quitó la vida, no necesito que nadie me recuerde la efeméride de la muerte de Chesnutt porque su discurso sí que me importaba y me acompañaba. Ahora le celebro a él en el día de Navidad. Con la aspereza de su lección (una de muchas y diversas) despido el año desde este rincón.

'Sponge' apareció en el disco West of Rome,
producido por Michael Stipe y publicado en 1992
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