Caso abierto: Dubstar - "Disgraceful" (1995)

Cuando le compré este disco en formato CD a la pareja de mi padre, que hace diez años se estaba deshaciendo de toda la música en formato físico por cincuenta céntimos la pieza, no estaba nada familiarizado con él. Hojeé las páginas del libreto, que bailaban porque los agujeros de las grapas ya estaban dados de sí, y lo digitalicé enseguida. Un par de años más tarde, reproduciendo música aleatoriamente en el ordenador, sonó una canción y no podía asegurar de quién debía ser. Pensaba que era un remix de Lush de esos que acababan como tema extra en un CD-single de 1996, cuando en el Reino Unido estilos como el indie pop, la música de baile y el trip-hop gozaban de cumbres casi gemelas de aplauso y entre los artistas de las distintas escenas se daban armónicos intercambios. Me equivoqué; era una canción de este disco. Pondría la mano en el fuego y diría que me ocurrió más veces: creyendo que sonaba The Beloved hasta que entraba la voz femenina y me daba cuenta de que no; o que era un no-single de Pet Shop Boys; o alguna canción que no recordaba de entre las últimas cinco del Republic de New Order. Acababa siendo otro tema de Disgraceful (1995). Por supuesto, esto dice más sobre lo mal que conozco mis discos de electropop británico que del peso intolerable que pudieran tener las influencias de Dubstar en su música. Tenían peso; pero contado así podría interpretarse que todo resultaba en un karaoke y sería injusto. La canción que sí tenía presente antes de poder reconocer nada más de Disgraceful era la excelsa 'Stars' que, como a muchísima gente la primavera de 1996, me dio a conocer a este trío formado en Newcastle a penas tres años antes. Su discográfica la publicó como single por segunda vez confiando en la corazonada de que la modesta acogida que había tenido el verano anterior no había sido más que una cuestión de mal timing. El nuevo intento afianzó la creciente popularidad de Dubstar en el Reino Unido a la vez que les hizo visibles en muchos países europeos asomando más allá de los circuitos de música independiente aunque, a causa de eso y para muchos a día de hoy, su recuerdo se asemeja al que se tiene de un one hit wonder; una asociación curiosa porque en el álbum hay pinceladas y decisiones estéticas que les acercan a las producciones de eurodance cuya cursilería se instalaba en nuestros cerebros por mucho que nos fuese imposible mencionar el nombre de cualquiera de sus cantantes.

Al dedicarle tiempo de calidad a este álbum con el paso de los años se me ha revelado su artesanía; una personalidad montada con piezas de ese universo pelín hortera pero afortunadamente y sobre todo con retales del legado musical inglés contemporáneo (desde el tecno pop de los años 80 al fulgor del dream pop y la cultura de la música de baile) cortados con un patrón fiable. Era el mero reflejo de los gustos de cada uno de sus miembros: Chris Wilkie (guitarra) llevaba moviéndose en la escena de Newcastle desde que formase un grupo de versiones de The Smiths cuando era un adolescente y se arrimó a Steve Hillier (programaciones, teclados) a principios de 1992, cuando supo que era el único disc jockey que "ponía el tipo de cosas que normalmente solo podía escuchar en mi habitación, grupos como Ultra Vivid Scene y Throwing Muses". A Sarah Blackwood (voz), criada escuchando a ABBA y a The Beatles pero rendida ante Depeche Mode y Pet Shop Boys en la pubertad, ya se la conocía en Newcastle por su insistente manera de insinuar que quería formar parte de una banda como fuese, sin importarle mendigar unos tristes coros. Los dos amigos la oyeron cantar en una cinta que cayó en sus manos a finales de 1993, cuando ya estaban maquetando canciones bajo el nombre de The Joans y dándose cuenta de que Hillier no era tan buen cantante como compositor, así que Sarah se hizo con el puesto.

La vocalista recordaba en 2011 cómo una tarde, al cabo de unas semanas, todo empezó a encajar. "Me pasé por casa de Steve en Jesmond después de la universidad en un día oscuro de invierno. (...) Nos juntamos alrededor del monitor Atari para escuchar los frutos del día de trabajo: 'Stars' y el primer arreglo de 'St. Swithin's Day'. Tengo un recuerdo maravilloso de las caras expectantes de los chicos iluminadas por el color verde de Cubase en el ordenador mientras yo no dejaba de tener escalofríos... Mirando atrás, fue el día que dejamos de ser The Joans y nos convertimos en Dubstar". La emoción estaba justificada: son con diferencia las dos piezas que mejor logran recoger toda su intención pop aumentándola con una intensa melancolía, un potente ingrediente del que carecen otras canciones de Disgraceful que, a pesar de ser declaraciones de amor u otros apuntes de la vida sentimental, no van más allá de la pegadiza frivolidad. Con su mezcla de programaciones sedosas, cuerdas sintetizadas, ritmos más granulosos en segundo plano y la guitarra acuosa de Wilkie, 'Stars' suena tan privada como trascendental y por eso llamó la atención de tanta gente. "Sacaremos nuestros corazones fuera / dejaremos atrás nuestras vidas / miraré cómo salen las estrellas", canta Sarah, y aunque todo el texto parece referirse a los momentos difíciles que atraviesa un artista cuando no encuentra a quien conecte con su obra, es como si diese aliento a cualquier incomprendido para que no deje de confiar en lo que le importa. En 'St. Swithin's Day', versión de un tema compuesto por el cantautor Billy Bragg y publicado en 1984, la receta sustituye ese aislamiento por la congoja a causa de una relación que ha terminado inesperadamente.

Mucho se les mencionó a Saint Etienne por los paralelismos formales -tríos con cantantes femeninas tocayas, cruce de estilos cristalizado en pop electrónico, colores retro- pero Sarah Blackwood proyecta su voz con menos sensualidad que la Cracknell. Se asemeja más a un Neil Tennant con el aliento helado en lugar de vaporoso, aunque las melodías tienen la misma cualidad etérea y comparten desarrollo dramático al estilo Pet Shop Boys en títulos como 'Not Once Not Ever' o la delicada 'The Day I See You Again'. Era razonable que Food Records -la subsidiaria de EMI que les fichó- consiguiese que el productor de los autores de 'West End Girls', Stephen Hague (también en los créditos de discos de Erasure, New Order, Marc Almond o One Dove, todos en la órbita sonora de Dubstar), ordenase en el estudio lo que el trío había empezado con su manager y productor Graeme Robinson, quien también toca la batería en los dos temas más cercanos al indie pop de su tiempo: la saltarina 'Popdorian', que podría formar parte del catálogo de Sarah Records; y el vals ensoñador de 'Just a Girl She Said', que con su letra irónica sobre el papel pasivo de una chica cuando alguien se la quiere llevar a la cama y los complejos cambios de acordes, parece una combinación de los puntos fuertes de Emma Anderson y Miki Berenyi en Lush. Me gustan más entonces que cuando gana peso el matiz hortera de influencia europea, momentos de los que unas veces salen más airosos ('Anywhere', disco suave con interludios de hip hop) que otras (el arreglo reggae de la simplona 'The Elevator Song'). Tras 'St. Swithin's Day', el álbum se cierra con la canción que le da título; la agradable suma de su mejor juicio: una guitarra derretida con un soplete de la marca Cocteau Twins como introducción, electrónica downtempo, arreglos atmosféricos que flotan dejando un anillo brillante alrededor de la vocalista y una letra agridulce sobre una pareja que no entiende por qué no se ha separado todavía.

Sarah Blackwood encontró un talisman para ganar la confianza que le faltaba sobre el escenario inspirando su maquillaje en el de Edie Segwick, la compleja musa de Warhol a quien un amigo le dijo que se parecía tras una noche de fiesta, mientras el rímel le resbalaba por una mejilla. "Desde que tengo walkman, estoy a punto de que me maten constantemente. Vas deambulando por ahí, pensando que la vida es una película de pantalla grande", le contaba a la periodista y escritora Cailtin Moran, que en 1995 ya escribía sobre música para The TimesDisgraceful posee cierto glamour, es cierto, pero por mucho cariño que le haya cogido al disco con el paso de los años, me da la sensación de que le falta el factor que hacía de gente como Segwick una personalidad fascinante sin hacer nada especial y que lograría que esta música me ensimismase hasta el punto de la desorientación. Que la música te transporte tan lejos que solo un sobresalto como la bocina del coche que va a atropellarte te haga poner los pies en el suelo es intenso, pero no tan corriente. ¿Qué escucharía Sarah en sus paseos?

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