Imperdible: Karen O - "Crush Songs" (2014)

Cuando visito a mi madre tengo la costumbre malsana de dedicarme a poner orden a toda la vida que tengo documentada allí; desde la guardería hasta que me emancipé a los veintidós años, que no es poco. Siempre se te ocurre algo que hace tiempo que no ves, siempre hay algo que tirar, algo que te horroriza o que te hace saltar las lágrimas. Los papeles, los tickets, las fotos sueltas, los dibujos y los apuntes acaban esparcidos a mi alrededor en la cama, algunos medio colgando y volando hasta el suelo si me muevo un milímetro, y no hay vez que no me pregunte por qué me he vuelto a regalar ese dolor de cabeza por mucho que me fascine el revisionismo histórico. Esta vez me lo tomé en serio y hasta fui a comprar carpetas al bazar chino, dispuesto a cerrar la cronología definitiva de lo que quería conservar. Del espacio temporal comprendido entre mis primeros dibujos de gente desnuda y las nóminas de un trabajo veraniego terrible ya en la veintena, lo que más me escandalizó fue darme cuenta de cómo había vivido las primeras veces que me había gustado alguien y se había abierto la mínima posibilidad de involucrarme emocionalmente con él, y es que está todo escrito en borradores que luego me molestaba en pasar a limpio para darlos a los interesados, junto a cuartillas de folio donde copiaba los mensajes de texto que me habían enviado al teléfono móvil antes de tener que eliminarlos por falta de espacio. El afán por capturar esos instantes efímeros de ensueño que me parecían excepcionales, registrar todo lo que sentía y ofrecérselo a quien estaba inspirándolo, habla de un ansia por conmover e intentar llegar al corazón del otro que me ha movido siempre cuando me he lanzado a por el afecto de los demás; como cierta desesperación romántica por ganarte a un cómplice incondicional creyendo que puedes emocionarle simplemente porque tú te has emocionado mucho primero. Ahí ya hay un error de calibración de peso. Lo que más me asustó fue darme cuenta de que nunca he dejado de ser así; la madurez no ha aplastado este rasgo porque no puede, porque es gaseoso y escapa a la razón en cuanto se te presenta otra posibilidad.

Para los románticos empedernidos y los abonados al pensamiento circular más peligroso, sentir atracción por alguien y tener la posibilidad de acercarte a él es algo difícil de llevar con serenidad cuando se dan los tiempos muertos, sobre todo si quien te intriga se mueve en los márgenes del suspense o, simplemente, porque la emocionalidad te impide leer cualquier cosa con claridad y tiendes a la inquietud, y de ahí a un nerviosismo que hunde tu buena compostura. "El desamor es uno de los sentimientos que te hace sentir más viva. Es decir, te reduce totalmente a un escombro, pero no sientes eso muy a menudo en la vida, y una vez que te has estabilizado, ya está, así que ¿quién no quiere revisar ese melodrama y reavivar alguno de esos sentimientos?". Lo decía Karen O en una entrevista a propósito de su primer disco al margen de Yeah Yeah Yeahs, Crush Songs (2014), una colección de canciones que en el mismo libreto del álbum definió como "la banda sonora de lo que fue una cruzada crónica para encontrar el amor" en un momento en el que se colgó de muchas historias más o menos platónicas porque creía que no iba a volver a enamorarse, unos pocos años antes de cumplir treinta. Esas experiencias que no llegan ni a clasificar como relaciones sentimentales reales ofrecen, en cambio, una ristra de sensaciones nauseabundas e intensas sin parangón: la anticipación, las inseguridades, la contención calculada que acaba en compulsión delatora si no recibes aquello con lo que fantaseas, la idealización de un puñado de momentos especiales repetidos en el recuerdo con una lente cada vez más magnificadora... El cuerpo humano no puede resistir tales extremos durante mucho tiempo, y antes de que lo sepas, has enfermado. Estás jodido.

Karen O navega esa ansiedad a veces placentera, a veces desmoralizadora, secuenciando las canciones de forma que el peso de lo más espinoso va cayendo conforme avanzan los minutos -pocos: veintiséis en quince canciones- hasta acabar en un pico optimista. Incluso mientras cantaba las piezas más gamberras de Yeah Yeah Yeahs advertía con su sonrisa de que había algo muy sensible detrás de su imagen como intérprete, un aspecto que fue ganando presencia en la música del grupo pero que se hizo más evidente en sus aportaciones de encargo para bandas sonoras (Donde Viven los Monstruos, HerFrankenweenie) donde su ternura y empatía sin filtro lo eran todo. Con Crush Songs sucede un poco lo mismo. Partiendo de la acertadísima decisión de utilizar sus grabaciones caseras originales, registradas a salto de mata cuando a penas había tocado cada canción entera dos veces después de completarla, la sensación de intimidad es imperante. El sonido ambiente de la habitación y la ligera distorsión del equipo que utilizase para grabar envuelve la música -su voz doblada, la guitarra acústica, algún teclado muy tenue y una caja de ritmos puntual, nada más- y es como si la escuchásemos verter las crónicas de lo que va sintiendo en un dictáfono, haciendo de cada experiencia un apunte -solo uno de los temas se acerca a los tres minutos- que destila la emoción central para que en canción sea inmediata. Las formas sugieren un secretismo que hasta encaja con la clandestinidad con la que a menudo se viven esas historias, temerosos de que hasta nuestros amigos más cercanos nos juzguen y nos pongan los pies sobre la tierra.

Cada uno puede encontrar el remedio a lo que le esté pasando: la idealización de la persona que se está convirtiendo en especial en el doo wop acústico que es 'Ooo' ("No me digas que todos son iguales / porque incluso el sonido de su nombre / me lleva hasta su alcance / de vuelta a una playa dorada / donde solo él permanece"); el lado más obsesivo de saberse colgado de alguien ("Puedo toser, puedo ahogarme con este tipo de humo (...) ¿Necesito otro hábito cómo tú? Creo que me va a dejar triste", 'Rapt') y el más tóxico cuando eres tú el abrumado objeto de deseo ("¿No tuviste nunca suficiente?", pregunta en el vals tenebroso 'Beast'); el convencimiento de que hay que resignarse al vaivén de gente porque el amor no volverá ('Visits' viste un riff de guitarra de aire tropical tocado por Imaad Wasif); encuentros bajo la frágil luz de la magia ('Comes the Night') y reflexiones iluminadas por el alumbrado público de madrugada ('So Far'); el ansia irracional que produce la distancia física prolongada ('NYC Baby', 'Day Go By'); una oda de dos estrofas a un Michael Jackson ya fallecido ('King')... Es a partir de 'Body' cuando las sensaciones más arrebatadoras se van calmando y Karen O se acerca con un gesto de cariño maternal ("Tienes que hacerlo bien por ti mismo / si quieres a alguien, a cualquiera, siempre habrá alguien más / así que hazlo bien por ti mismo") y, ya recuperada de la gripe del tonteo sufrido y fantaseado, se despide con un buen espíritu al que solo puede llegarse habiendo sobrevivido en 'Native Korean Rock': "Las pantallas destellan, chico, dicen 'No sirve de nada intentarlo' / la última moda es cortar todos tus lloros / Ooohhh, sal fuera, chico, cuando puedas / ohhhhh, estarás bien, bien, bien, bien...". Le llevó cerca de ocho años -compuso la mayoría entre 2006 y 2007- considerar que estas miniaturas sentimentales podían ser de utilidad en el mundo exterior, cuando en realidad todos estábamos gritando por dentro como ella a la mitad de 'Body' esperando que alguien articulase todo este lío de una forma tan simple y auténtica. Qué alivio. 

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