Tarde o temprano: Juliana Hatfield - "Blood" (2021)

No queda constancia en internet (comprobado) porque Manolo Martínez -profesor de filosofía que recordarán, por supuesto, por ser la mitad del dúo Astrud- abandonó Twitter a finales de 2019, fundiendo a blanco todo el parloteo que allí acumulaba, pero de vez en cuando se lanzaba a la encomiable labor de informar a la comunidad sobre las bondades de la música de Juliana Hatfield. Justo el otro día me lo recordó cuando, como quien no quiere la cosa, dejó caer su nombre en esta nota de prensa que ha escrito sobre el grupo Hello Cuca, diciendo que es una de sus artistas favoritas. El detalle de que Juliana fuese importante para Manolo y que mostrase gran respeto por ella llamó mi atención; di un respingo cuando reconocí esa afinidad con él la primera vez que mencionó uno de sus discos menos comentados porque, al menos en estas tierras, es una rareza que alguien la tenga como artista de cabecera. Yo tenía quince años la primera vez que compré discos suyos (estos dos) pero no la seguí en tiempo real durante una larga temporada porque me dio la sensación de que se había instalado en un pop predecible, demasiado dulce y menos ambicioso que en sus principios; sensación que desde hace un puñado de años ya avanzo que no reconozco, concretamente desde que publicase el muy inspirado Pussycat (2017). No sé qué me ha pasado con Juliana; si ha sido el ángulo que ha tomado mi madurez o si ahora me reconozco en el pop-rock de corte más clásico sin desdeñar el trabajo que conlleva elaborarlo bien, pero desde que Pussycat me entrase a la primera y tras devorar aquel verano lo que me había saltado de su discografía, vi con otros ojos esa parte de su catálogo sobre la que tenía prejuicios. Me dejé llevar y disfrutarlo fue una revelación. Estoy seguro de que promocionando su último álbum le van a recordar los números importantes muchas veces: los 35 años desde que formó su primer grupo, Blake Babies; las prácticamente dos décadas que lleva publicando un disco al año... Una carrera con esa cota de producción dibuja picos de inspiración y cuencas creativas, es inevitable, pero en el fondo hay una artista honesta con el uso de sus filias y que, aunque se haya dedicado sobre todo a depurar su estilo inconfundible, se las arregla para seguir radiando frescura.

Si Juliana Hatfield es extraordinariamente prolífica es porque aborda el oficio de músico como Kristin Hersh: un trabajo cultivado a diario y al servicio de quien lo necesita, como el de un fontanero, y hasta con un imposible deseo de anonimato, filosofía fortalecida cuando en el pasado te has visto bregando con la industria del entretenimiento disfrazada de discográfica. Mi creciente aprecio por su accesibilidad ha hecho que cada año recurra más a menudo a ella cuando me apetece algo directo y distendido; como si ponerme un disco suyo se hubiera convertido en un gesto tan natural como el de encender la radio y escuchar mi emisora favorita de FM. Tres décadas componiendo han dado para mucho: tiempos en los que primaron los golpes de efecto por encima del pop más narrativo (Only Everything, 1995); pop-rock con una producción sofisticada (In Exile Deo, 2004; How to Walk Away, 2008); trabajos sencillamente acústicos (Peace & Love, 2010) y deliberadamente eléctricos (Made in China, 2005); proyectos paralelos (Some Girls, Minor Alps, The I Don't Cares); o reinterpretaciones del cancionero de Olivia Newton-John y de The Police. Lejos de estancarse en el pop-rock alternativo que la hizo popular en los años 90, la libertad que le brinda una base de seguidores consolidada y ganar en autosuficiencia han hecho que Juliana se dé a conocer más y mejor: abrazando la cualidad tierna de su voz, su querencia por las melodías asequibles o las estructuras reconocibles; segura para tratar sujetos de peso con sentido del humor y poner sobre la mesa rasgos de su personalidad como su naturaleza solitaria, su dificultad para socializarse y la decisión de vivir de espaldas al amor romántico, que son una rareza en el pop de cualquier vertiente.


Pussycat fue concebido en un brote de inspiración que abarcó un periodo de tiempo corto, inmediatamente después de que Donald Trump ganase las elecciones en los Estados Unidos. Una Juliana en estado de gracia utilizó por primera vez la música para hacer comentarios políticos y sociológicos con los que liberar la angustia por lo que se avecinaba, cargando sus canciones más desenfadadas en años con una comicidad que no escapaba a lo literal cuando precisaba su asco por Trump ("Se pone encima en la oscuridad / y te separa las piernas / aprieta los dientes, intenta no respirar / porque apesta a carne podrida / adivina a quién se está follando el rinoceronte"), pero que capturaba muy bien el pesimismo de todo el que se ve sobrepasado cada vez que la mezquindad y la corrupción se alientan, se premian y cotizan al alza en el sistema. Era un álbum enérgico, combativo y divertido. No ha planeado Blood (2021) como una secuela, pero lo es en la práctica. El año pasado, la inspiración volvió a sorprender a Hatfield en pleno encierro pandémico mientras se desarrollaba el espectáculo deplorable de la campaña electoral que enterró, al fin, la era Trump. Las imágenes violentas tienen precedentes en su discografía (las autolesiones en 'Watch Me Now I'm Calling' de Blake Babies; el castigo a un violador en 'A Dame with a Rod') pero es 'Kellyanne' -también de Pussycat- el ejemplo que mejor explica el enfoque de Blood: dedicada a la que fue consejera presidencial del magnate maquillado de color naranja, es una canción de pop mayúsculo que los primeros Beatles podrían utilizar para declarar su amor a una chica, pero Juliana la usa para cuestionarse la agresividad visceral que siente cuando ve a Kellyanne por televisión, fantaseando con prenderle fuego y ver cómo se derrite a sus pies. La impotencia y la rabia acumulada en los años que ha durado el mandato republicano ha sido el punto de partida para Blood. "Creo que este es mi disco más misántropo. En este no soy condescendiente conmigo misma. Salí de los últimos cuatro años sintiendo que está más claro que nunca que no vamos a dejar este mundo mejor de lo que lo encontramos", decía hace poco desde su casa en Cambridge (Massachusetts).

Musicalmente parte de algunas decisiones estéticas escuchadas en Weird (2019) -baterías programadas, el sonido mellotrón de su teclado, algunos tonos de guitarra como el que parece salir de un altavoz minúsculo y reventado-, condicionadas esta vez por las circunstancias (lo grabó prácticamente todo en casa, aprendiendo a usar GarageBand por primera vez asistida por Jed Davis, que también colabora en un par de canciones y firma el diseño gráfico), pero en Blood tienen más cuerpo, más impacto. El día que se publicó, John P. Strohm -compañero de Juliana en Blake Babies- dijo que "si fuese el primer trabajo de una artista de veintipico años, habría una guerra de ofertas y todas las publicaciones musicales cool hablarían de él". Quizás Strohm no sea la figura más imparcial, pero en una época donde a las compositoras detrás de Snail Mail, Soccer Mommy o Japanese Breakfast se las considera rápidamente pequeños prodigios del pop con gancho comercial y sensibilidad indie, hay que reivindicar que Juliana Hatfield conserva intacta su frescura en esta colección de diez piezas que no podía haber ensamblado mejor. El inicio con 'The Shame of Love' -la contundencia del ritmo, el juego de guitarras entrecortadas y manipuladas como materia viscosa, el estribillo psicodélico- es grandioso y una sorpresa sin igual en su trayectoria; 'Had a Dream' y 'Chunks' mantienen el carácter lúdico en el uso de la distorsión y los ritmos sucios mientras en las imágenes ("Soñé que te clavaba el cuchillo en el cuello / lo arrancaba y te volvía a apuñalar / (...) fue un sueño muy americano"; "¿Por qué no puedes ser amable? (...) alguien va a cortarte en pedazos / te meterá en bolsas de basura") ventila la demencia de una cultura inyectada de bilis. 

Las canciones de pop sin fisuras y (e)vocación optimista se suceden, y el contraste con lo que cuenta funciona maravillosamente: las bailables 'Gorgon' ("Quiero irme donde nadie me conozca, ni mi nombre ni mi cuerpo / y nadie me reclame como propiedad") y 'Nightmary' ("Vivo en una pesadilla y no puedo despertar / el mundo entero está controlado por fascistas (...) tengo que darme un puñetazo en la cara para salir de la cama"); el pop-rock de ventanillas abiertas en la carretera de 'Suck It Up' ("Los creativos siempre encontramos una manera / cuando una puerta se cierra abrimos una vena"); la introspección satinada de 'Splinter' ("Aquí no hay nada para mí / con la oreja pegada a las vías / todo lo que oigo es un zumbido en si bemol alto"); o la ligereza melancólica de 'Mouthful of Blood' ("Me muerdo la lengua / mi boca está llena de sangre"), que viene a resumir que contener los sentimientos por prudencia deriva en una especie de violencia autoinfligida, la clave de la resignación con la que estamos coaccionados a vivir. Uno hubiera imaginado que un disco de Juliana Hatfield titulado Blood sonaría airado, o crudo y electrificado como aquel Made in China, pero solo ella podía orquestar esta perspectiva crítica desde un caballo de Troya radiante, que avanza a dos patas porque baila contento como los personajes de Peanuts, y además, darle como colofón una canción titulada 'Torture' que suena suave y bella como cualquiera de las que grabó para Beautiful Creature (2000). ¿Qué pensará Manolo Martínez?

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Comentarios

deftones666 ha dicho que…
Es un buen disco, pero me parece "uno más" dentro de su amplia discografía. Eso sí, tiene mérito que siga sacando discos tan seguidos, a la par que decentes, a sus 53 años.
Estanis Solsona ha dicho que…
Tiene una discografía bastante estable en el nivel de buena calidad para lo prolífica que es. Es curioso, a mí este o "Pussycat" no me parecen "un disco más", me parecen colecciones de canciones por encima de la media, cohesivas y muy inspiradas. Por ejemplo el anterior, "Weird", si que lo vi como "uno más", o los discos de versiones de The Police y Olivia Newton-John, que no me han dicho tanto personalmente.