Minutos: Carla Geneve - 'Greg's Discount Chemist' (2018)


Nunca me he mordido las uñas. Cuando de pequeño mi madre me las cortaba demasiado, no podía ni mirarlas porque aún me dolían más las puntas de los dedos. Sin embargo, a veces se apodera de mí tal desasosiego que me parece que solo podría quedar bien retratado con la estampa de ese cliché nervioso: la mirada clavada en un punto desenfocado; la mano pegada a la boca, recogida como una garra que, si te fijas un poco, tiembla; la uña del dedo corazón entre los dientes; y la respiración más ahogada de lo que querrías admitir, acelerada por lo que puede llegar a pasarte por la cabeza. No encarno la imagen, pero sufro la sensación con todas las consecuencias. Además ya es primavera: la astenia se alterna con los amagos de taquicardia, a traición. Entre semana, montado en una bicicleta de camino a una oficina, pienso en las canciones de Snail Mail y noto como si se acumulasen lágrimas en los huecos de la cara donde otros tienen sinusitis, pero no llegan a asomar nunca. El domingo cojo una bici distinta, lejos de la ciudad, y por un camino paralelo a la vía del tren llego hasta un árbol no muy grande que despliega su copa como un abanico. Camino por la tierra seca que hay a sus espaldas sorteando la maleza y los cardos, cantando en voz alta las mismas canciones que me dejan absorto los días laborables, y entre versos veo que el sol me ha enrojecido los bíceps, blancos como el papel.

En un par de años cumpliré 40 y no recuerdo haberme sentido así antes. Parece que últimamente ando buscando el equilibrio de la madurez en las cosas que me recuerdan a la inexperiencia. A menudo desestimamos como pueriles las sensaciones que nos remiten a la versión más crédula de nosotros que existió, rotunda, en la infancia y en la adolescencia, las etapas en las que vives exponiéndote a las emociones con la pasión del que aún no sabe nada. A los 38 me encuentro evocando lo que era mirar con los ojos todavía limpios, o el peso en el estómago que anticipaba lo que estaba por descubrir y, una vez descubierto, se convertía en una pequeña obsesión que prorrogaba el vértigo estomacal. Cuando me acerco a vivir una réplica de esa inocencia el cerebro me acelera el corazón tanto como la actividad física. No es tan sencillo como decir que es simple nostalgia; es volver a disfrutar de sentirme burro y vulnerable, relajarme y conmoverme con las alegrías cotidianas y también llorar un poco las adversidades; rozar el cosquilleo que recuerdo de cuando cuadraba la música y la letra de una canción en la que había trabajado todo un día sin darme cuenta, de cuando empezaba una amistad con alguien nuevo y me sentía su confidente, de las primeras veces que me escapaba a casa ajena para tener sexo y volvía resoplando entre la risa y el desastre... En definitiva, de cuando cualquier experiencia que te movía emocionalmente era crucial, intensa y para ti del todo relevante. De cuando confiabas tanto como desesperabas.



Es del todo irónico que teniendo este escrito por la mitad, listo para encauzar esas reflexiones de la primera parte en el contexto de una canción donde la autora escribe que está enferma e inquieta, el que haya caído enfermo sea yo y ahora aún la entienda mejor. 'Greg's Discount Chemist' (2018) sonó hace un año en un programa de cocina de sobremesa, flojito bajo la voz de la cocinera, y afiné el oído para quedarme con un verso y buscarlo en Google: "Ojalá pudiera matar el tiempo, pero el tiempo me está matando a mí"; quizás el más categórico de toda la letra. Fue así como encontré a Carla Geneve, una cantautora eléctrica que compuso esta canción -el single con el que debutó- con 18 años. Nació en el lado opuesto de Australia al que vio crecer a Courtney Barnett -una en la ciudad portuaria de Albany, que no llega a los 40.000 habitantes, y la otra en Sydney, que tiene más de cinco millones- y es lo bastante joven como para tenerla de referente, reconociendo que su paisana le influyó "indudablemente como compositora. Tiene una manera de hacer las letras y una simplicidad que me encanta...". En esta canción se dejó llevar por ese tono conversacional que tan bien resulta cuando no solo eres capaz de describir una escena con pocos elementos, sino que además sabes darle un fondo que trasciende lo que podría quedarse en una observación aguda sin más. "Tenía bloqueo del escritor. Me dije: 'Tengo que escribir una canción sobre lo que hago hoy', y fui a la farmacia. Tenía un concierto esa noche y estaba muy enferma y tuve que comprar pseudoefedrina. Se explica solo", decía poco después de publicarla.

Un riff de acordes mayores se repite, ahora suelto ahora contenido, a lo largo de una pieza de rock que cautiva con sus 360 grados de sencillez (la acompañan únicamente Harry Johnston al bajo y Jack Hill a la batería). Carla nos pone en situación ("Llueve en martes / me he mojado las Doc Martens"), nos explica que "pillé un resfriado por compartir cigarrillos" y deja entrever un primer atisbo de desasosiego afirmando que "el domingo vi a una vieja amiga / y aunque tengo solo 18 años me hizo sentir que volvía a ser joven". En la segunda estrofa entra en la farmacia y sale cargada de "pseudoefedrina, descongestionante nasal, Codral Cold & Flu", y es entonces cuando arroja la otra clave: "Me tomo un comprimido nocturno y me acuesto pensando en ti". Uno ya no sabe si lo que intenta aliviar con medicinas para el catarro es la ansiedad sentimental de la postadolescencia, pero en cualquier caso nos lo pone en bandeja para dar por hecho que estando convaleciente se inflama la fijación romántica que roba sus pensamientos. "Ojalá pudiese matar el tiempo pero el tiempo me está matando a mí", sigue, "ojalá pudiese ir por el buen camino pero no siento los pies / estoy sola pero eso no es nada nuevo / no voy a dudar en fingir, si eso es lo que tengo que hacer". Es llegado este punto cuando mejor me reconozco a su edad a través de sus palabras, algunas de las cuales canta agitada con un punto de catarsis. Es como si, gracias a las molestias de un resfriado y a la impotencia que se siente estando enfermo en la cama, Carla hubiese encapsulado el desconcierto y la soledad a la que te aboca el anhelo por amar en ese momento vital donde se espera que empieces a actuar como un adulto. A la edad a la que compuso esta canción los miedos están muy presentes, la infancia no está tan lejos y, por mucho que nos empeñemos, es prematuro que nos las demos de curtidos por ahí. Lindsey Jordan de Snail Mail o Carla Geneve me hacen dar cuenta de que, sí, les saco más de quince años pero lo que escriben en sus letras me representa con mi edad actual, no solo remitiéndome a mi juventud. Hay maneras de sentir que no pueden encerrarse en una fase de la vida, ni clasificarlas como maduras o inmaduras. Y no, yo no me he curado de ese resfriado todavía.

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