Tarde o temprano: Hand Habits - "Wildly Idle (Humble before the Void)" (2017)

A veces, una canción salida de la nada es como un flechazo que no necesita atravesarte; basta con un toque suave, como si penetrase en tu sistema nervioso con la punta untada en jabón líquido y, con solo rozar el ruido emocional que acumulas en el cerebro, lo disipase; como la gota que cae en el centro de un plato sucio en un anuncio de lavavajillas, reduciendo la grasa a un anillo que deja un gran vacío a su alrededor. Cuando la música se convierte en una revelación que me vacía para que pueda llenarme de lo que estoy descifrando en ella, perdido en esa fijación que me acompañará durante unos días mientras siento un cosquilleo en el esternón, es algo impagable. Si el creador teme no volver a recibir la visita de la divina inspiración cuando termina una obra, como receptor también te preguntas si algún día volverá a aparecer algo que te provoque ese cosquilleo sintomático. Y aparece, claro; asaltándote a traición cuando ni siquiera andas buscando nada. Creo que me cautiva muchísimo la valentía de quien se atreve a expresar las vulnerabilidades que habitualmente no decimos en voz alta, que extrae del plano íntimo secuencias que ayudan a que nos sintamos más enteros cuando están bajo la luz y las reconocemos. Me viene a la mente la primera vez que escuché 'Darling Effect' de Insides, una canción de 1993 en cuya introducción la letra dice: "Odio a los amantes / odio cómo van al baño en turnos después de follar", una escena cotidiana que cualquiera puede identificar, cantada en una voz suave que a lo largo de la canción repetirá: "¿En qué piensas cuando te sientes solo?", acentuando la crudeza de los primeros versos y la propia soledad de quien lo dice, mientras el paisaje queda abreviado a una música eminentemente delicada, nocturna. Estaba absorto.

Así que enfrentado a 'Flower Glass', la canción con la que empieza el primer álbum de Hand Habits -alias de la multi-instrumentista y productora americana Meg Duffy-, vuelvo a ser presa de una de esas revelaciones que me ablandan y pausan todo lo que me rodea. "Te lo diré suavemente / es tan aterrador / cuando te sostengo como a una flor / te sostengo como a un reloj de arena / te sostengo como si fueras lo único que anhelo", dice en el estribillo; y la palabra clave en esta confesión es "aterrador", porque pone el foco sobre un elemento de tensión, el miedo, que es crucial en la ecuación del deseo y el amor. Ese miedo que nos tiene en vilo y que creemos haber despejado cada vez que un instante de ternura de la persona deseada atenúa nuestra inseguridad... hasta que vuelve a despertarse, inseparable como es de la acción de entregarse a otra persona. Meg se encoge ante las sombras de fantasmas ("Sé que no soy la que hubieras imaginado que sería tu amor / repasas a fondo las páginas del libro que se olvidó") para luego dar una firme señal de fe en el amor ("Es mejor creer en algo más grande que nosotros mismos"), reflejando lo rápido que nos abandonamos indistintamente a la negatividad o al optimismo cuando nos arriesgamos a proyectar nuestro amor en el otro. Las imágenes de la flor y del reloj de arena te rompen porque simbolizan el temor a que se extinga aquello que de antemano ya sabes que es efímero, y esa intranquilidad empaña un sentimiento de amor puro que, de manera ideal, debería ser exclusivamente blanco y extático. Y ahí estás, como un niño sujetando algo que le han advertido que es importante y frágil y que no puede romperse; dividido entre la dicha, el orgullo y la angustia por una responsabilidad abrumadora.

Meg Duffy fotografiada por Chantal Anderson, 2017.

Es una introducción de altura para Wildly Idle (Humble before the Void) (2017), un disco que Meg Duffy empezó a escribir en un momento transicional de su vida, cuando decidió mudarse de Albany (al norte de Nueva York) a Los Ángeles después de terminar una larga relación sentimental. De las montañas de Catskill, donde había estado cuidando de la casa de unos amigos músicos que estaban de gira, se marchó con dos canciones grabadas junto a Kevin Lareau -que improvisadamente tocó instrumentos y las coprodujo mientras pasó tiempo allí con ella- y cuando el fundador del sello Woodsist las escuchó le propuso editar su primer álbum. Por entonces, Duffy llevaba utilizando el nombre de Hand Habits unos cinco años ("ojalá pudiera enseñaros un vídeo de lo que hago, donde chasqueo los pulgares por la articulación muy a menudo, ese fue el inicio del nombre", explicó) pero ocupaba la mayoría de su tiempo como músico de sesión en discos y giras de gente como Mega Bog, Weyes Blood o Kevin Morby; su discografía se reducía a un single compartido y un par de EP's digitales. No tenía material en la recámara, así que cuando se asentó en Los Ángeles reunió el equipo necesario para poder grabar en casa según iba componiendo, asistida por los consejos de colegas y varios tutoriales de Youtube que fueron afinando sus aptitudes. "Estaba sintiendo la novedad de Los Ángeles, y el aislamiento que eso conlleva. Bajé el ritmo en todos los sentidos. Me tomé más tiempo para hacer cosas y confié en la exploración. En los primeros meses conocí a unas cuantas personas muy cruciales que me llenaron de cambios de perspectiva", contaba en 2017, puntualizando que sus mayores influencias fueron "mi habitación, [el artista de Los Ángeles] Robbie Simon, la lentitud que he mencionado, mi pareja de entonces, Linda McCartney, y el hecho de compartir el baño". En contra de lo que pudiese parecer, el "vacío" entre paréntesis en el título no se refiere a un abismo de índole sentimental, sino al espacio colmado de posibilidades que nos brinda cualquier cambio importante.

Wildly Idle (Humble before the Void) está integrado por una decena de piezas divididas por tres interludios breves, fragmentos de una colaboración a dos guitarras con Avi Zahner-Isenberg para los que distintas poetas escribieron versos que acaban integrados en la música como recuerdos borrosos, distorsionados. Leyéndolos te das cuenta de que le ofrendaron poemas inspirados en ella, que capturan su desubicación como recién llegada a Los Ángeles o el florecimiento de su identidad no binaria (estremecedor 'Cowboy' de Catherine Pond), y es una lástima que se queden en una decoración aural abstracta. Son los únicos momentos crípticos de un álbum donde incluso los sentimientos más tiernos siempre quedan a la vista sin pudor. Exhibe una coherencia ambiental que me recuerda al confort monocromático de un disco como Ask Me Tomorrow (1995) de Mojave 3, o al consuelo que la gente encuentra en la melancolía persistente de Cigarrettes After Sex, pero aunque la cadencia sea tan lenta como la que define a esos artistas, el paisaje balsámico que Meg creó para Hand Habits en su habitación tiene más capas: guitarras de seda caladas de humedad; las melodías de voz dobladas, como si el efecto de escuchar a un pequeño coro trajese aún más al frente la delicadeza del mensaje; arpegios acústicos que equilibran la cualidad nocturna de los sonidos reverberantes con la calidez de lo doméstico; percusión que puede sonar a pisadas en la nieve o a una caja de cerillas.
 
Meg Duffy fotografiada por Robbie Simon, 2017.

Si escuchando 'Flower Glass' te envuelve la ingravidez del cuidado con el que trata a su enamorada, acto seguido 'Actress' te arrastra hasta la orilla agridulce de la despedida ("Es difícil contar un secreto / cuando sabes que es una mentira / y es difícil ser actriz / pero lo he estado intentando") alargándose hasta los seis minutos sin que te des cuenta, como si estuviese rumiando en el momento preciso en que está encarando la ruptura. Siguiendo esa secuencia y después del primer interludio, el punto inquietante de 'In Between' evoca el vértigo de iniciar la excursión hacia un duelo desconocido con imágenes potentes ("En el jardín, flores ardientes / sello de oro, una noche mortal / y en los anillos de humo percibo la violencia / que oculta todo lo que estaba bien"), mientras que en 'All the While' aborda ese duelo desde la vulnerabilidad ("Abrázame como a la cría / que me has hecho ser / y llévame al Oeste Salvaje / donde puedes ponerme en libertad") y suena como una excursión distinta, la que te lleva del grado máximo de fiebre por la senda del distanciamiento hasta el olvido. 'Demand It' y 'Sun Beholds Me' muestran el lado más duro de la soledad y escuchamos un anhelo desconsolado en la voz, pero lo interesante es que todo esto -y, sobre todo, lo que queda en la segunda mitad del álbum- no son canciones románticas sin más sino que hablan de autoconocimiento, de observarse en circunstancias emocionales adversas y madurar. Las reflexiones serenas (embelesadoras 'The Book on How to Change' -sobre la muerte de su madre- y 'Nite Life') conducen en el último segmento a un nuevo despertar del deseo (en 'Bad Boy': "La reina del metro / está rondando / pero no quiero averiguar / solo quiero andar por ahí / Dos pendientes de oro se balancean / ningún anillo de diamantes / pero no quiero ser un tonto / solo quiero ser un chico malo, nena / en tus brazos esta noche") con un punto de humor que sabe a etapa superada. Esta belleza nos escasea. 


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