Escenarios: Nina Nastasia + The Death of Robert - Antiga Fábrica Estrella Damm (Barcelona), 2 de marzo de 2023


Llevábamos tres días confinados en marzo de 2020; era el primer lunes de los muchos que viviríamos encerrados y Nina Nastasia fue la primera artista de quien escuché todos los discos buscando aliento. Pensaba en ella, en Lisa Germano, en Emma Niblett; en aquella época en que trabajos tan emocionalmente significativos estaban en el centro de lo más relevante para los medios especializados en música. Todas llevaban siete, diez años sin publicar nada. En el catálogo de cada una había material de sobra para sentirse reconfortado en cualquier tipo de situación, pero me preguntaba cómo artistas tan sensibles con la humanidad articularían las emociones de esta era en la que parece que estamos más perdidos que nunca y a penas nos queda fe en la bondad de la especie. De Lisa y Emma nada hemos sabido desde entonces, pero Nina Nastasia regresó formalmente el verano pasado con un disco, Riderless Horse (2022), y unos motivos personales dificilísimos que esclarecían su prolongada ausencia. Nastasia ha explicado que este disco es su verdadero debut en solitario -no en balde se titula "caballo sin jinete"-, porque es el primero que no ha podido ser una estrecha colaboración con Kennan Gudjonsson, su compañero de vida y cómplice en todo su arte, que se quitó la vida en febrero de 2020. En los años que estuvo apartada de la música y del público su relación sentimental tocó el fondo cenagoso y negro del abuso psicológico. Nina se marchó para salvarse y Kennan acabó con todo el día después.

“Alguien… ha mencionado en Instagram…”, empezó Nina Nastasia al acabar una de las canciones el pasado jueves, “… que había ganado una entrada y… decía algo sobre las estrellas”. “Era yo”, le tuve que responder desde la primera fila, levantando el brazo con timidez pero contentísimo. “Decía que la invitación me había caído de la nada como un regalo de la vida y las estrellas”. “Es muy bonito cómo lo has dicho”. Me temblaron las rodillas, pero ya hacía rato que me temblaba el labio inferior, soltando lágrimas intermitentes que venían bautizadas con palabras de sus letras. Últimamente parece que el simple hecho de tener delante a artistas que conozco bien me conmueve sobremanera, contento de que sigan en activo y de poder reencontrarme con ese calor familiar; pero con Nina se sumó el hecho de no saber que venía a tocar a Barcelona hasta un par de días antes de que llegase, participar en el concurso del programa de radio que la trajo -Delicatessen, de iCat- para conseguir una invitación, ganarla y asimilar que la vería en concierto; sin tener ni la posibilidad de morderme las uñas durante semanas en anticipación, que es lo que hubiera ocurrido en una situación normal. El desarrollo de toda esta sorpresa hizo que estar allí, consciente de que Nastasia está recibiendo ahora todo el cariño de los que la hemos buscado cada uno de esos años de ausencia, fuese muy emotivo.


La de Barcelona era la primera parada de una extensa gira española para la que solo había calentado motores en Lisboa la víspera del jueves. En sus dos únicas visitas a la ciudad condal había venido con banda completa (en el Poble Espanyol, dentro del festival Primavera Sound de 2004) y acompañada del violinista Matthew Szemela (en la sala Apolo a finales de 2010, para nosotros el inicio de la década de silencio), pero a la Antigua Fábrica Estrella Damm acudió sola con su guitarra acústica, quizás una mera cuestión práctica pero también simbólica de este nuevo comienzo por su cuenta donde la serenidad ha ido apagando el ruido del duelo y la culpabilidad. Con el repertorio del flamante Riderless Horse como espina dorsal del setlist, la sombra de ese duelo fue el hilo que seguimos toda la velada. En el último álbum no escuchamos los exóticos arreglos de cuerda y acordeón que daban un aire tenebroso a muchas de sus piezas antiguas, ni el revoloteo de una batería que siempre tenía más carga psicológica que rítmica; Nina Nastasia ha dejado las canciones en los huesos y sobre el escenario las encarnó con la misma crudeza. En el roce de sus dedos contra las cuerdas de la guitarra podíamos adivinar a veces la vacilación de quien tiene que volver a adquirir rodaje, pero vocalmente estuvo impecable; una voz que brotaba de su garganta con total facilidad, todo aire puro sin pliegues, adornada con un mínimo de reverberación en el micrófono para realzar el esplendor de su belleza. 

Bebiendo pequeños sorbos de una bonita petaca de cristal, y sonriéndonos siempre entre canciones, la secuencia de temas alternó la compasión y el desasosiego, aunque muchas veces vienen de la mano: Nina puede estar contemplando un paisaje calmado o describiendo un entorno doméstico para todos nosotros, pero enseguida te das cuenta de que viene subrayado por la idea de la muerte en vida, como en la inédita 'Where We Go' o en 'Lazy Road'. Las canciones que retratan con mayor impacto la violencia de sus últimos años en pareja ('Nature', 'This Is Love', 'The Two of Us') te arrebatan solo de pensar en su valentía para observar algo tan peliagudo con esa franqueza, pero también fue emocionante cuando se inclinó hacia el country en 'Long Hard Life' (un sentido canto a la resiliencia para el que alzó la voz con pasión) o en la repesca de 'In the Graveyard', monólogo dirigido a un ser querido fallecido que dadas la circunstancias fue escalofriante. Fue una de las veces que picoteó del disco The Blackened Air (2002), del que también escogió las agradables miniaturas 'I Go with Him' y 'Desert Fly', aunque las visitas más intensas al catálogo fueron las que nos recordaron su faceta más sombría: 'What's Out There' lució poderosa y aterradora aún sin los arreglos cinematográficos de Outlaster (2010), y el retrato de un heroinómano que hace en 'Jimmy's Rose Tattoo' (único recuerdo a su primer álbum, Dogs) volvió a traer al centro esa manera única de comprender la naturaleza humana y ser misericordiosa. Miró poco más atrás. El peso lo apostó al material que la ha ayudado a articular la congoja y las ganas de salir de un hoyo profundo que tenía la forma de su figura; a las canciones, como 'You Were So Mad' o 'Go Away', que destapan cuántas líneas rojas se habían atropellado y cómo la culpa la perseguía incluso estando ya derrotada. Con todo el temple, en el último tramo del concierto cantó otra inédita que te hacía trizas como cualquier murder ballad celta, la solitaria despedida a capela de un amor fulminado por un suicidio, y a esas alturas nadie podría haber dicho que Nina se había borrado del mapa una temporada tan larga. No quiero tener que preguntarme dónde está nunca más.

Antes que ella, el grupo local The Death of Robert completó el doble cartel con una actuación solvente. Aunque hubo un par de destellos de pop accesible, quedó claro que de su tintero se derraman aires dramáticos que manchan la música con el tono negro de lo gótico, insinuando parentesco con las secuelas del post-punk que se han dado de los 2000 en adelante. Cuanto más eléctricos, impredecibles y expresivos (Pablo Salvadores es de los que se contonean para sacar algo valioso de la guitarra, no por virtuosismo), cuanto más áspero el teclado de Lara Giardina y huidiza su voz, más cautivadores. 

Ambos conciertos pueden escucharse íntegros aquí:
https://www.ccma.cat/catradio/alacarta/concert-delicatessen/concert-delicatessen-nina-nastasia/audio/1164999/

https://www.ccma.cat/catradio/alacarta/concert-delicatessen/concert-delicatessen-the-death-of-robert/audio/1164996/

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