Imperdible: The xx - "I See You" (2017)
No sería descabellado escoger el primer disco de The xx (el homónimo de 2009) entre los tres que más influyeron en los sonidos que definirían la década que estaba a punto de empezar. Su esencia se infiltraría en el designio de las bandas hipsters más dispuestas a abrirse en el plano emocional, por supuesto, pero también en plazas más concurridas del pop a lo largo de los 2010. Oliver Sim (bajo, voz), Romy Madley Croft (guitarra, voz) y Jamie Smith (teclados, programaciones) provocaron un terremoto de gran magnitud en la corteza terrestre indie, paradójicamente mediante unas ondas sísmicas delicadas y de corto alcance. La insularidad del trío respecto al panorama musical que lo rodeaba fue una sorpresa para todo el mundo: el enfoque minimalista de una música que podía respirar tanto y tan bien; la clarividencia de unos jóvenes que aún no habían cumplido 20 años para componer canciones tan bien medidas, capaces de despertar sentimientos grandiosos con la simple fuerza de un aliento neblinoso. Oliver y Romy no se cantaban el uno a la otra, sino que se situaban en la misma posición: los escuchábamos alternando fragmentos de conversaciones con sus amores reales y platónicos, no conversando entre ellos. The xx parecía basado en el temor que va ligado a entregar el corazón a otra persona; en lo que dices en voz baja cuando estás intimando a un centímetro de los labios de otro; en la tensión de los segundos inmediatos a empezar a tocarse; en la preocupación por no meter la pata y echar a perder lo que te parece una fantasía hecha realidad. Su atrevimiento para delinear una intimidad tan gráfica y a la vez tan esotérica fue aplaudido e interpretado como una madurez precoz, pero ellos han afirmado en retrospectiva que en realidad la música venía determinada por sus limitaciones y por su falta de confianza. Romy explicaba en 2017 que "Oliver y yo hemos abierto mucho el proceso de composición, ya que en el primer álbum escribíamos por separado, por correo electrónico y demasiado tímidos para sentarnos juntos en la habitación y criticarnos mutuamente".
Tengo un recuerdo del concierto que The xx dieron en el Primavera Sound de 2012, cuando presentaron su segundo álbum Coexist meses antes de que viera la luz. Actuaban en uno de los escenarios grandes del festival pasada la medianoche y yo tenía la perspectiva de la esplanada entera rebosando de gente porque me quedé al fondo, sin energía o esperanzas para abrirme paso. En Coexist, el tejido de anhelo y vulnerabilidad en las canciones se había incluso reforzado respecto al primer disco, y en medio de una interpretación ralentizada de 'Crystalised' adaptada a esos códigos, la multitud -que estaba coreándolo todo al pie de la letra- se adelantó al grupo cantando ese "Ay, ay, ay" que hace las veces de estribillo. Como espectador desde lejos, fue de esos momentos en los que te sale la vena misántropa acompañada de un giro de ojos hacia arriba, pero pensándolo hoy he de reconocer que era admirable cómo conseguían tener a miles de personas sometidas incluso presionando su faceta más atmosférica. Ese concierto tuvo lugar al principio de una gira que les dejaría exhaustos -casi 200 fechas en un año y medio- y que enrareció la relación entre estos tres amigos de la infancia (Romy y Oliver se conocen desde que tenían tres años; Jamie los conoce desde los once), que arrastrados por el ritmo automatizado del trabajo experimentaron por primera vez un gélido distanciamiento entre ellos. "Aunque estábamos juntos en la carretera", reconoció Oliver, "no hablábamos mucho. Estábamos allí para hacer un trabajo y, una vez terminado el concierto, cada uno se iba a su habitación de hotel. Esos fueron algunos de mis momentos más infelices. Bajar del escenario y, al cabo de una hora, estar solo en una habitación de hotel es una sensación loquísima". Aunque empezaron a grabar algunas cosas en 2014 en estudios de Nueva York, Marfa (Texas) o Reikiavik de cara a un tercer disco, a finales de ese año se dieron un respiro.
The xx fotografiados por Francesca Allen en 2016. De izquierda a derecha: Jamie Smith, Romy Madley Croft y Oliver Sim. |
Durante esa temporada Jamie vertió en su primer trabajo en solitario, In Colour (2015), una serie de ideas y texturas más cercanas a la música de baile que nunca se había planteado que pudieran formar parte del imaginario estético de The xx, mientras Romy se instaló un tiempo en Los Ángeles para asistir a uno de esos campamentos donde coinciden artistas, compositores y productores para armar potenciales éxitos de pop, algo que le despertaba curiosidad por el proceso en sí mismo pero que también afrontaba como un desafío para invertir su miedo a colaborar con otros. Oliver, mientras tanto, regresó a Londres y se llevó la peor parte; sin proyecto con el que explayarse por su cuenta y cada vez más abandonado a un consumo irracional de alcohol, su salud física y mental se resintió de manera alarmante. La distancia de sus dos amigos empezó a hacerle dudar de si se estaba quedando atrás, paranoico al respecto de lo que podría estar ocurriendo a sus espaldas y con la autoestima destrozada. "Que Romy y Jamie me confrontasen por separado fue... la gota que colmó el vaso", se sinceraba Oliver en 2016. "No importaba que no llevara un estilo de vida muy saludable. El hecho de no estar siendo creativo me golpeó más fuerte, y me engañaba diciéndome que me sentía más creativo con una copa dentro". La intervención de sus amigos fue crucial para que reconociese su adicción e iniciase el trayecto hacia la sobriedad. "Aprendí que necesito algo: no una rutina, sino una estructura. Estar sin hacer nada no me va bien. Hice muchas cosas lamentables...".
Estas experiencias individuales vividas antes de reunirse en Londres enriquecieron todo lo que daría forma a su tercer álbum. Que el disco de Jamie aludiese al color en su título, teniendo en cuenta que el grafismo de The xx siempre se asociaba a un estricto blanco y negro, podía dar una idea de la separación que existía en sus mentes y el respeto que les daba alterar lo que para ellos era la personalidad de la banda; pero cuando se reencontraron, eso se acabó. Alejándose de un hermetismo ideológico que los podía haber convertido en una autoparodia, su nuevo trabajo sería sinónimo de apertura en toda su extensión: en el plano musical, la apertura a reinterpretarse gracias a los sonidos que Jamie podía incorporar a las canciones sin restricciones prematuras y a los conocimientos que Romy se trajo del campamento; y en el marco lírico, la apertura de una nueva dimensión donde las proyecciones fantasiosas de antaño ya no tendrían cabida en favor del peso valioso de las vivencias. Aun sin perder el rumbo romántico, las obsesiones sufridas en soledad se quedarán por el camino. No se les podía haber ocurrido un título mejor que I See You (2017), implicando el reconocimiento del prójimo, del amigo, del amante, de uno mismo frente al espejo sin acomplejarse por ser como es. Ese "te veo" es como un gesto compasivo que viene a decir "te entiendo, te escucho, te acompaño". El voltaje de las emociones se intensifica y el diseño de cada una de las canciones lo refleja añadiendo pulpa o éter según convenga.
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Igual que al principio del texto decía que no sería un disparate afirmar que su primer disco influyó a sus contemporáneos, creo que tampoco lo es elegir I See You (producido por Jamie junto a Rodaidh McDonald) como el mejor y más completo de su discografía hasta ahora. Con eso viene un hándicap, y es que lo tengo fresquísimo; para mí se ha convertido en un disco de cabecera desde hace aproximadamente un año, pues no sé qué andaba haciendo en 2017 pero nunca me lo puse entonces ni inmediatamente después. La vitalidad de estas canciones dentro del canon de The xx, que no quiere decir que todas sean uptempo, me cogió por sorpresa. Si bien en Coexist ya había alguna traza que ponía el acento en lo bailable (el house rugoso de la segunda mitad de 'Swept Away', por ejemplo), el arranque de I See You con la sección de viento de 'Dangerous' anuncia una nueva actitud e informa de que se respiran nuevos aires; una canción seductora (la que tiene el ritmo más irresistible del lote) que habla de la determinación a mojarse por alguien que te atrae sin pensar en lo mal que lo puedas pasar después. Se me escapa por completo por qué no fue un éxito masivo pinchado a rabiar en su año. Esa incitación a dejarse llevar y a no amedrentarse por el miedo infundado es toda una declaración de principios más optimista que temeraria. Es solo el principio de un álbum donde hasta los momentos más intimistas tienen un aire triunfal porque celebran las emociones en toda su gama de claroscuros. Piezas como 'On Hold' (sobre una relación con idas y venidas cuyo final pilla por sorpresa a uno de los dos) o 'I Dare You' (que captura ese momento de vulnerabilidad al declararse enamorado de alguien) son muestra de cómo les interesaba acercar su estilo a la ligereza de la música que sonaba en la FM, pero salen airosos haciendo equilibrios entre su romanticismo inherente y el punto sentimental que tienen canciones como estas en la radiofórmula.
Con su exquisita labor para brindar a las composiciones elementos del pop de masas sin diluir su sustancia, I See You podía haber aupado a The xx hasta una división de máximo alcance en la esfera pop. Más allá de la inmediatez de las tres canciones comentadas (que lógicamente fueron los singles extraídos), el disco está lleno de momentos bellos no menos pegadizos y magnéticos. 'Lips', atravesada desde el principio por un coro vocal cautivador de reminiscencia barroca (sampleado de una pieza del compositor clásico posminimalista David Lang) y una percusión que suena como papel vegetal tensado y afinado a escala, eleva los valores químicos de la sensualidad que insinuaban en el pasado hasta hacerla embriagadora (Romy en el esplendor de un crush: "En mi cabeza, en mis venas / en la forma en que das y recibes / en el peso que pesas / sobre mi cuerpo, sobre mi cerebro"). 'A Violent Noise' es como una canción dance reducida a la mínima expresión, sin un ritmo agresivo que la sostenga pero con ráfagas de sintetizadores que la decoran a fogonazos; un paisaje en el que Oliver Sim se sincera sobre sus excesos en la vida nocturna y cómo se negaba sus verdaderos sentimientos, algo que también aborda en 'Replica' (reflexionando sobre su estancamiento: "¿Persigo yo a la noche o la noche me persigue a mí?"); pero quizás su intervención más conmovedora sea la de 'Say Something Loving', narrando con esa reconfortante voz de barítono el impacto de recibir un gesto de cariño en un mundo abandonado a evitar crear lazos ("Es tan abrumador, la emoción del afecto / se siente tan desconocido"), en una canción que hace de esas sensaciones algo épico pero a la vez recogido (y con un guiño final a 'The Sweetest Taboo' de Sade). Romy también tiene dos momentos muy personales donde brilla con luz propia: la ceremoniosa 'Brave for You', misiva para sus padres fallecidos que dirige Jamie desde unos suaves golpes de órgano; y 'Performance', lo más doliente de I See You, un baile desamparado a la sombra de quien no acepta que ha dejado de ser especial para otra persona.
Para el cierre queda 'Test Me', una canción de soul fantasmal que Romy escribió sobre los momentos más duros de su amistad con Oliver y que le cantó de espaldas cuando se la enseñó. En el disco unen sus voces al unísono. "Desquítate conmigo / es más fácil que decir lo que quieres decir / pruébame, a ver si me rompo / dime que esta vez has cambiado", cantan, y cuando acaban con las dos concisas estrofas, que ni siquiera repiten, Jamie lo remata con un instrumental atmosférico que empieza viscoso y acaba en un leve caos, como si expresase la naturaleza compleja de cualquier amistad; los recovecos donde se esconden los recuerdos compartidos, la perseverancia, los choques, la ternura. Ahora sí que habían traspasado un arco señalado de madurez.
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