Escenarios: Laurie Anderson - Paral·lel 62 (Barcelona), 6 de mayo de 2025


Solo había tenido un golpe de suerte parecido al de ayer hace casi 20 años, cuando una tarde de 2006 me enteré de que Lisa Germano actuaba en La Pedrera esa misma noche y que para entrar solo tenías que haber reservado invitación, y aunque estaban agotadas me presenté en la puerta y pude pasar. Aún lo recuerdo como uno de los conciertos más emocionantes que he visto, y es que esta clase de sorpresa añade algo a la experiencia que no se puede obviar. Lo de Laurie Anderson inaugurando el festival Barcelona Poesia en la sala Paral.lel 62 con un recital gratuito tampoco lo sabía 24 horas antes. A penas se había promocionado, o quizás la información había ido por derroteros más vinculados a la literatura que a los medios musicales. Cuando llegué temprano a la cola y vi claramente que podría entrar, no me acababa de creer que de un día para el otro y sin poder asimilarlo tendría delante por primera vez a una artista que, objetivamente, es una eminencia, pero que personalmente es para mí como una vieja mentora o incluso una canguro, porque Big Science era una de las tres cintas de casete elegidas entre las que había por casa que me enchufaba de pequeño en mi walkman amarillo (el tríptico lo completaban Nina Hagen y Siouxsie, la única que me falta ver en directo ahora). En un momento dado se deslizaron tres o cinco lágrimas por mi mejilla derecha; qué menos.

Anderson comentaba en La Vanguardia que ni recordaba haberle puesto el título Progress al espectáculo que iba a ofrecer pero 'Progress' (en realidad una canción de 1989 rebautizada así cuando la interpretó en Nueva York en 2001, pocos días después de la caída de las Torres Gemelas) fue una de las piezas con las que ayer auscultó una vez más a la civilización, señalando las arritmias de un pulso que late torcido por la mezquindad. En la solemne tonadilla (de los pocos momentos cantados a lo largo del concierto) retrata a unos Hansel y Gretel hartos de aguantarse en la trastienda de su fabulosa leyenda, y en la voz de Hansel explica que "la historia es un ángel soplado hacia el futuro / la historia es un montón de escombros / y el ángel quiere volver y arreglar las cosas / para reparar las que se han roto / pero una tormenta sopla desde el Paraíso / la tormenta sigue soplando al ángel hacia el futuro / y esta tormenta, esta tormenta / se llama / progreso". Laurie nos saludó presentándose como una "artista de los antiguos Estados Unidos", separándose del circo alucinado en el que se ha convertido su tierra gradualmente, sobre todo desde el inicio de la segunda era Trump. 'Progress' es una de las claves de la narrativa de ayer: trasladarnos la idea de que el progreso no tiene por qué equivaler a prosperidad ni a mejora; puede ser solo un sinónimo de avance, literalmente moverse hacia adelante, pero dirigido hacia el retroceso, hacia la repetición de las atrocidades que la humanidad se ha esforzado en superar. Para Anderson, el gobierno ha desaparecido de los Estados Unidos; lo que hay es otra cosa.

La artista que vi ayer no es el avatar de 1986 que permanece imborrable en mi recuerdo; es mucho mejor. Es una mujer en la tercera edad, viuda desde hace doce años, con cuatro décadas de sabiduría a sus espaldas y una mente lúcida como nunca. Los Estados Unidos han sido su sujeto de estudio predilecto desde el principio de su carrera y sigue siendo así; su ojo clínico para observar las excentricidades de una cultura que ha dominado el mundo como lo ha hecho resulta en un análisis que nos apela a todos tanto para enfadarnos como para despertar esperanza o compasión. "Para alguna gente las armas son libertad; para algunos son muerte", dice en un momento dado con la mueca astuta de una profesora que quiere hacerte pensar. "Para alguna gente el aborto es libertad; para algunos es muerte. Entonces, ¿qué es la libertad? ¿Qué es la muerte?". En Progress no solo se reconoce el estilo de la anfitriona polifacética -comedianta, cuentacuentos, cronista, persona de a pie- que alumbró las obras iconográficas de su carrera (United States, función y disco publicado en 1984, y Home of the Brave, disco y película de 1986) sino que me atrevo a decir que es un espectáculo a su misma altura. Le ha dado tiempo hasta de incluir disparates ocurridos en los últimos meses ("cada quince minutos hay una nueva orden") como por ejemplo la censura de más de doscientas palabras que por obra de la administración Trump ya no podrán figurar en futuros documentos gubernamentales y que se están eliminando de los antiguos (desde "crisis climática" y "etnicidad" a "transgénero"), dando lugar a una de las escenas más emotivas de la noche: la lista sube en la pantalla como los créditos de una película mientras Laurie explica todo esto pero, a la altura de la letra E, las palabras se transforman en humo. Lo que no puede decirse puede desaparecer, nos dice. Para alguien que se ha preocupado tanto por el lenguaje y sus distintos usos e interpretaciones en su trabajo, no son palabras menores.

Progress es una combinación de pequeños segmentos donde hay un poco de todo: cuentos ('The Beginning of Memory'), recuerdos familiares (la historia de cómo su abuelo paterno explicaba que emigró a América por su cuenta desde Suecia a los ocho años, endulzando la realidad de que llegó allí con sus padres y que el bisabuelo de Laurie lo encerró en la cárcel Red Wing en Minnesota hasta los dieciocho), sueños (una conversación con Freud), utopías (imaginando una inviable huida en masa a Marte, expulsados a la fuerza de la Tierra) e historias que ha explicado en entrevistas (cómo la del Institute for Machine Learning australiano invitándola a utilizar una supercomputadora donde acabaron cruzando La Biblia con la totalidad de su obra creativa, devolviéndole 9000 páginas de libro sagrado escrito a su estilo). Su uso de la inteligencia artificial a lo largo del espectáculo me pareció en sí mismo un comentario al respecto: las imágenes grotescas de malformaciones en rostros y animales, el hilarante vídeo de un Freud fumando en una cafetería por la solapa de la chaqueta en vez de por la boca, el pequeño Elon Musk con un cohete en su habitación, el fragmento imposible recitado de esa Biblia creada en Australia... Viniendo de una pionera de la música electrónica que además siempre ha tenido una curiosidad voraz por profundizar en la relación entre el hombre y la tecnología, fue como si nos estuviese diciendo que no tuviésemos miedo. Ahondando en la sensación de haberse quedado sin patria, hacia el final interpretó 'Walk the Dog', una de sus canciones más antiguas (cara B del célebre 'O Superman') para la que nunca tuve paciencia en su versión grabada y que ayer cobró todo el sentido. Esa voz de dibujo animado tocando un violín con púa como si fuese un ukelele destartalado es como el estado de alucinación en el que vive una persona cegada por el ruido del capitalismo, pero siempre se me pasó por alto la melancolía y el terror implícitos cada vez que dice: "Ahora ya quiero irme a casa"

Anderson fue una mujer orquesta admirablemente eficiente: tres micrófonos repartidos en el escenario (uno delante de una butaca, otro de pie y el último delante de lo que fue el pequeño centro de operaciones desde donde manejó textos, proyecciones, programaciones y teclados) y el violín calzado intermitentemente hicieron fácil olvidar que esta no es una producción con banda o atrezos como las de los '80. Hacia el final recurrió a uno de sus trucos antiguos más celebrados, cuando se puso una chaqueta con sensores que se activan según los gestos que realiza, trasladándolos a sonidos de percusión. Explicó danzando que Lou Reed y ella tenían tres reglas básicas a seguir cuando se les escapaba el ritmo al que iba el mundo: vivir sin temer a nadie; tener un buen detector de bulos y saberlo utilizar; y ser tierno. Escenificando un cierre que nadie hubiera podido imaginar, nos levantó de los asientos para hacer juntos las poses de Tai Chi favoritas de Lou, retratándonos tan torpes como en cualquier primera clase; siendo tierna, la tercera regla. Me doy cuenta llegando hasta aquí de que el grueso de Progress son esas tres reglas.


Comentarios