Momentum: Madonna - "Erotica" (1992) / "Bedtime Stories" (1994)



Lo único que impidió que viviese la fase más sexualmente pronunciada de la trayectoria de Madonna en todo su esplendor fue el dinero. Las imágenes de desnudos y lo verde del contenido no importaban exactamente a mis progenitores, a pesar de que en 1992 solo tuviese ocho años; sabían que ella era mi afición más importante y acababan accediendo a casi todo: mis tíos, que de la familia eran quienes mejor sintonizaban Antena 3 en el pueblo, me grababan el estreno del videoclip 'Erotica' en el programa de Nieves Herrero; lo mismo veía en el cine La Muerte Os Sienta Tan Bien  que me llevaban a ver El Cuerpo del Delito, una película engendrada a la sombra de Instinto Básico donde una trama criminal y judicial es un pretexto para atar escenas de porno blando sadomasoquista entre Madonna y Willem Dafoe. Lo único que se me escapó de ese periodo en tiempo real fue Sex, un libro enorme envuelto en una bolsa de plástico mylar sellada -sin duda osado para una celebridad del pop tan influyente como ella era entonces- que alojaba entre sus frígidas tapas de metal más de 100 páginas de fotos de la cantante entre lo sugestivo, lo tórrido y lo soez. Ahí no me dejaron llegar, pero porque lo que les parecía obsceno a los Reyes Magos eran las 7500 pesetas que valía, no lo que pudiera ver. Un par de años más tarde acabaron comprando rebajada la copia que nadie se había llevado de una de las tiendas de discos de la ciudad. Hojearlo seguía siendo un acto precoz para mí pero en la carrera de Madonna cada año humano equivale aproximadamente a uno perruno, así que mientras pasaba con dificultad las páginas de Sex encuadernadas en una espiral demasiado estrecha, la música y el escenario de fondo ya eran otros para ella. 

La tozudez de Madonna para poner a prueba con maniobras controvertidas a una sociedad -particularmente a la americana- que vivía de manera hipócrita y acomplejada su sexualidad acabó poniendo en serio riesgo, por primera vez, su estatus en la cultura de masas, labrado en una curva ascendente a lo largo de una década hasta entonces. Esa insistencia en exponer cuestiones que incomodaban a los más conservadores le pasó factura y para mediados de 1994 ya hervía irremediablemente una nueva estrategia. Basta con ver un vídeo de uso interno que Warner Brothers distribuyó a todas sus delegaciones cuando faltaban pocos meses para su regreso discográfico después del escarnio, donde el uso de la pequeña Jessie (hija de su colaborador Pat Leonard) sentada en su regazo, mientras ella asegura que se han acabado las referencias sexuales y que "este año voy a ser una buena chica", respondía a una táctica de acercamiento que le era vital. Con la tibia recepción -cuando no directamente colérica- que tuvieron sus proyectos del curso 92-93, Madonna se dio cuenta de que por mucho que se empeñara, su abrumadora manera de profundizar en los tabúes sobre género, orientación sexual y el sexo en sí mismo, además de hablar abiertamente del desprecio con que se trataba a los enfermos de SIDA, se había convertido en una bola que muchos no pensaban tragar y que otros aborrecieron rápidamente. No obstante, que se envalentonase a ir cada vez más lejos es comprensible: si tomamos como insignia su gira mundial Blond Ambition de 1990, Madonna estaba en la cúspide de su popularidad mundial y desde la publicación de Like a Prayer (1989) había salido airosa y reforzada de varias polémicas que provocaban todo lo contrario a un gatillazo en la línea de vida de sus lanzamientos musicales. El verano de 1992 un single comedido y sofisticado, This Used to Be My Playground, ratificaba cómo se subestimaba su sensibilidad para componer. Fue una jugada maestra para despistar sobre lo que destaparía en otoño, aunque en revistas como la alemana Stern ya habían publicado hacía meses fotos tomadas por paparazzis durante la realización de Sex. Lo que se avecinaba no era ningún secreto.


La verdadera muestra de lo que estaba gestando para su primer disco importante desde Like a Prayer la encontramos en las canciones inéditas incluidas en The Immaculate Collection (1990). A lo largo de 1991 y 1992 Madonna trabajó con André Betts por un lado (su rúbrica estaba en el áspero e impúdico 'Justify My Love') y con Shep Pettibone por el otro (coautor de su último gran single bailable, 'Vogue'), dando una oportunidad seria a dos colaboraciones que de manera puntual le habían dado excelentes resultados. Por primera vez en años, Madonna prescindía de los habituales Pat Leonard y Steve Bray para crear el grueso de un álbum, dejándose llevar por algo más atrevido. Para sus estándares hasta entonces, el sonido de Erotica (1992) está insólitamente poco cocido y su lenguaje plástico se traduce en un tono seco y conversacional mezclado con melodías que muchas veces solo se insinúan, a veces escuetas o imprecisas, que no es lo mismo que desinspiradas. Reseñando otro disco suyo años más tarde, Víctor Lenore comentaba en Rockdelux"Erotica aburrió porque contenía dos estribillos en setenta minutos", una sentencia desvirtuadora que suena contundente pero a la vez abrevia demasiado. Erotica es más variado de lo que se le concede, pero al compararlo con la maestría de Like a Prayer (el pop trabajado desde una perspectiva clásica y melódicamente compleja de 'Oh Father' o 'Promise To Try', o el ímpetu funky de 'Express Yourself' o 'Keep It Together') su énfasis en los ambientes y en las estrofas habladas se quedaba corto para muchos. Era una obra con una intención completamente distinta. 

Otra de las conjeturas erróneas sobre este álbum es que gira exclusivamente en torno al sexo y a la lujuria, pero más allá de una inofensiva oda al cunnilingus y de las sombrías fantasías de la canción titular, no hay con qué escandalizarse. En los temas de Like a Prayer abordó con sensibilidad cuestiones familiares, conyugales y de fe, mientras que aquí se habla de poder, hipocresía, intolerancia, deseo y hasta admite cierta tristeza no exenta de romanticismo. Madonna asumió riesgos con Erotica, desde apostar por un repertorio menos inmediato a preservar sin miedo las voces que grabó en el estudio casero de Shep Pettibone en Nueva York (la crudeza y el tono nasal, evidentes en varias piezas, lo avalan). Pettibone estuvo a la altura del reto y se destapó como un colaborador versátil. Más allá de reincidir sobre las huellas de 'Vogue' -las gélidas 'Words' y 'Thief of Hearts' tienen su mismo ímpetu e inclinación house, y al final de 'Deeper and Deeper' hasta se permiten hacerle un guiño literal-, compuso con ella medios tiempos de distintas tonalidades (programaciones intrincadas para el cobijo melancólico de 'Rain'; elaboración más clásica para el (auto)retrato de una calamidad en 'Bad Girl'; arreglos de una orquesta filarmónica desaprovechada en 'In This Life', que recoge la angustia que le causaron las muertes de dos amigos a causa del SIDA) y expandió su vertiente más rítmica por vía del house suave (la versión del popular 'Fever', incorporada a última hora en lugar de un tema titulado 'Goodbye to Innocence' que no acababa de cuajar), música disco pletórica ('Deeper and Deeper', un single que es puro éxtasis y memorable al instante) y hip hop juguetón (la vengativa 'Bye Bye Baby').

Mención a parte merece 'Erotica', erigida como pieza central porque destaca como la más ambiciosa y arrojada dentro del canon Pettibone (línea de bajo insidiosa, loop melódico de bongos, samples que van de una guitarra de Kool & the Gang y percusiones ruidosas a un fragmento de música oriental en voz de la cantante libanesa Fairuz), ilustrando a base de capas la lascivia claustrofóbica que Madonna había capturado en las páginas más incómodas de Sex. Que la mujer más popular y poderosa en el mundo de la música pop editase algo así como single de presentación hace casi 25 años tiene mucho de transgresor y por suerte pudo permitírselo. 'Erotica' también sirve como enlace entre el trabajo de Shep Pettibone y las canciones de André Betts que, sin necesitar recortes de fonoteca, consigue un sonido también crudo pero genuinamente cálido al usar un combo de batería, bajo, piano y saxo que da un respiro a los secuenciadores en el álbum. La atmósfera relajada, jazzy sin desatender el ritmo constante (un poco en la línea casera del Homebrew de Neneh Cherry, incluso) da cobijo a la Madonna más sensual e interesante en un trío de temas impecables, entre los que hay que destacar la singular elegancia del último, 'Secret Garden', en cuyo estribillo yuxtapone una melodía ascendiente a las notas de contrabajo que van en sentido contrario, jugando entre la placidez y la tensión.



Madonna cerraba el año 1993 extrayendo el sexto single de Erotica (Bye Bye Baby) y embarcándose en una gira más reducida que la de 1990 bautizada como The Girlie Show, pero el backlash mediático -que se prolongó hasta bien entrado el año siguiente- la llevó a retirarse unos meses para reflexionar sobre cómo encarar su próximo proyecto y salir a flote de la situación. Se despidió sonoramente de la etapa de las controversias apareciendo en el programa de David Letterman en la cadena CBS a finales de marzo de 1994, cuando lo musical llevaba mucho tiempo en segundo plano y los periodistas solo intentaban adivinar si estaba saliendo con el jugador de baloncesto Dennis Rodman, con el rapero Tupac Shakur o con su amiga Ingrid Casares. Madonna se dedicó a soltar obscenidades y bromas soeces durante casi veinte minutos mientras se fumaba un puro, decidida a quemar las naves de la manera más pueril. Era una pataleta superficialmente irritante pero que escondía verdadera preocupación por lo incomprendida (y en algún frente derrotada) que se sentía. Estaba deprimida y desorientada, así que lo mejor era organizarlo todo para volver a hacer música cuanto antes y trabajar en una presentación que no desviase la atención hacia nada extramusical.

Sin desmerecer los logros artísticos de Erotica, lo cierto es que volvió a reunirse con Shep Pettibone pero muy pronto abortó las sesiones en favor de rodearse de colaboradores nuevos, buscando garantías de que el disco iba a ser mejor aceptado que el anterior. Esta vez el pop iba a confundirse en los pliegues que se marcan en una sábana sedosa de hip hop y R&B, o en otras palabras, iba a desarrollar y a darle más cuerpo al sonido negro de sus colaboraciones con André Betts pero de la mano de productores con eficacia comercial probada en esos géneros. Dallas Austin (el primero en citarse con ella la primavera de 1994, en Atlanta), Babyface, Nellee Hooper (quien haría de intermediario para que Björk le compusiera un tema) y Dave Hall fueron los elegidos para suavizar la percepción que había adquirido de ella el público generalista. Al igual que Erotica, y aunque funcionaron muy bien los dos primeros singles extraídos, Bedtime Stories (1994) es un disco misteriosamente subestimado en el catálogo de Madonna, o en cualquier caso, de los que rara vez se destacan o se comentan; pero es un trabajo consistente (de los más cohesivos que ha publicado) que suma para concluir que la etapa comprendida entre Like a Prayer y Ray of Light (1998) es la que mejor captura su destreza, su inquietud y su relevancia. Erotica era un álbum serio caracterizado por su beligerancia a la hora de abordar sujetos que iban desde la carnalidad a la libertad de expresión; está grabado en el subconsciente colectivo que es su disco lúbrico por excelencia, pero en realidad es en Bedtime Stories donde encontramos un mayor deseo de intimar con el oyente, donde se encapsula una sensualidad que invita a acercarse a ella sin la paranoia controladora del juego de verdad o reto.

Ya desde la primera canción, 'Survival' (compuesta con Dallas Austin, que en la maqueta original incluyó un sample de trompeta que desapareció de aquí para usarlo en 'Creep' de TLC), se hace ostensible que Madonna acometió las partes vocales con una vulnerabilidad inaudita, sonando tan limpia y relajada que en ocasiones parece que la voz se disgregue al final de los versos como anillos de agua en el océano. En 'Survival' habla de sus desencuentros con los mass media desde una perspectiva humilde ("¿Te tiene atrapado tu juicio crítico en aquello que no puedes ver?"), pero se reserva 'Human Nature' -la pieza que tiene las bases de hip hop más rígidas- para ventilar toda su frustración con ellos ("No soy vuestra puta, no me echéis vuestra mierda encima") y asegurar que no reculaba en absoluto de todo lo que había expuesto y defendido. Obviando la muy endeble 'Don't Stop' (una canción de baile cursi y demasiado perezosa que acabó aquí milagrosamente), los medios tiempos de corte romántico dominan el repertorio: voluptuosa cantando en su registro más grave sobre una guitarra acústica y un ritmo escuálido en 'Secret', un tema que tiene algo irresuelto en la partitura que atrapa como un imán; mustia y exhausta en 'Love Tried to Welcome Me', aderezada con una guitarra española, el toque hispano que siempre la ha deleitado; y especialmente acaramelada con Babyface dándole la réplica en 'Forbidden Love' (vaporosa) y 'Take a Bow', una balada académica que a todo el mundo le pareció sublime y que resultó en la verdadera sorpresa comercial de este disco (número 1 en los Estados Unidos durante siete semanas, sin abandonar las listas hasta casi dos años después).

Si el aspecto urbano de 'I'd Rather Be Your Lover' viene atizado por el bajo funky y el rap de Me'Shell NdegéOcello (de los primeros fichajes para sello propio de Madonna, Maverick), las piezas restantes resplandecen con una magia etérea gracias a la mano de Nellee Hooper, empezando por 'Inside of Me' -una delicada muestra de que puede existir algo llamado hip hop onírico-, aunque su momento más clarividente se encuentra en la secuencia que forman (suenan juntas, sin silencio que las interrumpa) 'Sanctuary' y 'Bedtime Story': en la primera, un viento nocturno de Oriente Medio friega sensualmente el ritmo, que crepita al calor del trip hop; mientras 'Bedtime Story' es la más aventurada del álbum. Björk dijo en 2001 que tenía la sensación de que todo alrededor de Madonna estaba muy controlado, y que "las palabras que creía que ella tenía que decir eran, 'No voy a usar más las palabras, quedémonos inconscientes, cariño. Que le den a la lógica. Sé intuitivo'". La letra de Björk es el manifiesto de ausencia de remordimientos más agudo que Madonna canta en Bedtime Stories, y la música armada por Nellee Hooper con la colaboración del programador Marius DeVries hace de ella una modesta obra maestra de electrónica ambiental y carácter futurista, infestada de detalles y conducida por un ritmo bailable que resuena durante la fase REM del sueño. Un apunte: es augurio de la dirección que tomaría para cerrar la década de los 90 asociándose con William Orbit.

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