Minutos: Courtney Barnett - 'History Eraser' (2013)


Dentro de las posibilidades que brinda la música rock para soltar nuestra imaginación y transportarnos a otros escenarios, hay un tipo de canción que bien podría constituir un subgénero y que hace posible (para mí) una de las mejores fantasías: dotarte de gallardía; especialmente si sueles carecer de ella absolutamente. Nunca olvidaré, por ejemplo, la sensación al escuchar por primera vez 'License to Confuse' abriendo el disco Bakesale de Sebadoh: noté rápidamente que me permitiría sentirme más chulo que un ocho caminando por la calle, una píldora de arrogancia transitoria que le sienta fantásticamente al ego y que te da una idea potente de lo que es expresarse con descaro. Hace unos meses descubrí 'I'm Not Like Everybody Else' de The Kinks y ocurrió un poco lo mismo. Recuerdo también cuando mi madre me llevó en coche al instituto el primer día de bachillerato, el primer curso en el que no estarían los cafres que me habían complicado la existencia los dos años anteriores. Puse en el radiocasete el primer disco de Elastica y nos acercamos al destino escuchando 'Stutter'. Solo me faltaban los títulos de crédito haciéndome sombra para creerme que empezaba mi propia versión de una película de Richard Linklater en la que iba a formar parte del bando que saliese mejor parado (obviemos el detalle de que, en 'Stutter', la superioridad de Justine Frischmann se cimienta en la humillación a un novio que tiene un gatillazo).

Conozco muy poco el catálogo de Bob Dylan. He oído muchas de sus canciones interpretadas por otras voces y me las sé en esas versiones, pero hay una que solo le he oído a él y que me costaría horrores imaginarme cantada por otra persona que la despojase de su particular narrativa, donde Dylan es simultáneamente distante y partícipe, nervio y serenidad. Fue un choque verle una mañana en el programa Sputnik -probablemente entre un vídeo de TLC y otro de George Michael-, de pie ante la cámara pasando cartulinas con palabras clave de la letra de ese 'Subterranean Homesick Blues', una secuencia de su legendario documental Don't Look Back (1965) que acabó aislada con fines promocionales pasando a ser uno de los primeros y más influyentes videoclips de la historia. La indiferencia con la que va deshaciéndose de cada cartel y se marcha cuando ya no le queda ninguno no hace más que subrayar lo que ya está en negrita en su interpretación: la actitud, el tono, la dicción, las imágenes rápidas sucedidas en rima automática.

Desde que se empezó a correr la voz al respecto de su valía allá en 2013, a la cantautora australiana Courtney Barnett la han denominado a menudo la más honorable continuadora del estilo de Bob Dylan que tenemos en nuestros días. Una de esas afirmaciones bien estudiadas que por insistencia se acaba convirtiendo en un comodín en las entradillas de sus entrevistas y que le costará quitarse de encima, entre otras cosas porque, aunque es un piropo de palabras mayores, su aserto no ha despertado a penas discordia. No sé dónde tenía yo la cabeza las primeras veces que escuché el doble EP A Sea of Split Peas (2013), pero me pasó por alto su estado de gracia en 'History Eraser', una pieza donde Barnett hace gala de donaire y carisma que orquesta según la mejor prescripción dylaniana para engendrar una composición así: tres acordes eléctricos pero limpios en una combinación que se repite, la frescura de un tono más conversacional que melódico y una serie de acontecimientos e imaginería que transcurren como flashes a bordo de un tren sin paradas.

Escasa en arrogancia pero con la chispa de un animal de ciudad, Courtney deja en el aire la duda entre si la historia es una realidad vivida en estado de embriaguez o si desde el principio se trata de un sueño alcohólico. "Mis sueños son muy vivos y hablo a menudo estando dormida", explicaba en For Folk's Sake. "Las canciones basadas en sueños me encantan porque son una pequeña ventana a la parte rara de tu cerebro que no acabas de entender". De lo que no hay duda es de que con todos los elementos consigue retratar el desorden eufórico de una noche de juerga que se desarrolla sobre la marcha, acompañada de una chica que le atrae y con la que mantiene la tensión sexual ("Dijiste: 'Solo se vive una vez', así que tocamos un poco de lengua") hasta el final, dejando claro en la frase que sirve de breve estribillo lo poco que puede concentrarse en nada más: "En mi cerebro reorganizo las letras en la página para deletrear tu nombre". Courtney Barnett pasa enseguida de sorprenderse por haberse quedado dormida encima de las sábanas a iniciar una expedición nocturna que pasa por un local, una granja, una barca o un casino y acaba con la promesa de su cómplice, que le asegura que en el taxi de camino a casa le cantará una canción de sus paisanos australianos The Triffids, una referencia de culto que supone la guinda en una letra donde ya se ha mencionado a Ezra Pound y a The Rolling Stones. Ah, y a la línea Epping de tren, el que suele coger desde su residencia en Melbourne. El día que escribió 'History Eraser' el trayecto debía ser especialmente líquido y quizás, en uno de los asientos cerca de ella en el convoy, alguien debía escuchar alto en sus auriculares el Bringing It All Back Home de Dylan.


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