El despiece: The Sundays
Cuando Mazzy Star todavía no había formalizado su regreso en 2011, y su discografía se ceñía a una cápsula inmaculada con tres álbumes editados entre 1990 y 1996, escribí sobre la música del dúo que formaban Hope Sandoval y David Roback (tiempo pasado para siempre: él falleció hace dos meses) recalcando que no necesitaba hacerlo cronológicamente, pues esos discos parecen los volúmenes de una trilogía aun sin que lo premeditasen. Su legado hasta entonces, dije, se elevaba como una pirámide de tres lados revestidos de espejo y las imágenes de cada uno se reflejaban en los otros, confundiendo el tiempo; ahora permitiéndonos trazar una línea genealógica hacia atrás; ahora dándonos pistas sobre el futuro; ahora revelando lo que en una canción antigua se quedó en un oscuro enigma... Es distinto a considerarlos intercambiables; un juego fascinante que solo se da cuando un tándem artístico conjura una fuerte identidad y es fiel a lo que sabe crear con artesanía, tan prudente con los experimentos que diríamos que acaban fuera de la operación. Hay quien hablará de autocomplacencia o falta de riesgo, pero yo leo humildad y garantía: si te apetece mermelada de melocotón, quieres la mejor, la más pura. Si Cocteau Twins y The Smiths son los grupos de los años 80 a quienes más veces se ha suplicado reuniones confirmadas como imposibles, Mazzy Star y The Sundays serían lo mismo de los años 90. Se da el paralelismo en su forma de concebir la música, en cómo esta nos llegó -también tres discos en el caso de The Sundays, entre 1990 y 1997- y en cómo la mitificamos cuando el silencio se prolongó sin avisar. Pero al fin y al cabo Hope Sandoval nunca dejó de entregar música intermitentemente y Mazzy Star se acabaron reuniendo, dejando a The Sundays como únicos salvaguardias de unos puntos suspensivos pesados como lápidas.
Los años de ausencia no han hecho sino aumentar el culto por el grupo que nació de la pareja formada por Harriet Wheeler (voz) y David Gavurin (guitarra). "La primera vez que me encuentro con ella, está plantada en medio de un estudio fotográfico enorme escuchando a una de sus bandas favoritas, The Sundays", escribían sobre Winona Ryder en la revista Seventeen en 1990. Hace pocos años otro actor, Elijah Wood, escogía su primer disco entre los más significativos de su vida y decía: "Sigo con la esperanza de que se junten y graben uno más. Ocasionalmente escribo en Twitter algo como 'Harriet Wheeler, ¿dónde estás?'. No ha tenido ninguna respuesta". Hay quien ha ido más lejos en la línea detectivesca, alrardeando de que su insistencia le llevó a obtener datos personales que obligan a plantearse qué es tolerable cuando persigues a personas que decidieron estar a la sombra de la luz pública hace mucho tiempo; y es que no hay nada más encomiable que el respeto desde la resignación, como demostraba Shriley Manson (Garbage) acordándose de ellos hace unas semanas: "En lugar de sonar desechable y superficial, [Harriet] sonaba erudita, vital y un poco cruel. Yo estaba loca por lo que hacía. Todavía lo estoy. (...) Te quiero Harriet Wheeler, donde quiera que estés ahora. Fuiste una musa asombrosamente magnífica y te estoy eternamente agradecida". Harriet y David le dieron un toque de humor involuntario a toda esta historia: de todos los medios a los que podían regalar declaraciones, en 2014 y por primera vez en más de quince años respondieron por email a unas pocas preguntas para la revista de American Airlines, huyendo del revuelo que supondría dar una exclusiva a alguno de los portales que hoy monopolizan la difusión de la actualidad musical y ratificando así su comodidad alejados de la industria. Esos mismos medios acabaron localizando la entrevista y se aferraron a la afirmación de que la pareja seguía escribiendo canciones -dicho literalmente por ellos pero sin más insinuación- para exagerarlo con titulares como "The Sundays revelan planes para nueva música", diseñados con deshonestidad. Seis años después no han vuelto a hacer declaraciones y mucho menos han publicado música a pesar de las adulaciones y las grandes muestras de afecto que siguen recibiendo.
Uno se sorprende menos de que antepusieran la vida doméstica a su carrera musical cuando tuvieron descendencia si lee lo que ya decía David Gavurin en abril de 1990: "Si no disfrutamos de lo que hacemos no importa si nos va bien. Lo principal es que hacemos lo que queremos y como queremos, y eso no tiene nada que ver con la caza desesperada de la fama". Entonces a penas acababan de empezar pero su despegue fue tan rápido que a ellos mismos les tenía atolondrados. En la entrevista de 2014 admitían que lo estrafalario de que les reconociesen en Londres les llevó a escapar a Barcelona unos días para procesar las implicaciones de su nueva situación, pero esa era la realidad para las bandas que los semanarios musicales británicos -en esa época influyentes hasta lo incalculable- decidían elevar a su particular olimpo de dioses recién llegados y de ahí, si todo cuajaba, proyectarles a la gloria. El núcleo de The Sundays se conoció estudiando en la Universidad de Bristol y su romance se desarrolló a la vez que sus primeras canciones, reclutando a los compañeros de la facultad Patrick Hannan (batería) y Paul Brindley (bajo) cuando ya tenían un puñado de ellas en 1988. Habiéndose graduado y cobrando el subsidio de desempleo mientras se sucedían los ensayos, no podían olerse que el grupo iba a convertirse en su trabajo tan pronto como ocurrió: en solo seis meses desde agosto de 1988, una maqueta les llevó a dar sus primeros conciertos como teloneros en Londres, aparecieron las primeras menciones extasiadas en la prensa musical y acabaron girando por el Reino Unido con Throwing Muses cuando su primer single no llevaba ni dos semanas en la calle (Rough Trade, sello independiente legendario, se llevó el gato al agua en medio de un aluvión de ofertas). Finalmente Can't Be Sure (1989) ponía al alcance de todo el mundo comprobar que el delirio estaba justificado: como el 'Birthday' que un año atrás había descubierto a Björk al frente de The Sugarcubes, la presentación de The Sundays te envuelve en un hechizo delicado -no hay acordes rasgados, no hay ritmo intrusivo que interrumpa la mística- alternando la contención y el desahogo; el sonido de la anticipación madurado con la más sensata de las reflexiones sobre huir del ruido mundanal en busca de uno mismo: "¿Sabías que el deseo es una cosa terrible? / hace que el mundo se quede ciego / pero si el deseo es una cosa terrible / a mí no me importa / es mi vida / y aunque ya no puedo estar segura de lo que quiero / ya me vendrá más adelante". La voz de Harriet quizás sea como una salpicadura de leche que forma una corona perfecta pero es insuperable que Shirley Manson hablase de algo "un poco cruel" para definirla, porque un ímpetu punzante atraviesa la comodidad con la que dibuja todo lo que canta.
El primer álbum Reading, Writing & Arithmetic (1990) desarrollaba las emociones que apuntaban en el single, con un guiño en el título a la cotidianidad que fundamentó todo lo que crearon: aluden irónicamente a la pedagogía básica ("lectura, escritura y aritmética") cuando en sus composiciones nos plantean encrucijadas vitales borradas de la educación, que solo pueden resolver la decisión y la experiencia, y además aprovechan que Reading es la ciudad de origen de Harriet para personalizar el contenido con el juego semántico. Si The Sundays lograron conmover a tantos es porque no se trataba de un grupo de pop decorativo sino que más allá del sonido agradable discurrían las dudas, los enfados, las aspiraciones y las decepciones derivadas de pisar el terreno que lleva de la adolescencia a la adultez. La mano de Ray Shulman, que había producido Life's Too Good de The Sugarcubes, les emparenta con ellos allí donde el bajo y la guitarra dialogan desde los trastes agudos con una batería tímida, la infraestructura de un aeródromo para cometas que vuelan en la canción de apertura ('Skin and Bones') y en la de cierre ('Joy'). El pop acústico y más conciso de 'You're Not the Only One I Know', 'I Won' y 'Here's Where the Story Ends' viene aderezado por letras donde Harriet disecciona relaciones fracasadas por el excesivo control ("¿Qué tiene de malo que cuente los coches / cuando estoy sola?") y las discusiones ("Gané la guerra en el salón de estar / gané la guerra y me costó lo mío") o que terminan con algo escandaloso que es vox populi ("Los sitios a los que voy me cansan tanto / puedo ver cómo la gente baja la mirada"). En 'Hideous Towns', que suena efervescente como si la buena fortuna la rondase, habla de dar bandazos sin encontrar una vocación que encaje con su falta de pretensiones ("Nunca fui de deambular / cogí el primer autobús a casa / no he cambiado"), y la conciencia de clase aparece en la desenfadada 'My Finest Hour' cuando canta que "mi ropa me delata / nunca lo supe / mi momento más glorioso / fue cuando me encontré una moneda en el metro". La sangre hierve de emoción conforme avanza 'A Certain Someone': con Gavurin emulando convincentemente la guitarra rítmica de Johnny Marr (The Smiths), esta pieza urgente como ninguna nos ofrece a Harriet en un registro desesperado, trepando por la espalda de la claustrofobia hasta que logra taparle los ojos.
Después de esperar dos años largos con una impaciencia que los críticos aplacaron mencionando a The Sundays en todas las reseñas de The Cranberries, Blind se sumaba a los retornos discográficos más publicitados del otoño de 1992 junto a Sade, Madonna, Neneh Cherry y Happy Mondays, editado por Parlophone -subsidiaria de EMI- ya que Rough Trade se había declarado en bancarrota el año anterior. En una primera escucha y a pesar del cambio de co-productor (aquí el primerizo Dave Anderson) puede dar la impresión de que se trata de una continuación sin más e incluso que el sonido no tiene la misma presencia, pero basta insistir un poco para salvar esas frivolidades precipitadas y dejarse persuadir por el que quizás sea el álbum más atemporal de The Sundays; el que más se presta a ser una sábana donde volcar la imaginación, puesto en perspectiva. El título Blind, sacado de la estrofa de '24 Hours' que dice "Pocas verdaderas preocupaciones tengo / mientras gira el mundo / Era ciega pero / ahora lo sigo siendo", recoge la idea de que vivir no es otra cosa que ir a tientas sin llegar nunca a aprender todo lo que deberías pero también compendia la esencia nebulosa de esta colección de canciones: la deliciosa imprecisión de los sujetos de las letras; su inclinación por recrearse en las atmósferas. Blind entrega dos singles deslumbrantes que, como los del primer álbum, no se nutren de historias azucaradas ('Love' apela al amor propio para superar un bache que ha rozado la idea del suicidio; en 'Goodbye' parece renegar de la herencia religiosa: "Mientras los cielos tiemblan, cariño / te pertenezco / dijeron que tendría lo que me merezco / y todo fue verdad") y rescata una pieza que tocaban en 1989 pero quedó fuera del primer álbum (la rítmica 'What Do You Think?' suena a déjà vu), pero por lo demás estamos ante su particular contribución al fondo de las obras más sobresalientes de lo que se llamó dream pop. Las composiciones son más elaboradas (los rincones enriquecidos con armonías vocales y finas capas de guitarras; las estructuras más complejas gracias a interesantes tangentes melódicas) y existen en un marco etéreo cuyo paradigma está en dos piezas sin batería -'24 Hours' y 'Life & Soul', asomadas a un mar que trae olas de remordimiento y suspicacias a la orilla- pero que abarca también las reflexiones crepusculares de 'On Earth' y 'Blood On My Hands' (la culpa por terminar con una historia sin sellarla bien: "Sangre en mis manos / cuando buscaste por todos lados no me pudiste encontrar / un crimen es un crimen, tendré que pagar") o las borrascas que ornamentan 'More' y 'I Feel'. Harriet demuestra cómo ha refinado su estilo vocal en poco tiempo y las palabras siguen siendo admirablemente valientes: "Me gustabas pero eso era antes /¿Por qué yo? / nunca lo supe entonces / y no lo sé ahora / Todas las cosas que haces / vuelven a ti / por eso me quedé / pero ahora diré lo que me apetezca".
En 1993, una versión de 'Wild Horses' de The Rolling Stones que había sido cara B de Goodbye (1992) fue utilizada en un anuncio de Budweiser y eventualmente publicada como single en América (donde habían fichado desde el principio con la multinacional Geffen), y Blind fue reeditado allí incluyéndola para aprovechar su creciente popularidad. El éxito de 'Wild Horses' fue una recompensa inesperada que invirtieron montando un estudio de grabación en casa cuando se tomaron un nuevo y dilatado descanso, tiempo durante el cual Harriet y David tuvieron a su hija Billie en marzo de 1995. Todo esto fue crucial para la creación de Static & Silence (1997), un álbum vigilado por una enorme luna; el último de The Sundays hasta la fecha. "Nos bajan la luna hasta nuestra sala de estar / interferencias y silencio y una visión monocroma", dice la estrofa de 'Monochrome' de donde salió el título esta vez, situada en la madrugada que Neil Armstrong pisó nuestro satélite por excelencia. Gavurin explicó: "La idea para esa canción era la de un niño experimentando algo que los adultos ven como importante. Es un niño en un mundo de adultos justo en ese momento". Quizás las interferencias y el silencio separen la muchedumbre de la intimidad, lo corrupto de lo inocente, y con una niña de meses no hace falta decir hacia qué lado oscilaron las composiciones de su trabajo más entrañable.
Grabar gran parte de las pistas en casa sin estresarse por los plazos como en un estudio profesional se reflejó en el sonido -mucho más concreto, palpable; alejado de los dibujos poéticos de Blind- pero también en la serenidad de unas canciones tiernas de raíz. Quedando la producción bajo la batuta de Harriet y David (también los arreglos de viento y cuerdas que les acompañan por primera vez), con Dave Anderson acreditado como ingeniero, Static & Silence es su disco más conservador, con un predominio firme de las guitarras acústicas y a veces rayando el exceso de almíbar ('When I'm Thinking About You'), pero lleno de piezas a la altura de su conocida elegancia como 'Summertime' (clarísimo single, adornando los misterios del amor con un wah-wah lechoso y trompetas), 'Cry' (una melancólica canción de luto con arreglos de cuerda y un riff memorable), 'Homeward' (buen ejemplo de esa calidez hogareña en los oídos) o 'Folk Song' (un paseo arcano por el campo al atardecer, agraciado por el misterio que solo Harriet podría dar a un tema sencillo como este). Cuando hay energía, viene mejor definida que nunca: 'Another Flavour' sube el volumen de la guitarra y la contundencia de la batería para respaldar una letra sobre lo aleatorio de interesarle a alguien ("Moda / no llegas a tiempo / prueban otro sabor / y pronto ya no existes"), mientras que en 'She' -un recuerdo de adolescencia, como si confesase un titubeo que aún la define- el espectáculo dramático se da con la alternancia de unas cuerdas majestuosas y los calambres eléctricos. Solo se les puede reprochar que teniendo canciones tan sublimes como 'Through the Dark' o 'Nothing Sweet' -que acabaron como caras B- entrasen en el disco otras a medio cocer ('Your Eyes') o por debajo del listón por facilonas ('I Can't Wait'). 'Monochrome' es el cierre perfecto -la suavidad de las escobillas sobre la caja, la trompeta solitaria, la evocación de esa noche en la que Harriet y su hermana espiaban el aterrizaje de Armstrong en la luna- para esta colección de temas eminentemente melancólicos con la que se despidieron a la francesa. Hay quien chismorrea que el éxito en las listas de la (terrible) versión de 'Here's Where the Story Ends' que hizo el dúo de música dance Tin Tin Out en 1998 les generó tantos royalties como para poder considerar retirarse, pero sabemos que el dinero nunca fue el motor que ponía en funcionamiento su creatividad ni su intención de compartirla. "Corro para mirar al cielo / medio esperando oír cómo piden bajar / ¿volarán o caerán? / oh, lo que es emocionarse por quedarse despierta hasta tarde". Astronautas en una misión sin concluir, The Sundays.
El primer álbum Reading, Writing & Arithmetic (1990) desarrollaba las emociones que apuntaban en el single, con un guiño en el título a la cotidianidad que fundamentó todo lo que crearon: aluden irónicamente a la pedagogía básica ("lectura, escritura y aritmética") cuando en sus composiciones nos plantean encrucijadas vitales borradas de la educación, que solo pueden resolver la decisión y la experiencia, y además aprovechan que Reading es la ciudad de origen de Harriet para personalizar el contenido con el juego semántico. Si The Sundays lograron conmover a tantos es porque no se trataba de un grupo de pop decorativo sino que más allá del sonido agradable discurrían las dudas, los enfados, las aspiraciones y las decepciones derivadas de pisar el terreno que lleva de la adolescencia a la adultez. La mano de Ray Shulman, que había producido Life's Too Good de The Sugarcubes, les emparenta con ellos allí donde el bajo y la guitarra dialogan desde los trastes agudos con una batería tímida, la infraestructura de un aeródromo para cometas que vuelan en la canción de apertura ('Skin and Bones') y en la de cierre ('Joy'). El pop acústico y más conciso de 'You're Not the Only One I Know', 'I Won' y 'Here's Where the Story Ends' viene aderezado por letras donde Harriet disecciona relaciones fracasadas por el excesivo control ("¿Qué tiene de malo que cuente los coches / cuando estoy sola?") y las discusiones ("Gané la guerra en el salón de estar / gané la guerra y me costó lo mío") o que terminan con algo escandaloso que es vox populi ("Los sitios a los que voy me cansan tanto / puedo ver cómo la gente baja la mirada"). En 'Hideous Towns', que suena efervescente como si la buena fortuna la rondase, habla de dar bandazos sin encontrar una vocación que encaje con su falta de pretensiones ("Nunca fui de deambular / cogí el primer autobús a casa / no he cambiado"), y la conciencia de clase aparece en la desenfadada 'My Finest Hour' cuando canta que "mi ropa me delata / nunca lo supe / mi momento más glorioso / fue cuando me encontré una moneda en el metro". La sangre hierve de emoción conforme avanza 'A Certain Someone': con Gavurin emulando convincentemente la guitarra rítmica de Johnny Marr (The Smiths), esta pieza urgente como ninguna nos ofrece a Harriet en un registro desesperado, trepando por la espalda de la claustrofobia hasta que logra taparle los ojos.
Después de esperar dos años largos con una impaciencia que los críticos aplacaron mencionando a The Sundays en todas las reseñas de The Cranberries, Blind se sumaba a los retornos discográficos más publicitados del otoño de 1992 junto a Sade, Madonna, Neneh Cherry y Happy Mondays, editado por Parlophone -subsidiaria de EMI- ya que Rough Trade se había declarado en bancarrota el año anterior. En una primera escucha y a pesar del cambio de co-productor (aquí el primerizo Dave Anderson) puede dar la impresión de que se trata de una continuación sin más e incluso que el sonido no tiene la misma presencia, pero basta insistir un poco para salvar esas frivolidades precipitadas y dejarse persuadir por el que quizás sea el álbum más atemporal de The Sundays; el que más se presta a ser una sábana donde volcar la imaginación, puesto en perspectiva. El título Blind, sacado de la estrofa de '24 Hours' que dice "Pocas verdaderas preocupaciones tengo / mientras gira el mundo / Era ciega pero / ahora lo sigo siendo", recoge la idea de que vivir no es otra cosa que ir a tientas sin llegar nunca a aprender todo lo que deberías pero también compendia la esencia nebulosa de esta colección de canciones: la deliciosa imprecisión de los sujetos de las letras; su inclinación por recrearse en las atmósferas. Blind entrega dos singles deslumbrantes que, como los del primer álbum, no se nutren de historias azucaradas ('Love' apela al amor propio para superar un bache que ha rozado la idea del suicidio; en 'Goodbye' parece renegar de la herencia religiosa: "Mientras los cielos tiemblan, cariño / te pertenezco / dijeron que tendría lo que me merezco / y todo fue verdad") y rescata una pieza que tocaban en 1989 pero quedó fuera del primer álbum (la rítmica 'What Do You Think?' suena a déjà vu), pero por lo demás estamos ante su particular contribución al fondo de las obras más sobresalientes de lo que se llamó dream pop. Las composiciones son más elaboradas (los rincones enriquecidos con armonías vocales y finas capas de guitarras; las estructuras más complejas gracias a interesantes tangentes melódicas) y existen en un marco etéreo cuyo paradigma está en dos piezas sin batería -'24 Hours' y 'Life & Soul', asomadas a un mar que trae olas de remordimiento y suspicacias a la orilla- pero que abarca también las reflexiones crepusculares de 'On Earth' y 'Blood On My Hands' (la culpa por terminar con una historia sin sellarla bien: "Sangre en mis manos / cuando buscaste por todos lados no me pudiste encontrar / un crimen es un crimen, tendré que pagar") o las borrascas que ornamentan 'More' y 'I Feel'. Harriet demuestra cómo ha refinado su estilo vocal en poco tiempo y las palabras siguen siendo admirablemente valientes: "Me gustabas pero eso era antes /¿Por qué yo? / nunca lo supe entonces / y no lo sé ahora / Todas las cosas que haces / vuelven a ti / por eso me quedé / pero ahora diré lo que me apetezca".
En 1993, una versión de 'Wild Horses' de The Rolling Stones que había sido cara B de Goodbye (1992) fue utilizada en un anuncio de Budweiser y eventualmente publicada como single en América (donde habían fichado desde el principio con la multinacional Geffen), y Blind fue reeditado allí incluyéndola para aprovechar su creciente popularidad. El éxito de 'Wild Horses' fue una recompensa inesperada que invirtieron montando un estudio de grabación en casa cuando se tomaron un nuevo y dilatado descanso, tiempo durante el cual Harriet y David tuvieron a su hija Billie en marzo de 1995. Todo esto fue crucial para la creación de Static & Silence (1997), un álbum vigilado por una enorme luna; el último de The Sundays hasta la fecha. "Nos bajan la luna hasta nuestra sala de estar / interferencias y silencio y una visión monocroma", dice la estrofa de 'Monochrome' de donde salió el título esta vez, situada en la madrugada que Neil Armstrong pisó nuestro satélite por excelencia. Gavurin explicó: "La idea para esa canción era la de un niño experimentando algo que los adultos ven como importante. Es un niño en un mundo de adultos justo en ese momento". Quizás las interferencias y el silencio separen la muchedumbre de la intimidad, lo corrupto de lo inocente, y con una niña de meses no hace falta decir hacia qué lado oscilaron las composiciones de su trabajo más entrañable.
Grabar gran parte de las pistas en casa sin estresarse por los plazos como en un estudio profesional se reflejó en el sonido -mucho más concreto, palpable; alejado de los dibujos poéticos de Blind- pero también en la serenidad de unas canciones tiernas de raíz. Quedando la producción bajo la batuta de Harriet y David (también los arreglos de viento y cuerdas que les acompañan por primera vez), con Dave Anderson acreditado como ingeniero, Static & Silence es su disco más conservador, con un predominio firme de las guitarras acústicas y a veces rayando el exceso de almíbar ('When I'm Thinking About You'), pero lleno de piezas a la altura de su conocida elegancia como 'Summertime' (clarísimo single, adornando los misterios del amor con un wah-wah lechoso y trompetas), 'Cry' (una melancólica canción de luto con arreglos de cuerda y un riff memorable), 'Homeward' (buen ejemplo de esa calidez hogareña en los oídos) o 'Folk Song' (un paseo arcano por el campo al atardecer, agraciado por el misterio que solo Harriet podría dar a un tema sencillo como este). Cuando hay energía, viene mejor definida que nunca: 'Another Flavour' sube el volumen de la guitarra y la contundencia de la batería para respaldar una letra sobre lo aleatorio de interesarle a alguien ("Moda / no llegas a tiempo / prueban otro sabor / y pronto ya no existes"), mientras que en 'She' -un recuerdo de adolescencia, como si confesase un titubeo que aún la define- el espectáculo dramático se da con la alternancia de unas cuerdas majestuosas y los calambres eléctricos. Solo se les puede reprochar que teniendo canciones tan sublimes como 'Through the Dark' o 'Nothing Sweet' -que acabaron como caras B- entrasen en el disco otras a medio cocer ('Your Eyes') o por debajo del listón por facilonas ('I Can't Wait'). 'Monochrome' es el cierre perfecto -la suavidad de las escobillas sobre la caja, la trompeta solitaria, la evocación de esa noche en la que Harriet y su hermana espiaban el aterrizaje de Armstrong en la luna- para esta colección de temas eminentemente melancólicos con la que se despidieron a la francesa. Hay quien chismorrea que el éxito en las listas de la (terrible) versión de 'Here's Where the Story Ends' que hizo el dúo de música dance Tin Tin Out en 1998 les generó tantos royalties como para poder considerar retirarse, pero sabemos que el dinero nunca fue el motor que ponía en funcionamiento su creatividad ni su intención de compartirla. "Corro para mirar al cielo / medio esperando oír cómo piden bajar / ¿volarán o caerán? / oh, lo que es emocionarse por quedarse despierta hasta tarde". Astronautas en una misión sin concluir, The Sundays.
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Comentarios
Desde Ciudad de México reciban un fuerte abrazo por estas líneas que, sin duda, me han llevado de nuevo a los remanso de oscuridad de mi juventud, que hoy se ven tan lejos y llenos de madurez.
Felicidades.
Y, al igual que Elija Wood, preguntó. ¿Donde esta Harriet?