Tarde o temprano: Piroshka - "Love Drips and Gathers" (2021)

"El evanescente arte de vivir y el arte de desaparecer". Era el título de un artículo centrado en la figura de Kendra Smith, una cantautora muy querida por haber formado parte de bandas como The Dream Syndicate y Opal que decidió retirarse a una cabaña en el campo hace 25 años, donde hoy sigue feliz, autoabasteciéndose y alejada del reconocimiento público mientras los admiradores de su arte permanecen fascinados, alimentando onzas de misticismo a la lectura que hacen de su decisión; haciendo de ella una especie de leyenda fantasmagórica. Aunque nadie lo diría por haber sido una música de carácter extrovertido en las antípodas de Kendra, un aura de misterio semejante rodeó a Miki Berenyi (voz, guitarra) una larga temporada cuando un comunicado anunció que su grupo, Lush, dejaba de existir. La andadura de la banda acabó con un golpe sordo cuando Chris Acland, su mejor amigo y batería en la formación, se quitó la vida en octubre de 1996. El silencio que violentó el jardín de la casa donde se ahorcó se extendió a la vida de Miki y absorbió el color rojo de su icónica melena, convirtiendo la idea de volver a hacer música en algo traumático. Cuando en 2002 Julio Ruiz recibió en los estudios de Radio 3 a Emma Anderson, su cómplice en Lush (por entonces embarcada en un nuevo proyecto, Sing-Sing), no pudo resistirse a empezar la entrevista preguntando por el paradero de Miki: "Tuvo un bebé el año pasado, que ahora tendrá unos diez meses, y trabaja en una revista a temporadas, pero no está haciendo nada de música". Pasaron muchos años, pero fue desperezándose del perfil bajo que había mantenido. En internet había una comunidad de seguidores de Lush que seguía creciendo y de vez en cuando su catálogo era revisado bajo una luz reivindicativa desde publicaciones musicales de referencia. Todo acabó cristalizando en una reunión del grupo que parecía tan improbable como la misma idea de volver a oír cantar a Miki; una vuelta que nos dejó un EP espléndido en 2016 pero que las tensiones del pasado, que subestimaron, demostraron imposible de sostener. Ya no importaba; Miki Berenyi había vuelto y el lado emocionante de la experiencia la había contagiado lo suficiente como para verse creando música en nuevos paisajes.

El flamante Love Drips and Gathers (2021) es el segundo álbum de Piroshka (adaptación fonética de una palabra que en húngaro significa Caperucita Roja), un proyecto que fue propulsado por la ruptura definitiva de Lush: Justin Welch (batería, percusión) había ocupado el sitio del fallecido Chris Acland y Michael Conroy (bajo) tuvo que ocupar el del bajista Phil King en el último concierto, cuando éste se marchó airado antes de finalizar la gira de reunión. Los tres decidieron seguir ensayando y ver a dónde les llevaba. "Era Justin quien tenía ese entusiasmo por hacer cualquier cosa, que es bastante difícil de resistir", explicaba ella. "Así que creo que él es la clave, es una dinamo". A Moose McKillop (guitarra), pareja de Miki desde 1996, hubo que persuadirle ("No sé si pensaba algo como, 'Oh, ¿es buena idea que una pareja esté en la misma banda? ¿Traerá problemas?'") pero finalmente se unió a lo que se corrió a llamar supergrupo, como suele hacerse, viniendo cada uno de distintas bandas respetadas, desaparecidas y añoradas: Elastica, Modern English, Moose y, claro, Lush. En Brickbat (2019), su debut, las canciones destacaban por su presencia física -la palabra que lo titula se refiere a un trozo de ladrillo hecho arma arrojadiza y también a un comentario hiriente- pero no quiero dar a entender nada agresivo, sino que se materializaban en los oídos con una solidez corpórea, y si se acercaban a aguas oníricas era como quien sumerge las manos y las agita rápidamente solo para comprobar la temperatura. ¿Y ahora?



Ahora es al revés: Love Drips and Gathers -que ha encontrado su título en un poema de Dylan Thomas- bucea plácidamente en aguas donde los sueños y los recuerdos penetran la superficie pulverizados por un aerosol, como si fuesen comida para los peces de colores, y así solo hay que interrumpir la zambullida muy de vez en cuando para sacar la cabeza y coger aire. La forma en que se suceden las canciones (algunas fundiéndose entre ellas literalmente) acentúa esa sensación de tránsito fluido y de abrigo emocional. Como otros discos que están apareciendo a lo largo de 2021, este lo tenía prácticamente todo atado antes del confinamiento pandémico, pero el tinte vulnerable de sus luces y sus sombras está en perfecta armonía con el estado de ánimo actual; más que por premonición, porque las heridas anímicas que arrastramos vienen socavándose desde hace mucho más que un año. Miki y Moose, ambos letristas, han hecho de lo personal algo rebosante de empatía. "Tener más de 50 te da cierta perspectiva", dice Berenyi. "Muchas de las letras tratan sobre gente que hemos perdido y los recuerdos que evocan, y cómo evolucionan las relaciones conforme envejeces. El remordimiento no es algo que te preocupe cuando eres joven, pero a mi edad hay cosas que debes aceptar -la vida no vivida, las cosas que no dijiste y que ya es demasiado tarde para decir, o que finalmente son fáciles de decir"

Frente a la espontaneidad con la que gestaron Brickbat, muchas veces intercambiando ideas por internet desde sus respectivas ciudades y grabando rápidamente cuando podían, en esta ocasión tuvieron más tiempo para experimentar en el estudio y trabajar en algo mucho más atmosférico. La desnudez con la que 'Hastings 1973' arranca el álbum es como una ofrenda de ternura con el brazo extendido, invitándote a cogerle la mano con los ojos cerrados; la bienvenida a una balsa de aceite donde la voz de Miki, como una cinta de luz, pronto se ve arropada por teclados refulgentes y un ritmo sensual, funky, urdido por la percusión y la guitarra. El arreglo de fiscorno hacia el final te pilla desprevenido y remata una peculiar sensación de morriña que se extiende a 'The Knife Thrower's Daughter'. Como una nana compuesta con el tipo de giros melódicos que en una carpa de circo te harían pensar que el acróbata está en peligro, esta pieza te aborda con la delicadeza con la que hablarías a un niño: "¿Tenía tu casa leones? / ¿tenía tu casa ratones? (...) Yo no tenía nada / pero vivía en un mundo / donde nada se sentía como algo / algo que contemplar". Seguidamente, 'Scratching at the Lid' se enciende como una de las canciones centrales del disco, su urgencia pop la clave para un monólogo interno con el que convencerte de que la vida es muy corta para estancarse pensando en lo que pudo ser y no fue: "¿Qué dirás cuando te metan bajo tierra, arañando la tapa mientras desciende la caja? Lo tiraste todo por la borda"

La textura deja de ser gaseosa en 'V.O' -una elegía para el artista gráfico Vaughan Oliver, alumbrada bajo un cielo encapotado pero dirigida por un ritmo prominente- y en 'Wanderlust' -donde llegan a evocar la psicodelia de etiqueta de los primeros Broadcast-, mientras que por las melodías agudas y etéreas de 'Echo Loco' y la calma chicha de 'Loveable' -otra canción con una percusión persistente y seductora- se puede poner la mano en el fuego y afirmar que Miki Berenyi ha tenido un papel crucial componiéndolas; son agridulces como las de Split (1994), como si el espectro de su figura con la cabellera roja al frente de Lush se proyectara sobre ella igual que las luces en un escenario. 'Familiar', discutiblemente la pieza más atmosférica del conjunto, hace de un estado de ánimo depresivo un viaje sideral; flotas y ves fogonazos que avanzan mucho más rápido que tú, como el mundo a tu alrededor. Ya no sé si estoy buceando como al principio o si se me han llevado del planeta Tierra. Pero no siento la gravedad; solo una ligereza medicinal.

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