Imperdible: Moloko - "Statues" (2003)

Tengo un recuerdo agridulce de cómo acabó mi adorada década de los '90 en el plano musical, porque todo lo que me parecía valioso empezó a desaparecer de la primera fila en los medios de comunicación. La irrupción de Britney Spears confirmó que los mejores médicos de la mutua del establishment habían curado al mainstream de esa gripe que pilló en 1991 llamada música alternativa. El tinglado de pop pedófilo alrededor de Spears era como una invasión retrógrada a los mínimos contraculturales que se habían infiltrado en la música popular, y la combinación de su dominio mundial con el énfasis en hacer estrellas a grupos machistas como Limp Bizkit, Slipknot o Linkin Park me dejaba un panorama desolador para fantasear. Si era el signo de cómo serían las cosas en el nuevo milenio, me repugnaba, así que me centré en seguir haciendo arqueología de cada subgénero de rock alternativo al que había llegado tarde por edad con la actitud purista que tanto define a un quinceañero. De haber sido más abierto de miras, quizás hubiese encontrado consuelo en la luz que ofrecía la redefinición de la música de baile que también se coló en el mainstream gracias a la influencia de artistas como Daft Punk. A caballo entre 1999 y 2000, la reactivación de la música disco y el house como conductos para el pop era un hecho con canciones que sonaban en la radio como 'Music Sounds Better with You' (Stardust), 'Red Alert' (Basement Jaxx), 'Lady (Hear Me Tonight)' (Modjo) o 'Sing It Back', de Moloko, que con esta pieza tuvieron una doble sorpresa: el productor alemán Boris Dlugosch la remezcló por iniciativa propia y se la envió por correo, y apostar por su arreglo para el single les dio su primer éxito global. Si algo asombró a Róisín Murphy y Mark Brydon, más allá de las cifras que poco a poco engordarían sus cuentas bancarias, fue que se les revelase el poder de la simplicidad; Róisín había regresado de un viaje a Nueva York con la melodía de 'Sing It Back' en la cabeza y la idea era hacer con ella un tema disco inspirado por lo que vio allí en sus salidas nocturnas, pero "en aquella época no nos atrevíamos a hacer un four-on-the-floor, e intentábamos que todos los ritmos del disco I Am Not a Doctor fuesen obtusos", como contaba Mark. Aunque encargaron una remezcla al solicitado Todd Terry (cuya elevación house del tema 'Missing' relanzó la carrera de Everything but the Girl), fue Boris Dlugosch quien tuvo el mejor oído para reconocer el potencial de esa melodía y reencarnarla en un lugar no muy alejado de donde había saltado la chispa inicial en el cerebro de Róisín.

Otro aspecto que el dúo puso en valor a partir de esta experiencia fue la gratificante sensación de ver a tanta gente distinta conectando con una canción suya y exudando felicidad. Aunque al conocerse en Sheffield (Reino Unido) ambos coincidían en su gusto por el R&B, el funk y el house, juntarse para hacer música tuvo una parte importante de reacción al tono acomodadizo que habían adquirido esos géneros en el crossover hacia la cultura de masas, así que desde el principio jugaron a que todo fuese un poco desconcertante como contraataque. En los discos de Moloko podía haber destellos melódicos pero las canciones estructuradas al uso como 'Fun for Me' no abundaban; cada álbum era un laberinto de estilos y arreglos discontinuos con un sabor ácido, y sobre todo un trasfondo de humor negro dado por el carácter que Róisín imprimía a unas interpretaciones vocales caladas de jazz. Era como si volcasen una gran bolsa de plástico llena de marcianadas, experimentos e inocentadas para jugar en el suelo de la habitación partiendo de ese colorido desorden. A la altura de su tercer disco, Things to Make and Do (2000), las cosas seguían teniendo ese cariz pero la reacción del público a 'Sing It Back' les dejó un anhelo que nunca debían haber imaginado que tendrían trabajando en los márgenes de su sarcástico art pop; les dejó el gusanillo por volver a conmover a la audiencia, y lo mataron con un single de lujo, desvergonzadamente disco que servía carpe diem envuelto en seda y cintas de luz. Con su elegante sentimentalismo, 'The Time Is Now' funcionó con la gente en el frente emocional, satisfizo el deseo de Mark y Róisín y, de nuevo, les dejó con ganas de más.    
  

Mark Brydon y Róisín Murphy fotografiados por Elaine Constantine.

'The Time Is Now' es, sin duda, la soberbia plantilla de trabajo sobre la que querían desarrollar su música en el futuro más inmediato: la guitarra y el bajo acústicos, la sección de cuerda, el espíritu de la primera música disco con influencias latinas y la exposición personal sin tapujos en las letras. Estaban decididos a completar un álbum que solo tuviera grandes canciones-canciones; sin interludios, sin experimentos abstractos, sin distracciones. Habían ido perdiendo esa timidez o reticencia del principio para aventurarse a tomar una dirección más pop y sabían exactamente cómo querían hacerlo. Entonces la vida dobló el peso del salto mortal: la relación sentimental entre ambos, que había empezado prácticamente cuando se conocieron en una fiesta en 1993, acabó en 2001, pero pese a la dificultad que podía implicar volver a embarcarse a crear un nuevo disco de Moloko codo con codo -y además uno que pretendía ser tan íntimo- no querían disolver el grupo sin entregar el manifiesto para el que tenían esa gran clarividencia. Tras darse un tiempo de unos diez meses separados después de la ruptura, comenzaron a encajar las piezas de una obra que sería un tributo a la humanidad de la música de baile y a su profundidad, tan a menudo no reconocida. Róisín intentaba explicarlo apasionadamente en la revista irlandesa Hot Press, en 2003: "La mejor música disco te rompía el corazón (...) El baile en sí, es sagrado. Para empezar. Es algo sagrado. La gente no se lo toma lo suficientemente en serio, creo. (...) Meterse en la pista de baile sin ningún respeto, derramando cerveza unos sobre otros y simplemente... siendo agresivos con algo que es tan especial, edificante e importante. Toda la cultura de la música de baile que conozco en Inglaterra procede de la música con la que crecí [en Manchester y, más tarde, en Sheffield], que era el northern soul. Se trataba de gente corriente, con trabajos corrientes -y probablemente en la mayoría de los casos trabajos que odiaban, vidas que no les llenaban- que necesitaban salir y bailar una vez a la semana, toda la noche. Y saberse cada palabra de esos discos de soul lastimero, que hablan de dolor, desesperación y amor. Bailando, bailando, bailando hasta que se animaban".

En la misma entrevista, Murphy reconocía que "a medida que uno se hace mayor, se siente más seguro a la hora de expresarse, de decir lo que le sale de forma natural. Y tal vez eso vaya en detrimento de una cierta dosis de jovialidad. Pero lo que se gana es una especie de franqueza y sinceridad". Quizás Moloko perdiera el toque excéntrico que tanto los definía, pero esta maniobra de redimensionamiento emocional ya no tenía vuelta atrás. En la mente y bajo la piel de gallina, tenían todas las canciones que adoraban de figuras fuertes y colosales ante el micrófono (de Shirley Bassey y Mina a Grace Jones y Gwen McCrae), las producciones de Nile Rodgers y las de Sly & Robbie, y todo el amasijo de sentimientos que había disparado la ruptura entre los dos, un manjar de los dioses para alimentar las letras. Junto al que se había convertido en su mano derecha desde que lo incorporaron a la banda en directo, el teclista Eddie Stevens, echaron toda la carne en el asador y compusieron arreglos para una gran orquesta de cuerda y viento, y con todo esto se forjó Statues (2003) en los estudios Metropolis de Londres (excepto las cuerdas de dos canciones que se grabaron en los estudios AIR Lyndhurst). En la portada del álbum, Elaine Constantine había capturado a Róisín en el agua, con vasos de cerveza en ambas manos y un gesto de violenta celebración; una foto que como contaba Mark Brydon había sido tomada tiempo atrás "cuando empezamos a tomar caminos separados en privado, así que se hizo en un momento bastante loco y difícil. Pero se ha convertido en una imagen de libertad, de cambio". El álbum arranca con su expresión disco más monumental, un 'Familiar Feeling' que empieza con dos minutos de jam trepidante y cada vez más acalorada; una introducción atropellada que alcanza un clímax dramático y te abandona a los brazos de una canción tierna, un 'The Time Is Now' elevado al cubo que captura la euforia de tener una conexión mágica con alguien y a la vez la melancolía de saber que ni esa complicidad tan fuerte puede salvarte de una separación. En 'Forever More', con una interpretación vocal poderosa y manchada de dolor, es como si Róisín fuese la guía de todas las almas cándidas que deambulan hambrientas de amor pero recelosas después repetidos desengaños, marchando en formación de guerra sobre esa línea de bajo agresiva y un ritmo que la sección de viento y las ráfagas de órgano se llevan al éxtasis. Esta es la cualidad catártica de la música de baile que Murphy reivindicaba entrevistada en 2003, ejecutada con una nota altísima.

Mark Brydon fotografiado por Elaine Constantine.

Como no podía ser de otra manera, las reflexiones alrededor de las distintas fases de la ruptura son el meollo de cada una de las canciones; desde un cínico desencanto ("¿Te acuerdas de cómo bailábamos? / ojalá yo pudiera olvidarlo / dije que te daría la última oportunidad / ojalá no lo hubiese dicho nunca"; canta en 'Come On', una pieza de funk con un punto tragicómico donde se reconoce a los Moloko de antaño) a la fe en que el cambio será para mejor ('100%', de la que Rósín dijo en 2020 repasando el disco que "tiene un toque camp"); desde las caricias de consuelo (el R&B celestial de 'The Only Ones': "A los afligidos / propensos a las adicciones / a los usuarios y perdedores / a los que dudan y a sus hijas e hijos / tu ángel vendrá") al deseo de golpes que maten en seco lo que eres demasiado cobarde para rematar con decisiones (la magnética 'Blow x Blow', donde Murphy demuestra que puede sonar igual de autoritaria que sensual); desde una ardiente dependencia ('I Want You', que estruja el difícil sentimiento de no saber desengancharse de la otra persona y con ello saca otra edificante canción disco) a la necesidad de huir de tu propio pellejo con urgencia ('Cannot Contain This', la que tiene un tacto más electrónico y agitado). No es casualidad que las cuerdas de 'Statues' y 'Over and Over' se grabasen en AIR Lyndhurst, una de las salas de estudio con mejor acústica y mayor capacidad del mundo para acoger a orquestas sinfónicas. Son las dos piezas que más directamente abordan el mal trago de soledad en el amanecer de un romance acabado, y lo hacen reconociendo cómo flaquean las piernas cuando uno debe volver a andar solo. "Si todas las estatuas del mundo / se volvieran de carne con dientes de perla / ¿serían tan amables de consolarme?", canta en una 'Statues' marcada por una desolación de dimensiones cinematográficas. Con 'Over and Over', estirándose al final del álbum en un círculo de casi diez minutos, es como sufrir el dolor de huesos de una fiebre para llegar a aceptar definitivamente que lo que fue, ya no será. 

Curiosamente, un disco donde la sinceridad vertida es tan evidente y la artesanía para llegar a sus intenciones tan memorable, no fue recibido con el reconocimiento que Mark y Róisín esperaban. Si con sus discos anteriores los críticos no sabían cómo clasificar a Moloko y se veían abrumados por su dispersión, cuando salío Statues no se molestaron en leer todas las capas y algunos medios culturales de referencia (como The Guardian o Uncut) publicaron reseñas especialmente tibias e injustas vistas con la perspectiva que dan dos décadas de distancia, reduciéndolo a un disco de pop retro superfluo. El público también estaba a otra cosa y no lo encumbró como una obra maestra en su momento (aunque llenaron los espectaculares conciertos que dieron en una gira larguísima entre 2003 y 2004), pero con los años se ha ido reivindicando como tal, confirmando que Murphy, en la misma entrevista con Hot Press citada arriba, no estaba equivocada con sus expectativas, solo falló en el plazo: "Pase lo que pase, apoye la gente este disco o no lo apoye, nos feliciten o no, creo que al final, dentro de un año, será un gran álbum. Porque siento, intuitivamente, que crecerá, y crecerá, a través del boca a boca, y que a la gente le encantará este disco".

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