Imperdible: Tanya Donelly - "Whiskey Tango Ghosts" (2004)
"El que se contenta con su dorada medianía / no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona / ni habita palacios fastuosos que provoquen a la envidia". Son unos versos extraídos de las Odas de Horacio -ni más ni menos que del siglo 23 a.C., traducidos del latín por Germán Salinas- donde alumbraba el significado de lo que en filosofía vino a llamarse aurea mediocritas. No hay duda de que todo lo que alude a la mediocridad en el vocabulario devuelve una visión peyorativa en el imaginario, pero el término no es tan literal; no se refiere a conformarse con lo mediocre, sino a sentirte afortunado con lo que tienes en un punto alejado de las exageraciones y los excesos. El aurea mediocritas, endulzado en inglés como "golden mean", es uno de los conceptos que arroja a nuestros oídos Tanya Donelly en este trabajo de campo sobre la vida conyugal longeva titulado Whiskey Tango Ghosts (2004). Según la idea tradicional del emparejamiento, donde la idealización del amor romántico se sustenta en las emociones intensas y la sobreactuación de la felicidad y del dolor, la cultura popular sigue empujándonos a identificar algo parecido al aurea mediocritas sentimental como la defunción de una relación; empujándonos a que la tranquilidad de espíritu despierte desasosiego en nosotros porque estamos convencidos de que deberíamos estar sintiendo más. Y en realidad, cuando un noviazgo ya tiene muchos años, alcanzar el aura mediocritas se me antoja una suerte. Donelly explicaba a Carly Carioli en una entrevista de 2004 que "cuando una pareja se compromete, por muy evolucionada o avanzada que esté, sigue creyendo en lo que yo llamo el mito de la unidad: que vais a estar hombro con hombro, mirando en la misma dirección, y es difícil cuando eso empieza a disiparse", por lo que hay una labor de desbrozo para separar las emociones reales de los pensamientos que nos asaltan por el convencionalismo que hemos asimilado a través de los conductos sociales. Whiskey Tango Ghosts es como el diario de todo ese proceso de reflexión y aprendizaje que, más allá de las mieles y las batallas, acaba poniendo en valor la lealtad, el afecto y la historia compartida entre dos personas que quieren permanecer juntas.
Todo esto puede sonar cursi, adjetivo que algunos aplicarían a canciones de Tanya Donelly tan antiguas como el 'Angel' que firmó estando todavía en Throwing Muses, pero este álbum no lo es. Tanya lo planteó como una conversación entre ella y su marido, Dean Fisher (guitarra, bajo, percusión, batería), en la que cada canción sería como una carta. Una vez agotado el (corto) recorrido de Belly a finales de 1995 -primer grupo donde llevó la voz cantante después de sus ricas aportaciones a los Muses y a The Breeders-, su carrera en solitario empezó con dos discos que brillaban a fogonazos pero no precisamente por su cohesión, accidentados por diferentes motivos: de Lovesongs for Underdogs (1997) ha reconocido que lo hizo sintiendo que debía conservar el estatus que había adquirido a nivel de popularidad, y la intromisión de su sello en los Estados Unidos (Reprise, subsidiaria de Warner) acabó llevándola a hacer concesiones que descentraron un disco de pop-rock que podía haber sido más especial, como confirmaban las piezas descartadas que acabó publicando como caras B; para Beautysleep (2002), en cambio, ya no había multinacional a la que convencer, pero el nacimiento de su hija Grace Bee en 1999 detuvo el flujo de trabajo, no solo porque Tanya quisiera dedicarse a ella, sino porque "tuve problemas postparto muy graves. Era una forma de depresión: sentía un terror abyecto. Así es como se manifestaba. No en forma de pequeñas preocupaciones, sino de un gran golpe en la cara: el miedo", como explicó en una entrevista con The Independent en 2004. Beautysleep se quedó en un disco de pop más etéreo que su predecesor, puntualmente extravagante como ése, pero igualmente descentrado. En comparación, Whiskey Tango Ghosts se alzaba como el trabajo más cohesivo de su discografía, el más natural.
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Tanya Donelly en una foto promocional de 2004 (archivo de Beggars Banquet).
"Este álbum es la primera cosa realmente premeditada que he hecho", seguía en The Independent. "Hacía tiempo que quería hacer algo austero, pero siempre me acobardaba". Al principio iba a ir a por todas con ese planteamiento, valorando grabar el repertorio que tenía con la única intervención de Elisabeth Steen (piano, Wurlitzer) pero poco a poco vio que lo adecuado era incluir a más músicos, entre ellos a su marido Dean a quien, como coautor de algunas de las canciones y sujeto principal en la mayoría de las mismas, cabría imaginar tenso participando en algo que se aproximaba tan directamente a su intimidad, pero ella aseguraba que en absoluto: "Lo enfocamos como trabajadores, limitándonos a las estructuras, las partes y la logística, y más adelante... más adelante, quizás, [Dean] comenta algo al respecto". Tanya separó aquellas canciones que no se ceñían a la conversación doméstica porque no quería interferencias que rompiesen ese hilo conductor y mantuvo el sonido en una frecuencia eminentemente acústica y sencilla, cortesía de un combo reducido a Dean, Elisabeth, Rich Gillbert (guitarra y pedal steel) y Dave Narcizo (batería y escobillas en un par de temas). Donelly ya se había acercado a géneros de tradición americana en el pasado ('Untogether' y 'Stay' cuando estaba en Belly; 'Restless' o 'Goat Girl' ya en solitario), pero decía que "ahora me da menos miedo el country. Si tenía un estribillo melódico, siempre escribía una estrofa fea para que no sonara demasiado bien. Ahora dejo que venga lo que venga". Citó como inspiraciones a Neko Case, Emmylou Harris, Lucinda Williams o Gram Parsons, confesó que escuchaba a Ennio Morricone durante el proceso de composición para aclarar el cerebro y juró que en su cabeza lo que escribía sonaba en voces graves parecidas a las de Tom Waits y Nick Cave.
El título del álbum tiene ese toque de fantasía enigmática que tantas veces ha sido la marca de la casa Donelly, dejando los fantasmas evocados en una incógnita codificada por las palabras "whiskey" y "tango", algo que las fuerzas de seguridad usan desde para informar las letras de las matrículas hasta para decir en clave "what the fuck" ("whiskey tango foxtrot") o, según el diccionario urbano, como eufemismo de "white trash" (gentuza). "El título se refiere a pelearse", comentaba Tanya. "Llegas a cierto punto en una relación con alguien, no tiene por qué ser una pareja, puede ser un amigo de toda la vida, y crees que has superado algunas cosas y matado cualquier fantasma. Pero te das cuenta de que los demonios siguen ahí. De eso se trata, de aceptar que algunos fantasmas no desaparecen". 'Whiskey Tango', la canción, tiene la cadencia de una bossa nova triste donde inmortaliza el tipo de discusión que se encalla en un bucle de faltas gratuitas y reproches por cosas que deberían estar perdonadas. Desde que el disco empieza con la elegante 'Divine Sweet Divide' al piano ("no puedo explicar / lo que de todas formas no querrías oír / nuestra divina dulce división / así que miremos simplemente el espacio entre tu cara y la mía") la actitud siempre esquiva lo lacrimógeno en favor del buscado estilo conversacional, sereno pero realista para permitirse bascular entre la seriedad y la ternura. En la hoja promocional del lanzamiento explicaba: "Fue un invierno realmente opresivo [en Cambridge, Massachusetts]; un invierno helado, tranquilo, extraño. Una guerra [la de Irak] horrible, un gobierno horrible, un invierno sombrío y mezquino. No es el tema de las canciones, pero es el tono". En 'My Life as a Ghost', no sin un punto de anhelo que cuelga de un hilo, afronta la realidad de cómo los cambios en su vida personal -la maternidad, la distancia temporal con los años de excesos en la primera línea del pop-rock alternativo- habían rebajado su ego y la habían convertido en un espectro altruista dedicado a quienes la rodean; conmovida, entregada y convencida, acaba cantando: "En este día perfecto / pongo mi escudo a tus pies y ruego quedarme".
'Butterfly Thing' es una delicadeza que parte del efecto mariposa para reflexionar sobre el miedo a las consecuencias de los pequeños actos y la superstición, mientras el tenue oleaje de 'Golden Mean' te mece con el buen espíritu de una revelación optimista. Es una colección de canciones de carácter inevitablemente romántico, desde la mirada sentimental a los principios del idilio y los años de recorrido (marcado acento country en 'Just in Case You Quit Me') hasta la devoción confesa ("se reduce a esto / ¿quién podría ocupar tu lugar? / ni una canción / ni mil fuertes / (...) todos los demonios de esta casa quieren zanjar el asunto / pero yo puedo acercarme a ti", canta en 'Every Devil', como si la idea de separarse flotase en el ambiente y disiparla fuese un desafío en sí mismo), incluso cuando admite el desgaste en 'The Promise' y en la declaración de amor definitiva de 'The Center': "Nos falta el aliento, tal vez tenemos los dientes más largos últimamente / eres el amor de mi vida / eres la montaña, yo el biplano que vuela bajo / nos unimos de las formas más calamitosas". No hay ninguna canción donde las cosas no se digan con ternura o con cuidado, y conseguir abordar emociones contradictorias o situaciones incómodas de la vida conyugal con este tacto sin que todo se quede en la superficie de lo melindroso, no es tarea fácil. Tanya Donelly siempre fue hábil para filtrar sus impresiones en canciones melódicamente fáciles de recordar, algo que se le llegó a recriminar como si fuese una orientación calculada hacia lo comercial, pero nunca ha engañado a nadie, tampoco aquí. Whiskey Tango Ghosts llega al final con 'Fallout', una oda a una sana incontinencia que suena a liberación: "Ahora todo se está derramando fuera de mí / extiendo mis manos para atraparlo pero hay demasiado y ahí va / y pensábamos que los engañaríamos a todos / (...) y no puedo detener las consecuencias / después de todo". Nos da miedo que hablar resulte en algo explosivo, pero quizás sea la única manera de enmendarlo todo y ahuyentar los fantasmas.
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