Escenarios: Beth Gibbons - Palau Reial de Pedralbes (Barcelona), 14 de julio de 2025


La música siempre vence. Atravesando el frívolo lujo que disfraza los jardines del Palau de Pedralbes para llegar hasta donde acontecen estos conciertos veraniegos con nombre de aseguradora, me parecía que la cita con Beth Gibbons me había tocado en el momento inadecuado. Los días anteriores había estado escuchando música que nada tiene que ver con ella; me sentía como si esa distancia me fuera a privar de conmoverme. Y entonces empezó a sonar el arpegio de aquel ‘Mysteries’ de 2002, repitiéndose en pausa hasta que florece poco a poco en cuanto ella dice “Dios sabe cómo adoro la vida”. En espera de un tercer disco de Portishead que no acababa de materializarse nunca, Gibbons inauguró el siglo XXI con esta pieza donde se permitió contemplar la vida desde un lugar de agradecimiento a pesar de los momentos de desconsuelo. Arropada por un coro de ninfas, se le intuía la sonrisa sabia de quien ha vivido y ha aprendido que el amor y la curiosidad por aquellas cosas que aún no hemos experimentado son lo que nos hace tirar hacia adelante; sin abandonar, sin desesperar. Siempre hay algo que te llena el corazón en lo que te puedes concentrar para cerrar (o abrir) los ojos en paz. "Dios sabe cómo adoro la vida", escuché ayer, y di un suspiro tan cargado en los pulmones que la simple exhalación del aire me llenó de lágrimas el ojo derecho. La música siempre vence. 

No es que hasta entonces el concierto no me hubiese atrapado ni sorprendido muchísimo, pero era la primera canción antigua que rompía el bloque de presentación del álbum Lives Outgrown (2024) y su familiar desnudez fue todo un golpe. Al terminar 'Mysteries' fue también la primera vez que Gibbons saludó y dio las gracias, derritiéndose con pequeños gestos de payasa que nos recuerdan que sentirse reverenciada no es lo que le da la felicidad en los encuentros con el público, y no lo hace con falsa modestia. Beth ha armado una banda espectacular de siete músicos (los instrumentos, además, se multiplican: guitarras, bajo, batería, percusión de metal, teclado, saxofón, flauta, armonio, violín, viola...) que en el escenario se reparten a su alrededor con la armonía simétrica de una figura de kirigami, construyendo entre todos un sonido que planea entre lo crudo y lo majestuoso con la precisión de una orquesta sinfónica, recreando fielmente la riqueza de lo que se escucha en el disco, el segundo a su nombre en casi veinticinco años. Apoyada en el palo de micro de la misma manera en la que siempre ha estado cómoda para cantar desde el principio de su carrera, Beth Gibbons sigue perseverando en su deber más valioso; fue una de las últimas voces que más honestamente cantó sobre las penas del siglo XX y ahora muestra preocupación por la deriva de la humanidad en el presente siglo, pero no solo eso, sino que componiendo esta última tanda de canciones entre los 50 y los 60 años ha destilado reflexiones concisas sobre cómo estamos en constante transición y aprendizaje; el miedo, la ansiedad, el paso del tiempo, los cambios en el cuerpo y la carga de la experiencia han colmado Lives Outgrown de emociones que nos enfrentan a la verdad de la vida. Otra vez me encontré delante de una artista capaz de inspirar acciones positivas por el simple hecho de saber leer al ser humano desde una perspectiva tridimensional, donde caben la compasión, el hacerse preguntas y señalarse los errores. No son muchos quienes lo hacen con esta pureza; tenemos suerte de que arte como este exista ahí fuera para recurrir a él cuando nos parece que ya no podemos creer en nada.


El potente repertorio de Lives Outgrown antes del bis solo fue interrumpido en una segunda ocasión por la emblemática 'Tom the Model' (como 'Mysteries', de su disco al alimón con Rustin Man, Out of Season), una canción que se inflama con un tono dramático elegante, romántico y noir, que te hace sentir un cosquilleo definitivamente distinto al de las rumiaciones de su última obra. El sonido del nuevo material es paisajístico, naturalmente terrenal y envolvente pero no de una forma etérea, sino rocosa; desde la evocación desértica de la inicial 'Tell Me Who Your Are Today' a los pedruscos que secuencian el ritmo de 'Burden of Life'; desde las voces masculinas de los músicos, arrastrando a las canciones a un lugar primitivo, hasta los vientos exóticos que perfuman de aromas arabescos y aflamencados 'Beyond the Sun' y 'Rewind'. Esta última y 'For Sale', interpretadas seguidas, recogen sus visiones sobre la horrorosa acción humana sobre el planeta y la superficialidad consumista a la que nos hemos abandonado, preguntándose si llegar tan lejos será ya reversible. Me ha gustado lo que he leído antes en el comunicado que publicó Beth sobre el disco cuando salió para acabar de entender la importancia de las texturas graves que ayer eran tan claves: "Quería alejarme de los breakbeats y la caja de la batería, centrarme en el tejido leñoso de los árboles y alejarme de la adicción azucarada de las altas frecuencias que satisfacen como el azúcar y la sal"Fue tan monumental lo que hicieron a lo largo del set principal que quizás no hubiese hecho falta repescar dos piezas de Portishead en el bis, pero solo por deleitarse con la forma en que el guitarrista Eoin Rooney recreó al dedillo la perturbación electrificada de ‘Glory Box’ mereció la pena que se nos llevasen a ese otro plano temporal por unos instantes, y al fin y al cabo 'Roads' (ese timbre agudo, frágil, valiente y desnudo) capturó algo indiscutiblemente atemporal hace ya 30 años: "¿Es que nadie lo ve? / Tenemos una guerra que luchar / nunca encontramos nuestro camino / digan lo que digan". La música siempre vence.


Setlist:
Tell Me Who You Are Today / Burden of Life / Floating on a Moment / Rewind / For Sale / Mysteries / Lost Changes / Oceans / Tom the Model / Beyond the Sun / Whispering Love // Roads / Glory Box /  Reaching Out

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