Escenarios: The B-52's - Poble Espanyol (Barcelona), 9 de julio de 2008


Para enfrentarme a la revisión del concierto que dieron el miércoles The B-52's en el Poble Espanyol no me queda más remedio que dejar de lado la lírica y el parte técnico y formal, y hablar desde el entusiasmo más incontrolado; y no porque no pudieran salir airosos y con muy alta nota de ese parte, precisamente. The B-52's surgieron a finales de los años 70, en plena eclosión del punk y la new wave, con una propuesta completamente insólita que mezclaba en su música y su imagen elementos de lo más dispares del mundo kitsch, el colorido del pop, los peinados cardados de los 60, la imaginería del espacio exterior y lo  primitivo de las guitarras surferas y los ritmos simples. Por encima de todo ello, los juegos de voces de Kate Pierson y Cindy Wilson, y la narrativa extraterrestre de Fred Schneider. Ellos y su festividad tuvieron un protagonismo enorme en mi infancia; las cintas sonaban en el coche cuando nos íbamos de viaje a algún sitio, y las portadas de los vinilos, miradas hoy a contraluz, muestran los trazos de mi lápiz sobre el cartón, pues solía calcarlas muchas veces en la época de apogeo de su descubrimiento. Me entraron con una gran facilidad, y ahí se quedaron, enseñándome cosas fascinantes y retándome con estructuras musicales envueltas en bromas pero realmente llenas de complejidad y originalidad.

El grupo ha publicado disco nuevo este año después de dieciséis años de ausencia (aunque no han dejado de girar desde 1998 por los Estados Unidos, de manera esporádica), y eligieron Barcelona para abrir su gira europea, ciudad que no les veía desde 1989, momento de uno de sus picos más altos de reconocimiento popular a raíz del éxito 'Love Shack' -tema con el que cerraron por todo lo alto el set principal antes de los bises en el Poble Espanyol. Después de unos poco afortunados teloneros -Blenda -como El Sueño de Morfeo camuflados por su discográfica de alternativos por su deje distorsionado; sea como sea, una elección inexplicable y fuera de lugar-, The B-52's se subieron puntuales al escenario recreando la atmósfera de serie B de 'Planet Claire', el tema que abría su debut casi veinte años atrás. A partir de ahí, el tópico se confirma como la verdad más aplastante: todo es una fiesta. Entrados en la cincuentena, no han perdido ni un ápice de su actitud y su sentido del humor; la belleza de Kate Pierson sigue siendo imponente, Fred sigue siendo un gamberro (que ejerció de anfitrión en un correcto castellano), Cindy baila y se contornea sin ningún complejo y Keith se mantiene en su papel de director musical desde la guitarra, papel que le tocó aceptar cuando murió el hermano de Cindy y quinto componente del grupo en 1985. Están ahí arriba pasándoselo genial, y te lo transmiten perfectamente.

Los lazos que provocan los recuerdos de la infancia son muy fuertes. Solo así se entiende que en medio de un jolgorio como aquel, en el que no dejamos de bailar y de aplaudir en hora y media, se me pusieran los pelos de punta y me emocionara cada vez que las Kate y Cindy armonizaban con sus voces, alcanzando todas las notas con la misma nitidez con la que lo hacían en sus primeros discos. Otro de esos conciertos en los que sientes que se cierra un círculo, que te quedas más tranquilo una vez has podido vivirlo. En el repertorio alternaron de manera inteligente grandes temas de su discografía ('Give Me Back My Man', la canción más emocionante que Cindy haya cantado sola; 'Private Idaho', locura total entre el público) con los de su nuevo trabajo, demostrando que su retorno discográfico está más que justificado y que ha sido un movimiento motivado por la inspiración ('Ultraviolet', 'Funplex' y 'Juliet of the Spirits', por ejemplo, no desmerecen en absoluto ante los clásicos). El público -dividido en dos, quizás tres generaciones- estuvo entregado desde el principio a los improvisados bailes y palmoteos, incluso a cantar una pequeña canción pregunta-respuesta con Fred cuando tuvieron un pequeño problema técnico que no se solucionaba entre tema y tema (recurso que ya ponía en práctica en los primeros conciertos del grupo). Para los bises, se guardan dos piezas clave para cualquier guateque pasado de vueltas: 'Party Out of Bounds', con sus múltiples giros melódicos, parece ubicarte en tres minutos en una fiesta de doce horas; y antes de despedirse, esa locura que sigue siendo a día de hoy 'Rock Lobster'. Para dejarlo claro como conclusión: una reválida pasada con nota altísima, un retorno digno como pocos, una alegría verles y verles tan divertidos. Un placer; una alegría.


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