Imperdible: Scout Niblett - "Sweet Heart Fever" (2001)


Scout Niblett saludó al mundo con una peluca rubia engañosa. No hay más que verla, emulando el entusiasmo de una chanteuse pop con un sutil gesto travieso en la portada de Sweet Heart Fever (2001) y contrastarlo con la música que recoge el disco para entender que hemos sido víctimas de una broma. Miremos más detenidamente y veremos que en los pelos despeinados de la parte superior quizás teníamos una pista. A diez años vista desde que grabara la maqueta que llamó la atención del sello Secretly Canadian y con un quinto álbum a la vuelta de la esquina, hoy por hoy conocemos bien las filias y las fobias de Niblett: su pasión por los extremos, por la fragilidad de unos acordes blues que abruptamente se convierten en riffs de fuzz mareante, por las miniaturas de batería y voz. Es cierto que en I Am (2003) fue la primera vez que echó toda la carne en el asador sin pensárselo y asentó las bases sobre las que ha desarrollado todo su trabajo posterior, pero Sweet Heart Fever queda como una pequeña anomalía en su discografía: tuvo lugar antes de que la bestia se paseara suelta. Lo grabó en los estudios Chem 19 de Glasgow (Escocia) en abril de 2001, con la única compañía de Kristian Goddard a la batería y Andy Miller para producirlo. Sin salidas de tono que roben la atención del oyente por encima del sentimiento, más bien haciendo gala de un enfoque cálido y tentador, Niblett dio forma a su trabajo más homogéneo, que no lineal: los ingredientes quizás no vayan más allá de una guitarra limpia que solo escuece cuando la rasga con fuerza, una acústica puntual o una batería reducida a la mínima expresión, pero su imaginación vuela alto como lo hará en un futuro, aunque aquí siempre manteniéndose dentro de unos márgenes; sin sustos, sin fealdad, lo que brinda al disco un hilo conceptual muy sólido.

Su interpretación del blues y el folk abreviado hasta el esqueleto no anda lejos de la Chan Marshall que grababa los primeros discos de Cat Power con Steve Shelley y Tim Foljahn, pero a diferencia de ella, el espíritu de Emma Louise Niblett dista de la tortura y su expresión musical no se basa en la repetición circular de acordes y la improvisación. En cambio, se destapa como una artesana de melodías equilibradas y juguetes minimalistas: 'Ground Breaking Service' se desarrolla sobre un destartalado arpegio que gotea sin metrónomo, 'The Sun and I' sobre tres notas de un doble bajo tan grave que parece un instrumento de percusión (consiguiendo un ambiente tenso, tenebroso y solitario) y todo se reduce a un breve recitado a capella en 'Lula' y 'Brighter', sin duda piezas precursoras de sus futuras canciones ceñidas a la batería y la voz.

Cuando coge la guitarra, firma algunas de las composiciones más pop de toda su carrera, como 'Big Bad Man', 'So Much Love To Do', 'Into' o 'Check Out the Maker' (una optimista cantinela sobre una marcha militar), dotándolas de una estructura clara y cerrando el grifo justo cuando no hace falta más. Otras, en cambio, recorren una senda más introspectiva e intrigante (la oscuridad de 'Wide Shoulders' es incluso sexy, 'Miss My Lion' es más severa y abstracta, 'Dance of Sulphur' tiene un aire decadente de entre guerras), teniendo quizás la pieza titular el momento más sobrecogedor de todo el álbum, un momento nocturno y ensoñador con el audio distorsionado como si se tratara de una vieja grabación recogida en un magnetófono. En una entrevista de 2008, le preguntaban a Niblett qué significaba para ella lo de la “dulce fiebre del corazón”, y explicaba que se inventó esa frase para describir la sensación que le produce a ella el enamoramiento, algo levemente enfermizo que (decía) no le había menguado con los años. “Dulce fiebre” es también una bonita manera de describir qué es este disco.

Para escuchar en Spotify:
 

Comentarios