Escenarios: Puro Instinct + EMA - La [2] (Barcelona), 23 de noviembre de 2011



No me chilles que no te veo.

Hubo un momento, durante el primer tercio de la actuación de EMA, en el que realmente pensé que la cosa iba a ponerse seria e íbamos a presenciar algo memorable más allá de la risa y la anécdota, y me supo mal cuando se fue torciendo y vi que no sería así. El doble cartel de voz femenina que programó la organización del Primavera Club como alternativa a los que quisieran ver a Fleet Foxes en el Auditori funcionó a medias: entretenimiento sí; algo musicalmente destacable, a penas. Por sus fotos de promoción (esa cutrez de porno blando, brillante como la bisutería de plástico pintada de dorado que enseña las costuras del molde) era de sospechar que lo de las dos californianas que lideran Puro Instinct iba a tener los pies hundidos en un kitsch buscado con empeño y, para confundirnos aún más, ejecutado con una actitud entusiasta y concienzudamente ajena a la lectura de broma que pudiera tener todo aquello. Eso mismo les hizo ganar enteros: dudar si esa cantante que arañaba las notas agudas, que gesticulaba como una niña atontada cuando cantaba onomatopeyas, que decía estar cumpliendo su sueño tocando en Barcelona, que llevaba un bustier tres tallas mayor y un peinado a lo Pansy Kensit lo estaba haciendo en serio o no, es algo que te acaba ganando con simpatía.

Abrir y cerrar los ojos cada diez segundos era como administrarse uno mismo material de zapping: un desafine atroz, una mirada de borracha, los imposibles golpes en el suelo con el pie siguiendo el ritmo… Eran como pequeños cortes que imaginados fuera de contexto serían aún más hilarantes; en eso un sobresaliente. En lo musical, que nadie se deje engañar: no lo llamemos dreampop porque la guitarrista toca notas agudas y limpias adornadas con delay; Patsy Kensit y el pop con eco de FM 80s no solo han influido en el peinado de Piper Kaplan. sufren el mal de la linealidad y la vagancia de muchas de las chicas con pose venidas de California: fijación por un tipo de canción y un tipo de sonido hasta aburrir.

Erika M. Andresson, EMA, debía venir (creía yo) a hacernos olvidar a las hermanas Kaplan con un recital que asombrara y que estuviera a la altura de la grata sorpresa que ha sido el disco que ha publicado este año, Past Life Martyred Saints. Apareció en escena al ritmo del rasgado enmudecido de un violín eléctrico sobre el que añadió un misterioso recitado, al tiempo que se unían la guitarrista y la batería para enlazarlo con la frágil 'Marked' ("Mis brazos son de plástico transparente / ojalá él me dejara una marca cada vez que me tocara"). Su gradual transición hacia el mal gusto más desvergonzado en menos de una hora es digna de reflexión y se hace incomprensible: toda la vulnerabilidad y la textura granulada de lo que se escucha en el disco sufre un brusco incremento de volumen sin degradados y se vulgariza sobremanera. De ese primer tercio que destacaba más arriba salió airosa interpretando y haciendo justicia a la épica 'Grey Ship' y poco más, antes de lanzarse con una chapuza de versión del 'Add It Up' de Violent Femmes (uno hubiera imaginado una reinvención mucho más bonita en sus manos, no una réplica a penas ensayada), saboteada además por problemas técnicos, y seguida de una 'Butterfly Knife' gratuitamente ruidosa y a la deriva. Demasiada pose para una sala tan pequeña. Los comentarios de su concierto en Madrid la noche anterior decían que el set decayó pero remontó hacia el final, pero en Barcelona no tuvimos esa suerte. El último segmento fue lo más decepcionante y casi circense: una balada a solas con la eléctrica, genérica e innecesaria, en la que emuló el jadeo tierno de la Karen O que canta versiones acústicas de sus canciones, imitación de la susodicha que se le fue de las manos en la canción de cierre, 'California': uno de los tres temas más interesantes de su álbum, lastrado por los gestos histriónicos y por pasársela señalando su atributo genital femenino, con el que además casi nos lanza un palo de micro a la cara, desatándome la carcajada que  había estado sofocando esa noche en tantos momentos. Acabó con el cable del micro enrollado en el cuello y con la última nota lo dejó colgar bruscamente, cayendo fuera de un vaso que había en el suelo solo por milímetros. La electrocución accidental hubiera sido un final extraño y soberbio.


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