Escenarios: Marina Gallardo - Heliogàbal (Barcelona), 18 de marzo de 2011

A uno siempre se le queda una agradable sensación de tranquilidad cuando ve cómo se llena el local donde va a acontecer un concierto que considera destacable y ha esperado con ganas. Es como si respiraras aliviado en lugar del artista. Heliogàbal quizás sea la sala cálida y hogareña por excelencia en Barcelona: cuenta con un público asiduo que confía en su programación, y los artistas que tocan ahí guardan una relación muy especial con los propietarios, algo que siempre se percibe con simples cruces de miradas. Verdad es que la banda de Marina Gallardo utilizó un poco más de espacio del habitual en el suelo para establecerse, pero el lleno absoluto era una evidencia que pagamos con incomodidad, aunque poco importaba. La cantautora gaditana no había presentado aún su último trabajo Some Monsters Die and Others Return (2010) en la ciudad (su única fecha en Cataluña el año pasado fue en el festival Faraday de Vilanova i la Geltrú) y había cierta expectación, en mi caso porque iba a presenciar su directo por primera vez, pero me imagino que para otros porque habían tenido oportunidad de hacerlo antes y sabían a qué se atenían. A Marina le rodean tres músicos (a cargo de batería y percusión, guitarra eléctrica, teclados y bajo) que no se ciñen a recrear la contingencia que hace de sus discos algo tan magnético, sino que llevan esa atmósfera un paso más allá: piezas como 'A Beast In Me', que abrió el concierto, bombean sangre con más fuerza, pero lo más excitante tenía lugar cuando se le daba la vuelta a temas que tienen una personalidad sonora muy marcada en estudio como 'Golden Ears', que sustituye la electricidad destartalada sobre ruedas cuadradas del disco por un ritmo percusivo más insistente y sólido, o una irreconocible 'X Song', que rebajó los quilómetros por hora del torbellino original y acentuó sus entrañas australes, una cualidad que también se percibió en la inédita 'Going to Die', que recordó a la Nico más exótica de mediados de los 80.

Marina cerraba los ojos y se concentraba para no escatimar ni un grano de arena a la interpretación vocal que nos paseó de la mano entre momentos de preciosismo intacto ('Bloody Moonshine', 'Nora'), tenebrosidad de pulso firme ('Words') y desarrollos instrumentales certeros de miniaturas conocidas ('Climbing the Walls'). Ningún instrumento se limitó a su función estricta; la batería podía sonar como si se golpeasen cajas de cartón, despertando en el oyente un picor animal; el bajo flotaba como neblina en el ambiente mediante efectos que le despojaban de su habitual gravedad, y los teclados tuvieron un énfasis muy acertado que no encontramos en los discos, áspero y omnipresente. Se despidieron con una 'Working to Speak' reinventada a partir de un frágil fraseo de guitarra y para la que Marina solo rasgó la suya en los últimos treinta segundos, una intervención breve pero clave. Todo en conjunto me hizo pensar en aquello que se dijo en Rockdelux en su día al respecto de su debut: que era el trabajo más exportable de 2008 junto al disco de El Guincho. Con una banda que ha tomado buena nota de la moderación y la integridad de los mejores autores de folk, blues y rock de las últimas décadas, me aventuro a decir que Marina Gallardo tiene también un directo de altura deliciosa mucho más allá de nuestras fronteras.


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