Imperdible: Nick Cave & the Bad Seeds – “The Boatman’s Call” (1997)

¿Qué relación pueden tener Ray Loriga, Björk, porno de madrugada, Lars Von Trier y Nick Cave? Los recuerdos son extraños. En algún momento del año 1999 le presté a mi amiga Irene una cinta de vídeo de las que había ido reutilizando varias veces. Lo último que había grabado era el debut cinematográfico de Ray Loriga, La Pistola de mi Hermano, un film que solo podría impresionar a un adolescente y que quería que ella viera. Inmediatamente después aparecía una película porno terrible que tenía lugar en la consulta de un dentista y que recuerdo perfectamente (los tiempos en los que mi abuelo tenía Canal +: para mí la única manera de ver algo de sexo explícito entonces), y se cortaba más o menos hacia la mitad desvelando todo lo que había debajo, básicamente videoclips grabados de Sputnik. Irene se enamoró de ‘Isobel’, de Björk, y se convirtió en una seguidora acérrima de la islandesa. Por ello, al cabo de un año fuimos juntos a ver Dancer in the Dark de Lars Von Trier y repetimos hazaña con Dogville el invierno de 2003. Esa noche mi oscuridad anímica no casó con ella: no le gustó la película y tampoco que en el coche llevara puesto The Boatman’s Call de Nick Cave & the Bad Seeds, disco que acababa de descubrir y por el que estaba completamente seducido.

“El amor es un estado en el que me gustaría existir continuamente. Pero sé el potencial que tiene el dolor en el amor. Es verdaderamente como una droga, elevándote por encima de lo mediocre y situándote en un estado de inspiración e imaginación, y todo lo que está fuera pierde su significado. La intención de escribir este disco era capturar la verdad de lo que estaba pasando en estas relaciones. Las canciones fueron escritas en el periodo entre estar muy feliz y enamorado y ver cómo todo fracasaba”.
(Nick CaveDaily Telegraph, 1997)

Este disco, que tanto estaba entristeciendo y perturbando a Irene en un trayecto de apenas veinte minutos, es en realidad la obra más serena y tierna de Cave hasta la fecha de su publicación; clásica, introspectiva, cálida y estremecedora como el aliento en la nuca de alguien que te abraza por la espalda cautelosamente. Ni rastro de su tendencia a crear figuras femeninas sobre las que volcar toda su desconfianza y sus sentimientos enfermizos: en The Boatman’s Call, si habla de desamor lo hace desde una lástima firme y sin gimoteos, sin castigos ni venganza; si trata el amor en su momento más primerizo y extático, no es su sombra alargada de depredador sobre una pared de barro y piedra la que habla. Le escucho y pienso en la ineludible atracción que sentiría cualquiera de las protagonistas de esta colección de canciones de estar cantándoselas a cortas distancias –detrás de su espalda, cómo decía antes; cayendo en la agitación propia de saber que vas a volver a caer en los brazos de algo que tanto te ha costado olvidar. Y es que reconocer a Cave enamorado, nostálgico, pidiendo perdón o admitiendo sus errores de una forma tan romántica acaba resultando muy tentador. Nadie dice “lover” como Nick.

Precedente de la elegancia más reposada que salpicaría sus siguientes trabajos, este álbum es musicalmente un periplo de voz y piano sobre el que los Bad Seeds desarrollaron una serie de arreglos contenidos que se ajustaban a la intimidad tan explícita de las letras. El momento más enardecedor bien podría ser la tensión acústica y de aires fronterizos de ‘West Country Girl’, donde el rompecabezas de palabras captura la singularidad extravagante de la mujer que describe y cómo le fascina (“La sonrisa torcida y una cara con forma de corazón / (…) Su pico de viuda, sus labios he besado / el guante de huesos de su muñeca”), la misma mujer que despide de manera solemne sobre un ceremonioso acordeón en ‘Black Hair’ (“Todas mis lágrimas vertidas sobre su cuello blanco como la leche / (…) El olor de su pelo negro en mi almohada donde descansaba / Hoy ha cogido un tren hacia el Oeste”). Es vox pópuli que el sujeto de ambas piezas es PJ Harvey, con quien mantuvo una relación sentimental breve, tan profunda como difícil fue la ruptura. Cartas de amor, adornadas con detalles religiosos (‘There Is a Kingdom’ cuestiona directamente la figura de Dios) o de regusto añejo en la narrativa que inflaman su cualidad apasionada, donde se muestra entusiasmado pero consciente de lo fugaz del afecto sin contrariedades y realmente dolido por las ausencias en ‘Idiot Prayer’ y ‘Far From Me’ (trémulo y preso de las dudas que acechan a cualquiera: “Me gusta mucho oír que te va tan bien / pero de verdad, ¿no hay otra persona a la que puedas llamar para decírselo? / ¿Te importé alguna vez? Estás tan lejos de mí…”).

Está la persona que acababa de divorciarse de su esposa (y que narra el desgaste de una relación larga en ‘People Ain’t No Good’ y ‘Where Do We Go Now But Nowhere?’, funesta y compasiva) y la que relata las caricias de quien volvía a inducirle en la dinámica de la ilusión afectiva (‘Lime Tree Arbour’). Pero si algo debe destacarse como mayúsculo son las piezas que abren y cierran el disco, colocadas en los extremos de la secuenciación no por casualidad; básicamente dos maneras de romper el corazón: a otra persona mediante un hermoso retrato en ‘Into My Arms’ (Cave en su mayor expresión de ternura y vulnerabilidad); y a uno mismo en la súplica sin pudor que es ‘Green Eyes’, el lamento bañado en lágrimas de alcohol de quien no teme humillarse a cambio de las últimas migas de un cariño ya huidizo como un pez: “Vuélveme a besar y bésame otra vez / Desliza tus manos por debajo de mi camisa / a este viejo cabrón le da igual si le hacen daño /(…) Así que abrázame, abrázame / la mañana siguiente será más sensata de lo que está siendo esta tarde”. Agotado, parece dormirse con su recuerdo.

Llevé a Irene a casa aquella madrugada, y luego conduje hasta la mía. Nunca hemos vuelto a hablar de Nick Cave.


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