Imperdible: Laurie Anderson - "Big Science" (1982)

Todas las figuras musicales que me rodeaban en la infancia me fascinaban pero también me aterraban. Me pasaba lo mismo con el Super-Cinexin; me entusiasmaba, pero me daba miedo seguir dándole a la rueda cuando aparecían los créditos. Los créditos podían pararme el corazón: los Snorkles de excursión y, de repente, las letras rodando hacia el vacío blanco. Me resultaban insoportablemente siniestras. Lo de los músicos quizás sea porque en la cintas de vídeo que rondaban por casa no había precisamente nada de Miguel Ríos o Duran Duran: Nina Hagen con el pelo rosa y una cabeza de animal en la entrepierna en 'Universal Radio'; The Cure ahogándose dentro de un armario que se caía por un acantilado; John Lydon besando un televisor con la imagen de Ronald Reagan, con el hocico y los dedos pringados del aceite anaranjado de unas gambas. En 180 minutos de VHS había sitio para mucho. Otra que asomaba era Laurie Anderson; 'Language is a Virus', un videoclip creado a partir de metraje del que era su último espectáculo en aquel momento y que llevó al cine, Home of the Brave (1986). Laurie a oscuras, con su iconográfica imagen: pelo chispeante y una bombilla dentro de la boca que le iluminaba los dientes como si fueran de pergamino. Laurie disparando mi imaginación.

Todos los cuentos que recuerdo de cuando era pequeño son los que leí en una colección roída de clásicos de Disney y los que me imaginé escuchando Big Science (1982), de las pocas cintas de casete que mis padres escogieron para mí y que guardaba en una caja de zapatos junto a un walkman. Es gracioso porque al crecer he entendido sus letras, su contexto, y con ello he imaginado cosas nuevas, más serias, más conmovedoras; pero sigo reteniendo en la memoria las historias que brotaban en mí cuando lo escuchaba sin entender su idioma. El tono de narradora imperturbable, avispada y su universo sonoro -tan plural y gráfico- configuran un lenguaje en sí mismo, y aun siendo un crío me comunicó todo tipo de ideas. Con esa voz acogedora, trabajando en el espacio abierto de la cronista que tiene en la excelencia de su narración el mejor retrato de su opinión, incentivando la complicidad del oyente a partir de la idea de que se trata de una conversación de igual a igual, Anderson introdujo en la cultura popular un montón de conceptos y reflexiones acerca de la ansiedad latente en la sociedad moderna (especialmente la americana), de la relación entre el hombre y la cada vez más impresionante y desarrollada tecnología, de los conflictos políticos y de las deudas morales. Bandera de su actividad como artista multidisciplinar e inquieta, Big Science está formado por nueve selecciones de un proyecto mucho más complejo y ambicioso, el espectáculo United States -que estrenaría en la Brooklyn Academy of Music en febrero de 1983-, donde muchas de las ideas expuestas en estas piezas se expandían.

Producido junto a Roma Baran de manera prácticamente doméstica, en Big Science se perciben armonía y tensión simultáneas entre lo analógico y lo electrónico, lo humano y lo robótico, la vanguardia y la sabiduría que no conoce tiempo ni espacio, lo hogareño y lo universal, lo futurista y la memoria colectiva. Un viaje fascinante que arranca con 'From the Air' de la manera más enervante: un urgente loop de vocoder, vientos aristados y Laurie en el papel de una comandante de vuelo que informa a los pasajeros de que "vamos a estrellarnos todos juntos". Hay otros momentos coloridos y teatrales, como 'Sweaters', un cómico manifiesto de desamor a hombros de las gaitas ("Ya no amo el color de tus jerseys / Ya no amo la forma que tienes de coger tus bolígrafos y lápices") o 'Example #22', un breve intermedio pop extraterrestre intencionadamente histriónico. Su sentido del humor, y el efecto perturbador que consigue mediante él, es la clave en muchos de estos temas. "Es lo que más ofendía cuando empecé a hacer performances", le contaba a Kurt Loder en 1982. "Metía cosas que creía que eran divertidas, y el humor se consideraba de muy poca calidad -un disfraz para la banalidad. Pero la otra cara de eso es que la seriedad también puede ser un disfraz para la banalidad". En otra entrevista del mismo año, al respecto de la mencionada 'Sweaters', explicaba que eligió las gaitas porque sonaban como si alguien se quedase sin aliento.

En la noctámbula pieza que titula al álbum aúlla un lobo y suena un suave ritmo tribal, una atmósfera que lleva impresas las huellas de la naturaleza para hablar precisamente de su ausencia en las urbanizaciones modernas y criticar a la sociedad de consumo: "Grandes ciudades / y largos coches en largas filas y enormes señales y todas dicen: Aleluya, Yodellayheehoo", esto último dicho con una falta de entusiasmo reveladora. 'O Superman (For Massenet)', inspirada en un aria del autor que cita en el título, es otra de las canciones que más pueden remover la psique y uno de los tantos más perversos y subversivos que puede apuntarse Anderson: en 1981, precediendo al álbum, este tema de más de ocho minutos, sostenido sobre un corto "Ah" en bucle, mencionando a los aviones americanos y aludiendo a un triste sentimiento de derrota, de incomprensión y de búsqueda de afecto, se coló en el número 2 de la lista de singles más vendidos en Gran Bretaña, y fue lo que le consiguió un contrato por 7 discos con Warner Brothers.

Las parejas de canciones que cerraban ambas caras son prueba fehaciente del peso conceptual del disco, pues se trata de variaciones de una misma composición, sostenida en un ritmo creado con golpes de marimba y palmas y alterada según la historia que narre apoyándose en ella. En la preciosa 'Walking and Falling' ("Andas, y no siempre te das cuenta pero siempre te estás cayendo") es a penas un murmullo metálico y distante bajo la voz; 'Born, Never Asked' enfatiza un arreglo de cuerda arrebatador. 'Let X=X' e 'It Tango' se funden y suenan a aurora, épicas y positivas, recreándose en el sintetizador con pellizcos de viento y percusión, pellizcos que arrullan un final hermoso: "Tus ojos. Hace falta un día entero de trabajo para mirarlos".


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