Imperdible: Sinéad O'Connor - "The Lion and the Cobra" (1987)

Si hace unos meses me hubieran dicho que me vería escribiendo un texto sobre Sinéad O'Connor a no mucho tardar, destacando uno de sus trabajos como imperdible, le hubiera espantado con la mano como si dijese una barbaridad, pero empiezas arqueando una ceja ante la publicitada y soez búsqueda de pareja sexual que la irlandesa realiza desde agosto -su último divertimento, ahora que está presente en algunas redes sociales- y acabas haciendo lo que no habías hecho nunca: te pones sus discos desde el principio hasta el final (de pequeño me regalaron su segundo y tercer álbum, pero entonces no me cautivaron) y empiezas a investigar seriamente a una personalidad que a lo largo de los años había despertado tu curiosidad. La imagen pública de Sinéad, por lo menos la que más perdura desde principios de los años 90, es la de una mujer impulsiva, con ideas fuertes y maneras abrumadoras de denunciar lo que le repugna y defender lo que le parece crucial. Su rebeldía desvió por completo la atención sobre su valía artística en un punto muy temprano de su carrera, y no es vacua. Cuando en enero de 1990 consiguió el reconocimiento prácticamente mundial gracias a su interpretación hipersensible de la canción 'Nothing Compares 2 U', pocos sospechaban que estaban ante una artista subversiva tan comprometida con sus ideales, que utilizaría su popularidad para crear debate sobre lo que le parecía abominable de la agenda política y social. Yo era un niño cuando se vio inmersa en una vorágine de malentendidos y escándalos provocados por sus declaraciones (y por sus hechos: la famosa aparición en la televisión americana rasgando una foto del Papa en 1992, usándole para ilustrar la complicidad de la Iglesia Católica con el abuso infantil en sus confines), pero muchos adultos tampoco fueron más allá de comprar el relato de su desequilibrio, orquestado para silenciar lo que pretendía denunciar. El mundo conservador que la había aupado a lo alto de las listas de éxitos era el que menos comprendía qué necesidad tenía una cantante que tenían archivada junto a Lisa Stansfield en su cajón de las cintas de casete de dar opiniones tan controvertidas.

La cuestión es que el grueso del trabajo de O'Connor en su primera década en activo (obviemos, quizás, el disco de versiones de estándares añejos Am I Not Your Girl? de 1992, un poco anticlimático) tiene momentos simplemente soberbios. Lo extramusical hizo que olvidásemos o que no llegásemos a saber que estábamos ante una autora muy respetable, con la que además están endeudadas varias artistas (de su Irlanda natal y de fuera de sus fronteras) que han intentado imitar su estilo vocal y su posición activista sin alcanzar su nivel de riesgo en ninguno de esos aspectos. Escuchando a Sinéad es sencillo sentir que es una intérprete cabal, que no teme exponer su vulnerabilidad -una cualidad frágil esencial incluso cuando en sus inicios se lanzaba a los brazos de una fiereza vocal más arriesgada y libre- porque su furia nacía de la aflicción y los recuerdos de una infancia marcada por reiterados maltratos físicos.

Su debut The Lion and the Cobra (1987) no es una colección de nueve canciones excelentes, pero es la muestra más bruta y espontánea de su carácter como compositora, talento que iría limando con el paso de los discos durante los años 90 adaptando su versatilidad según se sucedían los acontecimientos: I Don't Want What I Haven't Got (1990), la sensatez reflexiva, más sofisticada; Universal Mother (1994), la quietud, sintiéndose desvalida y rota por el escarnio que siguió a sus controversias; y Gospel Oak (1997), un renovado sentimiento de paz y ternura. Con a penas veinte años y una docena de canciones compuestas desde que cumpliese los quince con una guitarra acústica, Sinéad O'Connor despertó el interés de la discográfica británica Ensign, adquirida hacía unos años por la multinacional Chrysalis. Su voz ya había sido el foco de atención en la maqueta de un tema del grupo irlandés In Tua Nua, 'Take My Hand' (1984), del que escribió la letra y la melodía; y en 'Heroine', canción de The Edge (U2) que apareció en la banda sonora de la película Captive (Paul Mayesberg) en 1986. O'Connor consiguió el control absoluto del sonido de su primer álbum cuando fue evidente que las primeras sesiones con el productor Mick Glossop, que le había sido impuesto, no iban en la dirección adecuada. "Las pistas sonaban como una versión cabaret-rock de esas canciones estupendas", comentaba Nigel Grainge, el presidente de Ensign, en 1990. "Yo no dejaba de pensar en lo que había hecho en las maquetas. (...) Así que le dije, 'Empieza con un ingeniero decente, Sinéad, y prodúcelo tú misma'". Grainge y compañía no fueron tan alentadores cuando supieron que se había quedado embarazada de John Reynolds, batería de su banda en el estudio, y pretendieron que abortase para no entorpecer el proyecto, algo a lo que Sinéad se negó. Estando ya de siete meses, entró en el estudio para empezar de nuevo asistida por Kevin Moloney, ingeniero en discos de U2 o Virgin Prunes.

"Sinéad estaba bastante relajada", comentó John Reynolds sobre la grabación, cuando la revista Hot Press asignó al álbum el puesto 11 en su lista de los mejores discos irlandeses. "No picó con lo de 'estoy haciendo un disco para el sello'. Hacía música por sus propias razones, que eran más profundas que eso. Por eso las canciones suenan tan sinceras". Escuchado hoy, es cierto que puede decirse que es un disco que se ha quedado en la época a la que pertenece; esos detalles de producción fácilmente digerible para la FM americana de finales de los 80, que implica el uso de arreglos aguados aquí y allí, especialmente de teclado y batería. Pero es parte de su encanto y no desmerece en exceso la materia prima, una mezcla muy personal de folk, pop-rock mainstream y post-punk, conjurada en medio de un torrente de hielo e intriga. El título, como explicó en mayo de 1993, fue extraído del salmo 91 de la Biblia: "'Porque él dará a sus propios ángeles un mandato acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos. Sobre sus manos te llevarán, para que no des con tu pie contra piedra alguna. Sobre el león joven y la cobra pisarás; hollarás al leoncillo crinado y a la culebra grande'. Básicamente: tienes que cuidar de ti mismo. Así que para mí el león y la cobra que tenía que pisar eran los hechos de mi maltrato y eso es lo que era el álbum".

Dejando al margen la funky 'I Want Your (Hands on Me)', que resulta insólita entre las demás por su fondo sexual y su entramado electrónico (aún así notable por ser uno de sus primeros experimentos con la música más bailable), lo embelesador hay que encontrarlo en el calambre de la inicial 'Jackie', un lamento furibundo en crescendo acompañado de guitarra eléctrica (no en balde se habló de reminiscencias de los primeros Cocteau Twins) donde se puede mascar la indignación del traicionado en versos como "Jackie se fue una noche fría y oscura, diciéndome que volvería a casa / (...) He estado muerta veinte años, lavando la arena con mis lágrimas de fantasma (...) Miraron a la arena y dijeron: 'Ese hombre se conoce el mar como la palma de la mano / Algún día volverá riéndose de ti'". También en la crepitación de medios tiempos como 'Just Call Me Joe' -un tema cedido por Kevin Mooney (Adam and the Ants) debidamente ensuciado entre susurros oníricos- y 'Just Like U Said It Would B', donde Sinéad juega más y mejor vocalmente (ese toque entre valentón y afanoso del fraseo), aproximándose más a la música celta. Hay lugar para esa exasperación combativa que la hace tan singular (agitada en 'Jerusalem'; conteniendo el clímax con un sinuoso suspense en 'Never Get Old', que empieza con un recitado de Enya en gaélico) y para el pop-rock fácil de memorizar ('Mandinka' muestra todo el ímpetu de alguien que tiene la energía para comerse el mundo). Pero es 'Troy' (junto a la mencionada 'Jackie') el tema que debería escuchar quien dude si acercarse a esta obra para hacerse una idea de cómo es de escalofriante. 'Troy' es una anomalía de peso monumental; cien giros vocales dolientes sobre una orquesta que se enciende cuando las palabras lo requieren y que dibuja arreglos arrebatados sobre dos únicos acordes, mientras en el fondo escuece un amor de una intensidad imposible (el que se tiene por una madre) cruzado con la sensación de saberse vilipendiada: "Mataría un dragón por ti / Moriré / Pero me levantaré, volveré / (...) He aprendido / Siendo lo que soy / no hay otra Troya que yo pueda quemar". Escuchar sin prejuicios.

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