Imperdible: Quix*o*tic - "Mortal Mirror" (2002)

"(...) estábamos discutiendo sobre las diferentes manifestaciones del punk que hay actualmente. La gente está muy confundida porque ahora todo el mundo utiliza el término. (...) Hay una especie de pop-punk que es casi disco, como Green Day. (...) Para mí el punk radical está en lo que hacen las chicas de Bikini Kill y otras bandas como ellas. No sé por qué. Por alguna razón, su música tiene más urgencia, más significado. Para mí, ahí es donde realmente reside el punk, en ser radical. Cualquier otra forma de punk es sólo una fachada, un estilo construido para vender más discos".
(Kim Gordon de Sonic Youth,


Si se dio un resurgir del punk como herramienta para dar voz a un movimiento social, fue sin duda a principios de la década de los 90 con la actividad de las bandas de riot grrrls, grupos con formación íntegramente femenina (salvo contadas excepciones) que empezaron a difundir proclamas feministas a gritos y a golpes, con rozaduras negras en las yemas de los dedos de fotocopiar y montar fanzines. En América -con un importante foco en Washington- localizamos a las pioneras, pero como todo movimiento traspasó fronteras y motivó a montones de chicas voluntariosas, a veces carentes de la maña de sus mentoras, aunque movilizarlas y encender en ellas la chispa de la creatividad ya era en sí uno de sus más firmes objetivos. Cuando la revolución empezó a acallarse y la crudeza del punk-rock apresurado e inflexible se quedó en un limitado juego de niños (muchas bandas apuntadas al carro fotocopiaban más que fanzines), las mentes más inquietas relacionadas con el movimiento no tardaron en encontrar nuevas vías musicalmente más sutiles e interesantes para ilustrar su visión.

De la misma manera que en los años 70 John Lydon arriesgó se inventó  P.ublic Image Limited cuando rompió con los Sex Pistols, lo mismo diríamos de las aventuras post-riot grrrl de Kathleen Hanna (colores primarios y humor sinvergüenza en Le Tigre), Corin Tucker (redefinición del lenguaje de guitarras en Sleater-Kinney) o de quien nos ocupa, Christina Billote, voz, guitarra y batería de Quix*o*tic. En esa primera época de manifiestos directos, Christina formaba parte de uno de los grupos más destacados del saco, Slant 6, aunque se les metió ahí más por su género y la ética de hazlo tú mismo que por su visibilidad feminista y extraversión política, cualidades que no eran tan explícitas en su música como en la de sus compañeras de etiqueta. Cuando se separaron, fundó Quix*o*tic junto a su hermana, Mira Billote (voz, batería, guitarra) que, a juzgar por las composiciones en las que toma el micrófono, se lleva gran parte del mérito de hacer de este proyecto, y de Mortal Mirror (2002) en particular, algo innegablemente sensual y personal. 

Entre lo lúgubre de unas líneas de guitarra que chascan bajo las uñas como la corteza de un árbol, ordenadas pero imprevistas como los cables eléctricos que adornan la periferia de una ciudad en la penumbra, y una voz (la de Christina) que sabe dominar desde una agradable ligereza, yacen un puñado de puntos suspensivos, de misterio y sugestión. El trote mortecino adorna canciones como la incial 'Ice Cream Sundae', 'Open Up the Walls', 'To This World I Must Give In' o 'Forget To Sing' (acelerón disonante que muta en rockabilly y viceversa). Son pequeños croquis de post-punk cambiante y garage rock que encierran al oyente en un estado claustrofóbico, de ligero miedo ante alguien que no te quiere dejar marchar ("No me des sonrisas de temor para que me las ponga donde el amor existe / Pero la paciencia no está aquí / dame algo, lo que sea, que pueda abrir los cierres del pánico", dice en 'Ice Cream Sundae'). Las versiones de canciones añejas de Aaron Neville ('Tell It Like it Is') y de Billy Stewart ('Sitting in the Park'), embriagadas de aire limpio y apoyadas en la batería y el bajo (el otro lado del triángulo obtuso, Mick Barr), abren sin pudor el abanico de sus influencias recalando en un soul esquelético e informal. Sirven también de enlace a las tres embelesadoras composiciones que interpreta Mira: 'Anonymous Face' es de la misma familia de raíces negras, pero mucho más socarrona que las versiones. Para ella el misterio no es una energía opresora, sino mínima e ingrávida. La instrumentación se reduce a la expresión más menuda en la pieza más insólita y mansa del repertorio, 'On My Own', y en 'The Breeze' ("Oh, ser la brisa en lo alto de los árboles / estar en ningún sitio"), donde apenas suena un hilito de guitarra y la caja de la batería, cómplices de una melodía que planea de tal forma que uno podría llegar a intuir la figura de Nina Simone saludando en el éter. Esta obra tan singular fue, qué pena, el canto de cisne de Quix*o*tic. 

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