Caso abierto: The B-52's - "Whammy!" (1983)

Pocas veces referencias tan retro a lo kitsch, a lo extraterrestre y al rock de los 60 habían resultado tan futuristas. Tras dos primeros discos unánimemente aplaudidos, venidos a zarandear con desenfado el pop inteligente más ligado a la vanguardia de finales de los 70, muchos ya se preguntaban a la altura de 1983 si habría futuro para The B-52's. El quinteto de Athens (Georgia) admitía que The B-52's (1979) y Wild Planet (1980) habían sido trabajos complementarios, alimentados por el repertorio que tenían consolidado antes de entrar en un estudio por primera vez, y cuando las canciones se agotaron sabían que iban a tener que empezar de cero, tirasen por donde tirasen. No fue fácil y de cara a la galería les salió rana: confiaron en David Byrne (Talking Heads) para que produjese sus composiciones frescas y la génesis fue tan problemática que Island Records tuvo que sacarse de la manga el mini-LP de remezclas Party Mix! (1981) para ganar tiempo. El grupo apostó por experimentar y dejarse guiar por el interés de Byrne en la polirritmia y el resultante Mesopotamia (1982) -reducido a seis temas al considerarse desechable lo que quedaba para finalizar las sesiones- no terminó de convencer a grupo ni a discográfica (a mí sí; ese disco inauguró este blog en 2008) y la prensa lo despreció: "Han intentado sacarle la 'P' a 'party' y han fracasado".

Valoraciones lapidarias como esa se las sacaban de encima rápidamente con los directos de 1982: no solo seguían siendo los guateques coloridos de antaño sino que ampliaron la formación con dos músicos de viento que hinchaban el repertorio de funk y empuje. Si podía parecer que con Mesopotamia habían estado despistados y que la diversión ya no figuraba en la primera línea de su decálogo, querían corregirlo cuanto antes. Para ello iban a alejarse del mundo arty de Nueva York y viajar a los estudios Compass Point en las Bahamas, donde registraron sus inspirados primeros discos, pero no para recrear nada de lo que hicieron antes. Las sesiones de grabación iniciadas en diciembre de 1982 eran una huida hacia adelante al insistir en experimentar, esta vez con sintetizadores, una tendencia que ya había calado hondo en el pop estrenada la década de los 80. Era algo nuevo que nadie parecía poder eludir y en su caso el principal instigador fue Steven Stanley, productor e ingeniero residente en los estudios elegidos, que venía de meter mano en discos imprescindibles y con un toque notable de tecno firmados por Tom Tom Club y Grace Jones. La idea de Stanley era combinar ese toque maquinal con la parca frescura de las maquetas grabadas en cuatro pistas que The B-52's traían de casa.

Aunque en los conciertos cada uno seguiría ocupando sus puestos, en Compass Point se encargaron de tocarlo todo Ricky Wilson (un guitarrista único a quien no importó dejar en segundo plano su instrumento primordial) y Keith Strickland (multi-instrumentista habitualmente sentado a la batería), excepto saxofón y trompeta (intervención estelar de Ralph Carney y David Buck en 'Big Bird'). Mesopotamia tenía una riqueza rítmica envuelta en una atmósfera enrarecida, muy austera, y esa sensación de economía en el sonido se repite en Whammy! (1983), pero estamos ante un disco radicalmente distinto al cocinarlo bajo la óptica synth-pop. En diciembre de 1980, Ricky Wilson avanzaba en Rolling Stone: "Me siento atrapado (...). [Nuestro manager] estaba hablando de nuestro próximo disco, y mencioné que a lo mejor no sería un disco para bailar, y se quedó chocado con la idea. A mí lo que me choca es que ahora la gente espera eso de nosotros de verdad". De ese humor estaban The B-52's antes de Mesopotamia; había una clara intención rupturista con la reputación que habían adquirido -merecida y positiva, pero restrictiva- de ser la mejor party band del planeta. Proyectando Whammy!, ya no les importaba tanto reincidir en su desparpajo innato.

Las voces al unísono de Kate Pierson y Cindy Wilson, heroínas en la inicial 'Legal Tender', aseguraban un regreso rutilante. Solo a ellos se les podía ocurrir rematar una de sus canciones pop más directas con una letra (escrita por su amigo y colaborador ocasional Robert Waldrop) que explicaba cómo las chicas se habían montado una máquina para falsificar billetes en el sótano, aludiendo a lo difícil que lo estaba teniendo la clase media en América con las políticas económicas del gobierno de Reagan, recién estrenado su mandato. La gente se tomaba a The B-52's con un humor sano, pero ellos siempre dijeron que no pretendían hacer sátira; una canción así ejemplifica cómo a su manera hacían comentario de lo que les afectaba a nivel cotidiano. Musicalmente era evidente que estaban puliendo sus métodos y, junto 'Legal Tender', destacan las estructuras más organizadas y pegadizas de 'Trism' (una oda a la evasión mediante la música en la pista de baile, tan fantasiosa que parece que despidan esperanzados a un cohete en pleno despegue) y de 'Queen of Las Vegas', las palabras de una adicta al juego en el lecho de muerte que aconseja a su hija para que siga con la tradición familiar dignamente: teclados ácidos, ambiente de pesquisa y agitación, Cindy Wilson en una de esas gemas donde es protagonista con poderío... Curiosamente era uno de los temas descartados de Mesopotamia al que se hizo un boca a boca satisfactorio para rescatarlo de los rodeos que daba antes.


Piezas aceleradas como 'Butterbean' y el instrumental 'Work That Skirt' (una canción surf casi kraut-rock, con la prominencia de los timbales) daban fe de que la invitación a mover al esqueleto por la vía del sintetizador era menos garage rock y más frenética al estilo de Devo. En 'Whammy Kiss' Fred Schneider dice en su impaciente tono monótono que "necesito repostar, necesito tu beso / ven ya y plántamelo en los labios" sobre un teclado mecánico que insiste más que él. Las chicas le paran los pies como quien se lima las uñas, con un estribillo que podría repetirse en bucle hasta el infinito, porque los acordes son el suspense en sí mismo: "En el planeta X / no tardaré mucho / estoy a un año luz del teléfono / te contactaré cuando llegue a casa". También estaba 'Don't Worry', versión cósmica de Yoko Ono -una de sus grandes influencias- que tuvieron que retirar de las subsecuentes ediciones del disco por problemas de copyright con la artista japonesa; o 'Song For a Future Generation', una canción extra-cándida donde cada uno de los cinco se presenta con entusiasmo diciendo su nombre, su signo del zodiaco y dos cosas que le gustan al azar, como si se tratase del número inaugural del certamen de Miss América.

Pero ubicada casi al final, y sin desmerecer un recorrido que sin duda ha sido estimulante, hay una salvajada titulada 'Big Bird' que verdaderamente te hace reflexionar. En el desorden y el estrés que se adivina en la yuxtaposición de los elementos en esta canción, está la esencia de los B-52's más originales. El tema es una verdadera locura, una pesadilla claustrofóbica que tiene su origen en la imagen de un bombardero que sobrevuela el tejado de su casa. La paranoia queda inmortalizada: golpes a los bongos, sección de viento, los gritos de Fred y las notas sostenidas de las chicas, el bajo que parece ir por su cuenta como el pulso agitado por el miedo, la guitarra dando puñaladas aquí y allí. Aquí sí que suena la batería de Keith Strickland; cuadrarlo en la programación de una caja de ritmos y los sintetizadores hubiera sido de risa. Por todo ello, resalta como una criatura bastarda en Whammy! que hace que el resto del disco parezca tamizado. Mostrar un poco de falta de juicio les sentaba muy bien.

A grandes rasgos, público y crítica celebraron Whammy! como la constatación de que The B-52's volvían a estar en forma y habían logrado actualizar su sonido. No obstante, la década de los 80 no dejaría de ser ardua para ellos, que tuvieron que superar el fallecimiento de Ricky Wilson en octubre de 1985 tras luchar contra el SIDA en secreto -solo lo sabía Keith- para que no se preocupasen por él. Su papel como artífice del sonido era primordial y la banda acabó sin él el disco que tenían a medias, Bouncing Off the Satellites (1986), una alarmante inmersión en un sonido excesivamente producido y aguado, desinfectado para la radiofórmula y muy propio de esa época, que una vez más los dejaba en un limbo de incertidumbre. En una entrevista que le hizo Kate Pierson a Yoko Ono en 1992, Ono le explicaba que cuando John Lennon escuchó 'Rock Lobster', el alocado primer single de The B-52's, la llamó y le dijo: "¡Ha llegado tu momento!", queriendo decir que finalmente toda la música que vanguardia que había creado en los 60 y los 70 estaba empezando a inmiscuirse en la cultura popular. A finales de la década, cuando menos lo esperaban, The B-52's resurgirían con el mayor éxito de su carrera, un álbum inspirado llamado Cosmic Thing (1989) que les descubrió definitivamente ante el gran público. En otras circunstancias, a diez años de su debut, había llegado su momento.

Para escuchar en Spotify:
La versión retirada de 'Don't Worry' de Yoko Ono
puede escucharse aquí

Comentarios

Unknown ha dicho que…
hola, me encantó tu reseña <3 apenas voy descubriendo este blog, ojalá tengas más reseñas de elles, pero igual buscaré qué más tienes. el whammy es uno de mis discos favoritos por siempre y odio no encontrar tanta información de esta era. Siento que sí, es un disco super infravalorado. Tuve la oportunidad de ver a los b52's en concierto el año pasado y me dolió que no tocaran ninguna canción de esta joya. Muchas gracias por escribir esto <3 saludos desde cdmx
Estanis Solsona ha dicho que…
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya servido el artículo. En el blog, ya que lo comentas, hay más textos sobre The B-52's que puedes encontrar pulsando el 'hashtag' con su nombre debajo de este mismo artículo. Un saludo