Imperdible: David Byrne - "Feelings" (1997)


"350 ciudades en el mundo
solo 30 dientes dentro de nuestras cabezas
estos son los límites de nuestra experiencia
(...) las cosas terminan
pero el sentimiento es infinito
estamos cambiando, pero no pasa nada
solo las cosas son finitas
sí, cambiando, muy bien
las cosas, finitas"
(David Byrne, 'Finite=Alright')


'Finite=Alright' esconde el quid de Feelings (1997), por algo es la canción que alude directamente a lo que titula este disco, el "sentimiento". El diccionario lo define como la "impresión que causan en el alma las cosas espirituales" y en este trabajo es la pulpa que colma las entretelas de cada tema. No es que antes de escribir esta canción, este disco, David Byrne se hubiera dedicado a confeccionar música fría y carente de emociones, pero sí que históricamente le identificamos -yo, al menos- con un inexplicable estrés irresuelto; la imagen de un dibujo animado que se agita y maneja una fina ironía incluso en sus momentos más enternecedores (hasta en su época como capitán de Talking Heads había algunos). Antes de escuchar Feelings nunca sospeché que Byrne pudiera ocasionarme lo que yo llamo ese vértigo que pica en el pecho, pero lo hizo. En 1997 explicaba en la revista Rolling Stone que "mucha de la música que escucho es muy sincera. Me ponía un disco de country, no uno de un tío con sombrero, sino algo real o de alguien cuyo trabajo me emociona de verdad (...) y empecé a preguntarme: ¿Por qué no puedo componer una canción así?".

Se tomó en serio el propósito de conmover y, cavando hasta un estrato más íntimo, creó un álbum donde parecía desvestirse como nunca para usar episodios más sensibles de su vida personal; eso sí, sin perder el colorido -asimilado y muy propio- de unas influencias asimétricas que van desde la música brasileña y cubana al country y el folklore más norteamericano, géneros que había administrado al gusto con difusores de esencias anteriormente. Feelings no es un disco de cantautor al uso (saliendo de él no podría serlo jamás) y por eso es probable que se pasase por alto la sustancia en favor del llamativo envoltorio cuando se publicó. Se hablaba del David Byrne convertido en Madelman de la portada (encargó una serie de réplicas suyas con diferentes expresiones al artista plástico Yuji Yohimoto); se comentaba el traje de felpa fucsia con el que se fue de gira; y se asumía, sobre todo, que tenía que ser un disco ecléctico y quizás irregular porque lo había grabado en varias ciudades, utilizando los estudios caseros de un elenco de colaboradores muy dispares: los tres componentes de Morcheeba en Londres; The Black Cat Orchestra, capitaneada por la violonchelista Lori Goldston, en Seattle; Gerald Casale (Devo) en Los Ángeles; Joe Galdo en Miami; Andres and Camus del dúo C'n'A y el disc jockey Hahn Rowe en el propio apartamento de Byrne en Nueva York; y el ingeniero Mark Saunders, en última instancia, para darle una pátina de retoques a todo el conjunto.

El propio autor admitió la naturaleza fragmentada del proyecto: "Ahora vivimos así. Ciertamente así parecen ser y sonar las cosas cada vez más... Ad hoc... Patchwork. Tomando prestadas cosas del pasado y del futuro, de aquí y allí", y nombraba como ejemplos de exploradores en esa materia a Cibo Matto, Beck, Chico Science o Björk, alusión esta última bastante acertada pues Feelings -sin llegar a ser tan rupturista- guarda parentesco de segundo grado con el Post de la artista islandesa, publicado en 1995; otro disco donde arreglos, estilos y músicos ejecutores están subordinados a lo que dicta el carácter de cada canción y que tiene su razón de ser en la paradoja de basar el concepto en la diversidad. Aunque más suave, aquí ocurre un poco como en Post: las distancias salvajes entre las piezas no impide que reine una armonía rara, sólida, proveída por la franqueza de las emociones. Más allá del juego plástico, el Madelman con cara de póker de la portada estaba llamado a compensar el desnudo afectivo subrayando su faceta más mordaz: la contradicción hallada en el hecho de que es un muñeco insensible, envasado y que se fabrica en masa con las funciones pre-programadas quien abre su corazón, y entonces ¿lo abre realmente?

Los instantes más convulsos destacan como las banderas que señalan los hoyos en un campo de golf, y son especialmente jocosos: 'Miss America', el single, es un episodio de electro-salsa irresistible (completo con coros en español) donde se refiere a su país como a una supermodelo que flirtea con todos ("No huyas / ¿no me reconoces? / no soy el único corazón que has conquistado"); se impregna de influencias indias -sitar incluido- en una 'Daddy Go Down' dibujada sobre la misma arena que las canciones más folk de la Patti Smith que regresó en 1996; saca de paseo su faceta más excéntrica por la vía obsesivo-tenebrosa en 'Wicked Little Doll' y su lado más travieso y bailable en 'Dance On Vaseline', donde aprovecha para manifestarse alejado de la parafernalia eclesiástica que le fue impuesta desde niño, soltando versos como "Retiro mis ofrendas / retiro lo que significas para mí / Oh, cura / dispárame con tu flecha envenenada / pero yo bailo sobre vaselina", encima de un ritmo cosido con una trompeta fronteriza. Otras veces el resultado de sus devaneos estilísticos es más cuestionable, como cuando aborda la americana en 'The Gates of Paradise' y brinda su versión del rock arisco que dominó la primera mitad de los 90 en 'The Civil Wars', tema que pasa de un segmento envuelto en texturas percutivas blandas a un estribillo encendido por la distorsión y el comentario social ("Habrá una celebración / Johnny viene marchando a casa / sus ojos están fijados en el techo / no es ningún teatro"). Acometidas desde un planteamiento de banda más tradicional, ambas parecen distanciadas del resto.

Pero los momentos más íntimos son el verdadero meollo del disco; el armonioso terreno de hierba por el que se deslizan las pelotas de golf hasta encontrar cada uno de los hoyos enumerados antes. Me arrebatan el corazón sobre todo tres, con aires de pequeñas suites que pudiera firmar John Cale. 'A Soft Seduction' es la delicada radiografía de una relación de pareja y lo volátil que es el amor, cuando de la rutina ("Las palabras de amor / no bastan / aunque sean dulces como el vino / y espesas como la sangre") te rescata un encuentro fortuito (brillante poesía: "La canción de un yonqui / las rodillas de una bailarina / las leyes de la oportunidad / por raro que parezca / nos llevan exactamente / allí donde más necesitamos estar"). Mientras analiza y se explica a sí mismo cómo son las cosas, logra transmitir a quien le escucha una tranquilidad plena respecto al tema que trata; un confort que se repite en 'Finite=Alright', otra miniatura concisa y lúcida. 'Burnt By the Sun', última en mi trío ganador, es la viñeta de una noche memorable sin llevar el reloj encima, intoxicada por la euforia de las primeras veces y la nostalgia simultánea de saber que lo que está sucediendo es irrescatable. Las cuerdas del Balanescu Quartet se abrazan a la guitarra acústica de David Byrne con suma elegancia.

Las texturas electrónicas ligeras con las que le interesaba experimentar son más prominentes en las saladas 'You Don't Know Me' (ese tono de gracieta con la que hacerse perdonar) y 'Fuzzy Freaky', una pieza funky con tropezones de wah-wah y drum'n'bass que da el pistoletazo de salida aludiendo a la temerosa satisfacción de haber formado una familia (llevaba 10 años casado con la diseñadora Adelle Lutz, con quien tuvo una hija en 1989), algo que parece regresar en el arrullo a ritmo de bossa-nova de 'Amnesia'. Pone fin al álbum, no podía ser de otra manera, 'They Are In Love', utilizando un fondo romántico de manual (acordeón, aires parisinos de partitura de musical, con arreglos de The Black Cat Orchestra) para concluir con lo que ya parece obvio a estas alturas: cuando estamos enamorados, actuamos como colgados. "Si el amor está vivo, ¿por qué no puedo tocarlo? / ¿es como la gelatina o como el fuego?", decía en 'You Don't Know Me'. El mismo misterio que tanto nos motiva a seguir como nos aturde.




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