Minutos: The Smashing Pumpkins - 'Thirty-Three' (1995)


Hace un par de meses, empecé a marcharme del piso donde he vivido los últimos seis años. Seis años; el tiempo más largo que he estado durmiendo en un sitio desde que me emancipase sin mirar atrás, y aún así ha sido el ciclo más fugaz de mi vida. Lo pisé por última vez hace nada, pero el buen ánimo con que me mudé a ese piso ya hacía bastante que se había vuelto en inquina. El espacio (unipersonal, húmedo, frío y de un blanco tono cal que se desintegraba sobre todas mis cosas) me sofocaba, y ya no se sostenían los argumentos que cimentaron mi alegre conformidad cuando encontré ese (literal) rincón. Vivir por primera vez totalmente solo era la razón más pesada, la que podía arrasar con cualquier inclemencia que tuviese que soportar. Esa independencia es un festín para un solitario irremediable; daba igual que se dejasen caer amigos o que haya estado emparejado la mayor parte de estos seis años: la sensación de autosuficiencia, hasta de aislamiento cuando era conveniente, era poderosa.

Ahora, en un lugar más espacioso y amable, he descongestionado mi respiración de pelusas y moho y, mientras escribo, puedo ver cómo le sienta la luz anaranjada del atardecer a mis nudillos. El miedo a la viciosa repetición de lo doméstico, a convivir en pareja, se confunde con una sensación familiar redescubierta que te era imposible capturar cuando vivías solo; la idea de la compañía como algo habitual y, al final y sin resistirse, anhelado. No querría explicarme mal; no estoy describiendo un pastel idílico en el hecho de acostumbrarte poco a poco a que alguien te esté esperando cuando llegas a casa o a la inversa, pero hay algo ahí que implica compartir y proteger, una sana preocupación, implicación en lo que al fin y al cabo es tu hogar, y te puede llegar a conmover en un momento tonto.

No estoy solo en la opinión de que Billy Corgan (voz, guitarra, etc) es un personaje que resulta antipático, que a menudo ha tendido a la mitomanía para referirse a su propia obra, incluso mientras estaba concibiéndola. Mellon Collie and the Infinite Sadness (1995) de The Smashing Pumpkins fue la primera muestra seria de su ambición y su incontenible inclinación por lo pretencioso: imaginándose como un Prince del rock alternativo de los '90, entregaba un disco doble de 28 canciones que podían ir del hard rock más metálico a incursiones en una psicodélica llena de florituras barrocas más o menos cursis, pero dentro de la inevitable inconsistencia de un proyecto así es justo reconocer que incluye al menos una decena de composiciones excelentes, seis de las cuales fueron singles que consolidaron el estatus de reconocimiento que la banda había empezado a afianzar con el anterior álbum, Siamese Dream (1993).

Fue al regresar a Chicago después de una extensa gira en 1994 cuando el músico se sentó a escribir 'Thirty-Three', una pieza -la primera para Mellon Collie... según sus propias palabras- que encapsula con precisión ese instante en que el hogar te parece algo sagrado donde deseas estar, y la estabilidad algo que imploras no perder. Corgan tenía 27 años y, como explicó en el programa Storytellers de VH-1 en 2000, "me acababa de casar, me había mudado a una casa nueva, el grupo estaba consiguiendo el tipo de éxito que la gente solo puede soñar y tenía la esperanza de que un día -y parecía que iba a ocurrir- yo tendría una vida feliz. (...) Creía que había llegado a eso". No escribió una bonita canción de amor (que también lo es), sino una que simultáneamente embellece y barre con melancolía esa tierna emoción, advirtiendo así que por mucho que lo desee, será efímera (hay incluso pinceladas de una extraña guitarra que ya suena como un recuerdo añejo). Entre las notas de piano y la instrumentación acústica y contenida, se cuela una caja de ritmos que parece un tren en miniatura, que se lleva a Corgan de las seducciones del éxito al confort doméstico ("Mientras la calles abarrotadas me saludan otra vez / sé que no puedo llegar tarde / la cena espera sobre la mesa") y le devuelve también en el trayecto inverso. Es solo el ejemplo más directo de una imaginería más compleja y delicada, donde ni siquiera su voz -ese grito de murciélago sofocado, cuando la lleva al límite- interfiere para conmover.

Billy Corgan la tituló "33" porque una amiga le leyó las cartas del tarot poco antes de componerla y le dijo que su vida daría un cambio drástico a esa edad. Cuando cumplió esos años, ya llevaba divorciado de su mujer un largo tiempo. El cambio brusco le venía por otra vía: The Smashing Pumpkins (que ya habían perdido a su bajista original D'arcy Wretzky) daban su último concierto el 2 de diciembre de 2000. Luego les resucitaría varias veces a partir de 2006.



'Thirty-Three' apareció en el disco Mellon Collie and
the Infinite Sadness de The Smashing Pumpkins,
publicado en octubre de 1995; después fue el último
single extraído del álbum en noviembre de 1996


Para escuchar en Spotify:



Comentarios