Caso abierto: Siouxsie and the Banshees - "Superstition" (1991)

Para estrenar la década de los 90, Siouxsie Sioux se lanzó a morir como Molière. Vestida en un suave terciopelo amarillo que se derrite a sus pies, fundido con un lirio; la cara lavada de formas geométricas, el peinado nada teatral; la explícita femineidad pulida por el pálido tono rosa del fondo... La expresión de delicadeza más incontestable de Siouxsie and the Banshees en el envoltorio, ¿implicaría también un aseo sin precedentes en el aspecto musical? Así era; y por eso, titular el disco Superstition (1991) y ataviarse de amarillo esconde una broma molièrana, al respecto del desenlace que podía tener el experimento que emprendieron para encarar su décimo disco de estudio. Una banda con una producción caleidoscópica como la suya había demostrado varias veces que podía tomar decisiones impopulares o de riesgo sobre cómo orientar su música y aún así acabar obteniendo resultados fructíferos, pero para 1990 ya habían pasado por un par de crisis creativas notorias. El despido del guitarrista John McGeoch en 1982 trajo el difícil parto de Hyaena (1984), álbum que solo lograba reiterar la demente psicodelia de A Kiss In the Dreamhouse (1982) suprimiendo la sensualidad de aquél y usando a Robert Smith (The Cure) como parche que no aguantaría mucho. Luego en 1987, recién publicado el disco de versiones Through the Looking Glass -recibido con cierto escepticismo, como dando por agotada la mecha creativa de la banda-, se marcha otro guitarrista, John Valentine Carruthers, quien había ocupado el puesto los últimos tres años. Ahí hubo un interesante punto de inflexión; Siouxsie, Steven Severin (bajo, programaciones, etc) y Budgie (batería, percusión) reconfiguraron la formación una vez más -bienvenidos Martin McCarrick (teclados, chelo, violín) y Jon Klein (guitarra)- y se sacaron de la chistera uno de sus tres discos fundamentales, Peepshow (1988), mayestático y con un punto dramático fantasioso. Recuperaron confianza y la bola de inspiración siguió rodando cuando Siouxsie y Budgie viajaron a Jeréz de la Frontera la primavera de 1989 y se marcharon de allí con otra obra clave para el árbol familiar: Boomerang (1989), el segundo disco de su proyecto paralelo The Creatures; una fascinante quimera de rasgos orientales e hispánicos imposibles.

Estaban confiados, en racha y dispuestos a volver a darle a su música un nuevo enfoque, esperando afinar tanto como en Peepshow y Boomerang con el concepto. Les abordó Stephen Hague, productor de discos de synthpop de OMD, New Order o The Communards, que manifestó un gran interés en trabajar con ellos. Aunque Siouxsie admitiría años después que la mezcla no fue "lo suficientemente perversa", de entrada se lo pareció, así que tras reunirse con él para asegurarse, aceptaron. Desde el aspecto formal era un gran acierto, pues después de meses de parón, el material en crudo que tenían eran maquetas que había grabado Steven Severin en su casa, usando tecnología nueva para él. "Algunas canciones empezaron cuando Severin le estaba cogiendo el tranquillo al ordenador", explicaba Budgie en 1991, "y nos traía secuencias de música, que a su vez era una manera fantástica de empezar a trabajar con un nuevo productor, porque podían comunicarse rápidamente transfiriendo discos de información de un ordenador a otro. Eso fue una de las direcciones que seguimos". Aunque grabaron algunas cosas en directo y parte del repertorio salió de improvisaciones entre los miembros del grupo, la vertiente tecnológica dominó las sesiones de grabación y, finalmente, el resultado estético del sonido. 

Superstition tiene a sus defensores pero suele ser el blanco previsible de las críticas más feroces al catálogo de Siouxsie and the Banshees. Yo creo que revisarlo hoy, en el 25 aniversario de su publicación, no es lo mismo que hacerlo hace 10 o 20 años. Estando menos condicionados por una tendencia musical dominante que en la era pre-internet y más acostumbrados a escuchar de todo en cualquier momento, apetece menos tachar a Superstition -una vez más- de blando e insípido que conextualizarlo y disfrutar de sus aciertos. El error, si lo hubo, no fue tomar la dirección elegida de la mano de Stephen Hague, sino no ser capaces de confiar plenamente en ella y deshacerse de las canciones más rock que no podían salir airosas con este tratamiento. Además de ser las más irregulares del lote a nivel compositivo, simplezas formulaicas como 'Cry', 'Got To Get Up' y 'Silly Thing' diluyen toda su pretendida fuerza en un sonido tan dócil y artificial que hasta suena infantil. Escuchándolas, uno entiende que en 1995 Siouxsie explicase su disgusto durante la estéril grabación del álbum, comparándolo con estar bajo un microscopio siendo desmenuzados con pinzas, sin lograr dejarse guiar por la intuición. 

Pero Superstition tiene otra faceta completamente distinta y más afortunada, testigo de que restándole los lastres el disco tiene un lugar entre obras de dream pop temprano como Heaven or Las Vegas (1990) de Cocteau Twins y Floating Into the Night (1989) de Julee Cruise. Precisamente un aire innegable a las composiciones que Angelo Badalamenti escribió a la musa de David Lynch tiene la pieza más hermosa del repertorio, 'Softly', con una Siouxsie que exhala las notas dándole forma de nieve rayada, que solo alcanza a mecerse sobre la brisa de un teclado glaciar y el chelo, rodeándola sin llegar nunca al suelo. Excelentes matices oníricos adornan también 'Drifter' -que se viste de largo en un ambiente más sombrío- y la nocturnidad angustiosa de 'Little Sister', mientras el peso melódico hace memorables 'The Ghost In You' (melancólica y bella), 'Shadowtime' (pop de capas cristalinas, haciendo gala de un ímpetu elegante) y el clásico de este disco en sus recopilaciones de éxitos, un 'Kiss Them For Me' que fue a Superstition lo que 'Peek-a-Boo' fue a Peepshow: glamouroso, especialmente refulgente y con identidad, construido al milímetro (Talvin Singh toca la tabla, los samples rítmicos se cruzan continuamente con la voz de Siouxsie, la melodía se va a sitios imposibles sin esfuerzo) y con una perversa inspiración de fondo, la muerte de Jane Mansfield en un accidente de coche en 1967 ("Bésales por mi / a lo mejor llego tarde"). 

Organizar una escucha más satisfactoria de Superstition es sencillo. Mi consejo es barajar el orden de ciertas canciones y sustituir las que se quedaron en pólvora mojada por tres caras B que, aunque están producidas por el mismo grupo sin Stephen Hague y no pertenecen a las mismas sesiones, sí son de la misma época; replican su fragilidad intrínseca en el envoltorio y hubieran redondeado lo que podía haber sido un álbum eminentemente delicado pero para nada prescindible: 'Staring Back' ("Mi cara en la ventana se ha convertido / en la cara de una mujer que nunca me conoció", dice Sioux) enlaza su goteo de notas contenidas con 'Return', una epístola nostálgica que con la batería insistente y la guitarra rítmica acaba como un homenaje a The Velvet Underground, y 'Sea of Light' es otra muestra de maestría por la vía de los sueños, aunque hablando de una experiencia cercana a la muerte. 


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