Imperdible: Tara Jane O'Neil - "Peregrine" (2000)
El otro día, un amigo me envió un correo electrónico adjuntando el enlace a este vídeo, comentando que al enterarse de la muerte de Marc Lloret (teclista en la banda Mishima) se acordó de un proyecto que el músico tuvo a principios de los 2000, Felicidad Blanch. "Fue una cosa tan pequeña que empezaba a dudar que fuera parte de mi imaginación (...), pero he encontrado este link para demostrar que no lo he soñado", añadió. Nunca supe del grupo en su momento pero lo que escuché en la grabación del vídeo, que recoge un pequeño concierto en una ermita en octubre de 2003, disparó mi nostalgia por esa etapa cuando el foco en el indie nacional estuvo en el invierno musical de nombres como Migala, élena, Viva Las Vegas, Úrsula, Aroah... No era lo único que se estilaba en la escena, obviamente, pero encapsulada en unos pocos años hubo una producción muy sólida en ese área de sonidos intimistas pero aventurados (entre el folk, el post-rock y el slowcore) por los que venía apostando el sello Acuarela desde su fundación y a los que también pusieron altavoz etiquetas incipientes como Foehn Records que, sin ir más lejos, distribuyó el único disco de Felicidad Blanch. Del otro lado del charco, no obstante, nos llegaban referencias que pertenecían a la misma corriente y que sin duda la inspiraron en nuestro país. Este álbum de Tara Jane O'Neil es de los primeros que me hizo querer ahondar en esa dimensión; un disco con el que me hice a finales de 2000 en uno de mis viajes en autobús hasta Barcelona para entrar exclusivamente en tiendas de discos -aunque comprar no era nunca un festín; el presupuesto se ceñía a un par de CD's por excursión- o ver un concierto de tarde en una FNAC antes de volver corriendo a la estación. Una libreta me chiva que lo compré junto al Dummy de Portishead, y juraría que fue en la mítica CD Drome que todos los meses se anunciaba en Rockdelux. Fue en la misma revista donde vi la portada de Peregrine (2000) junto a la correspondiente reseña. Solo por eso, si dijese que fue una compra a ciegas mentiría; no había escuchado nada de él, es cierto, pero O'Neil aparecía en los créditos de dos de mis discos favoritos descubiertos ese mismo año, Bakesale de Sebadoh (como batería) y Near Life Experience de Come (como bajista). Es curioso pero su nombre despertó desde el principio al sinestésico dentro de mí; verlo escrito me sugería una armonía de color muy particular y la promesa de que detrás tenía que haber algo especial.
A ella en aquel momento su nombre, o más bien el uso del mismo en la portada por primera vez, la cohibía. "Ponerse en plan, 'Hola, este es mi nombre y he hecho esto...' es algo difícil de hacer", comentaba en el único artículo de hemeroteca fechado en 2000 que puede rastrearse hoy. Por suerte, en el libro Fearless: The Making of Post-Rock de Jeanette Leech encuentro una cita de Tara Jane donde desarrolla la idea de sentirse sobreexpuesta al lanzarse en solitario: "El hombre cantautor escribe para todos los hombres. Es el arquetipo. En la creación musical, la intimidad es el gueto de la mujer. Porque de alguna manera se ha convertido en la expectativa, y se ha convertido en la forma en que especialmente los oyentes masculinos pueden recibir esta información. Si lo hace una mujer tiene que implicar una exposición, una intimidad confesional. (...) Pero, hombre o mujer, si sólo usas tu nombre, o si tienes un apodo pero eres principalmente tú, la gente proyecta cosas, y quiere saber cosas". En tiempos en los que te ponías un disco recién comprado y te pasabas la escucha estudiando la portada, la contraportada y lo que hubiera en el interior, Peregrine venia envuelto en el misterio del color hueso y los tonos ocres, con las letras de las canciones escritas a máquina en dos columnas de tamaño imposiblemente diminuto y solo este detalle sobre su elaboración: "grabado / verano 1999 / por tjo / en mi apartamento / en los apartamentos de mis amigos / en la ciudad de nueva york". Ahora que el álbum ha cumplido su 25 aniversario, O'Neil ha arrojado luz sobre las localizaciones pero a penas sobre las circunstancias: "No tenía mi propia dirección de email, ni redes sociales, ni mucho menos internet. Sí que tenía un montón de ideas y metí muchas en el disco. Trabajaba en el First Street Café. Vivía encima del bar Max Fish y del café Pink Pony en Ludlow Street, en la versión de finales de los '90 del Lower East Side. Convertí el apartamento donde vivía con Cynthia Nelson en un estudio y grabé las voces en la bañera, directamente en ADAT". Es importante el subrayado que hace de "finales de los '90" para que visualicemos Nueva York antes de ser azotado por una limpieza y una gentrificación salvajes (incluso en un barrio históricamente humilde como ese) y por supuesto antes del 11-S.
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La disposición del estudio que Tara Jane O'Neil montó en el apartamento que compartía con Cynthia Nelson en Ludlow Street de Nueva York, en una imagen publicada por O'Neil recientemente en sus redes. |
Ni con un pretexto simple como la suavidad de los sonidos aquí recogidos se podría definir a Tara Jane O'Neil según el arquetipo de cantautora confesional sin más. Las imágenes de Peregrine son lo bastante crípticas y sus hilos musicales tan impredecibles que transgreden sin esfuerzo los poco imaginativos límites de un disco acústico estándar. Se reconocen, depurados, los elementos que desde sus inicios la situaron en el lado más vanguardista e intrincado del indie rock americano, un trayecto que empezó en la década de los '90 con las métricas fluctuantes de Rodan, grupo de post-hardcore formado en Louisville (Kentucky, donde se mudó su familia cuando era adolescente) en el que tocaba el bajo. En los proyectos que emprendió de manera subsecuente, con una mayor implicación personal, lo abrasivo de ese primer grupo mudó en las ascuas de Retsin (al alimón con Cynthia Nelson, que era su pareja) y de The Sonora Pine, aventuras enmarcadas en paisajes electroacústicos donde desfiguraba el folk con desafíos melódicos junto a sus compinches, fusionándolo con rumiaduras -entre agrestes, delicadas y ambientales- propias del post-rock. Esta es una definición que en realidad me sirve para el grueso general de su trabajo. Peregrine empezó a dibujarse en II (1997) de The Sonora Pine y en Sweet Luck of Amaryllis (1998) de Retsin, discos donde ya se escuchan arreglos de violonchelo, flauta o acordeón, y donde la delicadeza en la composición de cada pieza empieza a ser más nítida. Al fin y al cabo, O'Neil ha explicado que en el circuito de música hardcore de Louisville había quien la llamaba pretenciosa por decir, a corazón abierto, que The Hissing of Summer Lawns de Joni Mitchell era el mejor disco de la historia, o que adoraba Sign 'O' the Times de Prince. Obras como esas, ambiciosas y rompedoras/rupturistas cuando fueron publicadas, informaron la curiosidad natural de Tara Jane por llevar su música más allá de lo convencional.
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Tara Jane O'Neil en el apartamento de Ludlow Street (fotógrafo no acreditado). |
O'Neil, que se había mudado a Nueva York en 1994, había regresado a Louisville para dar (y alargar la) vida a The Sonora Pine, pero el flaqueo del conjunto acabó propiciando su retorno a la Gran Manzana decidida a funcionar por su cuenta. "Éramos todos muy jóvenes", explicaba en Fearless. "Aún estábamos intentando averiguar, como personas, cómo vivir. Así que eso contribuyó a la corta vida de la banda, más que cualquier otra cosa. (...) No hubo grandes discusiones. Era poco práctico, porque estábamos dispersos. Así que cuando decidí regresar a Nueva York, dije 'Ahhhhh. Creo que voy a hacerlo en solitario'". En ese momento, la música que hacía con Cynthia Nelson en Retsin ya tenia la calidez de lo casero y un punto sibilinamente romántico -al fin y al cabo, eran los frutos creativos de una relación sentimental floreciente- pero el enfoque de Peregrine aún pondría más el acento en la idea de lo insular. Grabado principalmente en ese apartamento de Ludlow Street, fue concebido en una situación de aislamiento tan concentrada que, sin saberlo, nunca dirías que lo hizo en medio de una ciudad tan agitada en lugar de incomunicada en el campo. Tara Jane O'Neil crea un clima armónico donde la complejidad técnica (los trenzados de guitarras, las figuras musicales que te parecen disonantes pero en realidad tan solo son inusuales y te acaban atrapando si te abres a absorberlas) está en equilibrio con las emociones crudas, positivas y negativas, que transitan en lapsos de tiempo que no pueden ser medidos por los minutos que duran las canciones; es más parecido a dejarse sorprender por la dirección y las formas que toman las nubes si uno se tumba a observarlas pacientemente a lo largo de una mañana, y es que los desarrollos de estas piezas tienen esa cualidad libre, narrativa sin ceñirse a una estructura.
Además de Cynthia Nelson (flauta, voz), buenos amigos desfilaron aportando su grano de arena -Ida Pearle y Samantha Lubelski (violines), Karla Shickele (piano), Andrew Barker (batería), Dan Littleton (guitarra) y Liz Mithcell (voz)-, pero ella toca desde la guitarra y el piano al banjo, la balalaika, la melódica o el bajo, orquestando una paleta rica pero siempre desde una óptica minimalista. Su voz de reloj de arena resbala por láminas infusionadas de jazz ('Asters' y su agitada introducción; el agradable swing de la inicial 'A City in the North', donde canta: "Una lágrima que guardaste en una caja de costura / y todos los cuchillos mantienen tu espalda recta / mi casa ahora bajo unos grandes pies, sin sombra / avanzo marchitando"; también en '1st Street', que serpentea entre segmentos de puro desasosiego y cuyos últimos versos son: "Sigo asustada de las cosas que se caen / de tropezarme / de las alas endebles"), embelesándonos con la certeza de que el punto etéreo y reconfortante de piezas tornasoladas como 'Sunday Song', la nocturna 'Bullhorn Moon' (que tiene la estructura más tradicional) o la mágica 'Ode to a Passing' siempre deja algo enigmático en el aire que invita a la introspección. Llegando al final, 'The Fact of a Seraph' se regodea en un ambiente nebuloso, confundiéndonos entre la dicha doméstica y el miedo ("Saqué la luz de la habitación y te envolví en ella / cerraremos las ventanas que emiten los sonidos / cerraremos las ventanas para mantenerlos afuera / nada afuera es mío, así que nada afuera puede dañarme") antes de que irrumpa una coda melódica de banjo que es como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, un revulsivo que despierta tu curiosidad para traspasar a otro marco distinto. "Peregrina: dicho de una persona que vaga por tierras extrañas", según el diccionario. Tara Jane no se movió de su apartamento mientras dio forma a todo esto, pero el extraordinario peregrinaje en su imaginación bien mereció el título.
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Para ampliar la escucha, las maquetas y rarezas
con las que Tara Jane ilustró la creación del disco por su 20 aniversario,
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