Tarde o temprano: X - "Alphabetland" (2020)

"Sanidad permitirá salir a pasear y hacer deporte de 6.00 a 10.00 y de 20.00 a 23.00". Después de mes y medio de confinamiento domiciliario, la idea de que nos dejaran hacer algo más que ir a comprar comida con un tic nervioso y a toda prisa parecía una concesión imperiosa que, sin embargo, recibíamos con el delirio de quien acerca la cara al suelo para dar las gracias a un secuestrador que a penas le ha traído un tarro para orinar, después de tres días sin entrar a verle. Así de vendidos y desorientados estábamos. El mes de mayo empezaba con una ranura de un quilómetro de radio alrededor de casa por la que volver a aprender a andar durante una hora al día. El primer lunes después del anuncio, poco antes de las ocho de la mañana, mis pasos marcharon por las calles silenciosas al ritmo de este disco de X. El grupo de Los Ángeles (California) fue para mí una incógnita similar a la que designa la X en las matemáticas durante mucho tiempo, incluso ellos mismos ya manifestaban la certeza de que lo suyo sería un gran secreto en 'The Unheard Music', una canción publicada en 1980 que también daría nombre a un documental que dirigió W.T. Morgan sobre el grupo: "Fuera se oyen risas / nos impiden acceder al ojo público / acordes suaves en la radio del coche / nada de acordes fuertes en la radio del coche". La música inaudita / nunca escuchada, que parece lo mismo pero no lo es. ¿Qué recibía yo de California en mis años formativos? ¿Qué idea podía hacerme? Guns'n'Roses, Red Hot Chili Peppers, Green Day, No Doubt. El Celebrity Skin de Hole, que entre sus musas tenía a Fleetwood Mac y a "toda el agua robada de Los Ángeles". En casa había un disco de The Motels de 1983, Little Robbers, al que tengo cariño pero que no escapa una indescriptible poca sustancia californiana. A bandas como Black Flag, Germs o X, que podían darme una idea muy distinta de California, había que conocerlas a través de otras bandas. Supe de la existencia de X escuchando 'The Unheard Music' versionada por Elastica y Stephen Malkmus para la banda sonora de SubUrbia (Richard Linklater, 1997); luego Howe Gelb y PJ Harvey revisaron 'Johnny Hit and Run Pauline' en un disco de Giant Sand; luego supe que Juliana Hatfield descubrió el punk rock gracias a una canguro que le puso el álbum Under the Big Black Sun (1982), el mismo que Kristin Hersh ha mencionado todas las veces que le han pedido elegir sus discos de cabecera. Se lo compró a los 16. Sobre él dijo: "Cuando brillas por la mugre del sol de Los Ángeles y la grasa de sus noches sobrantes, sabes qué son el infierno y sus primos lejanos, el cielo y el purgatorio. (...) Exene gime para el niño que observa la cabalgata entre rodillas de gente".

El fin de semana antes de salir a andar escuchándoles, un algoritmo había colado la canción 'Alphabetland' en una lista de sugerencias y tuve un flechazo. Miré la pantalla, vi que era de X y asumí que sería una gema que me habría eludido en alguno de los discos que aún desconocía. No tenía ni idea de que habían vuelto al estudio para grabar un álbum y que a finales de abril del año pasado, enfrentados al parón mundial ocasionado por la pandemia, habían decidido no esperar y dárselo al mundo por la vía digital, coincidiendo con el 40 aniversario de la publicación de Los Angeles (1980), su debut. Alphabetland (2020) es ese disco, y si mi reacción visceral fue imaginarme al grupo tocando la canción titular en 1982 creo que ya lo he dicho todo. Exene Cervenka (voz), John Doe (voz, bajo), Billy Zoom (guitarra, saxo, piano) y DJ Bonebrake (batería, percusión) tienen entre 65 y 73 años, pero nadie diría que tienen más de la mitad; suenan tan ágiles que hacen que tocar parezca tan fácil como deslizar el culo por el tobogán más largo y con las mejores curvas de un parque acuático. La integridad de Alphabetland, el primer disco con nuevo material en el que están los cuatro miembros originales desde 1985, deja en evidencia los lamentables espectáculos que han dado en los últimos años sus precursores y sus sucesores; desde la escasa enjundia que sostiene The Weirdness de The Stooges (otra vuelta al estudio de unos pioneros después de más de 30 años, publicada en 2007) a la ridícula proliferación discográfica de Green Day, cuya motivación para continuar parece no ir más allá del dinero que les da insistir con lo que al punk mínimamente inteligente son variaciones embarazosas de 'Baby Shark'.  



Si en Los Ángeles a finales de los años 70 los Germs simbolizaban la facción más demencial del punk y The Go-Go's la que más se arrimaba al pop, X son la banda que le aportó el ritmo poético, la complejidad estructural y la riqueza de la música de raíces, desde el rockabilly al blues y el country. En Alphabetland todo esto sigue teniendo una vigencia indiscutible, también por la energía que tiene un discurso que, avalado ahora por la sabiduría alcanzada a la tercera edad, sigue vaciándose a partir de lo personal para comentar las carencias de nuestra sociedad y las encrucijadas de la vida; sin titubear, sin faltar a su honradez, sin olvidarse de que siguen hablando por aquellos que ven pasar la cabalgata entre personas que ni se percatan de su presencia. No es solo que pueda reivindicarse que este álbum está a la altura de sus primeros discos -los cuatro producidos por Ray Manzarek, de The Doors- sino que es toda una lección para ilustrar que relacionar edad con desgaste es un prejuicio; que un artista puede evocar la esencia de su mejor trabajo sin reducirlo a caricaturizarse como un espejismo imposible, con el que solo se vanagloria del pasado. En 'All the Time in the World', Exene nos dice: "La historia es solo un lenguaje perdido detrás de otro / y detrás de otro / y cuando se juntan todos / seguimos sin poder descifrar el pasado / o descodificar el futuro". En Aplhabetland hay ecos de la lengua que inventaron, pero la conversación retumba en sus huesos aquí y ahora. X no han volcado en el suelo las 500 piezas de un puzle con la imagen que más adoraron los nostálgicos; la potencia, la firme pulpa en la que hundimos los dedos en estas canciones, es fresca. Discos como Ain't Love Grand (1985; el primero que no produjo Manzarek) o See How We Are (1987; el primero sin el guitarrista Billy Zoom) quedaron lastrados por malas decisiones de producción propias de su época, en un momento en el que el grupo ya había fichado por Elektra -subsidiaria de Warner- y creía que debía cambiar algo para ampliar su audiencia ("Empiezas a creerte lo que te dicen. Piensas, 'Quizás no sabemos lo que es bueno para nosotros', y sueltas las riendas del control. Y a mí me gustaba un poco el sonido grande de las bandas de metal", reconocía John Doe), pero todo eso queda atrás en las manos del ingeniero Rob Schapf.

Exene Cervenka imagina en 'Alphabetland' a un dios llamado Mercurio patinando sobre un lago helado, dejando en el aire la duda de si con sus acciones ("Arrancando las aceras, vertiendo cemento húmedo, borrando tus iniciales") está destruyéndolo todo o lo está reinventando, en cualquier caso la estampa de una transformación forzosa que define la convulsión de nuestros tiempos, y recibirla al ritmo de una canción de punk-pop tan redonda solo inspira que cuando llegue será para mejor. La agradable brisa que alegra la cara de Mercurio mientras dibuja ochos sobre hielo podría ser la libertad que exigen acto seguido en 'Free' ("Hieres a mi hermana con mano de doctor / con agua hirviendo / y soplando arena / déjame libre / no me digas que no puedo"), una pieza feminista dirigida por John que te anima a desgañitarte bailando encima de la agenda de los conservadores. El rock'n'roll festivo de 'Water & Wine' sirve para dar un aire cínico a sus observaciones sobre la poca ética de una sociedad clasista que se ha vendido al capitalismo a cambio de su humanidad ("A quién pasan al principio de la cola / quién se lleva agua y quién se lleva vino / hay un cielo y hay un nunca / no hay un mañana, solo un para siempre"), mientras un puñado de temas concentrados más adelante -'I Gotta Fever', la acelerada 'Delta 88 Nightmare', 'Angel on the Road'- encapsulan una urgencia encendida por la necesidad de satisfacer anhelos, de avanzar sin mirar atrás, avanzar porque la vida no escapa las vicisitudes ni consiente que te acomodes a ninguna edad. En 'Star Chambered', el otrora matrimonio formado por Exene y John -cuyas armonías siguen siendo escalofriantes- se cruza análisis de lo que han sido y no han sido sus vidas, para rematar con la certeza de que se apuesta, y si sale mal se vuelve a empezar. 

Si 'Delta 88 Nightmare' y 'I Gotta Fever' son composiciones que no grabaron a principios de los 80 y que repensaron para darlas por acabadas ahora, la historia detrás de 'Cyrano DeBerger's Back' aún es más interesante: es una de las primeras canciones de X, fechada en 1977, que hasta diez años más tarde no acabó en See How We Are, para cuando Billy Zoom ya no estaba en el grupo. Cuando empezaron las sesiones de grabación de Alphabetland él insistió en volver a grabar esta pieza recuperando el arreglo funky de la versión original de 1977, un acierto que la hace memorable y deja en el olvido su afectada reinterpretación ochentera. Como contrapunto al ejercicio revisionista, llegando al final del álbum nos dejan su composición más reciente -acabada y grabada en febrero de 2020-, 'Goodbye Year, Goodbye', una canción a velocidad ramoniana que deja un rastro de melancolía espeso como la cola de una estrella en una noche de fin de año. El epílogo es de Exene, que recita 'All the Time in the World' sobre un escenario decorado con los ropajes cabareteros del Queen of Siam de Lydia Lunch; quitándole hierro a la vida, quitándole hierro a la muerte, reconociendo el miedo que dan ambas y dejándote de nuevo la idea clavada en el cerebro de que... es lo que hay. "Todo el tiempo del mundo / resulta / que no es tanto". Los 27 minutos de otra cosa, no sé, pero los de este disco son mucho.

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