Tarde o temprano: Fangoria - "Una Temporada en el Infierno" (1999)

La primera vez que vi el retrato de Arthur Rimbaud, entre las páginas de una antología poética de Patti Smith, me faltaban meses para tener la misma edad que él cuando posó para Étienne Carjat, diecisiete años. En la que debe ser la foto más difundida y conocida del joven poeta, el pelo elegantemente revuelto, los ojos casi entornados y su fina tez no podían informarme de que en ese momento ya estaba metido en una relación sentimental imposible con Paul Verlaine, poeta veinte años mayor que Rimbaud que se quedó prendado de él en cuanto lo recibió en París el verano de 1871, un año antes del retrato. En un artículo para Gatopardo sobre su relación, Jéssica Martínez Suárez escribe: "Pronto Verlaine ya no tendría los pies sobre la tierra. (...) La relación entre los dos amantes se convirtió en un complemento: mientras el muchacho se llenaba de la experiencia que le llevó a París, Verlaine recuperaba el color en su vida, que describía aburrida hasta antes de embriagarse en la juventud de Rimbaud". Verlaine dejó a su familia y se marchó a Londres con Rimbaud, pero hasta allí les acompañó la naturaleza tempestuosa que definía su manera de quererse, y que acabaría con un Verlaine depresivo hiriendo de bala al objeto de su deseo. Rimbaud destiló la violencia y la pasión de su romance y concentró la turbia esencia en una obra nacida del delirio, Una Temporada en el Infierno, que introducía así: "Antaño, si lo recuerdo bien, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié. (...) Llamé a los verdugos para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del crimen. Y le di buenos chascos a la locura". Cuando Fangoria utilizó el título de este libro para dar nombre a su primer álbum en casi diez años -también el primero en su discografía que tenía un marcado carácter conceptual-, selló con un guiño oportuno el paralelismo entre el doloroso peregrinaje de Rimbaud para superar a Verlaine y la sensación de estar transitando de la oscuridad al sosiego que experimentas escuchando seguidas sus doce canciones, que empezaron a definir de verdad la identidad del dúo; esa forma de entender los altibajos de las relaciones sentimentales a través del melodrama y el tremendismo, sin pedir perdón ni sonrojarse, que ya hace años que los hace inconfundibles. "Sí, las relaciones de las que hablamos en nuestro disco son bastante dramáticas", comentaba en 1999 Alaska, mientras Nacho Canut puntualizaba que "aunque el disco es bastante pesimista, el final sí es más esperanzador; al fin y al cabo, se trata de una temporada en el infierno, no toda la eternidad"

La única cita de Rimbaud reproducida en el libreto de Una Temporada en el Infierno (1999) reza: "Hay que ser absolutamente moderno"; una afirmación clarividente con la que el francés se declaraba libre después del estirón de madurez. El profesor de literatura Li Jianing explica que al decir "moderno" Rimbaud no se refiere a "estar al día, ni siquiera a innovar constantemente; en vez de eso, significa la búsqueda del progreso absoluto. No es solo un progreso en la poesía o en el arte, sino, aún más importante, un progreso en la sociedad". Como máxima filosófica, la cita encajaba a la perfección con la manera de hacer de Alaska y Canut a lo largo de su trayectoria, de la que Fangoria era la última manifestación de inconformismo; no en balde su primer álbum se tituló Salto Mortal (1990): con él daban carpetazo a las comodidades conquistadas con Alaska y Dinarama para inaugurar la década de los 90 haciendo borrón y cuenta nueva. Cambiar era obligatorio después de su ruptura definitiva con Carlos Berlanga -con quien uno diría que tuvieron una relación al estilo Rimbaud-Verlaine si tenemos que juzgar por los dimes y diretes que rodearon todos sus desencuentros-, pero también había la voluntad de renacer para operar desde un núcleo más reducido, enfocado a sus fans y a indagar musicalmente en la dirección electrónica que habían emprendido. A Salto Mortal, un disco que se fijaba en la escena techno de Sheffield a la vez que te divertía con puntos psicodélicos que podían emparentarles con Deee-Lite en el universo pop del curso 90-91, le siguieron años de experimentos en el lado opuesto a las radiofórmulas de los que no sabía nada el público que veía a Alaska por televisión, desde la trilogía de EP's Un Día Cualquiera en Vulcano (entre 1992 y 1995) a la banda sonora de la película La Lengua Asesina (1996), la remezcla de la 'Macarena' que la convirtió en un éxito internacional o los singles que publicaban anualmente en exclusiva para su club de fans, donde versionaban sus canciones preferidas acompañados de artistas afines como Le Mans, Madelman o Los Intronautas. 

Alaska y Nacho Canut fotografiados por Misha Kominek. Fangoria en 1999.

Aunque fue una etapa creativamente fructífera, no fue hasta que se acercó el final de los años 90 cuando dos Carlos -un nombre crucial en sus vidas- los sacaron definitivamente de la madriguera. Alaska lo resumía en su biografía de 2001: "Carlos Galán, el dueño de Subterfuge, (...) nos propuso la idea del disco Interferencias (1998), una recopilación de todos los temas que habíamos hecho durante esos años para el Club además de grabar dos más. Era una colaboración puntual, no teníamos contrato ni nada. Ahí descubrimos a Carlos Jean que nos pareció la persona ideal para lo que queríamos hacer, aunque evidentemente no podíamos contratarlo. (...) Todo eso coincidió con un momento en el que a Carlos le vendió Dover y se sintió con potencia para decirnos que nos ficha, que había dinero para grabar un disco"Una Temporada en el Infierno se grabó a principios de 1999 en el pequeño estudio casero de Jean, tal y como había grabado un año antes el No Blood de Najwajean que le sirvió como muestrario de sus ideas, gustos y capacidades en el campo de la música electrónica para futuras citas. Él mismo se encargó de las programaciones y de tocar varios instrumentos, a lo que solo se añadieron las colaboraciones de Rafa Spunky (voces), Chris Khoo (guitarras) y Abel 'The Kid' (scratchings), un equipo reducido para un álbum de interiores que marcaría un antes y un después en la andadura de Fangoria, artística y comercialmente. Si en 1990 Salto Mortal les alineaba con la facción más colorista de nuestro pop (allí donde bailaban Lions in Love o Los Sencillos), 1999 nos los devolvía con un disco que, no importan los bpm's, tenía más que ver con Aquí Vivía Yo de Le Mans; una declaración de intenciones contemporánea e introspectiva, emocionante por su sinceridad. Si el eclecticismo era definitorio de todos sus trabajos anteriores, en Una Temporada en el Infierno no nos abandona la sensación de cohesión, de -perdón por el tópico- viaje, de asentarse en una narración donde las transiciones entre capítulos son suaves, fluidas, afectuosas, y para cuando concluye te ha transformado.

Todo esto no salía de la nada. En los diferentes episodios de Un Día Cualquiera en Vulcano encontramos claros precedentes de esta madurada introspección en canciones como 'Vuelve a la Realidad', 'Sálvame', 'Hacia la Luz' o 'Dios Odia a los Cobardes', donde se persigue la espiritualidad como respuesta a las desventuras sentimentales y a las crisis de identidad. Con Carlos Jean en Una Temporada en el Infierno logran alcanzar la armonía absoluta. "Carlos Jean nos lleva a un término medio, como de limpieza, muy inteligente", decía Alaska en 2001, cuando volvieron a trabajar con él. "Es que somos muy barrocos", seguía Nacho. "Él lo limpia todo; deja un bajo, un fondo y ella cantando, y ya está. En ese sentido nos fiamos de su criterio". Lo que se me ocurre es que en los trabajos anteriores, por la manera de usar los samples y los secuenciadores, escucharles tenía un punto intrincado que te recompensaba con el gusto que sientes girando las piezas del cubo Rubik, mientras que en este álbum las piezas están encajadas y es como si te quedases colgado de la suavidad de cada lado del cubo al pasar las yemas de los dedos. Incluso Alaska canta en un tono cuidadoso que quizás no se ha repetido desde entonces, y es que para esta colección de temas solo debía ser concebible que cantar significase arropar: las letras hablan de personas vulnerables que navegan la soledad del desamor y la compulsión autodestructiva que provoca, y Alaska entona correspondiendo a esa vulnerabilidad. 

Tras abandonar a su suerte al protagonista del periplo como si Alaska fuese un ser etéreo que le protegerá en la distancia ("Yo no te puedo acompañar / en tu viaje final", 'Cierra los Ojos'), nos deslizamos directamente en una canción monumental en su sobriedad, 'Me Odio Cuando Miento', una colaboración con Lucho Prosper (Oviformia SCI) que recoge la magia de una noche donde el amor se evapora en miedo y orgullo: "Nos despedimos despacio / para alargar el momento / siendo prudentes / por no decir cobardes / y apretando los dientes / para no decir: yo me quiero quedar aquí contigo". Ni el arreglo house que se instala desde el primer estribillo puede barrer la melancolía de una historia inconclusa pero acabada, porque no va a llegar a empezar. 'No Será' reincide en la cadencia house para esquivar el motivo real del desaliento ("Sé que no será porque no me has perdonado / y no será porque ya no soy feliz") y la seriedad de este primer segmento la corona 'Contradicción', una pieza breve firmada junto a Mauro Canut y Pablo Sycet cuyo tono funesto queda enmarcado en una atmósfera ideal de trip hop. Carlos Jean imagina junto a ellos paisajes variopintos, desde el trance para 'Electricistas' (un single de presentación con un estribillo inolvidable) a la convulsión agitada por el drum'n'bass y la guitarra eléctrica de 'Cenizas de Sangre' (el disco entrando en su momento más desolador: "En el cáliz amargo que me ofreces / sólo hay odio y rencor, sólo hay pena / pero acepto beberlo entero") o los aires de world music de la balsámica 'El Glamour de la Locura'. 'Acusada, Juzgada y Condenada', la más contundente, sirve para hacer catarsis de los pensamientos más negros en pleno delirio, pero en el último tramo al fin se da el reencuentro con la tranquilidad espiritual en las preciosas 'Voy a Perder el Miedo' (la manera más tierna de decirse alguien en voz alta que va a quererse, y que vuelve a tener ilusión) y 'A Tu Lado' (la superación: "No puedo entender por qué te cuesta admitir / que nunca fui feliz a tu lado / tan divertido, tan divertido / tan acabado, tan aburrido / tan olvidado"), un tema de electrónica downtempo que acaba transformado en 'Abre los Ojos', adaptación al castellano de 'Open Your Eyes' de Marshall Jefferson (una de las primeras canciones de deep house, publicada en 1988) que pone el broche místico para cerrar Una Temporada en el Infierno, desvaneciéndose en una rave privada poco después de que Alaska haya recitado estas palabras: "Puedes ser tu propio enemigo o puedes elegir ser libre".

Con lo poco dados a la nostalgia que han sido Alaska y Nacho Canut a lo largo de los años, y lo ácidos que suelen ser si se les fuerza a mirar atrás, en la hemeroteca hay declaraciones suyas sobre Una Temporada en el Infierno que van de la lapidaria "malillo y con mucho relleno" a la observación de Nacho en 2001 de que este disco había sido su Canciones Profanas (el primero de Dinarama) y Naturaleza Muerta (su continuación) su Deseo Carnal (el disco con el que Dinarama alcanzó su zénit comercial), por haber devuelto un acento pop rotundo a las canciones de Fangoria. Sea como fuere, Una Temporada en el Infierno ha sido muy reivindicado como uno de los mejores discos patrios de la década de los 90 y del siglo XX, y su calado relativamente modesto -dicen que inicialmente se vendieron 20.000 copias- fue crucial para que en poco tiempo Fangoria disfrutase de un estatus que nada tenía que envidiar a la etapa más dulce de Dinarama, avalado por una ristra de éxitos. No quiero saber qué barbaridad podrían opinar hoy de este álbum (la cita más cruel es la más reciente, de 2009), pero lo pienso y... claro: hay que ser absolutamente modernos.

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