Escenarios: Ainara LeGardon - Sala VOL (Barcelona), 26 de septiembre de 2021


Se intuía una velada desafiante desde que crucé el umbral de la puerta y escuché la música de ambiente previa al concierto. En la sala sonaban las canciones de una artista apodada Lingua Ignota, en ocasiones arriesgando de tal manera con su expresividad vocal que el recuerdo de alguien tan salvaje como Diamanda Galás me parecía un ronroneo cariñoso. Mientras nos envolvía esa realidad cantada con tantas disonancias incómodas como nuestra propia existencia, una chica le preguntaba a su acompañante si creía que Ainara LeGardon tocaría en formato acústico, y la palabra "acústico" me pareció pequeña y famélica yuxtapuesta al terror sembrado por Lingua Ignota, y sabiendo que LeGardon no iba a dar un concierto ni acústico ni al uso. Ya hace tiempo que no lo hace. Esperando a que se subiese al escenario, me acordé de todas las veces que pudimos verla en una sala Heliogàbal llena hasta los topes, absorbiendo su entrega desde las más cortas distancias. A la Sala VOL pudimos entrar una treintena de personas, separadas, sentadas y atentas de una forma distinta, pero no menos conmovidas; yo creo que mucho más sensibles a todo lo que ocurría. También me acordé de cómo sus inquietudes nacidas en la periferia de la propia música empezaron como proyectos paralelos hará unos diez, doce años, y de cómo poco a poco fue incorporando sus hallazgos a sus composiciones. Todo lo que ha estudiado, todo lo que se ha abierto conforme ha desarrollado su carrera, solo ha hecho que alimentar el aspecto humano de su trabajo. A estas alturas ya hemos aprendido a preguntarnos hacia dónde empujará su radio de acción cuando volvamos a tenerla en frente.

La pandemia torció la publicación y los planes de presentación de Res-cue. The Archive in the Mouth (2020) la primavera del año pasado, quizás su proyecto más ambicioso, una mirada única a su proceso creativo enfocada desde la revisión de esbozos musicales nunca acabados, reinterpretándolos en un diálogo entre la Ainara que los creó y la que se los ha encontrado archivados. Pretendía presentarlo en un formato híbrido entre concierto y conferencia performativa -intención que oficialmente no ha abandonado-, pero lo que vimos anteayer, en su primera actuación sin banda en Barcelona desde hace bastante tiempo, fue la puesta en práctica de todo lo que ha conquistado resolviendo las incógnitas de Res-cue. LeGardon actúa en solitario pero ya no viaja solo con dos guitarras y una selección de los títulos de su catálogo que nos han arrebatado en el pasado. Ahora se sitúa en medio de un círculo donde caben pequeños amplificadores, cables, micrófonos, pedales que emiten unos graves vertiginosos y una grabadora con la que sorprende cada vez que la coge o se inclina para acercarse a ella y utilizarla como micrófono en directo. El repertorio es un flujo de material inédito, inspirado por el pasado desde el presente, donde reconocemos recortes incluso de su cancionero publicado -el arpegio de 'Without' incorporado a una pieza que se llama 'Caminar'; 'Como Lobos' brotando cuando se está apagando 'La Duda'- pero que nos cautiva y nos agita como si pisáramos terreno virgen. Si alguien cree que se trata de un recital con un gran peso de improvisación, está viviendo una ilusión que es todo un halago para Ainara: solo con su meticulosidad y su respeto por la arquitectura sonora se puede conseguir esa sensación de libertad, la fantasía de que estamos escuchando cómo florece cada detalle por primera vez con ella, pero para que todo luzca así de orgánico y natural pongo la mano en el fuego y afirmo que hay un gran (gran, gran) trabajo detrás. Desde la sobriedad visual al periplo que dibuja la sucesión de canciones, sugiriendo una intención argumental, LeGardon nos propone un concierto más cercano a las artes escénicas que a un recital de rock, y otra vez vuelvo a la misma idea: hay reflexión, hay maestría técnica y hay un propósito, pero es un cálculo de trastienda que en sus manos y en su voz nunca podría traducirse en automático; son los settings, el asentamiento de una estructura sólida que justamente le permite dejarse llevar.

Otra revelación paulatina ha sido escucharla cantar en castellano (y en euskera) desde que publicó su último álbum en 2017, descubriendo que este idioma le inspira unas letras sucintas y poéticas; he oído hablar a artistas españoles que solían escribir en inglés sobre cómo resultaba más fácil que el castellano por una cuestión meramente espacial (las palabras son más cortas y menos recias, dicen), pero Ainara no parece tener problema para elegir y cuadrar aquello que va a ser sugerente o punzante, a veces simultáneamente. Quien disfrute de su tono al hablar cuando escucha algún episodio de su podcast sobre autoría y propiedad intelectual -esa dicción tranquila, cálida- se quedaría hipnotizado con 'Meridiano Cero', una apertura inmejorable para este viaje; el recitado de una nota de voz en la que se van confundiendo sujeto, complemento directo e indirecto, mientras LeGardon adorna el ambiente con feedback y voces erosionadas hasta desembocar en uno de sus personales arpegios, esos con los que parece rumiar y dilatar el tiempo mientras toca. 'Volver a Pensarnos' engrosa la vertiente más melancólica de su repertorio (esa voz fantasmagórica a través de la grabadora) y otras como 'Caminar' muestran de nuevo con qué destreza hace gotear el silencio y sostiene la tensión. En el ecuador de la velada, no obstante, es donde dio quizás la interpretación más bárbara de la noche: 'White', pieza central del disco donde empezó a experimentar seriamente con la voz (Every Minute, 2014), se convirtió en 'Fundido a Blanco' y fue como verla romper un muro de ese color para enseñarnos las entrañas de lo que escondía la canción desde el primer día. En la versión publicada había una contención neurótica, la expresión ahogada de algo demasiado incómodo; en esta reinterpretación da rienda suelta a todo lo que tiene que salir sin censurar espasmos y levantando la voz. Fue solo uno de los muchos momentos en los que un escalofrío me recorrió el cráneo desde la nuca hasta donde la piel se agujerea para enseñar los ojos. Ainara concluyó con un único bis, 'Ixo' ('Silencio' en euskera), una palabra que acarició y retorció (en un momento dado rompió la voz como si un arco nervioso castigase las notas más agudas de un violín) hasta despedirnos con un toque teatral precioso, cantando fuera de micrófono y apagando poco a poco todo su equipo. Si alguien se siente intrigado, puede saciarlo con una grabación soberbia en vídeo de cuando llevó este espectáculo al Teatro Jovellanos de Gijón el pasado mes de mayo. Imperdible si se acerca a tu territorio.

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