Tarde o temprano: Ainara LeGardon - "Ainara LeGardon" (2017)

La hoja de prensa que ha escrito Ainara LeGardon a propósito de este álbum termina con una nota al pie, preciosa y gráfica para comprender su índole: "Ningún bosque de esbozos ha sido deforestado en la realización de este disco". No hay ensayo de vestuario antes de respirar y arrojarse a vivir: uno se arroja desconociendo el margen de acierto o error; y los palos de ciego, los planos bosquejados con los que pretende guiarse, también inmortalizan una serie de impulsos nada desdeñables pues informan de la búsqueda que ha llevado al fin. En el sexto disco de LeGardon no existe una separación entre investigación y obra acabada, entre rebotica y palestra. Las huellas de su búsqueda son parte fundamental de lo que llega a nuestros oídos; la incógnita detrás de una idea embrionaria y cómo desarrollarla sin preconcebirla es lo que informa a cada una de las piezas. La calidad de las emociones que ha logrado capturar gracias a eso le asombraría en más de una ocasión. ¿Cuál es el resultado cuando una artista se da el permiso para ser tan libre en el proceso creativo? En el caso de Ainara, es que quizás estemos ante su disco más rotundamente humano. Ramon M. Zabalegi ha respondido a la música creando una cartografía visual fascinante para la portada, pero Ainara ha codificado en el sonido cascotes de vida y naturaleza. Todas las veces que he escrito sobre ella me he referido de una manera u otra a su audacia y vuelvo a hacerlo, deseando lo imposible, que es imprimirle más peso y vehemencia al repetirlo para definir su entrega más reciente. Es lamentable pero el surtido de palabras es limitado y no llega a donde alcanza el reflejo que un ruido, un acople o una nota puede proyectar de una sensación real que te sobrecoge. 

LeGardon certifica -esencial leer los entresijos de lo que ocurrió en el estudio- que trabajar en este álbum ha sido una revelación. Fueron ocho meses de experimentos que culminaron a finales de este verano en los que Xabier Erkizia (artista e investigador sonoro multidisciplinar) ejerció de productor, consejero y guía para obtener una expresividad brutal de cada gesto. Héctor Bardisa (baterías, voces), Rubén Martínez (bajos) y Hannot Mintegia (guitarra, voces) integran el musculoso equipo que acompaña a Ainara desde que se electrificase oficialmente en We Once Wished (2011) y está aquí al servicio de una música más abstracta e intuitiva que nunca. Cuando un artista no ha titulado su debut con su propio nombre y se decide a hacerlo con otro disco más adelante suele ser porque está convencido de que ha dado con algo que le representa como nunca antes. "Es el disco en el que más 'yo' soy, pero que menos mío es", decía hace unos días en Rockinbilbo. Así acabó llamándose Ainara LeGardon (2017), siendo la ausencia de título una reverencia a su abdicación como directora de sí misma en favor de derramarse como la persona que va a tientas y (se) descubre. A partir de este álbum va a ser extraño describirla como una autora de rock envuelta en X proyectos paralelos, como se ha venido haciendo para no descuidar su actividad pedagógica en materia de autogestión y propiedad intelectual, así como sus improvisaciones vocales e instrumentales al margen de la canción definida. Todas las facetas han confluido en la creación de estas diez piezas, incluso la de co-autora del libro SGAE: El Monopolio en Decadencia, ya que la propia redacción de la investigación y el hecho de haber escrito con mayor frecuencia prosa y poesía en castellano ha propiciado que se abriese a usar también esta lengua en su música por primera vez.

El cambio de idioma no podía haber sucedido en un proyecto más apropiado. El castellano no reverbera como el inglés; en este contexto no. Sus letras, ejemplarmente concisas, resisten con un punto deshidratado y duro en un marco sonoro que retrata el paisaje propio del norte en invierno (Ainara se instaló en Guipúzcoa hace unos años, y hasta eso ha cristalizado aquí). reforzado por las metáforas alrededor del frío. En el bosque, en el cielo, una pantalla de niebla espesa a través de la que apenas se ve encendida una constelación con la forma del recorrido que va de Chicago (Codeine) a Louiseville (Slint, Rodan) y de ahí a Jacksonville en 2004 (Shannon Wright en Over the Sun); recuerdos de ancestros que también tuvieron los dedos helados sobre los trastes y el corazón inflamado de empatía. Pero nada más que eso. La bruma alzada a su alrededor es lo suficientemente densa como para vedar un territorio íntimo. Este no es un disco de rock a secas; es uno donde la vanguardia y la exploración psicológica a través del sonido tienen un peso que transgrede esa etiqueta que habíamos aplicado con menos miedo a sus dos trabajos anteriores, aunque en Every Minute (2014) asomaron serios indicios de lo que en Ainara LeGardon son realidades.

Esta es una escucha exigente y eso quizás no tenga tanto que ver con la música en sí misma como con nuestra creciente propensión a la impaciencia, a evitar prestar atención a los desastres de nuestra era cuando perdemos la fe incluso en nuestra propia especie. Quizás por eso me sorprendo cautivo de escalofríos que tiemblan a un volumen desconocido para mí, porque aquí Ainara está avisando de algo mucho más global que un vis a vis. "No sabes hablarte. Mira dentro.", dice en 'Como Lobos', una sinfonía parca para los que tienen el alma desorientada, plagada de voces fantasmagóricas. Creo que ha realizado un plano sonoro del escenario más incómodo de nuestros tiempos. Y cuando digo que es su disco más humano me refiero a que esa humanidad, trasladada sin cortapisas a la música, tiene el fin de sanar; son sensaciones fuertísimas pero en ningún caso pesimistas. Es más bien un zarandeo de reanimación. En 'Témpano', por ejemplo, el ligero crujido de las ascuas en un campo de guerra se ve sofocado inesperadamente por un zumbido abominable, como si cayese un nuevo misil, y nos sumerge en el horror como la advertencia de que incluso la historia más sanguinaria está condenada a repetirse. La primera fractura ruidosa que se da a traición en la impresionante 'La Isla (Hasta Quebrar)', cuando Ainara nos tiene pegados a su pecho escuchando a penas un latido, hizo brotar una lágrima en mi ojo derecho y supe que este disco atesoraba paisajes únicos e irrepetibles. 'No Ha Sido Ni Es' se acelera con angustia para acercarse al humilde y secarle el sudor de la frente. Cuando hay nervio, como en 'La Espera' y 'Frío', viene servido en compases complejos como los daños irreparables y el aliento de revancha que se adivina en las letras. Y luego están las piezas donde LeGardon ha redefinido el soplo comatoso del slowcore, malherida y jugando con dos simples frases  en 'Déjalo'; y conjurando una meditación profunda con un tono similar en 'Agota' que, como nos anticipa el último segmento de la cartografía en la portada, se alarga hasta casi 17 minutos. Un último sonido se escucha suave, como una explosión controlada, cuando asumimos demasiado deprisa que ya reina el silencio. Es un hálito de resistencia, quiero pensar. Tiene que serlo.


Ainara LeGardon puede escucharse y comprarse
en formato digital y físico (tirada de 300 copias en edición
limitada antes de la edición regular) en Bandcamp.


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